California
Sinopsis de la película
Trumbo (Milland), un desertor del ejército, es el guía de un grupo de colonos, entre los que están Lily (Stanwyck) y Michael Fabian (Fitzgerald), que se dirigen a California, empujados por el afán de aventuras y por la fiebre del oro. Cuando llegan, se encuentran con una ciudad dominada por la anarquía, donde el malvado capitán Coffin (Couloris) impone su ley despóticamente. Trumbo se encargará de desbaratar los intentos de Coffin de provocar una sublevación en California…
Detalles de la película
- Titulo Original: California
- Año: 1947
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
6
90 valoraciones en total
Western argumentalmente muy convencional, de sesgo melodramático y con la utilización de canciones como elemento narrativo. Se centra en la época en la que se forjó el estado de California. Sin nada especialmente destacable salvo un eficaz plantel de secundarios (Anthony Quinn, Georges Colouris…), ni Barbara Stamwyck brilla ni Milland llega a ser algo más que una discreta prolongación de un James Stewart en miniatura. Un film nada memorable.
Puestos a decir cosas no me voy a cortar en decir que para quien esté acostumbrado a ver Western, California es una buena película. Tiene multitud de gente y cientos de carretas además de aires de conspiración y misteriosos asesinatos en la sombra, incluyendo un aire de esas grandes producciones y una buena puesta en escena.
Ray Milland es un desertor, aparentemente un renegado, un ser despreciable, pero Ray Milland es una persona también con un alto sentido del deber y de la justicia, además de muy orgulloso. Ella es también orgullosa, y Barbara Stanwyck ese sentimiento sabe plasmarlo muy bien en la pantalla. Además, está especialmente atractiva, luego ambos encajan muy bien para la parte romántica.
Total, un Western interesante y violento, con confabulaciones independentistas por parte de un individuo maligno, antiguo negrero, que al mismo tiempo es capaz de convencer con argumentos tiernos a la señora Stanwyck de que se case con él, y es modesto porque dice: No aspiro a que me quieras, pero podemos llegar a ser felices juntos. Y ella le comprende. Un hombre malvado, traficante de armas, puede sentir amor verdadero por una mujer y desearla con honradez respetándola al máximo…
Ella canta: No te fíes del sol del verano ni del hombre que te lleva a pasear. Así que también hay canciones melodiosas que te hacen sentir el aspecto tierno de esa gente que vive siempre pendiente de las armas y del oro… Es como la vida misma. Una película aconsejable, muy del estilo de las de aquella época que cumple con su función y no engaña a nadie. Otra cosa es ponerse a hablar mal de ella y buscar comparaciones. Todo en la vida es factible de ser comparado.
Supongo que la mayoría de los californianos no (¡¿o sí?!) sabrán el curioso, y maravilloso, origen literario del nombre que lleva su estado. Bueno, según parece, proviene, ni más ni menos, de una de esas novelas de caballería que enloquecieron al inmortal Don Quijote y de las que Cervantes hacía parodia, mitad cariñosa, mitad sarcástica, en su novela eterna. En concreto, de Las sergas de Esplandián (exitosa novela que era condenada a las llamas, ávidas de mala letra, durante el famoso y donoso escrutinio cervantino, no así su padre, Amadís de Gaula , gran clásico), de Garci Rodríguez de Montalvo, que data de 1.510. En esa obra, California era una isla imaginada, poblada por amazonas. Pues fueron los conquistadores españoles los que debieron considerar que lo que estaban contemplando se asemejaba a lo soñado por el escritor, y de ahí el bautizo novelesco y la fabulosa alquimia entre lo creado y lo descubierto, entre lo aventurado y lo real, de cómo la ficción moldea lo vivido.
Al cine. Añeja y sorprendente. Un Western muy bien escrito, con un guion literario (quizás demasiado ampuloso y acartonado), que deslumbra en su primer tramo, con un brillante aire de musical y hermoso gusto por la aventura, pero tiende progresivamente hacia el alboroto melodramático y el maniqueísmo folletinesco.
Comienza con regocijo, caravana de granjeros hacia el Oeste californiano, acompañados de una canción lírica y pionera. Los personajes son presentados rápidamente: la Stanwyck (soberbia, como siempre, con su mirada socarrona, su belleza nada convencional y su carácter indómito) como perdida sin remedio, tahúr, de sexualidad pecaminosa (soy fino en comparación con el odio femenino que suscita en esta narración) y de grandes ambiciones, mujer fatal y tenebrosa, el Milland (flojo y deslavazado), galancete de pasado ominoso y maneras bruscas, y el Fitzgerald (enorme) como venerable abuelete tan sabio y tan bueno que parece un pan recién salido del horno mitológico, crujiente y comestible, un patriarca bonachón. A este trío se les unirá más tarde un malvado escapado de alguna novela gótica (Couloris, ridículo pero gracioso). Atormentado y pérfido a todo poder, es torturado con saña por las cadenas de los esclavos que golpean incansablemente su negra conciencia (¿metáfora evidente del oprobio por antonomasia americano?). Y de fondo, un Quinn joven, efímero, pundonoroso, débil y hermoso.
Historia que se desarrolla a velocidad de vértigo, atropelladamente se suceden las escenas, los densos diálogos, las pasiones borrascosas y los mil y un temas que abarrotan esta película. En cuanto se huele el oro, es un no parar de asuntos y pareceres. Elecciones, discusiones, luchas por el territorio, somos independientes o un estado de la nación, te quiero o te mato, te voto o te disparo (ya tenían en mente, desde los albores de la democracia, el magnicidio como irrenunciable modus operandi), me vuelvo loco o me hago revolucionario, la bolsa o la vida, en la capilla o en el lupanar… Todo ello regado generosamente por la sangre, los odios, las apuestas y los efluvios amorosos de los personajes principales y aliñado con actuaciones musicales para que no falte de nada en apenas noventa minutos de locura cinematográfica.
En la parte final pierde fuerza al ser tan previsible y poco creíble. Todos sabemos cómo va a acabar. Lo malo es que no te lo saben contar bien. Nos quedamos con un reguero de cadáveres y sinsentidos bastante curiosos.
En definitiva, interesante, una rareza apreciable aunque un tanto fallida al tratar de domeñar su poder engolfado y libérrimo a través de las fórmulas más pazguatas y adocenadas.
Un Farrow (padre de Mia y marido de Maureen O´Sullivan, la Jane del Tarzán Weissmuller) ya olvidado completamente es el buen director, hasta se permite algún travelling o plano secuencia del demonio, de esta obra sepultada por el tiempo cruel.
Desventuras de una dama cazafortunas y trepadora Lily Bishop, lo que fuera algo común en esos tiempos, con belleza, talento para juego y el espectáculo, quien conoce a Jonathan Trumbo en las peores circunstancias, va por el oro recién descubierto con su nuevo socio Booth Pennock y por último con el mismísimo gobernador de California que cree buen hombre, el comodoro Pharaoh Coffin, pretendientes que eran unos tipejos desertor, timador y asesino. Con el trasfondo de historia americana sobre California, se obvian su hurto ante los Mexicanos entre 1846-1948, tampoco fueron granjeros los primeros migrantes, sino mineros por la fiebre del oro que la hizo crecer exponencialmente, todos aquellos ganaderos, agricultores vinieron después al acabarse la veta, tierra rica y fértil, para los oriundos como Hernandez el cambio de idioma fue un golpe social, económico y cultural, dio paso a un gobierno autocrático con fuerzas armadas de la marina americana en 1847, en funciones en pleno conflicto bélico, reconociéndose excepcionalmente como nuevo estado en elecciones libres en 1850, se convirtió en un estado clave para vencer a los sureños, California aún lleva su nombre hispano.
La dirige John Farrow, entiendo que la mayoría busque harto plomo y le cueste esforzarse más, en gusto colores… Superproducción lleno de estrellas Barbara Stanwyck, Ray Milland, Gavin Muir, George Coulouris, Barry Fitzgerald y Anthony Quinn, romances que se ajustan a hechos históricos, de minería, póker, política e independencia, posee una cuidada escenografía y dirección por todo lo alto del technicolor, puedo ver más defectos en la legión invencible .
California fue uno de los títulos más ambiciosos en su momento de todos los dirigidos por John Farrow, regresando a la Paramount, después de haber probado sin excesiva suerte en la Columbia.
Su elenco de estrellas, su Tecnicolor, la música de Victor Young y algunos de los mejores técnicos y profesionales del momento, no fueron suficientes para que parezca, ya no sólo un gran western, que no lo es, sino que tiene ínfulas de serie B.
No ayuda precisamente mucho ver de vaquero a un actor como Ray Milland, si un año antes nos había asombrado como escritor alcoholizado en Días sin huella, donde ganó el Oscar, aquí está fuera del tiesto. Es uno de esos actores especialistas y temáticos, pero no todo terreno. Por el contrario no hay un antagonista de calidad, el papel del malo, demasiado estereotipado, le resta credibilidad a la trama.
Mucho mejor está la siempre efectiva Barbara Stanwick, la actriz favorita Frank Capra, una de esas actrices que no sé que hubiera pasado si hubiese trabajado con Kubrick, amigo de rodar tomas y tomas, ya que ella, siempre fue una mujer muy natural que si no la salía bien a la primera o la segunda, jamás lo mejoraba, ya que iba perdiendo fuerza. Como nota curiosa también podremos ver en uno de sus primeros papeles a Anthony Quinn, que apunta lo bueno que sería.
La dirige John Farrow, un director australiano, que tuvo la fortuna de casarse con la archifamosa Jane, la chica de Tarzán y que fueron padres de Mia Farrow, posteriormente esposa de Woody Allen.
La historia presenta California como un lugar idílico pero despoblado, lo cuál no es cierto, no se menciona nada por supuesto de la vergonzosa guerra contra México de 1846-1848, y la posterior llegada de decenas de miles de personas arrastrados por la Fiebre del Oro, ocupando tierras de otros por las malas. Esa falsa imagen de la creación del estado de California, (toda la cinta está impregnada de ese tono unionista, que tan poco fiel resulta a los hechos) hace que tenga un punto de propaganda recién terminada la guerra para impulsar el crecimiento.
Sin duda la primera parte que transcurre en la caravana es la mejor, donde se nos presenta ese grupo de hombres sencillos y honrados, que se dejarán arrastrar por el oro y la avaricia, pero como esto es cine, esos mismos hombres serán capaces más delante de elegir lo mejor para el nuevo estado y para ellos dentro de un sistema democrático. Qué fácil es la vida… de algunos.
Nota: 5,2.