El confidente
Sinopsis de la película
Tras salir de la cárcel, Maurice Faugel asesina a su amigo Gilbert Varnove. A continuación prepara un atraco para el que necesita una serie de herramientas que le proporcionará Silien (Belmondo), un individuo sospechoso de ser confidente de la policia. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien lo ha traicionado, decide ajustar cuentas con él.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le doulos (The Finger Man)
- Año: 1962
- Duración: 108
Opciones de descarga disponibles
Si lo deseas puedes descargarte una copia de esta película en formato HD y 4K. Seguidamente te añadimos un listado de opciones de descarga disponibles:
Opinión de la crítica
Película
7.6
83 valoraciones en total
A la sombra siempre del cine negro estadounidense, Melville es el máximo estandarte del noir europeo. Exceptuando su primera etapa que abarca hasta Quand tu liras cette lettre, y un par de rarezas (Deux hommes dans Manhattan, Léon Morin, prêtre) el resto de su filmografía rinde tributo a este género.
Lo que define la filmografía de Melville, más que el propio noir, es una visión fatalista que coloca a sus personajes en situaciones de pelígro físico, y sobre todo, de encarnizada lucha moral.
Silien (Jean-Paul Belmondo) dice:
En este oficio se acaba siempre de vagabundo o lleno de agujeros.
Si bien es cierto que la fotografía extenúa los blancos y negro, todo lo contrario observamos en el tratamiento de los personajes, donde están bañados por el gris moral. Por mucho gángster que sea el personaje, siempre encontraremos en el cine del galo un código de honor que habrá que respetar. Maurice Faugel (Serge Reggiani) y Silien, representan el personaje prototipo de Melville:
Silien no exterioriza sus sentimientos, pero es capaz de todo por un amigo, ya sea un madero o un gángster.
No considero a Belmondo ni la mitad de bueno de lo que se comenta, pero aquí está ciertamente comedido. Reggiani me parece superior. Sus miradas acompañan el espíritu pesimista que tienen ambos papeles. La mirada de Belmondo sólo se fija en el espejo (algo que comentaré más tarde).
Existe luces y sombras en el guión adaptado por el propio realizador. Mientras que durante todo el metraje no existen explicaciones de más, y toda información se ofrece con la puesta en escena y los diálogos (ya en su inicio, con el encuentro entre Maurice Faugel y Gilbert Varnove, se da una lección de como informar al espectador con sobreentendidos), pero esta melodía se trunca a la hora de esclarecer la trama. En lugar de hacer partícipe al espectador descubriendo los giros en el momento que acontece la acción, mata el clímax narrándolos a través de un personaje. Existe además un segundo giro que sobra, pero que al mismo tiempo nos deja una de las mejores secuencias de toda la película: la última mirada de Belmondo (haciendo de él mismo) a su reflejo. Un pequeño guiño a Michel Poiccard y la Nouvelle Vague.
Más que la llegada, El confidente es una película de trayecto, donde el resultado quizá es lo de menos (aunque tampoco es manco en resultados obtenidos). Hasta la meta, Melville ha mostrado aspectos nada apetecibles del ser humano, como la escena donde Silien pega salvajemente a Theresse, o momentos cómicos como el uniforme en el metro antes del robo (marcado por esos planos detalles marca Melville que abundan en toda la película), pero ante todo, El confidente es el relato de unos personajes que saben que el destino ya está escrito, y no hay acciones sin consecuencias.
Todos los grandes directores tienen su personaje icónico que hace sus películas reconocibles desde el primer fotograma en que aparecen, y Melville no iba a ser menos. Esos personajes lacónicos, sucios, de moralidad realmente dudosa, pero que al fin y al cabo se mueven por el honor y la amistad, ya sean interpretados por Belmondo o Delon. Melville, con el paso de los años, está siendo cada vez más reivindicado por cinéfilos y enormes directores de fama mundial como Scorsese, que beben de uno de los maestros de un género tan típicamente europeo como es el film noir, dándole siempre ese toque tan francés que le hace tener una clase y una elegancia en su dirección y en su puesta en escena que pocas veces se consigue igualar.
Bebiendo de grandes clásicos del cine negro americano, como La jungla de asfalto, o Sed de mal, o cualquier obra de Lang, coloca a los personajes ante un debate moral en el que no siempre la elección escogida es siempre la mejor, y para ello se sirve del suspense de una manera brutal, dejando pequeñas pistas que el espectador puede seguir, pero que no hacen más que engañarle, al igual que al protagonista. A pesar de ser asesinos y ladrones, dichos protagonistas se rigen por la lealta y el honor, el anteponer su compañerismo y su honor de amigos antes que de asegurar su vida y delatar a todo el que deba. Esos personajes, que habitualmente pueden parecer fríos, son un torrente de sensaciones y sentimientos en constante cambio durante toda la película, que se ocultan bajo una fachada de frialdad y cinismo, y bajo unas gabardinas que son únicas del cine del maestro francés, un vestuario que siempre cobró especial importancia en su cine. El manejo de la historia por parte del director es magistral, dosificando la acción y distribuyendo los puntos fuertes de la historia en varios clímax que acabarán en un antecedente de los duelos leonianos de una factura impecable.
A pesar de su limpieza y su orden, Melville también realiza un asombroso estudio sobre la violencia, siempre presente en nuestra sociedad, donde es más fácil disparar primero y preguntar después que razonar las cosas y seguir lentos y tediosos procesos judiciales. Como si de un western de Leone o Peckinpah se tratase, todos los personajes saben que tarde o temprano les llegará su hora en un mundo rastrero donde nadie más que tú va a pensar en ti y donde nadie es lo que parece, incluso podría cambiar quien más cercano está a ti. Fue uno de los pocos directores con una facilidad innata para hacernos sentir empatía por los fuera de la ley, siendo la cinta un reflejo sobredimensionado de lo que es nuestra sociedad hoy en día, donde, a más de uno, nos gustaría solucionar los problemas por nuestra mano, una visión pesimista de la vida, pero no por ello menos real.
Nada como un buen polar para encontrarse en medio de tipos de tortuosa o equívoca moral, de personajes que construyen sus propias lealtades y traiciones en un mundo marcado por la mentira y por la violencia, y en el que el destino vital está siempre teñido por la tragedia.
Y es que tales rasgos, indudablemente heredados del cine negro estadounidense, son sin embargo llevados a su máxima expresión -o al menos así me lo parece- por algunos realizadores franceses, que hacen de ese poso trágico y de las lealtades entre criminales los ejes fundamentales de sus películas, ya podemos encontrar dichas características en la soberbia La Evasión y en la muy estimable No toquéis la pasta , ambas del gran Becker, encontrando continuación en algunas películas de Giovanni ( Dos hombres en la ciudad , El Gitano ), Verneuil ( El Clan de los sicilianos ), Corneau ( La decisión de las armas , Serie Negra ), y muchos otros. No obstante, el autor de referencia del polar francés es, sin duda, Melville, no tanto por la originalidad de sus argumentos, sino por la soberbia ejecución formal de los mismos.
Aunque Melville ya había mostrado su interés por el cine negro en Bob el jugador y en Dos hombres en Manhattan , es en el presente filme cuando los rasgos clásicos del polar antes mencionados se desarrollan plenamente, así, la historia que se nos cuenta es, en esencia, la de un pequeño grupo de personajes caracterizados por pertenecer a un entorno criminal en el que rige un código moral propio, y en el que todos están sujetos al dictado del destino, habitualmente trágico. Se retrata así un mundo desprovisto de certezas, en el que todos los personajes caen en la ambigüedad, de modo que el espectador no pueda encasillarlos fácilmente, y en el que son frecuentes las traiciones, de hecho, hasta casi el final de la película, la sensación que uno tiene es que sólo existe doblez y segundas intenciones en todo lo que se nos muestra, y que los personajes carecen por completo de moral, cuando en realidad lo que ocurre es que su moral es abiertamente distinta.
Pero argumentos aparte, lo que en mi opinión Melville hace mejor que nadie es filmar. Su capacidad para transmitir ambientes, acciones y sentimientos a través de simples y puras imágenes es soberbia, basten como ejemplo las secuencias iniciales de esta película, con esos travellings tan elegantes, la atención al rostro y las acciones del personaje de Reggiani en la casa de Gilbert, o el detallismo con el que plasma los preparativos de Silien en el despacho de Nuteccio. No hay alardes técnicos en ellas, sino un claridad narrativa y una atención a las pequeñas cosas que resulta excelente.
Muy bien interpretada, con un notable Belmondo a la cabeza (cuanto más contenido mejor actor parece), y un magnífico Reggiani, encarnando a Maurice Faugel, el personaje más interesante en mi opinión, la película presenta un guión que opta por esconder al espectador una serie de hechos claves para entender las situaciones, los cuales sólo se revelan casi al final del filme, decisión que no encuentro del todo acertada, pues implica cierta confusión para el espectador, si bien con ella se busca acentuar la desconfianza sobre los personajes.
Magistralmente fotografiada, con la habitual tendencia a la nocturnidad que es propia del género, merece la pena dedicarle tiempo a esta estupenda historia marcada por la tragedia, sin duda un notable preludio de esa cima del polar trágico que es Le Samourai ( El Silencio de un Hombre ).
Después de ver esta película es fácil recordar aquello del cristal con que se mira. La verdad y la mentira. Dos caras de una misma y peligrosa moneda, la de la vida. La vida que se vive au bout de souffle o al filo de la navaja que diría Somerset Maugham. Cine negro europeo de luces y sombras que hablan el francés de los suburbios industriales. Y Melville jugando con nuestras entendederas. Qu,est ce que?. Y reconozco que he intentado estar al loro, pero llegué a perderme. Más mérito de Melville que demérito propio.
Se que no se lo estoy poniendo fácil a quienes no hayan visto la película. No pretendo desvelar misterios sólo meterles el gusanillo en el cuerpo. El gusanillo del buen cine negro americano destilado en barriles de roble galo. Un cine negro que finge enrevesarse para, tras arrastrarnos de desconcierto en desconcierto, desmadejarse clara y meridianamente revelando lo que la verdad esconde. Le doulos, el confidente, el chivato, el soplón, el informador de la bofia. ¿Dobleces o falsos dobladillos?. Lo mejor es que la vean.
Belmondo no es precisamente santo de mi devocionario cinéfilo. Piccoli si. Pero el primero cumple y el segundo demuestra. Además Serge Reggiani con ese gesto innato de amargura hace creíble una historia de desencantos pero también de lealtades, de amistades peligrosas en el más puro sentido de la expresión. Amistades que ponen en riesgo la propia existencia en un mundo donde la supervivencia esconde sus vergüenzas entre grises y claros algo más pálidos que aquellos a los que nos acostumbraron las novelas de Chandler y el cine de Siodmak pero, tal vez por ello, mucho más reales.
Un trabajo excelente y Melville un director a resucitar.
12(06/01/09) Maravillosa, brillante, colosal, obra maestra del séptimo arte. No exagero, una de las diez mejores muestras de cine negro, a cargo del maestro francés del género Melville. Viendo es te film me doy cuenta de la cantidad de directores posteriores que han bebido de él, Peckimpah, Eastwood, Tarantino, Michael Mann, etcétera. Da la sensación que se trate de una tragedia griega en el que no se pueda escapar del destino fatalista. El director crea una atmósfera enrarecida con un marcado acento violento, donde el asesinato es algo frío y cotidiano, donde no hay malos absolutos. Las secuencias de acción son un ejemplo de perfección, están milimetradas, todo encaja a la perfección, dignas de ponerse en las escuelas de cine La cinta es un gran juego sobre la verdad y la mentira, de cómo no te puedes fiar ni de lo que ves, pues la verdad puede ser un acto de fe a la amistad, la amistad que resulta un gran pilar del film, tema recurrente en las películas de Melville. Esta El confidente tiene el sello de Melville por todas partes, esos protagonistas vestidos con gabardina y sombrero, sus protagonistas son antihéroes, suelen ser parcos en palabras, son misóginos, se mueven por amistad, honor, lealtad y muchas veces les pierden sus sentimientos, suele rodar algunas escenas largas siguiendo a personajes andando por las calles como intentando que descifremos lo que tienen en su mirada mientras caminan y sobre todo su género favorito es el cine negro, en el que se mueve como pez en el agua. Belmondo encarna brillantemente a uno de los dos protagonistas, le imprime el carácter enigmático preciso que requiere el personaje, para que nunca sepamos de qué lado está, uno de sus mejores trabajos, Serge Reggiani borda al otro protagonista, le dota del perfil necesario sin caer en el histrionismo, magnífico. No se me olvide que el final de esta maravillosa cinta es simplemente antológico, un prodigio que solo ocurre en el cine muy de vez en cuando. Film recomendable a todos los que gusten de Cine con mayúsculas. Fuerza y honor!!!