Sweet Country
Sinopsis de la película
Inspirada en una historia real sucedida en el interior de Australia en 1929. Cuando el aborigen Sam mata al propietario blanco Harry March en defensa propia, Sam y su mujer Lizzie emprenden la huida. Pero la pareja será perseguida de forma incansable por las autoridades hasta a qué ellos mismo se entregarán.
Detalles de la película
- Titulo Original: Sweet Country
- Año: 2017
- Duración: 108
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Opinión de la crítica
Película
6.6
55 valoraciones en total
El director australiano Warwick Thornton nos presenta su último trabajo, un maravilloso western de los de la vieja escuela. Dirigió los cortometrajes Green Bush y Nana. En el año 2009 presento su opera prima Samson & Delilah con la que logro ganar la Camera de Oro en Cannes. Sweet Country gano el premio del jurado en el último festival de cine de Venecia y también estuvo presenta en La Seminci, que fue donde yo la pude disfrutar.
Nos cuenta la historia de Sam Kelly, un nativo australiano de mediana edad que trabaja como agricultor en las tierras de un predicador. Todo transcurre sin ningún problema, hasta que aparece un veterano de guerra en estado de embriaguez y empieza a dar problemas.
Después de tanto aguantarle Sam se enfrenta a él en una pelea y el otro acaba falleciendo. El predicador se da cuenta que ha cometido un gran error al prestarle sus trabajadores al malvado hombre que se creyó con el derecho de poder abusar de ellos simplemente por ser esclavos.
A partir de ese momento Sam y su familia se ven sometidos a todo tipo de presiones por parte de los colonos, porque aunque lo mato en defensa propia, al fin y al cabo es un aborigen y ha matado a un hombre blanco. Tendrán que huir hacia el interior del país para seguir con su vida.
El director nos va contando la historia de una manera asfixiante, nos presenta de manera sublime la desesperación, la desconfianza y el desencanto de esta pobre familia.
El continuo polvo, el calor y los duros paisajes del desierto se convierten en otro personaje más, nos muestra un uso escueto y preciso de los diálogos y un profundo sentido del lugar. Y qué decir del guion y su desarrollo.
He disfrutado mucho con esta cinta ambientada en los años 30, donde se nos muestra el tema del colonialismo, el derecho y el poder, pero con un más que convincente eco contemporáneo. También la película pretende dar un mensaje al espectador y presenta la división racial en el país oceánico de manera pocas veces vista.
Lo mejor: El guión y el paisaje.
Lo peor: Nada
La película si bien no es mala tampoco es excelente.
Empieza de una forma que a más de uno podría enganchar, cuenta una historia buena pero demasiado lenta y con muy pocos momentos que te hagan sentir alguna emoción, no es mala como dije pero realmente no hay nada destacable de la misma. Hay una película parecida a ésta que a mi parecer es mucho mejor, se llama The Ballad of Lefty Brown que tratan casi de lo mismo y ambientada casi en la misma época, pero que en la mencionada se me hace es mejor en muchos aspectos que Sweet Country .
La historia es simple, un ciudadano indigena negro mata a un blanco en defensa propia, sin embargo deciden darle caza por el crimen que cometió pero sin importárles la razón de el porqué lo hizo sino el color de la persona de quién lo hizo, así que el resto de la película transcurre en el seco y árido desierto de Australia donde vemos unos excelentes paisajes pero que a pesar de ello la película no logra despegar en ningún momento, quedándose solo en una película genérica con un guión más que aceptable y una gran ambientación.
La película la verdad a pesar de que no es mala, no se la recomendaría a nadie, solo es para que uno la vea en una tarde aburrida y este solo en casa.
Retomar el género del western pudiera parecer un acto de nostalgia o escapismo, pero revitalizarlo, renovando sus entrañas con tanto mimo como respeto es una labor digna de elogio que merece ser resaltada. Esto es el caso del presente filme que evoca las cintas de vaqueros del Hollywood clásico pero añadiendo un brioso discurso autocrítico que lo convierten en una rareza llena de audacia y rabia. Estamos en Australia, años veinte del pasado siglo, pero sólo la alusión velada a la Gran Guerra Europea (luego llamada I Guerra Mundial) nos permite determinar la época. Y como todo país colonizado por los desteñidos europeos y con una milenaria población autóctona aborigen, el rechazo, desprecio y vejación con la que los invasores agravian a los nativos nos recuerda que todos somos culpables de unas actitudes arrogantes y racistas, por demasiado tiempo consideradas ‘normales’.
Negar la evidencia de esa infausta y perseverante ignominia visceral nos llevaría a repetir los errores del pasado. Por ello lo que podría parecer una cinta localista se erige así en una pertinente acusación intemporal contra todos aquellos que se creen superiores e inmaculados, recordándonos que la fraternidad y la compasión son tan humanas como cicateras y que conviene acordarse de dónde venimos para no tropezar de nuevo en la misma piedra de la infamia. Basta con que un nativo mate a un blanco para que el ‘sentir popular’ lo quiera linchar sin más, obviando los detalles y disquisiciones de leguleyo que permitan determinar su grado de culpabilidad o los motivos exactos de semejante suceso. Este es el meollo del relato: mostrarnos una sociedad escindida entre ‘nosotros’ los buenos por la gracia divina y los odiosos ‘otros’ criminales por naturaleza y pigmentación de la piel.
Además nos propone un recorrido punzante y nada benévolo – aunque quizás algo premioso – sobre un paisaje tan lejano como severo, tan inhóspito como rudo, es decir, de la Australia ‘profunda’ alejada tanto de las metrópolis bulliciosas como de las leyes que oficialmente rigen esos recónditos territorios quizás ya ‘independientes’ pero tanto entonces como ahora bajo el dominio de la áurea corona británica. Pocas veces se ha visto tan bien retratado el complicado tema de la justicia humana como en esta agreste propuesta a trasmano de fatigados tópicos al uso. Y al cubrir su inequívoco discurso antirracista en un envoltorio insólito y remoto nos permita apreciar mejor el esfuerzo que requiere construir un mundo cabal y recto en la bárbara lontananza de la periferia, donde impera la ley del talión.
Es admirable la reconstrucción de una época pasada y, sin embargo, aún próxima. Y aunque el ritmo demasiado moroso – elegido de forma consciente – pueda desafiar nuestra paciencia, el resultado final es encomiable y desolador.
En su extraordinario debut cinematográfico con Samson and Delilah en 2009, el realizador, guionista y director de fotografía Warwick Thornton esboza brillantemente los problemas contemporáneos de su pueblo, los aborígenes. Sitúa la acción en una sociedad donde son considerados como ciudadanos de segunda clase, sufren la pobreza, padecen adicciones y con un índice muy bajo de alfabetización.
Esa idea inicial sobre los aborígenes desfavorecidos que luchan contra los perjuicios preconcebidos de la sociedad australiana contemporánea inspiraría a Thornton a realizar una versión moderna de la historia bíblica de amor entre Sansón y Dalila. Ahora con Sweet Country, el director australiano muestra la forma en la que han sido tratados los habitantes originarios de Australia durante décadas, y como los problemas a los que se enfrentan los aborígenes han sido creados por el propio opresor blanco. La tierra de las tribus aborígenes fue arrebatada, su cultura y tradiciones destruidas y la gente humillada. En ambas películas sus protagonistas huyen tras una tragedia.
La trama de Sweet Country se basa en una historia real que el guionista David Tranter (aborigen al igual que el director Warwick Thornton) oyó una vez a su abuelo, sobre un juicio ocurrido en los años veinte donde un nativo fue arrestado y juzgado por el asesinato de un hombre blanco. En la película el personaje se llama Sam Kelly (Hamilton Morris) que junto con su esposa Lizzie (Natassia Gorey Furber) viven bajo la custodia del afable predicador Fred Smith (Sam Neill). El matrimonio es tratado por el religioso con dignidad y de forma igualitaria. Esta relación lamentablemente es una excepcionalidad en aquella época ya que la mayoría de los aborígenes tienen dificultades con sus amos.
La caridad y fraternidad de Fred conlleva prestar a Sam y Lizzie a su nuevo vecino, Harry March (Ewen Leslie), un militar recién llegado del frente que desea la ayuda de Sam para arreglar su valla. Una decisión equivocada que dará lugar a unos trágicos acontecimientos. Harry es una bomba siempre a punto de explotar, un hombre amargado y violento que trata a los aborígenes con desprecio. Este hecho provocará situaciones conflictivas y tensas, fuera de control, que terminarán con la muerte de March por Sam en defensa propia. El matrimonio se ve obligado a huir al desierto. Un grupo dirigido por el sargento Fletcher (Bryan Brown) comienza una persecución contra Sam y Lizzie.
Tiene todos los elementos propios de un western clásico: vaqueros, disparos, paisajes polvorientos, personajes taciturnos, bebidas, los sombreros característicos, la frontera……..Sweet Country bajo la envoltura de un western narra una historia sobre racismo, y el sometimiento de todo un pueblo.
En el western clásico, los blancos son los buenos y los indios los malos, sin embargo, Sweet Country se desvía de esa idea, y aparentemente en un inicio concebimos a los aborígenes como héroes sobreviviendo ante la explotación del hombre blanco. Digo aparentemente, porque al finalizar la película te das cuenta que, no todos son tan buenos en un bando ni tan malos en el otro. Todos intentan sobrevivir a su manera en un mundo duro y despiadado.
Warwick Thornton deliberadamente no utiliza música en su película, a excepción de Peace in the Valley de Johnny Cash bajo los créditos, de esta manera los sonidos ambientales adquieren un papel relevante y exigen nuestra atención. La hábil forma de utilizar y jugar con el sonido ambiente contribuye a intensificar situaciones inquietantes y turbadoras.
A través de fragmentos de flashbacks y forwards, Thornton revela lo que sucedió o está a punto de suceder. Estamos ante una película amarga, con una puesta en escena sencilla y austera, desprovista de adornos, y con un reparto muy justo sin apenas extras.
El paisaje es otro elemento inconfundible y característico de la película. Al igual que el Gran Cañón está interconectado con el Oeste de Estados Unidos, Outback, región interior de Australia, impregna de carácter a Sweet Country. Los alrededores de Alice Springs, la única gran ciudad del interior y lugar de nacimiento del director, son hermosos e impresionantes, y están bellamente filmados por Thornton y su hijo Dylan River.
La naturaleza salvaje de la zona con las áridas praderas adornadas de elementos rocosos, los charcos de agua en medio de desiertos de sal, sirven de hermoso telón de fondo para reflejar la dura realidad a la que se tiene que enfrentar y adaptar el hombre y el ganado para sobrevivir. La muerte parece estar siempre al acecho en este paisaje.
Las dilatadas imágenes de la superficie de la tierra adquieren con frecuencia una belleza adicional debido a que van acompañadas de peculiares fuentes de luz, como la luna llena o el amanecer, filmadas con mucha sensibilidad y cuidado por Warwick Thornton.
Sweet Country con la utilización de un ritmo comedido, escasos diálogos y el apoyo de la impresionante belleza del interior de Australia, parece que Warwick Thornton intenta transmitir al espectador un mensaje donde deja entrever que realmente se ha avanzado bien poco desde 1929 hasta nuestros días en cuanto al trato y reconocimiento de su pueblo.
https://cinemagavia.es/sweet-country-pelicula-critica/
Es un western muy mundano, muy plano, que no aporta absolutamente nada y que incluso da la sensación de que sobra. Su reparto no está mal (Hamilton Morris, Bryan Brown… e incluso aparece Sam Neill) y cuenta con algún gag simpático, pero su desarrollo es de cajón. Apenas hay sorpresas en el guión y la historia paralela del crío pequeño no termina de encajar al cien por cien.
Tampoco ayuda el montaje, que destripa en algunas ocasiones las mínimas sorpresas que podría darnos la historia, utilizando erróneamente flashbacks que buscan volver un poco loco al espectador. Vamos, que no levanta grandes pasiones.
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