Silla eléctrica para ocho hombres
Sinopsis de la película
Ocho presos aguardan en el corredor de la muerte que les llegue el turno para ser ejecutados en la silla eléctrica. Sin nada que perder, uno de ellos lidera un motín, cuyo resultado es la muerte de uno de los guardias. Las tensiones sufridas durante las horas que dura el motín muestran una violenta y dura realidad. Remake de The Last Mile (1932), de Samuel Bischoff.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Last Mile
- Año: 1959
- Duración: 79
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Opinión de la crítica
Película
6.8
30 valoraciones en total
Otra muestra más de las bondades del drama carcelario, subgénero que ha dado infinidad de buenas películas, como lo es también esta modesta producción, ejemplo, asimismo, de esas pequeñas joyas poco conocidas que abundan en la serie b.
Basada en una obra teatral de John Wexley que tuvo un gran éxito en Broadway, la película es un firme alegato contra la pena de muerte, ejemplo supremo de la inhumanidad del sistema legal y penitenciario estadounidense, el tono crítico que mantiene el guión adaptado es el propio de un hombre como Wexley, reconocido izquierdista que fue incluido en las listas negras, y a quien debemos los guiones de películas tan estimables como Ángeles con caras sucias de Michael Curtiz, o Los verdugos también mueren de Fritz Lang. El presente filme es una segunda adaptación de la obra original, que ya conoció una versión en 1932, dirigida por Samuel Bischoff, la cual no he tenido la oportunidad de ver.
La película no cuestiona la culpabilidad de los ocho condenados, sino la brutalidad de un sistema basado en la ley del talión, que pone al estado y sus representantes a la altura de los criminales, dicha brutalidad es encarnada por la actitud de los guardias del corredor de la muerte, especialmente por Drake, que disfruta haciendo sufrir a los reos, recordándoles constantemente su destino, mientras una sonrisa sádica se dibuja en su rostro. El filme se centra en el claustrofóbico espacio del corredor, atento a las reacciones y temores de los condenados mediante primeros planos, aunque casi siempre mostrándolos desde el exterior de las celdas, enfatizando así lo exasperante de su espera, bien subrayada por los perturbadores ruidos (rejas que se abren, cierres que encajan) y por dramáticos efectos lumínicos (cada vez que se ejecuta a un condenado la luz se oscurece en el corredor). Estos recursos son importantes en una película que por su planteamiento transcurre casi íntegramente en un único espacio, corriendo el riesgo de ser etiquetada como teatro filmado.
La película se puede dividir en dos claras partes, la primera presenta a los personajes, planteando su desesperada situación y transmitiendo eficazmente al espectador la angustia de los días que pasan, las horas que se repiten, el aplazamiento que no llega, y los presos que esperan. La segunda nos narra el motín, auténtico estallido de violencia encabezado por el preso Mears, cuya personalidad se asemeja a la de otros bien conocidos personajes cinematográficos, marcados por rasgos psicóticos, aunque en modo alguno pueda catalogársele de simple loco, como sí sucede con otro preso. En esta segunda parte se invierten los papeles, asumiendo Mears el rol de los carceleros, mientras que estos quedan a su merced.
Excelente labor de Joseph Brun como director de fotografía, sobre todo en esta segunda parte, en la que la iluminación se torna cada vez más dramática, predominando la oscuridad, incrementando así las sensaciones que el argumento plantea. Las interpretaciones son todas muy destacables, empezando por ese insólito Rooney, alejado de sus papeles habituales, y continuando por todos los demás, entre los que destacaremos a Clifford David interpretando al preso Richard Wallace, y a Donald Barry como el ya citado guardia Drake. En cuanto a Koch, quien tras esta película se dedicaría sobre todo a dirigir series de televisión y a labores de producción, alcanzó aquí un alto nivel, como lo demuestran las secuencias que destaco en spoiler*
Pocos leerán esta crítica. El que la valida (por razones obvias) y tal vez, algún despistado. Es una lástima. La película sacaría los colores a los cineastas y cinéfilos de nuevo cuño, vamos, a los de ahora. ¡Qué felices serían con semejante historia! El director prepararía planos inversosímiles y, sobre todo, muy mareantes, el guionista rasgaría su folio con la furia y el desprecio que dan los tacos, un par de camiones cisterna cargados de sangre para rodar media secuencia, silla eléctrica último modelo con casco incluido y, a ser posible, que achicharre muy poco a poco. Y, por otro lado, millones de cinéfilos babeando con la nueva masterpiece de Tarantoide o de Martin Excursiones.
Pero resulta que la dirigió un tal Howard Koch en el año 1959 y no hizo nada de eso. El tipo usó cuatro decorados de mala muerte (nunca mejor dicho), una cámara del cine Exin y unas cuantas mesas y sillas que encontró de ocasión en algún garaje-trastero adyacente. Luego, eso sí, añadió grandes dosis de su talento, unos diálogos angustiosos, una gran fotografía y a un Mickey Rooney en estado de gracia. Y se limitó a darles el máximo protagonismo a unos personajes desesperados por su caótica situación y la crueldad de sus captores. El resultado es excelente y el espectador las pasa canutas desde el primer fotograma. Koch no nos da respiro. Tampoco al preso Mears. Éste, con mirada retadora, se encamina hacia la puerta y suelta: Vosotros haced lo que queráis, yo saldré a tomar el fresco .
Pequeño pero estremecedor drama carcelario, basado en un hecho real, que denuncia la pena de muerte y el infrahumano trato que se les dispensaba a los presos, condenados a la silla eléctrica, a la espera de su ejecución en el llamado corredor de la muerte.
Me parece significativa la aclaración que se apresuran a hacer en los títulos de crédito, asegurando al personal que esos métodos tan inhumanos de los carceleros con quienes están desahuciados, así como sus formaciones en la tarea encomendada, han mejorado mucho actualmente y bla, bla, bla…!Claro!, si no lo aclaran, a ver cómo consiguen distribuir una película así en un país, donde todavía, sigue vigente la pena capital.
Está rodada con muy pocos medios y basada en una obra teatral, pero Koch, consigue sortear esos peligros, apoyado en un excelente guion, estupendas interpretaciones ( a destacar la actuación de un Mickey Rooney acongojante) y por medio de recursos que otorgan gran fuerza dramática al film, hacernos olvidar que estamos ante un pasillo y que, prácticamente, no vamos a salir de ahí.
Primero nos presentan a los personajes. Sin trampa ni cartón. Ninguno de ellos es un inocente injustamente encarcelado ni zarandajas por el estilo. Cada uno es como es y afronta esos fatídicos momentos a su manera. Se palpa el miedo, la angustia, la incertidumbre, la esperanza por un indulto que no va a llegar, el odio, la solidaridad entre ellos, la compasión…Por otro lado, también nos presentan a los carceleros. Algunos, burocráticos funcionarios que cumplen su tarea con la indiferencia que un obrero hace tuercas en la fábrica. Otros, están en su elemento. ! Qué poderosos les hace sentir el miedo de sus custodiados!. Tanto, que juegan a acrecentarlo lo más posible, les debe de parecer divertido y hay que matar el tiempo de alguna manera.
Un error del carcelero les dará la ocasión de amotinarse y tomar como rehenes a varios hombres. El personaje de Rooney liderará el motín y, por unos momentos, se subvertirán los papeles y saldrán a relucir todas las miserias, violencias y tensiones, sin olvidar las propias conciencias, contenidas en estos hombres, presos y guardianes. Una excelente cinta, sumergida injustamente en el olvido como tantas otras.