Recuerdos de la casa amarilla
Sinopsis de la película
Lisboa, 1989: Un pobre diablo de mediana edad vive en el cuarto de una pensión barata y familiar, en el casco antiguo de la ciudad. Atormentado por una enfermedad y por vicisitudes de orden diverso, el idiota, que se alimenta de Schubert y quizás de una vaga cinefilia como forma de resistencia frente a la miseria, es puesto de patitas en la calle tras un intento frustrado de atentar contra la virtud de la hija de la dueña de la pensión. Solo y privado de recursos, se ve confrontado con la dureza del espacio urbano y es internado en un hospicio, de donde saldrá con la firme determinación propia del hombre libre, y con una misión rica y extraña que le ha sido encomendada por un viejo amigo, enfermo mental como él: !Ve y dales trabajo!.
Detalles de la película
- Titulo Original: Recordações da Casa Amarela
- Año: 1989
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
7
36 valoraciones en total
Portugal, tan lejos y tan cerca. El querido país vecino posee una filmografía tan prestigiosa como desconocida. Junto al incombustible Manoel de OLiveira con un siglo a cuestas, destaca dentro del cine de autor luso, la figura del genial Joao César Monteiro, el Woody Allen portugués. Cojan a Allen, cambien la montura de sus gafas, dejénle crecer barba y mostacho y cambien Manhattan y la Gran Manzana por Lisboa y su barrio de Alfama, y tendrán la silueta genial del gran Monteiro.
En estas recordacoes da casa amarelha se cuenta la historia de una sucia y destartalada pensión lisboeta cuyo huésped principal es un vagabundo bohemio y sórdido acosado por la cochambre y las chinches, que se enamora de una clarinetista hija de la dueña. Comedia dramática negra negrísima, protagonizada por el propio Monteiro, y que da pie para una serie de preciosas y divertidas escenas costumbristas en las que se reflexiona con acidez y amargura marca de la casa sobre la precaria fragilidad de la condición humana Ganó merecidamente el León de Plata en Venecia y supuso el descubrimiento imternacional de su alleniano director.Plenamente recomendable para los amantes del humor inteligente y de la Lisboa más oculta.
Primer episodio de la Trilogía de Dios , que tendría su continuación en La comedia de Dios (1995) y Las bodas de Dios (1999), todas ellas tejidas alrededor de un personaje, Joao de Deus, que interpreta el propio realizador y que tiene demasiadas similitudes con lo que sabemos sobre su persona para que no lleguemos a la conclusión, elemental, de que la ficción encubre apenas la voluntad de Monteiro para manifestarse a través de la muy peculiar voz narrativa (con frecuencia también en off) de tan incomparable individuo.
Recuerdos de la casa amarilla , siendo una comedia que logra resultar francamente divertida en muchos momentos, apoya su urdimbre en dos factores de riesgo extremo en la creación de un clima que puede llegar a ser de considerable incomodidad para el espectador. Son la locura (Monteiro era, al parecer, un enfermo esquizofrénico sin demasiada voluntad de ofrecer al exterior una apariencia de normalidad en sus códigos de comportamiento) y la muy vehemente obsesión sexual por las mujeres, especialmente si son guapas y muy jóvenes. Sus procedimientos de aproximación al objetivo, que combinan la más refinada galantería caballeresca con claros e incontenibles impulsos de ir al grano, no pueden ir más a contracorriente de la era del me too .
Joao de Deus, por muy jocosa que nos resulte su observación, no es tampoco, con su esmirriada y casi vampírica presencia física, un individuo simpático ni cordial. En algunos momentos de la película, como el acercamiento a su anciana madre, que friega escaleras, verdaderamente mezquino. Su incuestionable encanto deriva de la lógica poderosa que hay en su excentricidad, de su afiladísima ironía y de la refinada cultura que acredita. Joao de Deus también es clarividente, e implacable en el juicio, desde la propia anomalía, con las pequeñas miserias del entorno forzoso de convivencia. Empezando por la patrona y habitantes de la pensión en la que lo encontramos subsistiendo.
Con lo que se intuye precarios ingresos, asediado por achaques físicos y tormentas eróticas internas, Joao de Deus se conduce, aunque atildado y ceremonioso, como elefante en cacharrería, metiéndose en situaciones que pondrán en completo riesgo su integración, precaria, en los usos sociales aceptados. Él no se engaña y sabe lo que está reservado, desde el hipócrita concepto de tolerancia, al loco y al pervertido. Así que su ruta es descendente y la risa se nos puede congelar por momentos, viendo cómo la ruptura de los escasos vínculos de Joao de Deus con la normalidad le puede llevar a un destino oscurísimo e irreversible. Aunque sea capaz de emerger, como un golem, desde las catacumbas de Lisboa, porque le aguardan nuevas aventuras en las dos entregas posteriores y también en la prolongación oficiosa de la saga y testamento fílmico que será Vai e vem (2003).
Es paradójico que un artista tan íntimamente crispado como era Monteiro sea capaz de trasladarnos todo su vértigo dentro de un serenísimo concepto de la puesta en escena cinematográfica. En la que los planos, muchas veces también secuencia, tienen una aspiración muy lograda de transparencia. Cámara casi inmóvil y sutilísimo montaje. Querencia a la luminosidad y negación del tenebrismo formal, que pudiera estar más que justificado por lo penoso de algunas de las situaciones retratadas. En cuanto a su sentido del humor, acuérdense, los degustadores de la buena música francesa, del que tenía Serge Gainsbourg y en Monteiro encontrarán lo que parece un alma gemela. No sé por qué, pero creo a esta película el complemento idóneo para un programa doble con Los viajes de Sullivan , de Preston Sturges.