La puerta del diablo
Sinopsis de la película
Tras haber participado en la Guerra de Secesión (1861-1865) en el bando nordista, un indio vuelve con su tribu y se encuentra un panorama desolador: su pueblo vive en la miseria y está a punto de perder sus tierras. Así, pues, tendrá que seguir luchando, en este caso contra las injusticias a las que su pueblo se ve sometido.
Detalles de la película
- Titulo Original: Devils Doorway
- Año: 1950
- Duración: 84
Opciones de descarga disponibles
Si deseas puedes conseguir una copia la película en formato 4K y HD. Seguidamente te mostramos un listado de opciones de descarga directa activas:
Opinión de la crítica
Película
7
63 valoraciones en total
He vuelto a ver esta película del Oeste y me sigue gustando tanto como en el pasado. Además, creo que este largometraje supuso en su tiempo un enfoque sumamente renovador del género, al igual que Caravana de mujeres (Westward the Women, 1951), de William Wellman. Ambos títulos están protagonizados por Robert Taylor, es curioso. Hay una riqueza tal en los temas, situaciones, conflictos y reflexiones que suscita La puerta del diablo -de lo cual es responsable el magnífico guión de Guy Trosper-, que iré por partes:
-el tema del racismo y la discriminación del indio, que es, por así decirlo, el punto fuerte del relato, ofrece tantos matices que se extiende hasta una aguda reflexión sobre la marginación en general. Que el guión pinte a Lance Poole (Robert Taylor), un indio shoshone (y no navajo, como he leído en un folleto que acompañaba a una reciente edición en DVD, supuestamente cuidadísima, de este film) de Wyoming, como a un héroe de la Guerra de Secesión estadounidense, en la que ganó la Medalla de Honor del Congreso, hace aún más hiriente, injusto, contradictorio y dramático el hecho de que, como el resto de los amerindios, es objeto de una discriminación y un desprecio feroces por parte de la sociedad blanca. Lance Poole es un héroe, y, sin embargo, ni siquiera es ciudadano de los Estados Unidos (hasta 1924 los amerindios estadounidenses no obtendrían la ciudadanía), y por tanto no tiene forma de demostrar sus derechos legales sobre sus propias tierras, lo que hace aún más hiriente la marginación, teniendo en cuenta que Poole es un indio que, saltándose todos los tópicos, es rico, un capitalista ganadero. A su vez, Poole desprecia inicialmente a Orrie Masters (Paula Raymond) porque es una mujer, una mujer que, también saltándose las convenciones de su época, es abogada.
Tanto el personaje de Taylor como el de Raymond están llenos de razones, de buenas razones, pero, sin embargo, son dos personajes situados socialmente en una posición débil, inestable, en la que es difícil defender sus posiciones, sus legítimos intereses. Eso les iguala, y de ahí nace una posibilidad de historia de amor que el guión deja sólo como un apunte, como una promesa, una promesa rota por la fatalidad. En todo caso, la película es un emocionante alegato en contra de cualquier discriminación por razón de raza o sexo, o cualquier otra circunstancia.
-El capitalismo: Poole, como ya he dicho, es un terrateniente ganadero, que, lógicamente, trata de acrecentar su emporio. La película ofrece un sorprendente contraste entre un indio rico (Taylor) y un montón de blancos pobres que llegan a Wyoming con sus ovejas en busca de oportunidades. En otras películas del western de Hollywood aparecen conflictos similares entre los vaqueros, que suelen ser los ricos, los poderosos, y los ovejeros, que suelen ser los pobres, los despreciados. En este caso, este conflicto adquiere un matiz muy original, en el que se añaden los prejuicios racistas.
-Las concomitancias con la época de la película: el heroísmo del protagonista queda acrecentado por las relaciones que el guión establece entre el mundo contemporáneo de la inmediata posguerra y el mundo posterior a la Guerra de Secesión. La amargura de Poole es la amargura del veterano que ha luchado con honor por su país y ve que el honor y las medallas del pasado no sirven para nada en un mundo cambiante. Presentarse en su rendición ante el ejército con su uniforme y su medalla es una manera de afirmarse en su papel de héroe trágico, y no deja de ser sorprendente que la caballería, en este caso, llegue para defender a unos indios sitiados por los blancos malos. Para el público de 1950, en las imágenes del film seguramente había una reflexión melancólica sobre el cambio de los tiempos, sobre la necesidad de no olvidar los sacrificios de los soldados.
-La relación paterno-filial, o materno-filial, tan importante en el cine estadounidense, y el de los años 50 es un ejemplo de ello, nos presenta aquí a un padre y a un hijo, y a una madre y a una hija. Me refiero al padre indio de Poole, interpretado por Fritz Leiber, y a la madre blanca de Masters, interpretada por Spring Byington. El hijo respeta y ama a su padre, y Orrie Masters no sólo se lleva bien con su madre sino que además es abogada como su padre muerto, por lo que tanto Poole como Masters son personajes bien encaminados, aunque…(sigo abajo)
-Un poderoso estilo visual: aliado con John Alton, el director de fotografía, y con el que ya había trabajado con anterioridad, Anthony Mann impone en la película un cuidado y poderoso estilo visual, con una iluminación claroscurista y contrastada en los escenarios interiores que da a algunas escenas una intensidad visual estremecedora, claramente deudora del cine negro de la época, un género que Mann ya había explorado. Este expresionismo visual de la fotografía en blanco y negro acentúa el drama de la historia y las interpretaciones del reparto, en el que destaca Robert Taylor, en uno de los papeles clave de su carrera -dando a su personaje una notable profundidad psicológica-, así como también Paula Raymond, Louis Calhern en un papel repugnante que borda, y el gran secundario Edgar Buchanan, dotado de una voz inconfundible.
Anthony Mann pertenece a esa clase de directores que han manejado admirablemente toda clase de géneros, legándonos inmarchitables muestras del cine negro, del cine bélico y, sobre todo, del western que pertenecen a la mejor época del cine de Hollywood. Creció en la serie B, y explotó su combinación de tragedia, violencia y belleza pictórica arraigándose a las formas puras del western, hasta convertirse en el más personal de sus cultivadores, sólo hay que echar un vistazo a su filmografía para encontrar un ramillete de obras maestras, teniendo además el buen gusto de haberse enamorado de nuestra Sara Montiel, siendo su esposa en el mejor momento de la diva española.
La crudeza de la historia, lo inhóspito del relato, la acritud de una naturaleza hostil, un espacio sin ley ni orden, la civilización que fue progresivamente invadiendo territorios indios, cometió cantidad de abusos e injusticias que no llegaron al cine de Hollywood hasta la década de los 50. Anthony Mann nos ofrece un esplendido western, áspero y sin concesiones, huyendo de cualquier tentación romántica. Dentro de la naciente corriente de la época, en la que los westerns pro-indios certificaron una nueva orientación temática e ideológica. Aunque tuvo menor repercusión que otras, (Apache, Robert Aldrich), (Flecha rota, Delmer Daves) y (Lanza rota, Edward Dmytryk), la observación del problema indio es más veraz y duro que los títulos citados.
La puerta del diablo es una película que adolece de tener un Robert Taylor, como indio poco creíble, a pesar del maquillaje. Una vez superado ese inconveniente el film se disfruta con agrado. Sin duda, Metro-Goldwyn-Mayer necesitaba una estrella, un rostro popular para financiar el film. En cambio tiene una fotografía expresionista muy interesante que refuerza, la tensión dramática. Los actores secundarios están muy bien, (Louis Calhern) como un villano deleznable y la chica (Paula Raymond) desconocida, que luego trabajó en muchas series de televisión, está maravillosa como abogada. Esta película ayudó a ensanchar los horizontes del western y revitalizó los esquemas del género por su importancia. Muy recomendable para los amantes del western.
Mann, ¿rey del western?. Probablemente, si, aunque la opción John Ford no es descartable. En cualquier caso, estamos ante uno de esos western que dejan huella, que se apartan de aquellos conceptos estereotipados que nos inculcaron y que nos hacían, de niños, adoptar el rol de buenos, y diestros en el tiro, americanos, en lugar de malos y sin conciencia, pieles rojas, a los que acechábamos apostados en nuestros fuertes de madera.
Aquí lo que clama al cielo no son los cánticos indígenas a Manitu sino la absoluta falta de vergüenza de una clase política aparentemente civilizada que lo mismo otorga medallas de oro del Congreso de los EEUU a un indio navajo por sus valerosas acciones en combate por una bandera de barras y estrellas que lo mismo le niega los derechos más elementales que se otorgan a los ciudadanos blancos. Y Mann lo expone con maestría y crudeza. Pone el dedo en la llaga y aprieta. Que haberlos los hubo. De todos los colores. Si. Pero también de este.
Efectuar el retrato de una sociedad que lo mismo te condecora que te esquilma por razones de raza es singularmente difícil cuando hablamos de los Estados Unidos, cuna de la libertad y esas cosas. No es fácil incorporar funestas pesadillas al sueño dorado americano. Pero Mann lo hace con autoridad y profesionalidad, contando con un Robert Taylor que alcanza con la perfecta interpretación de Lance Poole uno de los puntos álgidos de su carrera. Chapeau también para los maquilladores quienes le convierten en un piel roja con tanto pedigree que uno se acaba cuestionando si no corría por sus venas sangre india. Por su parte, Louis Calhern como el odioso abogado Verne Coolan pone un rostro perfecto a la iniquidad, a la premeditación y a la alevosía.
Los western donde los bad boys no eran los indios sino los blancos, han habido bastantes. Ford Apache, Flecha rota o Little Big Man son unos pocos ejemplos de un cine que igualando en humanidad a las fuerzas contendientes, tal vez pierda aparatosidad pero seguro que gana en coherencia histórica.
Acabar reseñando la espléndida fotografía en blanco y negro de John Alton otro de esos europeos (austro húngaro) que hicieron grande el cine USA, quien colaboró en trabajos como El príncipe estudiante de Lubitsch o Un americano en París de Minnelli, Oscar incluido.
Muy recomendable.
Mann dirigió estupendos e inolvidables western teniendo, en la mayoría de ellos, a James Stewart como figura principal. En La puerta del diablo cede el protagonismo a Robert Taylor, al que caracteriza como indio, y, realiza una defensa acérrima y valiente acerca de los derechos de los indios, a los que no sólo les estaban quitando sus tierras sino que encima les confinaban a vivir en inmundas reservas. Y Mann tiene su mérito, pues en el cine de aquellos años ya se sabe, los vaqueros eran los buenos y los indios los malos.
La película cuenta el regreso a sus tierras de un indio que acaba de luchar en la guerra entre el Norte y el Sur, y, que, además de ganarla, ha sido condecorado con una de sus máximas distinciones por su audacia y valor. Nada de esto le servirá porque el Gobierno no le considera ciudadano de primera clase y pretenderá quitarle de mala manera su rancho y sus tierras.
Estamos ante una notable película seca y dura. Mann no admite concesiones y mantiene un tono sombrío durante toda la historia. Ese tono está por encima de los personajes. Se impone a ellos. Taylor, en su papel del indio Lens, no tiene tiempo para el descanso, para la felicidad o el sosiego. Regresa de un terrible conflicto y se ve envuelto en otro. Pero durante toda la historia demuestra que es un Hombre, alguien lleno de dignidad, honor y orgullo. Se enfrenta a sus enemigos con dignidad y valentía. Se nota que está acostumbrado.
En el otro lado se sitúa Collen (Louis Calhern). Éste sólo está acostumbrado a la cobardía. Siempre tiene a alguien a su lado, siempre encrespando a las masas, lanzándolas a la pelea mientras él se esconde como una rata. Es el paradigma del bocazas y del intrigante. Un despreciable racista que no se atreve a ir solo ni a la panadería de la esquina.
Magnifico Western de Anthony Mann con un profundo contenido cultural y social. De una manera emotiva y conmovedora nos muestra en una pequeña y hermosa región como los indios Norteamericanos fueron despojados, discriminados y exterminados, imponiendo leyes a las cuales se debían someter, como pretexto para poderlos exterminar.
Excepcional actuación de Robert Taylor como ese indio queriendo proteger su raza y sus sentimientos mas preciados, pero a la vez con sentimientos encontrados por unos valores que le fueron impuestos. Hermosa fotografía y un gran guión.
Para pesar de la humanidad estos métodos para crear imperios no han cambiado.
Después de observar la película tienes como algo que quiere salir. Sólo espero que la observen y les llegue muy profundamente su mensaje, para respirar aunque sea por unos instantes ese aire libre que por siglos respiraron los primeros habitantes de nuestra América.
Le envío a mi padre a la tierra del Gran Misterio.
Donde podrá cabalgar con él en el Viento del Norte.