Hijos de la revolución
Sinopsis de la película
Pocos son los que saben que el dictador Joseph Stalin pasó la última noche de su vida en brazos de la ardiente comunista australiana Joan Fraser. Fruto de esa fugaz relación nacería Joe Welch, un hijo en común que mucho tendría que ver en el desencadenamiento de la Guerra Civil Australiana. Pero todo eso fue durante los años 50. Ahora, en 1990, Joe se ha convertido en un distinguido político que se verá inmerso en serias dificultades…
Detalles de la película
- Titulo Original: Children of the Revolution
- Año: 1996
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
4.9
21 valoraciones en total
Acudí a esta película interesado, creyendo que iba a ver una parodia del comunismo, y me encontré con una pesada tragicomedia. A lo largo de más de hora y media (se me hizo larga) se va desgranando la historia de una familia australiana que se ve unida desde su nacimiento a Josef Stalin. La película sólo se sostiene en los momentos en los que gira hacia la comedia (sobre todo al principio), después se va deshinchando.
No entiendo bien qué pretendía el director y guionista australiano Peter Duncan cuando decidió rodar esta película, en principio, parece que quería narrar una especie de sátira política acerca de la situación del comunismo en su país, basándose en el leit-motiv de un discutible romance entre la protagonista, Joan, y el camarada Josef Stalin. Esto, en manos más hábiles, podría tener su puntillo, si se adereza con un poco de humor negro, pero por algún motivo la narración degenera hacia una trama tan pseudodramática como increíble, más propia de un telefilme baratucho, con una mediocridad de ideas y de formas bastante lamentable.
A pesar de ser relativamente corta, cien minutos pelados, se hace muy, muy larga, porque no se adivina hacia dónde quiere llevarnos exactamente el director, y ni siquiera las presuntas dosis de humor alcanzan a que el espectador esboce una simple sonrisa piadosa.
Lo único atractivo es el elenco, formado por un buen puñado de los mejores actores australianos, como Sam Neill (norirlandés oceánico de adopción), Judy Davis, Rachel Griffiths o Geoffrey Rush, todos con importantes carreras en el mundo del cine, con algún añadido como F. Murray Abraham como un muy improbable Stalin. Además, el doblaje al castellano es nefasto, uno de los peores que he visto ultimamente.