El tren de las 3:10
Sinopsis de la película
El azar obliga a un pobre campesino a sustituir al sheriff para escoltar a Ben (Glenn Ford), un peligroso delincuente, que es, además el jefe de una banda de temibles forajidos. Tras cometer un asesinato, Ben es apresado y escoltado hasta un pueblo, por donde pasa el tren que debe llevarlo a Yuma (Arizona) para ser juzgado. Mientras tanto, su banda prepara su rescate.
Detalles de la película
- Titulo Original: 3:10 to Yuma (Three Ten to Yuma) aka
- Año: 1957
- Duración: 92
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Opinión de la crítica
Película
7.5
22 valoraciones en total
Sexto de los nuevos westerns realizados por Delmer Daves. Escrito por Halsted Welles (El árbol del ahorcado, 1959), adapta el relato breve Three-Ten to Yuma, de Elmore Leonard, publicado en el número de marzo de 1953 de Dime Western Magazine. Se rueda en escenarios naturales de Arizona y CA (Columbia/WB Ranch, Burbank), con un presupuesto modesto. Producido por David Heilweil para Columbia, se estrena en julio de 1957 (EEUU, preestreno).
La acción dramática tiene lugar en las localidades de Bisbee y Contention City (Arizona) y alrededores, a lo largo de la mañana de un día otoñal de la década de los 80 del s. XIX. El modesto granjero Dan Evans (Heflin), castigado por la sequía, acepta custodiar a Ben Wade (Ford), jefe de una banda de forajidos, y trasladarlo a la prisión de Yuma, por 200 dólares. Dan, casado con Alice (Dana) y padre de 2 hijos, es pacífico, justo, honesto, leal e incorruptible. Persona corriente y normal, no le mueve la búsqueda de la gloria, ni afanes de servir a los demás y a la justicia, sino la necesidad económica. Ben es cruel, prepotente, cínico, violento y carece de sentimientos de culpa. Tiene cualidades de líder, tiene éxito con las mujeres y dispone de un verbo fácil y convincente. Es contradictorio: mata sin piedad y luego reclama para el muerto un entierro digno y honroso.
El film suma acción, aventuras, drama, thriller y western. La narración apuesta por el realismo, lo que lleva al realizador a prescindir del maquillaje. Aprovecha la fuerza de los diálogos de Leonard y la experiencia propia en el ámbito de la novela negra, para crear un relato rico en tensión e intriga. Maneja con soltura la elipsis. Dispone de una brillante puesta en escena. Al realizador le interesa resaltar la dimensión humana de los protagonistas: Dan se siente abatido por las dificultades de su situación económica y necesita el apoyo de su mujer, Ben reconoce a la camarera del saloon, Emmy (Farr), y por hacer con ella el amor sin prestar atención al tiempo, es detenido y esposado.
La obra ofrece un interesante duelo interpretativo entre Ford y Heflin, un enfrentamiento psicológico entre detenido y vigilante, una confrontación entre dos personajes de distinta personalidad, un acercamiento al mundo interior de ambos, un análisis de las causas que hacen emerger entre ellos sentimientos de empatía que condicionan la evolución posterior de los acontecimientos. No todo es diferente entre Dan y Ben: ambos son víctimas de un pasado de estrecheces y miseria, los dos necesitan mejores expectativas, Dan tiene tierras y Ben dispone de un amplio repertorio de habilidades humanas, Dan vive abrumado por las dudas y Ben por las incertidumbres de una vida al borde del abismo, uno tiene familia y el otro la desea tanto como el aire que respira, ambos persiguen la obtención de dinero para poder seguir adelante, entre ambos cristalizan sentimientos mutuos de respeto y comprensión, etc.
(Sigue en el spoiler sin desvelar partes del argumento)
Pendulaba el tiempo mientras el pistolero Ben Wade (Glenn Ford) y el granjero Dan Evans (Van Heflin) comenzaban el enfrentamiento. Wade se mostraba seguro, sonreía con sorna, tentaba a su suerte y a la del contrincante. Evans sudaba a mares. Estaba nervioso, irascible y con ganas de ser tentado. El granjero miraba el reloj. Una vez, dos veces, una más. La escopeta se le resbalaba de las manos y no quedaban razones para seguir con la empresa.
Wade tumbado.
Evans sentado.
¿Qué hora es? Y Daves deteniendo un tiempo ya de por si escaso.
No escucharemos espuelas, ni buscaremos el contraplano del rival. No pasarán los gallos por al lado, ni veremos el sol abrasador . El duelo si no lo dije, se da en la habitación de un hotel. En cuento a narrativa, quedaría mejor decir en la barra de un bar, y de paso, evitaríamos malos entendidos. Pero lo cierto es que todo acontece en la habitación de un hotel. ¿Todo? Bueno, quedan para el recuerdo los planos desde la ventana o la acción fuera de cámara mientras Daves se empeñaba en captar cada pliegue de la cara de nuestros contrincantes. Porque los sonidos cuentan en el cine, y no sólo para asustar.
En la barra de un bar, nos quedan apenas unos pequeños segundos, donde dos caras se esfuerzan por entrar en un minúsculo plano. Pude notar, y parecerá una estupidez pero cierto es, como Ford echa el aliento a Felicia Farr. Pude notar, y parecerá una estupidez pero cierto es, como Felicia Farr abre la boca para coger ese aliento, como quien abre los ojos para fotografiar su pequeño mágico momento. Yo los tenía bien abiertos.
En la barra del bar se donan monedas de a dos. ¿Por qué? Por el tiempo perdido, por ejemplo.
Y de nuevo deteniendo el tiempo.
¿Qué hora es? Cada minuto, cada plano, cada suceso queda congelado. Un rostro cubierto por un periódico y unas botas sobre un sofá… tic, tac, tic, tac… Cada minuto, cada sonido queda congelado. Como el primer rayo. Ya lo dije, no quedaban razones para seguir. Esa es la razón. Sólo a veces, cuando no queda nada por lo que luchar, cuando todo parece indicar que la empresa es absurda y sin sentido, es cuando sale lo mejor de la naturaleza humana.
¡En menudo lugar voy a citar a la naturaleza humana…!
Sí, en el lejano Oeste.
Cuando comienza un western, una gran panorámica del Monument Valley o del clásico desierto norteamericano siendo surcado por una pequeña diligencia perdida en la inmensidad del monumental paisaje que tenemos ante nosotros. Probablemente, luego sonará el tema principal de la película y nos dispondremos a ver llegar a dicha diligencia a un pequeño pueblo del oeste, con su cantina, su salón y su burdel, además de una iglesia si es un pueblo sacado de una cinta fordiana. El tren de las 3:10 es un western de esos llamados psicológicos en los que presenciamos un tenso thriller camuflado de película del oeste, pero en la que la acción transcurre en un corto período de tiempo, y donde se huye de los grandes espacios abiertos y panorámicas que aprovechan todo el potencial del cinemascope que proporciona habitualmente este género para resguardarse en pequeñas casas y habitaciones asfixiantes que ahogan a los personajes encuadrados en frenéticos primeros planos, adentrándolos en situaciones extremas que suelen concluir con un catártico final en consonancia con toda la tensión acumulada. ¿Qué diferencia, por tanto, a la brillante cinta de Delmer Daves del clásico fordiano, aún teniendo un comienzo que podría catalogarse de prototípico, o de la hawksiana Río Bravo, con ingredientes parecidos? Quizás ese desencanto y ese cinismo que transmite el guión, esos personajes que se mueven por dinero y por dignidad más que por bondad, la interrelación y empatía que se establece entre el protagonista y el criminal, y la increíble puesta en escena del realizador, quien entrega aquí un ejercicio de estilo cercano al expresionismo alemán que anticipaba ese western crepuscular que tanto furor causaría de los años 60 en adelante, y que tan alejado estaría en ideales del western clásico que inauguró Ford con La diligencia.
Es un viaje interior de un perdedor buscándose a sí mismo para probar su valentía tras haber sido humillado ante sus hijos por ese matón con más pinta de miembro de la mafia calabresa que de cowboy interpretado de forma portentosa por Glenn Ford. Y es que aquí, el personaje encarnado por un magnífico Van Heflin no busca la gloria, si no dinero, lo que le hace colocarse en una posición que no dista demasiado del criminal Ben Wades. El contraste con el héroe clásico es notable, y esa figura del caballero andante que detenía solo al malvado se borra de un plumazo en la sensacional secuencia de la detención al comienzo del peligroso ladrón. Visto esto, la cinta nos sitúa en un interesante punto en la que el personaje de Ford tendrá un aire que, si no es más romántico y honorable, si que pone en un aprieto al espectador debido a la extraña dualidad entre bien y mal que lleva consigo, siendo un personaje con una moralidad un tanto dudosa, capaz de asesinar a alguien pero pedir para dicho cadáver un entierro digno en su ciudad. Es alguien con sus propias reglas, un código propio.
130/32(31/05/08) Gran western con un argumento muy simple, recuerda a Rio Bravo y El último tren a Gun Hill , dos estupendos films, pero lo que a este lo hace diferente es la relación que se establece entre el bueno y el malo, relación psicológica, un juego de tentaciones, del carismático Ben hacia Dan. Dan Evans-Van Heflin interpreta de un modo sensacional al granjero con problemas económicos, que a pesar de que el diablo posee una gran labia, sabe que por encima de todo, está el deber, la honradez y poder mirar a la cara a sus hijos. Una relación en la que no sabemos de que parte ponernos, bueno yo si, me postulo del lado de asaltadiligencias, pues Glenn Ford encarna a un villano tan soberbio, tan brillante, tan sobresaliente,con el que desde el principio empatizamos, que no deseo coja el tren y lo rescaten sus soldados. El enorme gran fallo que la hace no ser una obra maestra es que tampoco el director sabe por quién tomar partido y estropea la película con un final incoherente, sin sentido, sin pies ni cabeza, donde todo está cogido con papel de fumar, lastima la falta de valentía por parte de Delmer Daves, pues tendría que haber sido, con un buén final, uno de los mejores del género, y al final, nunca mejor dicho, se queda en un 7. La cinta impregnada de una atmósfera de cine negro de la que sólo escapa a través de eso bellos planos del Monument Valley, que sería de una del oeste sin es valle. Recomendable a todos los amantes del western y del cine, pese a su final. Fuerza y honor!!!
Generalmente, un remake sólo sirve para empeorar el original y subsanar las carencias creativas del Hollywood actual, sin embargo, también descubre uno en ocasiones films que, siendo de otro modo, no tendría la ocasión de descubrir.
Siendo Delmer Daves el autor de El tren de las 3:10 , y tras su acertadísima La senda tenebrosa , seguramente me hubiese topado a la larga con ella, aunque el hecho de obtener información mediante otras vías benefició en esta ocasión el pronto visionado del original. De todos modos, no suelo encauzar este tipo de críticas enfocándolas como una comparativa entre remake y original, y si hago en éste caso una excepción es por un hecho muy sencillo: la de Daves, es una película que tiene algo esencial que no hallamos en la de Mangold. Aroma. Porque esas puertas rechinando a la entrada de una taberna, esas miradas de soslayo, ese aplomo en el andar… todo ello es, exactamente, lo que le faltaba al remake. Podría entenderse que, en una era donde el western predominaba y se lograban resultados más que meritorios, todas esas características se encontrasen con mayor facilidad, pero en la cinta del cineasta californiano es tal la enjundia del conjunto, que ello supone más que un valor añadido.
Además, las interpretaciones de un Glenn Ford que mide cada gesto con perspicacia, y de un Van Heflin que cumple con creces en su papel de tosco pero animoso ranchero, logran que en El tren de las 3:10 sus personajes confluyan con una entidad distinta, y ya no se trata de la garra o el caracter, sino de algo que va mucho más allá, de la esencia de unos personajes que es entendida en cada uno de sus movimientos, ofreciendo así dos perfiles de lo más cercanos.
Gracias a esos perfiles, se logra desarrollar una historia que, lejos de un esquema que podría resultar sencillo, se despliega en el terreno de lo psicológico con una fuerza tremenda, y es que en cada diálogo uno puede sentir la presión ejercida de Ben Wade hacía su captor, encargado de custodiarle al tren que lleva a Yuma, llegando a herirle dotando de un impacto prácticamente inusitado cada afirmación que empuña, con sutileza, contra Dan Evans. Es ello lo que hace de este western una pieza que no tiene desperdicio y que, por si todo lo anterior no fuera poco, nos regala una conclusión espléndida, donde se demuestra que los personajes están pensados y trazados con una pericia fuera de lo habitual, y que sus principios se mantienen firmes incluso cuando la sangre se templa y apenas deja sentir el aroma. El aroma del Far West.