Chuka
Sinopsis de la película
Chuka, un veterano pistolero (Rod Taylor), y las dos pasajeras de una diligencia, Verónica, una joven y hermosa viuda, y su sobrina Elena, llegan a un fuerte del que no podrán salir debido al inminente ataque de los indios arapahoes. Tanto los soldados como los oficiales que componen la guarnición han sido destinados allí tras ser sometidos a consejo de guerra.
Detalles de la película
- Titulo Original: Chuka
- Año: 1967
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.3
73 valoraciones en total
Intenso y ejemplar western injustamente ignorado en su momento, que nos presenta una tensa historia de odios y venganzas, acerca de un grupo de civiles norteamericanos atrapados en un pequeño fuerte, a punto de ser asediado por los apaches.
Rod Taylor, (Los pájaros), protagoniza y produce esta notable película, acompañado del británico John Mills, (Operacion Crosbow, La hija de Ryan), en el papel de un cruel y atormentado coronel, y Ernest Borgnine, (Marty, Grupo salvaje), como su fiel mano derecha.
Repleto de acción y secuencias memorables, (la titánica pelea de Taylor y Borgnine, el asalto al fuerte de los apaches), esta angustiosa y memorable película no dejará indiferente a nadie.
Muy recomendable.
Prisioneros del destino y de si mismos, la escoria de la caballeria de los Estados Unidos y algunos civiles refugiados en un remoto fuerte en territorio arapahoe, dan las últimas bocanadas a la vida antes de lo inevitable, así y ante una apariencia de seres despreciables y justamente marginados por la civilización descubrimos a seres humanos imperfectos como los demás, pero también con capacidad de actuar siquiera contadamente con nobleza o bajo las pautas que les dicta su humanidad (protección, entrega a los demás, amor, etc..), también como el resto de los mortales. En este ambiente claustrofóbico y exasperante ( todos son conscientes de lo que se avecina), Gordon Douglas (Rio Conchos ) maneja la cámara con delicadeza y subjetividad, viendo a todos desde el punto de vista de los demás, transmitiendo cercanía y credibilidad.
También salen pieles rojas aunque el enemigo estaba dentro. Muy bien Rod Taylor, en busca de recuperar un pasado no asimilado. Y gigantescos, Borgnine (como siempre) y Mills. Peliculón con todas las letras.
Nos encontramos ante un western decididamente atípico, rodado en una época en la que el género había entrado en crisis y no tenía muy claro qué dirección tomar.
Lo más llamativo es que casi la totalidad de la acción se desarrolla en un escenario único y cerrado, un fuerte aislado y asediado cuya guarnición está compuesta por la escoria del ejército, y en la que incluso los oficiales que la mandan están destinados en ese lugar como castigo, a ellos se suman los pasajeros de una diligencia que se refugia allí de los indios. La interacción y las tensiones entre los diferentes personajes, todos ellos, civiles y militares, un hatajo de perdedores en una u otra forma, y la espera del ataque inminente del que nadie espera salir con vida, conforman el argumento.
Curioso el papel protagonista de Rod Taylor como pistolero (fue un actor competente que encajaba bien en papeles muy diversos, aunque nunca me lo había imaginado protagonizando un western), pero los que se llevan de calle la función son John Mills en el rol del amargado comandante y, sobre todo, el siempre formidable Ernest Borgnine haciendo de sargento duro pero en el fondo buen tipo.
Gordon Douglas es un profesional eficiente, pero la falta de presupuesto canta mucho, pues el fuerte se nota demasiado que es un simple decorado en un estudio cerrado (aunque eso contribuye a reforzar la sensación de claustrofobia de la historia) y el lienzo de muralla que se muestra y desde el que disparan los soldados es siempre el mismo (como si los indios sólo atacaran por un lado) y apenas mide unos pocos metros, en esos pocos metros es donde se muere todo el mundo. Los exteriores (algo casi esencial en un western) son casi inexistentes, y el fuerte nunca aparece visto desde fuera, al parecer tampoco había presupuesto para levantar un pequeño decorado en el desierto.
Se pueden hacer muy buenas películas con cuatro perras si se cuenta con la imaginación y el talento necesarios. CHUKA podía haberlo sido, pues el guión es bastante sólido, con una dirección que hubiese sido capaz de darle más brío a la historia, más fuerza a las escenas, más garra a los diálogos y a los personajes y, también, con unos decorados más imaginativos.
En todo caso, una película curiosa que se deja ver bastante bien.
A falta de conocer su remake para televisión de Nevada Smith (1966), y a la vista de los resultados de su posterior incursión en el western —Forajidos de Río Bravo (1970)— o en otros géneros —citando las estrenadas en España: F de Flint (1967), Hampa dorada (1967), El detective (1968), La mujer de cemento (1968), Ahora me llaman señor Tibbs (1970), Masacre (1973), ¡Viva Knievel! (1977)—, no resulta arriesgado afirmar que Chuka es la última gran aportación al western de Gordon Douglas y la última gran película de su carrera. Chuka conforma junto con esa obra maestra absoluta que es Río Conchos (1964) —olvidémonos que entre ellas se encuentra Hacia los grandes horizontes (1966), su desafortunada nueva versión de La diligencia (1939)— una suerte de díptico donde hallamos lo mejor del western de Douglas, aderezado además con notables capas de sordidez, violencia y pesimismo.
Si Río Conchos concluía con una devastadora batalla final repleta de fuego y destrucción, Chuka se abre con un memorable prólogo en el Fuerte Clendennon, principal escenario del film, donde ha tenido lugar un combate entre soldados e indios arapahoes. Un nuevo pelotón de soldados ha ocupado el recinto, y el oficial al mando redacta en voz alta un informe de lo ocurrido —en presencia del silencioso jefe arapahoe Hanu (Marco López, aquí acreditado como Marco Antonio), el mismo que dirigió el ataque contra el fuerte logrando acabar con todos sus ocupantes y ahora prisionero del ejército— a partir de los documentos del comandante en jefe de dicha guarnición, el coronel inglés Stuart Valois (John Mills), también fallecido en combate, donde se especifica que en el recinto se hallaban varios civiles, entre ellos un pistolero conocido con el nombre de Chuka (Rod Taylor, también coproductor de la película). Empieza aquí un largo flash-back, que abarca hasta el final del relato pero que a pesar de su carácter aparentemente informativo no pretende ser la reconstrucción de lo ocurrido llevada a cabo por aquel oficial, sino la exposición de lo vivido realmente, es decir, va más allá de la fría investigación burocrática que lo motiva y se interna en las ocultas dimensiones humanas de los hechos. Ese tono introspectivo que impregna todo el relato resulta evidente no sólo porque, a medida que avanza la narración, iremos descubriendo aspectos sobre la psicología de los personajes que el oficial que lleva a cabo aquella investigación es imposible que conozca, sino sobre todo porque la puesta en escena de Gordon Douglas mantiene en todo momento un carácter cerrado, casi claustrofóbico, por medio de una severa planificación que unifica interiores y exteriores convirtiéndolos, por así decirlo, en espacios para la intimidad y la confidencia, algo absolutamente coherente en el contexto de un film lleno de secretos de índole personal.
Este fascinante western de pequeñas dimensiones y largo aliento, surgió cuando el realizador, Gordon Douglas, crecido en el ámbito de la serie B, llevaba varios años trabajando con diferente fortuna en películas de alto presupuesto y hacía tiempo que el western denostaba el clasicismo para abrazar el western crepuscular. Por sus características, significó un retorno de Douglas al cine de presupuesto reducido y un western que no terminaba de encajar en lo que en aquella época se hacía en el género.
Es un western sombrío y nada complaciente, que bien podía verse como una versión en formato western de El desierto de los tártaros de Valerio Zurlini (con la diferencia de que el enemigo aquí se hace presente), ese tono introspectivo que impregna todo el relato en el que unos personajes desterrados en un reducto fantasmagórico viven la obsesión de la muerte oteando siempre el horizonte. Western lúgubre y espectral que juega tan bien con el tiempo y con la muerte, pues sus personajes viven simultáneamente su presente y su pasado.
En las miradas que se entrecruzan el pistolero Chuka (Rod Taylor) y la mexicana Veronica Kleitz (Luciana Paluzzi), en las que se hace notar un pasado compartido que ninguno de los dos se atreve a sacar a la luz detrás de los muros del fuerte donde se encuentran, en la ciega obediencia, el respeto y el exagerado sentimiento protector del sargento Otto Hahnsbach (Ernest Borgnine) por el coronel Stuart Valois (John Mills), en la alucinada mirada de Otto Hahnsbach cuando rememora ante Chuka la causa de esa obediencia, ese respeto y esa protección, en la figura del elefante que el coronel guarda en su habitación, y su mirada perdida, su adicción a la bebida, fruto de su frustración personal.
Todos están allí huyendo de su pasado, todos tienen algo que ocultar en un clima de constante tensión. Un western en el que hasta el lanzamiento de flechas y lanzas por parte de los indios y los disparos de los soldados para hacerles frente, tienen algo de rito. En el aspecto técnico es importante destacar, una puesta en escena sofocante y claustrofóbica, el uso de la grúa por parte de Douglas, muy habitual en sus westerns. Gordon Douglas es un interesante cineasta a reivindicar.