Calle sin salida
Sinopsis de la película
En una calle de Nueva York, la miseria y la delincuencia conviven con la riqueza de los inquilinos de un lujoso bloque de apartamentos. Inevitablemente esos agudos contrastes acabarán desencadenando tensiones entre los dos mundos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Dead End aka
- Año: 1937
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
Película
7.1
97 valoraciones en total
Bienintencionada película que resulta más una página de denuncia que una trama cinematográfica, más una cuestión de nominalismo descriptivo que una fabulación propiamente dicha y más un documental calculado para causar efecto que una obra surgida de la inspiración.
Incluso para señalar los pingajos y las joyas que ocupan los dos extremos de la asimetría social es preciso un ejercicio de mayor calado artístico.
La película, no obstante, se ve con agrado.
Cuando la vida te trata mal y las arrugas de la piel delatan que Nueva York no es una ciudad encantadora, incluso el joven H. Bogart puede sentirse nervioso y hacer tonterías.
Sin mayores pretensiones.
Magnífico retrato social de una barriada popular neoyorkina, Dead end analiza eficazmente los ambientes, personajes y problemas que preocuparon a cierto sector de la izquierda o el progresismo estadounidense durante la era Roosevelt.
Así, aunque la película se sirve de la figura destacada de un Gángster (de vuelta por su antiguo barrio), el tema central que en ella se aborda es la injusticia social y el desprecio que las clases pudientes sienten hacia los más desfavorecidos, es ese desdén, y el recurso fácil al autoritarismo policial, el que crea el caldo de cultivo de la pequeña delincuencia, encarnada aquí por una pandilla de chicos, ansiosos por destacar con sus bravuconadas y gamberradas. El personaje interpretado por Bogart tiene bastante interés, por cuanto es, en realidad, una imagen premonitoria de lo que acabarán siendo dichos chavales, si alguien no lo evita. Y los llamados a evitarlo no son ni las autoridades, ni los ricos, ni la policía, sino aquéllos en los que sí se puede confiar: los miembros de las clases trabajadoras, encarnados aquí por Sylvia Sidney y Joel McCrea. Estos dos personajes son los mejor valorados en el filme, ya que a su honradez y honestidad cabe añadir un talante comprensivo, predispuesto a otorgar oportunidades a los que habitualmente no las tienen.
El tono de la película resulta lógico siendo el guión obra de Lillian Hellman, conocida izquierdista que en 1952 se negaría a dar nombres ante el Comité de actividades Antiamericanas, actitud por la que permanecería diez años en la lista negra. Con William Wyler, de ideología más moderada pero también progresista, colaboraría en más ocasiones, siendo la más significativa su guión para La loba , una de las obras mayores del director. Wyler logra una vez más una realización aparentemente simple, sin alardes, siempre al servicio de la historia y no desprovista de elegancia formal, como se aprecia al inicio, con una cámara montada en grúa que desciende lentamente desde las alturas hasta el barrio y la calle sin salida (por cierto, estupendos decorados). También es reseñable su habilidad para emplazar la cámara, de modo que con mínimos movimientos sea capaz de reflejar el máximo posible de situaciones y personajes. La fotografía, a cargo del habitual Toland, es tan buena como siempre, y las interpretaciones correctas, especialmente las de los chicos que componen la pandilla.
Para concluir, Wyler vuelve a elevar la cámara por encima de la calle y del barrio, mostrándonos, a lo lejos, los rascacielos de Nueva York (pintados, claro). Es un cierre sencillo, lleno de lógica y de cierto pesimismo, por encima de esas calles y barrios degradados e injustos, la gran ciudad sigue su ritmo, indiferente a todo, y como titularía King Vidor… el mundo marcha.
Wyler retrata a la perfección el sistema de castas de principio de siglo en las grandes ciudades norteamericanas, junto con el auge de la delincuencia y el crímen organizado.
Uno de los primeros films en donde comienza ya a destacar Bogart, pese que aun sigue partiendo como secundario para mayor gloria de la pereja protagonista (McCrea y Sidney), imponiendo con ello esa imagen de hombre duro que lo acompañó a lo largo de su filmografía.
Muy destacable también la utilización de la iluminación, lo que conforma escenas de gran factura,k como la persecución de Bogart.
Unos chicos juegan en una mísera calle de Nueva York. Son chicos callejeros, sólo conocen la pobreza y la supervivencia, son pequeños delincuentes en ciernes. A esa calle llega un señor de mediana edad que también fue un chico de esos, ha acabado siendo un asesino y viene a visitar a su madre…
El pasado y el presente de una serie de personajes se nos muestra en todo momento mediante paralelismos. Observamos a unos niños que se están envileciendo en las calles y al mismo tiempo vemos a un personaje que en el pasado fue como ellos. También observamos edificios lujosos ala lado de otros absolutamente ruinosos.
Se trata de una verdadera calle sin salida en la que la juventud es desperdiciada y la pobreza no deja acceder a mejores posiciones sociales. La delincuencia es el modo más fácil de ganarse la vida. Poco a poco los valores se dejan de lado, la supervivencia manda y la vida de las familias se destruye. El reformatorio infantil es el primer paso en la degradación moral de los jóvenes, después vendrá la cárcel… El argumento de la película funciona como un juego de espejos que nos muestra una metáfora escénica sobre la juventud, la sociedad de clases, la educación y la reinserción.
Pese a que Humphrey Bogart no es el claramente el protagonista, realiza claramente la mejor interpretación de la obra. Una interpretación llena de matices y sugestiva, intensa. La fotografía es excelente.
Se trata de un filme aparentemente estático (al desarrollarse en un sólo escenario) pero realmente dinámico, con un desarrollo riquísimo, que evoluciona suave pero constantemente hasta alcanzar el punto culminante final. Varios personajes perfectamente dibujados desarrollan su vida cotidiana en escenas llenas de matices.
Filme naturalista, de perfecta factura, posee el secreto clásico de ser simple a la vez que complejo sin dejar de entretener, de ser serio, trascendente a la par que informal, poseyendo así varios niveles de lectura.
Un día cualquiera, acompañé a un amigo que planeaba comprar una casa y quería mi opinión acerca de ella. Convencido de que, en toda observación es necesario considerar el entorno, tremenda sorpresa me llevé cuando, en medio de aquel humilde barrio, de calles empinadas y agrietadas, con viviendas húmedas y mal construidas, y con difícil acceso para cualquier vehículo, sobre una meseta surgía, terriblemente conspicua, una imponente mansión, ostentosa y llena de comodidades. No era difícil imaginar a qué suerte de individuo pudo ocurrírsele semejante idea, pues, el paisaje resultaba extravagante y de un pésimo gusto.
Al ver la película de William Wyler, <>, compruebo que no era insólito lo que presencié aquel día. Estamos, entonces, en la New York de los años 30 (siglo XX), donde algunos ricos, atraídos por el pintoresco paisaje de los ríos con sus monumentales puentes, optaron por construir sus lujosas viviendas en medio de la pobreza y del más extremo contraste habitacional. Por supuesto, la integración no existe. Ellos cuidan sus casas con vigilantes armados, reclaman la presencia constante de las autoridades… y miran con la mayor indiferencia a quienes no son como ellos.
Los pobres, por su parte, se acostumbran a sus desdenes y aprenden incluso a mofarse de ello… y, de vez en cuando, alguien les cobra a aquellos poderosos la mezquina actitud con que tratan a sus semejantes. Habita aquí una pandilla de traviesos muchachos que bordea la delincuencia, y entre ellos y la repentina presencia de Baby Face Martin, el nuevo gánster surgido del barrio, las cosas tendrán un fuerte significado a lo largo de todo un día.
Con otro edificante guion escrito por, Lillian Hellman, basado en una obra teatral de Sidney Kingsley, el director William Wyler, recrea con lucidez aquella atmósfera desequilibrada y llena de ominosos contrastes donde lo más brillante es, quizás, el descubrimiento gradual que, de su propia vida, va teniendo el curtido Martin.
Humphrey Bogart, hace un rol secundario con eficacia protagónica y es su personaje el de mayor significado y penetración a lo largo de todo el filme. Joel McCrea, como el hombre que superó su traviesa adolescencia para convertirse en un profesional que vela por la paz del barrio, pesa mucho menos ante los hondos matices con que se recrea a aquel gánster vestido de seda, que ahora descubre que prosperó a costa de lo más querido.
Cabe mencionar también a la pandilla, representada por un grupo de jóvenes actores que se hizo conocer primero en la representación teatral, y que causó tanto impacto con este filme, que comenzaron a ser llamados los Dead End Kids (Los chicos de Calle sin Salida), y como grupo, aparecerían luego en seis filmes más con notable éxito.
Si deseas presenciar los deplorables contrastes sociales que aún padecemos en nuestra sociedad, ésta es la clase de película que no deberías perderte.
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