Waves 98 (C)
Sinopsis de la película
Desilusionado por su vida en la periferia aislada de Beirut, Omar se adentra en las profundidades de la ciudad. Sumergido en un mundo que es familiar, pero extraño a su realidad, pierde el sentido y debe luchar para conservar sus vínculos y el sentimiento de pertenencia.
Detalles de la película
- Titulo Original: Waves 98 (S)
- Año: 2015
- Duración: 15
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Opinión de la crítica
Película
6
37 valoraciones en total
Omar, un adolescente que vive en un suburbio al norte de Beirut a finales de los 90, está harto de la agobiante realidad que vive día a día. Las noticias del belicismo imperante en la capital libanesa segregada se suceden en la televisión y hacen que la esperanza de un mundo mejor se reduzca cada vez más. Omar utiliza como vía de escape la azotea de su casa, un piso en el que vive con unos padres que parecen indiferentes tanto a él como a lo que acontece a su alrededor. Sin embargo, esa azotea ya no resulta ser suficiente y la visión que desprende de la ciudad provoca que el joven se lance a ella con su moto para explorarla y escapar de una existencia que no le satisface.
En pleno Beirut, Omar descubre un gran elefante de oro, algo que se sale de la norma y que lo engulle en su interior para iniciar un viaje en el que encuentra un paraíso terrenal. Así, el chico cree haber escapado de su otro yo , ese que se muestra al principio del cortometraje y que representa las cadenas que le unen a una rutina marcada por la dicotomía que su director, el libanés Ely Dagher, establece entre imágenes reales y animadas. El último plano, con el elefante levitando sobre un agua llena de realismo, transmite que esa dualidad, a pesar de anhelos escapistas, va a continuar a los ojos de alguien que aún no ha encontrado su sitio.
El libanés Ely Dagher vuelve en su segundo cortometraje de animación a retratar una historia ambientada en su Beirut natal. Ganadora de una Palma de Oro en la edición 2015 del festival de Cannes, Waves ’98 supone una importante mejora a nivel de medios respecto de su anterior Beirut , conservando por otro lado trazos de estilo narrativo y temática muy característicos.
La trama de Waves ’98 es más bien sencilla. Tenemos a un joven estancado en su vida y relaciones sociales y familiares, harto de la monotonía de una ciudad gris y en constante riesgo de conflicto, que encuentra un día su salvación momentánea en la forma de un elefante dorado, en cuyo interior se le aparece el mundo paradisíaco al que siempre había deseado escapar. Sin embargo, su alegría dura poco al descubrir que la deprimente realidad de la que pretende huir sigue acechándole dentro de su propio sueño.
Frente a esa sencillez argumental Dagher plantea una representación visual muy compleja en la que despliega un amplio arsenal de recursos, mezclando grabaciones reales con animación y utilizando un montaje de imágenes muy variado y dinámico para representar a un nivel profundamente íntimo el viaje de Omar. Al estilo de Beirut , juega libremente con las perspectivas, cambiando de plano con frecuencia, y llevándolo a un nivel todavía más refinado al entremezclar dibujo y acción real según el punto de vista que tome la imagen. Este enfoque visual tan creativo y abrumador se convierte en la principal baza de un cortometraje que realmente no nos cuenta nada que no haya sido explorado en un buen número de ocasiones anteriormente, pero que lo hace de una forma lo suficientemente llamativa y original como para que adquiera una fuerte identidad estética, con una imaginación en ocasiones muy sorprendente y captando a la perfección las sensaciones oníricas que acompañan a una historia en la que realidad y fantasía se funden y terminan formando parte del mismo continuo a través de la mente de su protagonista.
Esta experiencia visual fascinante sustenta una meditación tremendamente evocadora, en la que la experiencia personal de su autor está muy presente en todo momento. ¿Es posible pasar página de algo que forma parte de manera tan intrínseca de la vida de una persona? Al fin y al cabo él mismo declara que Waves ’98 funciona como una representación de su propia relación con Beirut. La conclusión a la que llega la cinta cobra un sentido especial de este modo. No es solamente la historia de un joven que desea huir de su entorno. Es una recapitulación necesaria de la vida del propio Dagher, que abandonando su Beirut natal nunca llegó a sentirse fuera de ella, y que a través del cortometraje representa las sensaciones que le han acompañado durante este proceso.
Waves ’98 es un cortometraje notable, todavía lejos del nivel alcanzado por las obras maestras del género, pero sin duda merece la pena y coloca a Ely Dagher como una figura a seguir en los próximos años, con una visión de la animación que es como poco única, con un estilo ya plenamente definido y diferenciado y un potencial a nivel de discurso narrativo, técnica y capacidad de experimentar que ha demostrado ampliamente tanto en ésta como en su primera cinta.
Texto escrito para http://www.cinemaldito.com
http://filmicas.com
Durante la Guerra Civil Libanesa, que se extendió por 15 años desde 1975, la ciudad de Beirut fue dividida por una línea (la línea verde), evidencia de la intensificación de las tensiones entre una Beirut del Este mayormente cristiana y una Beirut del Oeste principalmente musulmana. En Waves 98, el director Ely Dagher mezcla autobiografía y fantasía para dar una imagen no sólo del Beirut post-guerra de 1998, sino del paso del tiempo y del peso del pasado en el presente.
En el cortometraje ganador de la Palma de Oro en el festival de Cannes de 2015, un joven libanés cansado de escuchar día tras día las mismas noticias deprimentes pasa sus días en una terraza en los suburbios de Beirut mirando a la ciudad, pálida y monótona. Tras ver un destello de luz en la lejanía, el joven decide acercarse, adentrándose en las entrañas de un elefante dorado donde encuentra un mundo juvenil en un trance idílico del que es expulsado abruptamente.
A pesar de durar sólo 15 minutos, en Waves 98 se siente, constantemente, el paso del tiempo. Y el tiempo no es circular, sino plano. El hombre mayor que aparece al principio y al final de la historia, quejándose de los mismos males que nuestro protagonista, ¿es él mismo? ¿Nada ha cambiado en tantos años? La historia no se repite, simplemente nunca cambia.
La monotonía del día a día en las primeras escenas—¿cuántos días pasan? ¿dos? ¿cien?—es un reflejo de la inercia de las sociedades y la lentitud del cambio social. Las barreras físicas, como la línea verde, pueden desaparecer en cuestión de horas, pero las barreras mentales son más difíciles de destruir que de construir. Y así, un espacio que oficialmente no está segregado lo continúa estando por esas barreras invisibles que persisten y que se transmiten casi como genes de una generación a otra.
¿Podemos liberarnos de esos lastres del pasado? ¿Puede escapar la nueva generación a los errores y las consecuencias de las acciones de las generaciones anteriores? El ideal juvenil, libre, incluyente, colorido e imaginativo, representado en el cortometraje por el mundo dentro del elefante dorado, existe en contraste con la realidad gris, amarilla y empírica del exterior. Esta distinción entre idilio y realidad, evidente en los colores de cada escenario, se ve reforzada por una decisión estética: la de combinar reales con animación. Ningún escenario, sin embargo, es completamente real, ni completamente animado.
Por unos breves minutos, el protagonista y los jóvenes que lo rodean parecen existir en otro mundo, un mundo de posibilidades, el futuro moldeable, en sus manos, una promesa que también es repetida generación tras generación. Pero una promesa vacía, al fin y al cabo. La nueva generación no tiene todo en sus manos, ni puede hacer lo que quiera con el presente. El pasado llegará reptando a recordarle al protagonista quién es y de dónde viene, y que es inútil ignorarlo, por más azaroso que sea. Pero el pasado no es tampoco una sentencia. El elefante estará siempre allí, en el aire, flotando.