Vortex
Sinopsis de la película
La historia sigue a una pareja de ancianos. Él tiene problemas de corazón y ella padece Alzheimer. Una mirada cercana a la realidad de este matrimonio que trata de lidiar con sus enfermedades y el paso del tiempo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Vortex
- Año: 2021
- Duración: 142
Opciones de descarga disponibles
Si lo deseas puedes descargar una copia de esta película en formato HD y 4K. A continuación te añadimos un listado de opciones de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
7.1
93 valoraciones en total
El nuevo trabajo del cineasta argentino Gaspar Noé, del que siempre se puede esperar algo diferente y alejado de lo convencional, es una historia dramática que tiene como protagonistas a dos ancianos que viven en París y están enfermos. La película se presentó en la pasada edición del Festival de Cannes, y en nuestro país se proyectó por primera vez en la sección Zabaltegi-Tabakalera, ganado el premio a la mejor película de la sección.
En esta ocasión Noé aporta su visión personal sobre la vejez, inspirado por lo que fue la historia personal de su madre en los últimos años de vida, y lo hace buscando provocar tensión en el espectador planteando unas situaciones extremas con las que se tienen que enfrentar ese matrimonio mayor.
Hasta la fecha no había conectado con los trabajos anteriores del director, pero tenía muchas expectativas puestas en esta película que se han cumplido. El tema no es novedoso, ya que está presente en algunas películas clásicas europeas, y más recientemente en Amor de Michael Haneke, una película que nos vino a la mente mientras estaba viendo Vortex , y abordando la decrepitud del ser humano.
Con una duración cercana a las dos horas y media y con un ritmo pausado, aportando unos toques diferentes a nivel formal, con el empleo de un formato de pantalla con una división en dos partes para obligarnos a seguir de manera paralela a los dos personajes, lo que requiere una mayor atención del espectador a la hora de seguir la historia, con una parte final predecible, pero que sigue produciendo angustia, y que sigue manteniendo la esencia del cine del director.
Para los papeles protagonistas, el cineasta argentino residente en París ha contado con la veterana actriz francesa Françoise Lebrun para interpretar a la anciana que tiene una enfermedad mental, y con uno de los iconos del cine de género, el director italiano Dario Argento como ese escritor mayor que tiene problemas graves de corazón y al que no le conviene una vida de sobresaltos como la que le provocan las acciones realizadas por su mujer. Ambos están magníficos, en unos papeles muy diferentes pero que sacan adelante con solvencia, en unas actuaciones que son fundamentales para mantener la tensión de la historia y provocar angustia en el espectador. Junto a ellos tiene un papel secundario en cuanto a tiempo de aparición en pantalla Alex Lutz, que cumple como el hijo único de ese matrimonio, que es adicto a las drogas, cuyo personaje tiene un par de conversaciones importantes con su padre.
A nivel técnico la película destaca por el empleo de ese formato dividido de pantalla que, sin ser novedoso, requiere de una gran planificación y de cuidar al máximo cada una de las escenas. Un gran trabajo de Noé en la dirección, así como del director de fotografía Benoît Debie.
No es una película sencilla ni fácil de recomendar, aunque puede tener su público, ya que su punto de partida es sencillo, y el director busca provocar, en unos sentimientos encontrados de amor y odio. Si buscan experiencias diferentes y un cine original no se la puedan perder cuando se estrene en los cines españoles.
LO MEJOR: Conseguir la atención hasta el final. La dirección y las interpretaciones.
LO PEOR: El desenlace no sorprende.
Pueden leer esta crítica con imágenes y contenidos adicionales en http://www.filmdreams.net
Sala llena. Normal, viene a presentarnos su película el enfant terrible —con permiso de Xavier Dolan— de la cinematografía francesa. Reverenciado por su tendencia a la controversia y a una estética bañada en rojo — Irreversible — o luces estroboscópicas — Climax , Lux Aeterna —, que Gaspar Noé genere tanta expectativa no es de extrañar. Se le considera una voz —¿lúcida?— de las ansiedades y peligros romantizados del siglo XXI. Ya sea que te revienten la cabeza con un extintor, que te violen en un pasillo en el metro o que te metan burundanga en la bebida cuando estás de fiesta con los colegas, Noé está ahí para representar esas realidades y plantárselas de forma cruda al espectador.
Vortex , al más puro estilo David Lynch con A Straight Story —aunque no tan marcado como en este caso—, supone un giro a la izquierda para aquello que nos tiene acostumbrados el director argentino. Habiendo sido víctima de una hemorragia cerebral en el 2020 prepandémico, Noé parece que ahora quiere tomarse las cosas un poco más tranquilamente. De chill, podríamos decir. Lejos de las drogas —pero no de los medicamentos— y los bacanales ambientes de las fiestas a las que nos tiene acostumbrados, Vortex se centra en la historia de una pareja ya mayor cuyo amor y salud se desintegra a pasos agigantados. El personaje de Dario Argento sufre del corazón y el de Françoise Lebrun de la cabeza. Están, como quien dice, bien jodidos, pero no tienen ganas de dejar la casa en la que han desarrollado su vida. Una casa con personalidad, cargada de libros e historia. En el preguntas y respuestas posterior a la proyección de la película, Noé menciona a Borges y cuán relevante ha sido en su vida. Algo de borgiano tienen los laberínticos recovecos de esa casa, donde los reposabrazos se han sustituido por libros sobre el sentido de los sueños y el suelo va experimentado varios episodios de desnivelación. No parece ser muy grande, pero uno puede perderse en esa casa.
Por supuesto, la creación de un espacio enmarañado como el que se crea en Vortex no responde a un principio baladí. Decía que el personaje de Françoise Lebrun sufre de la cabeza. Alzheimer, concretamente. Aquello que antes le era tan conocido se ve velado por una caprichosa capa de olvido invisible, que aparece y se desvanece a placer, sin avisar, sin decir nada. La idea es que nosotros, cómodos espectadores —aunque algo incomodados, adrede, por los recursos técnicos y narrativos de la película—, nos perdamos como se pierde este personaje. Se establece un vínculo orgánico entre quienes vemos la película y quienes la viven. A eso director. Dice Noé que la idea de utilizar esta técnica se reduce al hecho de que cada uno, aun viviendo en pareja, está en su propio mundo y vive en una soledad propiamente fundamentada. Y también podría sacársele una lectura algo más penetrante en la enfermedad del personaje de Lebrun. Siguiendo con la línea solipsista de la intencionalidad del propio director, ni el hemisferio izquierdo ni el derecho —sean quiénes sean los que lo ocupen— funciona propiamente bien. Son dos personajes —tres, si contamos al hijo— que, por circunstancias de la vida, han devenido disfuncionales. La pantalla partida parece funcionar como una representación metatextual del propio cerebro de Lebrun. Nada funciona cómo debería.
También nos decía Noé que es una película de terror psicológico. Y, en parte, es cierto. Es un temor que debería ponernos los pelos de punta a todos, este Alzheimer. Es un destino que lamentablemente muchos compartiremos en el futuro. De esta manera, el terror psicológico salta de la pantalla y se nutre del miedo al futuro que todo ser humano que se precie cultiva, ya sea de forma privada o pública. La soledad, el no saber qué será de nosotros. Es un blanco fácil del que alimentarse, pero sorprende lo poco estudiado que está este aspecto desde el punto de vista cinematográfico. En una nota más comercial, la Supernova de Macqueen nos reducía a la más puramente visceral esencia humana de lo emocional a través del Alzheimer de un personaje no tan viejo que está perdiendo sus facultades cognitivas y recorre un último camino hacia su fin. La mediocre June Again , de Winlove, también apuntaba a esos lares, planteando a este insoportable personaje que se ve transportada en el tiempo, omitiendo porciones notables de vida, por esta odiosa enfermedad. Vortex cumple con la premisa y ofrece un testimonio que queda por encima de la media. Su textura emocional la hace única en su especie.
Vortex , este festival de penurias y patetismos —Noé, antes de comenzar la proyección, nos desea que lloremos mucho. Cabrón—, se extiende a lo largo de más de dos horas y veinte minutos. Y debo decir, ya como nota negativa, que se notan cada uno de los segundos de esa temporalidad. Evidentemente, también hay mucha intención detrás de esa larga duración. Los planos se alargan indefinidamente, jugueteando con el plano secuencia de forma intermitente. Los personajes van de aquí para allá, en ocasiones simplemente existiendo. El Alzheimer, por encima de otras cosas, es una enfermedad que trastoca la relación que el usuario mantiene con el tiempo. Los recuerdos se desvanecen momentáneamente y los minutos pasan de forma bizarra, en ocasiones motivados por una naturaleza caprichosamente aleatoria. Que Noé trastoque y manipule al espectador para que esa duración se sienta, no es solo justificable, sino que, visto lo visto, resulta necesario para que puedas fundirte completamente en la historia. Sin embargo, la naturaleza repetitiva de las acciones que van sucediendo en pantalla y la poca trascendencia que parece tener la historia a nivel emocional durante gran parte de su metraje —luego la película pega, y lo hace fuerte—, hacen que esas más de dos horas y veinte se sufran de un modo distinto. Jamás pensé que durante la proyección de una película de este director me invadiría el tedio y el sopor, pero, por desgracia, así ha sucedido.
Sigue en Zona spoiler:
La vejez es la única enfermedad de la que uno ya no espera curarse jamás, decía el personaje Mr. Bernstein en la archiconocida película ‘Ciudadano Kane’, pues no hay solución para el estado senil.
Gaspar Noé, habiendo vivido la muerte de su madre bajo la degeneración mental causada por el Alzheimer, después de haber vivido una experiencia cercana a la muerte por hemorragia cerebral, y metido de lleno en una pandemia mundial, decide hacer un largometraje sobre la etapa final de la vida: la senectud y su desenlace inevitable.
Una pareja de ancianos, que vivieron mayo del 68 como unos jóvenes intelectuales de izquierdas, brindan en 2020 sobre el futuro y porqué la vida es un sueño dentro de un sueño.
La demencia se explicita con la división de pantallas, que lleva hacia una soledad compartida, dejando ver los momentos de incomodidad que genera el ‘otro’ y el ‘uno mismo’. Porque la incomodidad, la insatisfacción, sola o compartida, es inevitable, y solo hace que ir en aumento a medida que avanzamos hacia nuestra propia muerte. Y me atrevería a decir que el film va sobre esto: sobre el sufrimiento que inexorablemente in crescendo nos va asfixiando paulatinamente hasta su resolución última, que es la muerte, reduciendo a cenizas inútiles todas nuestras acciones realizadas en vida.
Siendo esta la película menos violenta del director (en un sentido explícito), es acaso la más demoledora, porque nos enfrenta a la pantalla como el espejo de nuestra propia vida y la fatalidad inevitable de nuestro destino, porque aquello que más duele es la realidad, no la ficción, es la verdad, no la falsedad, y esta película, improvisada en su mayoría (con un corto guion de 7-10 páginas), es un golpe de realidad tremendo.
En ‘Solo contra todos’ nos dice:
Se nace solo, se vive solo, se muere solo
En ‘Irreversible’ aparece en grande:
El tiempo lo destruye todo
En ‘Climax’ se rezaba:
Existir es una ilusión fugitiva.
Nacer es una oportunidad única,
Vivir es una imposibilidad colectiva,
Morir es una experiencia extraordinaria
Todas estas sentencias encajan perfectamente con ‘Vortex’, porque las obras de Gaspar Noé siempre tienen como tema la vida misma: la condición humana compartida por todos nosotros. Y quizá ésta sea la más personal y documental en sentido autobiográfico, es decir, la que expresa de manera más intimista la condición humana.
Al principio del film ya nos dice que es una película dedicada a todos aquellos a los que se les pudre el cerebro antes que el corazón. Pero es una película que, más allá de la demencia senil, nos explica de manera cruda y sin rodeos algo por lo que todos tendremos que pasar: la degeneración vital, repentina o paulatina, que culmina en un sufrimiento agónico del cual nos liberamos gracias a la muerte.
Al terminar el largometraje tuve la oportunidad de preguntar a Gaspar sobre la relación entre el sufrimiento humano y su creación artística. Él dijo que sus películas también son alegres, aunque traten temas duros, y que hay un goce en el propio hacer cinematográfico. Mas es un goce que sirve de contrapunto necesario al sufrimiento vital, y que su desenlace siempre es trágico (con toque cómico). Porque la vida es una tragicomedia que Gaspar Noé nos expone a través de su obra fílmica como el mejor de nuestra época.
Vortex fue anunciada a escasos días de la inauguración del Festival. Poco se sabía de ella: una divisa ( Life is a short party that will soon be forgotten ), un protagonista (el consagrado director de giallo Dario Argento) y una imagen (un rostro cubierto, quizá asfixiado, por una sábana). Su estreno mundial —el más vespertino de todo el certamen— estaba programado para las 11h de la noche en el Teatro Debussy. Sin embargo, la alegría habitual de Bill Murray, ocupado repartiendo rosas entre el público al terminar la proyección que precedía a Vortex, retrasó su inicio hasta la madrugada. Mientras tanto, masas ingentes de fanáticos de Gaspar Noé (el cuello de la chica de delante rezaba IRREVERSIBLE en tinta negra) se amotinaban impacientes en la entrada. Pero, ¿acaso la nocturnidad y posible alevosía no hacían sino añadir expectación al último crimen del enfant terrible del cine francés actual? Cuando por fin ocupo mi asiento —solo a unos metros por encima del propio Noé, Dario y Asia Argento, Françoise Lebrun o Tilda Swinton, entre otros— comienzo a inquietarme, embriagado por el sudor, los aplausos y los gritos de emoción que presidían el auditorio. Sabía que esto era lo más cercano que estaría a un espectáculo de gladiadores en el s. XXI. ¿Quién sería el protagonista esta vez? ¿La sangre, el sexo, la adicción, el incesto?
Las luces se apagan y la pantalla se funde en negro. En la primera escena, dos ancianos entrañables se comunican de ventana a ventana para reunirse minutos más tarde y copa de vino en mano en el patio de su inmueble parisino. La vida es bella y el mundo un lugar amable y hermoso, así que me pregunto qué le esperará a nuestra pareja octogenaria. ¿Una brutal violación de 9 minutos como en Irreversible? ¿Un angustioso viaje psicotrópico como en Climax? ¿O una muerte infeliz como en Enter the Void? Pero nada de esto ocurre. Nos sorprendemos (creo hablar asimismo por el resto de la audiencia) cuando lo único que se cierne sobre los protagonistas es la vejez y sus inescapables miserias: la enfermedad, la muerte, el olvido.
A excepción de su magnífica primera escena, la pantalla de Vortex queda dividida en dos durante la totalidad del metraje. Noé, influido por los últimos días de su madre, transmite así su visión fatalista del trayecto vital: un espacio reducido y bien acotado de soledades compartidas. De esta forma dedica grosso modo una mitad a Argento y la otra a Lebrun. Sus actuaciones, que recuerdan al Harry Dean Stanton de Lucky en tanto que leyendas del cine que se interpretan a sí mismas en el epílogo de sus vidas, son apabullantes. También merece una mención el papel de hijo de Alex Lutz, próximo al camello desdichado de Enter the Void.
Aunque Gaspar Noé recurre a medios más ortodoxos que de costumbre, Vortex resulta tan demoledora y liberadora como cualquier otra de sus películas. Sus similitudes evidentes al Amour de Haneke funcionan más como homenaje que como copia. Es sincera, personal e inesperadamente bonita. Cuando abandoné la sala tras una ovación de varios minutos, recuerdo respirar el aire húmedo de la madrugada con el mar de fondo. Me sentí feliz.
Vista en première en el Festival de Cannes 2021.
No tengo mucho que decir sobre Gaspar Noé.
Las pocas cosas que he visto de él (unas mejores y otras peores) me han parecido sobrevaloradas y desde luego, esta mirada a la vejez me ha resultado, de largo, lo peorcito que he visto de él. No es original en su planteamiento, no alberga grandes sorpresas en su narración de una historia que, encima, dura muchísimo para contar poco y a un ritmo tan pausado que acabé viendo la película a doble velocidad por saber cómo acaba sin siquiera perderme nada de los diálogos.
Lo de filmar en doble plano la misma acción tampoco es nuevo y aunque empieza aportando cierto dinamismo, al rato se vuelve igualmente innecesario.
Todos sabemos que toda vida es un proceso de demolición, que la vejez consiste en ir perdiendo facultades y esperanzas, la edad de la memoria, etc. Pero hay muchas formas de contar eso. Si eliges la narración cruda, dura y sin fisuras, al menos confiérele ritmo a lo que cuentas, danos algo por lo que estar más de dos horas atendiendo a tu película.
Esto ya lo ha hecho Haneke mucho antes con Vivir, y mejor. Me he aburrido de lo lindo para al final, ver una historia que ya se ha contado y con mejores mimbres.
Poco más que decir. Si lo sé no aguanto hasta el final. Menudo rollazo.