Vivir es fácil con los ojos cerrados
Sinopsis de la película
Antonio (Javier Cámara) es un profesor que utiliza las canciones de los Beatles para enseñar inglés en la España de 1966. Cuando se entera de que su ídolo John Lennon está en Almería rodando una película, decide ir a conocerlo. Durante el viaje, recoge a Juanjo (Francesc Colomer), un chico de 16 años que se ha fugado de casa, y a Belén (Natalia de Molina), una joven de 21 que parece que también está escapando de algo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Vivir es fácil con los ojos cerrados
- Año: 2013
- Duración: 108
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Opinión de la crítica
Película
6.5
92 valoraciones en total
El día que dejé de creer en los superhéroes fue el día que comencé a creer en los genios. Seguramente a la salida del cine…
Genios que llevan la adrenalina en la sangre y se la inyectan a las palabras, dotandolas así de una honestidad que emociona hasta los huesos.
Esa es la sensación de puro gozo que te deja esta película. Con un reparto en estado de gracia y con Javier Cámara (un actor para dar de comer aparte). Domina la comedia y la tragedia como nadie. Básicamente porque consigue hacer creíble todo lo que sale por su boca. Todo en él es creíble. Pasa de Los amantes pasajeros a Ayer no termina nunca como si tal cosa. Y ahora vuelve a cambiar de registro mantenindo el nivel y la credibilidad de siempre. Un actor descomunal.
Genios como David Trueba, quien otorga el protagonismo total a la palabra y a los actores. Historias aparentemente sencillas formadas con personajes de carne y hueso.
Un cine que, afortunadamente sigue existiendo… Aquel que va de frente, sin trucos ni pretensiones. Un cine que habla desde la honestidad. Una honestidad que emociona. Una película para seguir creyendo en los genios.
Cuatro escenas y apenas veinte segundos bastan para comprobar cómo el quinto de los Trueba ha captado muy bien el estilo Garci. Se describe la España franquista (cómo no) y debemos estar en los sesenta. Todo muy cutre, muy sucio, muy de España profunda, pero que, oh milagro, en el cine resulta que refulge. Abrigos de corte perfecto, tweeds ingleses, colores berenjena, cartelería hiperfashion. Esos personajes tan oprimidos por esa España profunda (profundísima) resulta que van ataviados con ropajes de la última colección vintage de Ralph Lauren. Ni una motita de polvo. Ese recoleto coche en el que viajan nuestros tres ángeles, brilla como el sol. Ni la tierra del camino se le pega. Y qué pasarela de modelos la de la protagonista femenina. Oye, que en una maleta le cabe un vestido para cada día. Como el peor Garci, el del alcanfor, el barniz, la pátina y la irrealidad. Todo perfecto, ni una arruga, ni un botón desabrochado, ni un Guardia Civil con mancha en su uniforme… A años luz de lo que debían ser las vidas de esas gentes en esa España que David Trueba no conoció.
En cuanto al popurri de clichés, hay munición de la buena: el padre policía franquista que pega al hijo, la que intenta abortar saltando de una silla, el salido manoseador de jovencitas, el pobre profesor que se calienta la sopa en la plancha, el andalú de recepción al que no le entienden al hablar, los montes con el nombre del Caudillo como decoración, los niños mendigos que piden dinero, y, por supuesto, para no decepcionar a la parroquia, el cura que suelta mandobles… Y en la tele Fraga va Fraga viene. Ovación de la hinchada, con Marías y Millás a la cabeza. Qué España, dirán los propios. Como toca, sí señor.
Menos mal que David Trueba, que no conoció ni vio lo que describe, nos recuerda lo mierdas que eran todos los que habitaban aquella España. Sobre todo los andaluces. Ni uno bueno sale. Salvo los tres ángeles, el Catalán y la madre del muchacho, natural de Gerona, todo lo demás es ganado de tienta. Al larguero, David, casi nos la cuelas. Qué cool lo de el pan con tomate, lástima que lo inventara un aragonés. Y lo de clavarle al Catalán gafitas de pasta no está nada mal. Sutil diría yo. Y esa trompeta. El único ser sensible entre tanto salvajismo dictatorial. Menos sutil el tema de los acentos ¿El acento malagueño de la coprotagonista va y viene por algo o es que le daba la tos? ¿Es normal que el chaval, que se supone es de Madrid, tenga acento de Lérida (hoy Lleida, no se ofenda el respetable)? Ariadna, tan moderna ella con su autodeterminismo de nuevo cuño, hace de madre gerundense, pero parece más bien del mismo Valladolid. ¿Y de la dirección de actores qué? Aparte de la tendencia a la declamación de Jorge Sanz y Ariadna, el acento catalán del chavea madrileño y el amateurismo del resto del plantel, es cargante la retaíla de caidas de ojos, miradas furtivísimas e insinuaciones constantes de ella hacia el pobre Cámara. Joder, no me extraña que el bueno de Javier hasta le pida matrimonio.
Y, para que no falte de nada, como buena película española, una par de buenas… Qué escena más gloriosa la del manubrio. David, baja más la cámara. Muy de Pajares y Esteso. Qué bien estaba la chica. De vergüenza, como todo lo que no tiene que ver con la historia real de este profesor, amante de la música de los Beatles, cuya aventura sí mereció la pena, pero que David, con su obsesión por el sermón caducado y el pellizco de monja, aderezado con el almibar, el polil y el punteo del piano, convierte en un aborto de cine.
Si no fuera por Javier Cámara, que sostiene él solito la película, por lo que quiere contar y no sabe y por la última escena, con Strawberry fields forever sonando, le habría dado un uno.
Bona nit, Good night, buenas noschesss…
No sabe una en estas ocasiones si sentirse defraudada o aliviada. Te pones a ver una película que ha tenido un montón de premios Goya, vamos, casi todos, y a ti te parece un truño o un semitruño en el mejor de los casos.
En principio es para sentirse defraudada porque con tanto premio se supone que te esperas otra cosa, pero la verdad es que he sentido un poco de alivio al comprobar que una vez más difiero al cien por cien de los académicos españoles que eligen estos premios. Es ya como una tradición: vamos a ver la peli triunfadora de los Goya para reafirmarme en la idea de que esta gente va por un lado y mis gustos van por otro que está en las antípodas. Conste que con los Oscar me pasa tres cuartas de lo mismo.
Pues no, no soy yo mujer de gustos académicos, a la vista de mi disensión total de las decisiones de estos señores. Esta vez al menos no le han dado todos los Goyas a una peli sobre la guerra civil o sobre la posguerra, algo hemos avanzado. Ya vamos por los 70 y esto tiene un puntito más tipo Cuéntame.
La cosa va de un señor que es profesor de inglés y quiere conocer a John Lennon. Para ello se embarca en un viaje al sur de la Península para pillar a su ídolo en pleno rodaje en el desierto almeriense y comentarle que sus alumnos aprenden inglés con las letras de las canciones de Los Beatles. Este viaje lo lleva a cabo en un SEAT 850 de la época, color verde lechuga, muy setentero y muy guay, y por el camino va recogiendo a todo bicho viviente que se encuentra haciendo dedo.
Primero se le monta una chica embarazada que se ha escapado de una especie de centro de acogida de preñadas adolescentes y luego recoge al hijo de un policía nacional, que se ha escapado de casa (el hijo) porque su padre quiere obligarlo a cortarse el pelo. Y el profe, que es un plasta de cuidado, les va dando a estos dos una chapa de aquí te espero durante todo el camino, que es directamente para suicidarse o para asesinar al tío y robarle el coche. Un auténtico pestiño con una turboverborrea inasequible al desaliento que simplemente habla y habla sin parar sobre lo divino y sobre lo humano sin importarle un pimiento si sus interlocutores lo escuchan o no.
Por lo visto el señor este tan entrañable es totalmente real, de hecho estuvo al lado de David Trueba sentado durante toda la velada de los Goya, ya el hombre bastante cascadito, supongo que rememorando con nostalgia aquel viaje setentero que para él sería lo más de lo más de su vida pero que para mí no deja de ser una batallita superpesada y atrozmente aburrida.
Trueba da un repaso a la España de la época con todos los topicazos de rigor: la incultura, el analfabetismo, la brutalidad de las gentes del Sur, la miseria, los niños mendigos, la suciedad… en fin, lo que ya sabemos pero revestido de un aura de nostalgia, que hay que ver con lo cutre que era todo en aquellos tiempos lo amable que era la gente, lo fácil que era hacer amigos, y enamorarse, y crear afectos de ésos que nunca se olvidan. Qué tiempos aquéllos.
La verdad es que si no llega a ser por mi admirado Javier Cámara, que una vez más consigue mantenerme con su presencia pegada al sofá, creo que no habría podido soportar hasta el final. La muchacha y el niño coprotagonistas me parecieron de un soso y de un pasteloso sin igual y la historia entre ellos tan poco creíble y tan insustancial como ellos mismos. Pero bueno, ahí está Javier para compensar un poco y hacer estos trances algo más llevaderos.
Vivir es fácil con los ojos cerrados rezuma lirismo en su viaje a una España felizmente pasada.
Relajadamente, transmite la agradable melancolía con la que se recuerdan las buenas personas, la perplejidad adolescente, la comida compartida, una melodía y el impulso rebelde por crecer libremente.
Situada en los campos de Níjar a los que cantó Juan Goytisolo, la acción fluye ligera alrededor de la figura de un hombre tan generoso como feúcho, tan anodino como saleroso, tan acomodado como capaz de discernir la injusticia. Machadiano y amante de la lectura de Antonio Machado. Un maestro desparejado que refleja en sí mismo una era henchida de bonhomía. Al tiempo que conformista, cándida y temerosa.
David Trueba dirige esta su sexta película, recuperando su primoroso interés por la edad del porvenir. Aquella que mostró en su ópera prima «La buena vida», su mejor cine hasta la fecha, y a la que por fin supera.
Junto al personaje central, dos niños que dejan de serlo. Encorsetados entre normas sociales, numerosos hermanos y progenitores de guía violenta. Y cuyo despertar anuncia el de toda una sociedad.
Como protagonista, la elección sabia de Javier Cámara, tan capaz de encarnar ingenio y placidez sumisa, penas y alegrías, en un solo personaje repleto de matices. Que representa la salvación a través de la cultura y el aprendizaje. Que existía otro mundo posible. Y que llegó.
Entre los secundarios, Ramón Fontseré recrea una suerte de marinero anclado en tierra. Un entrañable progenitor, vitalista y abnegado, capaz de la mayor entrega.
De fondo, la belleza del mar de Almería. Y sobresaliendo, una fantástica banda sonora interpretada por Pat Metheny. De la que brota un himno surgido de la nostalgia de ser un niño que sintió John Lennon en plena crisis preludio de su gran paso adelante. Tras el cual vendrían, otro tipo de armonías, letras más personales y surrealistas: «Strawberry fields forever». Unos Beatles admirados como símbolo del progreso que superaba la moral anterior.
David Trueba ha incluido vivencias experimentadas en carne propia u hechos observados muy de cerca. Sólo así puede lograrse tal cariño por los personajes, tal fidelidad a una realidad nunca maniquea.
A través del elogio de lo inútil, de aquello que no es práctico, de la afición exenta de pretensiones, ha construido un cuadro tierno y agridulce. Una obra que, en su sencillez, es absolutamente conmovedora.
Vivir es fácil con los ojos cerrados es una película amable, en busca y captura de la sonrisa cómplice y la emoción más básica. Tristemente tiene un problema es que si bien la parte cómica funciona en gran medida, no tanto porque la construcción de los gags sea particularmente notable como por la franqueza con la que los aborda, todo lo que deviene en la historia emocional por así decirlo, se cae. Trueba no es precisamente un maestro de la mezcla de tonos y el trazo grueso le impide llegar más alto de lo que podría si sólo hubiera centrado la trama en la anécdota que da pie a ella: un profesor de inglés que decide desplazarse a Almería para conocer a John Lennon.
En su lugar, encontramos una road movie en la que la carretera no es más que una excusa para que el vehículo conduzca en dirección hacia el interior de sus personajes. Por un lado tenemos a Javier Cámara, en uno de esos papeles que sólo él puede llevar a cabo, y por otro a dos chavales jóvenes como son Natalia de Molina, bastante bien en su espacio, y Francesc Colomer, el rostro de Pa negre, aquí con un personaje totalmente endeble. Música, momentos de drama y despertar sexual, por parte de los jóvenes claro está, mucha nostalgia y olor a naftalina. No es Vivir es fácil… una mala película en global pero sí en una de sus partes individuales. Si, como digo, hubiera optado sólo por la comedia y midiera mejor el drama (que además aprovecha la situación de la época para hacer un eco a la situación actual de España, de forma muy básica) podríamos hablar de un trabajo de más altura. Se puede ver tal cual está, pero no es nada del otro mundo.