Una isla al sol
Sinopsis de la película
Adaptación de una novela de Alec Waugh. Personajes muy diversos se cruzan en la caribeña isla de Santa Marta, donde se desarrolla un conflicto político entre un plantador blanco y racista y un candidato negro y progresista. Esta película fue muy polémica en su época por presentar relaciones entre personajes de distintas razas: fue boicoteada por el Ku-Klux-Klan y prohibida en Carolina del Sur
Detalles de la película
- Titulo Original: Island in the Sun aka
- Año: 1957
- Duración: 123
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Opinión de la crítica
Película
5.7
29 valoraciones en total
Es la típica producción de la Fox de los años 50 en los cuales se rodaron la primeras películas en este nuevo sistema que revolucionó el cine en su momento, sistema llamado Cinemascope y patentado por esta productora. Este fue el motivo principal de su rodaje en Grenada, Trinidad Tobago y Barbados, por todo lo cual, la fotografía es excelente y se da brillantez al argumento del film. El reparto está nutrido de grandes y famoso actores, con un argumento racista y que entretiene lo suficiente a pesar de los años transcurridos. Las interpretaciones están altura requerida para el desarrollo del film, sin más.
El otrora indómito director Robert Rossen nos ofrece este adocenado melodrama de pasiones desatadas en una isla del Caribe bajo administración inglesa, en un guiso insulso en el que se mezclan ingredientes de temática racial, con pasiones prohibidas y asesinatos por celos. Al parecer, en su época provocó gran polvareda la soltura con la que mostraba las relaciones interraciales, pero pasados esos ardores reivindicativos no queda sino un aseado y correcto melodrama coral sin mayor pasión que la de disfrutar de la siempre brillante actuación del James Mason, pese a que su papel no sea ninguna ganga. El resto de acompañantes, apenas abocetados en sus papeles, disfrutan de las correctas pero bastante infrautilizadas interpretaciones, de Joan Fontaine, Michael Rennie, o Joan Collins a las que se añade la deplorable actuación de Harry Belafonte –desde luego mejor cantante que actor- como líder de la comunidad negra y airado defensor de la igualdad racial.
La primera toma es bastante elocuente: Una isla paradisíaca moderadamente poblada y rodeada de agua cristalina, dos grupos de afrodescendientes -uno de hombres y otro de mujeres-, realizando con entusiasmo las labores de cada día, y un pueblo que canta celebrando con alborozo (y resignación) la nueva jornada. Es la isla de Santa Marta, otra colonia inglesa tomada de los franceses, quienes la habían arrebatado a los aborígenes. El 90% son afrodescendientes y el 10% ingleses, pero, a este minúsculo grupo, sirve aquella gran mayoría en labores de pesca, de sembradores y/o cortadores o como servidumbre, siempre mal remunerados.
Se acercan las elecciones y un periodista ha llegado a la isla para cubrir un evento que promete el surgimiento de una nueva constitución con la cual se espera dar mayor autonomía a los nativos, pues, la contienda es ahora entre, David Boyeur, un afro culto que goza de la más alta estima entre la gente de su raza y aún entre ciertos blancos y, Maxwell Fleury, el hijo de una de las familias más prestantes de la isla, un hombre inconforme, posesivo, y con serios problemas de autoestima e intolerancia.
Comienza así, un convincente drama en el que se entrecruzarán varias historias en las que prima la lucha de clases, el racismo, el resentimiento… y también el deseo sincero de algunos seres, de procurar una unión sin distingo de razas, apellidos o religiones. El director, Robert Rossen, no toma partido mostrando a unos como los buenos y a otros como los malos y, muy sabiamente, prefiere mostrar los diferentes matices que pueden hallarse aquí y allá, pero haciendo que prime un ímpetu de civilización y de cordura que, a su manera, traerá evolución y un nuevo aire a aquella magnífica tierra.
Sirviéndose del majestuoso escenario de la isla de Barbados (en el filme, la ficticia Santa Marta), el director Robert Rossen, consigue un brillante alegato antidiscriminatorio y anti-esclavista, logrando recrear muy bellos personajes que, al final, quizás consigan que, contra todo, nos sintamos reconciliados con una humanidad a la que todavía le quedan unas cuantas asignaturas pendientes.
Fotografía de Frederick A. Young, con impecables tomas exteriores y pictóricas composiciones. Canciones corales, y a cargo de Harry Belafonte, que exultan y enaltecen la existencia. Y una historia que, por su alto significado, debe verse completa (114 minutos) y subtitulada, para poder captar y degustar cada frase que nos ofrece el magnífico guión de Alfred Hayes, basado en la novela homónima de Alec Waugh.
Boyeur (Harry Belafonte), es el hombre que lleva en la sangre un profundo compromiso con su pueblo y aspira a conseguir un trato más equitativo para su gente y a obtener el derecho a la educación y a una constitución que se aplique sin discriminación alguna. Y para bien, la isla cuenta con un gobernador que es todo un ejemplo de espíritu democrático y objetivo, y con un coronel que juzga hechos antes que a individuos, y quien nos va a recordar, deliciosamente, al magnífico juez, Porfirii Petrovich, de la inmortal novela Crimen y Castigo de Fedor Dostoievki, personaje al que, él mismo, procura parecerse. A estas dos emblemáticas figuras, Ronald Squire y John Williams, los interpretan estupendamente.
Por el lado femenino, Dorothy Dandridge (Margot), será ejemplo de la mujer dulce y sensata, que quizás logre que un buen hombre se olvide de cualquier cosa que pueda entrar a perturbar la ternura que produce y el deseo que inspira de convivir con ella. Joan Fontaine (Mavis), la mujer culta, y curtida, que tiene bien claro que lo que vale de un ser humano es su integridad, su compromiso con la vida y su capacidad de amar, y que, por esto, bien vale tirar por la borda los prejuicios.
James Mason, Joan Collins, Diana Wynyard, Patricia Owens… recrearán vidas complejas y sensibles que muestran la profunda fragilidad de una sociedad que, al final, quizás deje en claro que no está tan alta en los valores esenciales y que, esto podría ser más que suficiente para que baje la vista y comprenda, por fin, que es harto necio sentirse superior a cualquier otro ser humano.
Título para Latinoamérica: ISLA EN EL SOL