Una historia de Taipei
Sinopsis de la película
Debido a la imposibilidad de ascender laboralmente, Chin decide buscar otro trabajo. Su ambición contrasta con la de su pareja, un comerciante cuya única pasión es el béisbol y quizá también una antigua novia, con la que se ha vuelto a encontrar en un viaje de negocios en Tokio.
Detalles de la película
- Titulo Original: Qingmei Zhuma (Qing mei zhu ma) aka
- Año: 1985
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
Película
7.5
47 valoraciones en total
Película centrada en la relación de pareja entre Chin (Chin Tsai) y Lung (Hsiao-Hsien Hou), o, mejor dicho, lo que queda de una relación donde los años han pasado una gran factura. La secuencia inicial detalla en mucho los problemas de esta pareja, mientras ven un apartamento, ella toma la iniciativa, viste más formal, se pone adelante con las indicaciones del nuevo hogar y sus gastos. Él, más informal, entre dudas mira en silencio, solo acentúa en lo caro que van a salir los arreglos.
En sus secuencias posteriores, por aparte, se reafirma esto, ella en el ámbito laboral, él -que proviene de estar en Estados Unidos- mostrando el que pareciera ser su único interés, el beisbol. Su interacción como pareja prácticamente no existe, no hay ningún acercamiento emocional ni muestra de cariño, es nulo. Su distancia se ve acentuada por la interacción con un par de personajes que llegan a acomplejar más el asunto.
Qing mei zhu ma es una película que se construye en base al realismo, que tanto se enmarca en el Nuevo cine de Taiwán de los años ochenta, con un ritmo pausado, alejado de lo ficcional de las películas de artes marciales o de los romances melosos, que era el tipo de cine que se desarrollaba en ese momento, por tanto, jóvenes realizadores como Edward Yang o Hsiao-Hsien Hou llegaron a revolucionar la producción cinematográfica en este país asiático.
Un cine de realismo donde la película calza a la perfección, con una historia íntima donde por supuesto, no puede dejarse de lado la inserción económica de Taiwán al mundo, así como las repercusiones sociales en sus pobladores, ni que decir del choque generacional que se muestra, por ejemplo, en el deseo de Chin de sobresalir, frente a la apatía de su pareja e incluso su papá, que muestran a su vez el tradicionalismo al ser fanáticos del principal deporte en este país.
Que no se confunda la simplicidad de las imágenes con simpleza argumental, todo lo que va construyendo Yang durante las dos horas de metraje tienen un claro sentido en su historia, los escenarios viejos frente a los nuevos edificios, la posición de sus protagonistas cuando comparten pantalla, las miradas, los silencios, nada es gratuito.
Es sorprendente que ésta película no se haya comentado aún en Filmaffinity, ya no sólo por su calidad artística en si, sino por lo relevante que es en el marco de la nuevas olas del cine oriental durante las décadas de los 80 y 90. En Taiwan -así cómo en Hong Kong o en China- surgió durante mencionadas décadas una generación de directores que empezó a cuestionar y denunciar públicamente el sistema social y político de su país. Con la rápida modernización y transformación socioeconómica del país, el gobierno se había centrado en producir películas populistas teñidas de propaganda política. Enormemente populares eran las películas de acción Kung fu y los melodramas románticos de chico bueno, chico malo y chica guapa. Fueron los directores de la nueva ola los que empezaron a hacer cine humanístico, realista, a poner el dedo en la llaga realizando películas honestas sobre la vida de los Taiwaneses, su lucha contra la pobreza, la autoridad familiar, la presión social y sobretodo, el conflicto existencial de una generación perdida entre los valores tradicionales y la rápida modernización. No lo tuvieron fácil para difundir sus películas en su propio país. El gobierno, al que no le gustó ver las dificultades que sufría su gente, censuró y denunció tales películas acusándolas de revolucionarias y anti-nacionalistas. No fue hasta que sus directores fueron reconocidos a nivel internacional en varios festivales de cine de todo el mundo, que ellos y sus películas fueron finalmente aceptados y alabados en su propio país.
Taipei Story fue una de las primeras producciones de la nueva ola Taiwanesa. En ella se tocan ya todos los temas característicos mencionados anteriormente que hoy definen tales películas. Más simple a nivel argumental, con menor número de personajes, con un ritmo un poco más acelerado y menos contemplativa que otras producciones de sus contemporáneos, Edward Yang realiza aquí una película accesible incluso para quién no está acostumbrado a ese tipo de cine. Sin embargo, la película recompensa al ojo adiestrado ya que la cantidad de matices y sutilezas que abundan en cada escena ayudan a valorar todavía más el enorme trabajo artístico y poético de la obra. El argumento se desarrolla no sólo con lo que se nos muestra explícitamente, sino también con lo que se insinúa y cómo se insinúa. Miradas, silencios y gestos complementan enormemente a una preciosa composición y trabajo de cámara. Lo que al principio se nos presenta inocentemente como una relación entre dos prósperos jóvenes, evolucionará rápidamente hacia una lucha de supervivencia personal contra la sociedad que los rodea, la presión económica, el trabajo y la familia. Al final, muchas preguntas quedan sin respuesta y muchos problemas sin resolver pero uno no puede sentir más que empatía por una gente que no es más que esclava de la sociedad en que le ha tocado vivir, y eso exactamente, es lo que la nueva ola Taiwanesa quería mostrar. Estupendo trabajo.
BdG
Edward Yang se ha ido convirtiendo con el paso del tiempo en uno de mis cineastas favoritos. Su capacidad de expresar tal cantidad de sentimientos de forma tan sutil, casi disimulada, sin esfuerzo, sin caer en el melodramatismo facilón y sin recurrir al morbo me resulta fascinante.
Yang es capaz de narrar sin enfatizar demasiado, desde la distancia observacional justa para no desconectarnos de sus personajes, que están anclados, no sé si en el pasado, en el presente o en ambos. Es un cine de gestos y de silencios, que son filmados de manera que parezcan espontáneos, reales. Se narra de forma lineal, pero sin ofrecer señales ni llamadas de atención innecesarias al espectador, pintando cuidadosamente un lienzo gigantesco en el que se van acumulando conversaciones, personajes e imágenes de la ciudad, pero no de una ciudad cualquiera, sino la de un país asiático invadido por el capitalismo, sin caer en maniqueísmos excesivos: nos muestra su lado más amable (los pubs, la fiesta, las canciones extranjeras en la discoteca, los paseos nocturnos en moto) pero sobre todo su lado monstruoso (la miseria, el juego, la soledad, el aislamiento, la incomunicación, el mundo laboral decadente, la metrópolis inmensa y llena de luces, pero muerta).
La visión del Taiwán de su época es un legado de valor incalculable, en la que un extranjero, alguien que no sepa nada sobre el país y su historia, puede perfectamente sumergirse y comprender de lo que Yang nos está hablando. De un mundo que es suyo, porque lo vive y lo siente, pero que a la vez le es ajeno. Una forma de pensar nostálgica y que parece tener más presentes los recuerdos de un país que dejó atrás temporalmente y que, al volver, ya no era el mismo, aunque él sí lo fuese.
Esta forma de hacer cine, que además de su estilo narrativo posee imágenes con mucha fuerza y una meticulosa puesta en escena, pienso que ha podido ser influyente en algún otro cineasta posterior, como Jia Zhangke, que mira al pasado (o al presente) con esa honestidad que solo alguien que ha vivido lo que está contando puede ofrecer.
Aunque posteriormente el estilo de Yang va a empezar a virarse más todavía a la filmación de un personaje colectivo y a alejarse cada vez más de la narración – y volverse, quizá, un cineasta todavía más atmosférico o impersonal – en alguna de sus primeras películas ya parece conseguir lo que busca a la perfección.