Una canción para Marion
Sinopsis de la película
Una mujer mayor, enferma de cáncer, encuentra un remanso de paz en un grupo de señores jubilados que se reúnen para cantar. Su marido, un hombre gruñón y controlador, además de considerar inadecuada la conducta de su mujer, tiene una pésima relación con su hijo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Song for Marion
- Año: 2012
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
Película
6.2
41 valoraciones en total
El cine británico casi nunca decepciona. En esta propuesta, intenta imitar el éxito de El exótico hotel Marigold y El cuarteto . Siempre con unas películas amables, dirigidas a todos los públicos, con unos magníficos intérpretes, destacando Terence Stamp y Vanessa Redgrave.
Se nos plantea una película a priori dramática, con la presencia de una enfermedad, pero la película emplea un tono más alegre con un espíritu de superación ante las adversidades. Se alterna perfectamente ese tono dulce y amable con otro más seco, este último representado por el personaje de Terence Stamp.
De la película se pueden extraer muchas conclusiones, principalmente el personaje de Arthur que parece tan insensible y firme, llega un momento en que esa actitud no se puede mantener y se saca todo lo que tiene dentro.
El personaje de Elizabeth intenta hacer todo lo posible por alegrar la vida a esas personas mayores, cuya vida necesita unos estímulos como los de esa escuela de canto.
La película se desarrolla según lo esperado, no hay ninguna sorpresa, pero merece la pena por las magníficas interpretaciones de Terence Stamp y Vanessa Redgrave. Las voces de los diferentes intérpretes, de ese grupo de canto, siempre son ellos los que cantan y tiene mucho mérito que lo hagan tan bien cuando no son cantantes.
Una película con mensaje, eso a veces está mal visto pero en este caso creo que no llega a la pedantería.
Su gran acierto _ si es un punto lacrimógena _, (también es recomendable fisiológicamente usar el lacrimal) es sin duda como muestra sin devaneos las diferentes formas de querer…y de demostrarlo. Y que, finalmente, si las personas se quieren y respetan encuentran el equilibrio en su relación del día a día.
Comedia y drama a la vez, la interpretación del matrimonio es muy especial, se nota a falta cuando una protagonista deja de estar presente físicamente en la película, ella sola llenaba la pantalla.
Para mi Notable historia bien contada.
Películas tópicas, de temas manidos y sentimentalmente manipuladoras hay a puñados. Cada fin de semana emiten un par de ellas en la sobremesa televisiva. Películas que estén tan bien armadas como para que los que estamos muy pasados de vueltas piquemos el anzuelo no tantas. Pero alguna que otra vez, sobre todo cuando tenemos el día tonto, nos cruzamos con un filme sencillo y honesto que nos roba el corazón. Eso es lo que me ha ocurrido con Una canción para Marion, perteneciente a ese nuevo y lucrativo subgénero que no es otro que el de las dramedias británicas destinadas a un público adulto y protagonizadas por veteranos actores en muy buena forma.
El jardín de la alegría, Las chicas del calendario y El exótico Hotel Marigold son algunas muestras de esta corriente cinematográfica que ofrece un entretenimiento muy digno y cargado de buenas intenciones destinado principalmente al público maduro que prefiere acudir al cine que bajarse una película, ya sea porque no sabe cómo hacerlo o por cualquier otra razón. Una canción para Marion resulta previsible desde la presentación de los personajes, pero se las arregla muy bien como para engancharnos emocionalmente y no soltarnos hasta el final. ¿Cómo? Pues con la inestimable ayuda de dos vacas sagradas de la interpretación como son Vanessa Redgrave y Terrence Stamp.
Ambos forman una pareja cinematográfica que podría considerarse como el reverso amable y edulcorado del matrimonio de ancianos del Amor de Haneke. Sin embargo, el escepticismo desaparece cada vez que Stamp deja entrever que está volviendo a disfrutar de la vida con una expresión de niño travieso ruborizado y cuando Redgrave se muestra exultante y llena de vitalidad pese a que se esté marchitando. Me atrevería a decir que la escena en la que ella le canta True Colors a él en el parque es uno de los momentos más genuinamente emotivos y emocionantes del cine del presente año. Las lágrimas y la piel de gallina son totalmente lógicas y bienvenidas.
Y si además tenemos a Gemma Artenton demostrando una dulzura y un encanto inéditos en su incipiente carrera y a un grupo de ancianitos a los que les va la marcha y la música heavy nos queda una película triste pero de trasfondo optimista y alegre que anima el espíritu al menos durante los 90 minutos que dura su visionado. Por supuesto que es sentimentaloide, previsible y poco original, pero he caído en su trampa y ha conseguido tocarme la fibra sensible y que abrace sin pudor la ñoñería, y que eso siga ocurriendo en una sala de cine, aunque sea muy de vez en cuando, es maravilloso.
Una canción para Marion empieza como una bella película minimalista centrada en los detalles vivenciales de una anciana pareja obligada a aceptar la enfermedad terminal de uno de ellos. Inicialmente, el film se despliega con una planificación modesta pero elegante que nos ayuda a identificarnos con la vida de dichas personas, así como también con el contexto que las rodea y el carácter de cada una de ellas. Él, un viejo cascarrabias enfadado con el mundo, a la vez que un atento marido siempre al servicio de las necesidades de su mujer. Ella, una mujer de la tercera edad humilde y elegante decidida a vivir los últimos momentos de su existencia con energía y entusiasmo. Una elegante presentación que puede resumirse como un interesante planteamiento de espacio y personajes decorado con bien medidos toques de humor (tal vez un poco demasiado políticamente correctos) que despiertan nuestra curiosidad y crean interés hacia las vidas de cada personaje. El problema se da cuando el director trata sin éxito de compensar el dramatismo de los acontecimientos con giros argumentales algo chapuceros, más interesados en producir carcajadas que en encajar con su historia.
Y es que al principio del relato uno tiene la sensación de encontrarse ante la historia de dos protagonistas cuyo interés reside en su creíble personalidad, es decir, en su complejidad como seres humanos, en ese característico contraste que existe entre la serie de virtudes y defectos que definen a una misma personalidad. Pero dichos protagonistas pronto se convierten en caricaturas estandarizadas, en esta clase de personajes ya vistos en incontables películas que únicamente despiertan empatía gracias a la ternura que tan fácilmente transmite una pareja anciana (todo lo contrarío a lo que sucedía, por ejemplo, con la magnífica Amour de Michael Haneke). Digámoslo todo, hay momentos puntuales en que las magníficas interpretaciones de Vanessa Redgrave y Terence Stamp logran llevar a dichos personajes un poco más allá del mero protagonista standard. Y es que en realidad posiblemente sea precisamente el alto nivel interpretativo de los actores lo que hace que en un principio tengamos la sensación de disponernos a contemplar una verdadera película de personajes: ambos actores se toman tan seriamente su papel que sus acciones realmente trascienden lo que está escrito en el guión.
Pero como dijimos, transcurridos unos minutos el bello arco argumental inicialmente desplegado se ve bruscamente interrumpido por una serie de twists narrativos provistos de una clara intención de enternecer una historia que muy bien podría resultar conmovedora sin ninguna clase de artificio. Y de todo ello resulta un argumento que pasa de largo de la ternura sincera para sumergirse en un baño de superficial sensiblería almibarada. La verdad sea dicha, aún así cabe decir que Una canción para Marion cuenta con determinadas secuencias que (a pesar de su adulcuramiento) logran traspasar nuestra piel para penetrar en el apartado emocional. Lástima que tal logro sea a costa de sacrificar el plácido realismo que acompañaba los primeros instantes del metraje, algo que se traduce en un hecho sin duda revelador: nos encontramos ante una película que conecta con nuestras emociones durante su visionado pero que nos abandona nada más salir de su sala de proyección. Vamos, una de aquellas películas de lágrima fácil que tan bien responden a los antojos sensibleros pero que no logran ningún tipo de trascendencia. Una lástima, si tenemos en cuenta el ancho potencial que ofrecía una historia como la que nos ocupa.
Una película que llega al corazón, que consigue enredarte, emocionarte a pesar de su esperada evolución, su no-sorpresa final. Historia positiva sobre el amor, la pérdida de seres queridos, encontrar un motivo para levantarse, las tensas relaciones familiares…, todo ello desde la alegría moderada, desde una no-pesadumbre que se agradece y que realiza el papel de querer saber más, de querer ver más y de sentir, amar a los personajes como tuyos propios. Ese es el mejor regalo que puede hacerte un relato, percibir los sentimientos, emociones que está viviendo el personaje como tuyos y dejarte llevar por su inexplicable regocijo a pesar de la situación vivida. Tristeza de una situación llevada con orgullo, con la vitalidad propia de las historias inglesas que saben manejar el humor amargo y doloroso de forma maravillosa. Cuando oyes hablar de ella te haces una idea equivocada de lo que vas a encontrar, no esperas que te guste tanto ni que consiga, de forma tan sencilla, conmoverte de la forma tan honesta como lo hace. No es un gran peliculón, sólo una historia rutinaria llevada con dignidad y mucha elegancia. También es bastante comercial en su exposición de lo contado, por tanto, apta para todos los públicos. Pasar un buen rato sin más consecuencia.