Un hombre impone la ley
Sinopsis de la película
Robert Mitchum y George Kennedy interpretan a dos viejos camaradas: uno trabaja al servicio de la justicia, y el otro se dedica a quebrantar las leyes. Sin embargo, cuando Waco (David Carradine) y su banda de forajidos entran en acción, deciden aliarse de nuevo para combatirlos.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Good Guys and the Bad Guys
- Año: 1969
- Duración: 91
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Opinión de la crítica
Película
5.5
41 valoraciones en total
Cayó el western en las postrimerías de su época dorada en unos registros que le hicieron perder muchos de los quilates atesorados durante dos décadas de la mano de directores como Ford, Daves, Wellman o Mann. Experimentos infructuosos que acercaron el género a la comedia o incluso, en algunos casos, al musical y que desvirtuaron una manera de hacer cine que tuvo en lo dramático y aventurero su principal baluarte. Quizás por agotamiento, quizás porque sus estrellas de siempre se apagaban inexorablemente o quizás por el abandono del romanticismo con el que se realizaba cada producción, el caso es que con el cine moderno finalizó el western clásico, es decir, el western auténtico y genuino.
Y fue Burt Kennedy uno de esos directores líderes en adaptar el género a unos tiempos donde el far west ya no ocupaba el lugar preferente, ni en los gustos del público ni en las preferencias de los grandes estudios. The War Wagon o esta The Good Guys and the Bad Guys son buenos ejemplos de lo que estoy exponiendo. Sin embargo, hay que reconocer que no solo Kennedy o sus contemporáneos optaron por este camino. También esos clásicos que daban sus últimos coletazos siguieron la senda ya marcada. Howard Hawks y su El Dorado puede servir de muestra para escenificar una situación tan irremediable como triste.
Porque a uno le causa aflicción ver a tipos que tanto han significado arrastrándose por riachuelos, trepando torpemente para poder montar sus caballos o viendo como jóvenes sin apenas carisma lideran sus bandas y lucen sus estrellas. Robert y George, dos pesos pesados en la interpretación con espuelas, representan en esta ocasión esa nostalgia que invade sin remedio cada poro del film y, por supuesto, al espectador que lo está viendo. Así es la vida y así es The Good Guys and the Bad Guys : un viaje que minuto a minunto se llena de recuerdos.
Dentro de las disparatadas escenas que abundan en la cinta, algunas un poco pasadas de rosca como la persecución final, hay en la misma gotas o tragos de verdadero talento. La modernidad ha llegado al Oeste, los coches se cruzan en las calles con los caballos, las casas tienen excusados, los alcaldes piensan en la reelección y no dudan en meter a las coristas del saloon en vagones de ganado para complacer las almas más puritanas mientras duran las votaciones. Al sheriff lo jubilan sin contemplaciones a cambio de un reloj por los servicios prestados (hasta no hace mucho se hacía lo mismo en muchas empresas españolas con quienes habían entregado toda su vida a las mismas).
El alcalde de entonces, como los de ahora, a lo suyo, a ganar las elecciones caiga quien caiga que, una vez elegidos, ya veremos. Aunque se sale de los moldes clásicos de las cintas del Oeste, se pasa un buen rato contemplando el declive de los viejos pistoleros arrumbados por una nueva generación que, al final, tampoco promete gran cosa. Ni en lo político y ni en lo demás.
Al final, como se reconoce en un par de escenas, el tiempo pasa, sí, pero sin olvidar tampoco que la gallina vieja da el mejor caldo.
Nos encontramos delante de un Western mas bien incalificable, que no se sabe a ciencia cierta si esta rodado en plan serio o en plan bufón.
Un Sheriff jubilado se une a un salteador de trenes, también de capa caída, para frustrar el intento de robo de su ex-banda de forajidos.
Los actores de la película muestran una tendencia a la sonrisa y una apatía interpretativa, que ha medida que transcurre la cinta, nos contagia de su sonrisa hasta llegar al tramo final donde la carcajada resulta inevitable.
Destacaremos la buena fotografía y los excelentes paisajes naturales. Resumiendo, si disponemos de hora y media libre, podemos emplearla en visionar esta película rodada sin pretensiones.
Película de argumento muy serio pero capaz de aceptar de buen grado una pátina de humor fresco y un tratamiento que no huye de lo delicado, de lo emotivo o de lo intimista.
Tanto la selección musical como la ambientación crean un ambiente de idoneidad contextual que favorece la credibilidad de la acción casi tanto como la gran interpretación de R. Mitchum y de G. Kennedy, ambos con sus rostros cansados pero ajustando a la perfección sus interpretaciones a los requerimientos de la historia.
Alguna ingenuidad del guión no resta carga dramática ni intensidad al desarrollo porque, en general, la película ofrece verdadero dinamismo narrativo y gran mérito cinematográfico.
Se puede decir que hay dos tipos de Western, el realista (o neorrealista), que aporta realismo: Las putas son feas, incultas y guarras, los garitos están vacíos, los pueblos sin gente, los actores son menos conocidos en el género, sus personajes son auténticos cenutrios por lo que las conversaciones brillan por su ausencia y la acción se dosifica en pos de realzar la poesía, y luego está el otro tipo: el figurativo, o más fantasioso: Grandes figuras para el plantel, acción a raudales, salones llenos de gente: Colorido, pianista, juegos de azar…, las putas son divertidas y guapas: Tiran las ligas al aire para deleite del público y forman cachondeo rápidamente, los guiones pueden ser épicos, muy serios, o como es el caso de Un hombre impone la ley, hechos para ofrecer espectáculo y divertimento, y teniendo en cuenta además cómo trabaja este director, la película contiene buenas dosis de humor.
La acción se sitúa en Progress, una próspera ciudad cuyo nombre lo dice todo. Ya hay coches funcionando aunque sin señales de tráfico ni guardias, es un mundo nuevo que le pilla a traspiés al sheriff Flagg (Robert Mitchum). El sheriff se encuentra con un viejo enemigo que el tiempo les ha suavizado las diferencias, tanto que se reconocen y se tiran los trastos como un viejo matrimonio. Este aspecto de la película, con Robert Mitchum aceptando que en ese nuevo mundo su figura sobra, aporta un aspecto de valor por su simpatía y reconocimiento.
Tenemos en cambio también otra posición ante esta vida nueva que es la del alcalde (Martin Balsam), que por edad también podría estar apartado del juego de la vida y sus novedades, pero como político y alcalde de Progress su espíritu es bien diferente. Son las dos posiciones ante la vida: La del sheriff y la del alcalde. En un film lleno de poesía neorrealista, nunca habría un viejo como el alcalde Wilker, cualquier viejo estaría ya entregando la cuchara como el eremita que vive en la montaña, en cambio, en este estilo de Western, sí tiene cabida el alcalde Wilker que vive la vida como nadie, es una figura de lo más destacable y todas sus apariciones tienen una sorna magnífica. Su sentido político traspasa cualquier sentido poético. Es de un práctico admirable, igual le da su meretriz preferida que su estupenda amante que la gana con su estilo y gracejo en el hablar, su discurrir y toda su amabilidad se gana a la gente también, niños y grandes, más su espíritu optimista y su visión de futuro como si le quedaran más vidas por delante nos lleva a pensar que no sólo será alcalde progresista de Progress, si no que llegará a Gobernador primero y luego a Presidente sin más tardar. Papelón de Martin Balsam.
Buena película sin más. Sin artificios, divertida y colocada entre parajes montañosos preciosos, con una acción convincente sin salirse de lo esperado, de lo que ya sabemos del Western, no falta nada ni sobra nada, todos los elementos bien presentados y en su momento, luego no se puede decir nada malo del hombre que impuso la ley, ni de su amigo, el hombre de negro, ni siquiera de los malos se puede decir nada malo porque cada vez que aparecen nos hacen sonreír, y desde luego menos mal se puede hablar del alcalde Wilker y sus legítimas aspiraciones.