Toma el dinero y corre
Sinopsis de la película
Una serie de entrevistas, con quienes lo conocieron, nos introduce en la vida del incompetente atracador Virgil Starkwell, que desde el principio estuvo abocado a la delincuencia: durante su infancia vivió sometido y humillado por los chicos más fuertes, y cuando descubrió que su carrera musical no tenía futuro, a Virgil no le quedó más remedio que robar, pero su escaso talento pronto lo conduciría a la cárcel.
Detalles de la película
- Titulo Original: Take the Money and Run
- Año: 1969
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
7.2
36 valoraciones en total
Un debut de lo más acertado y divertido, pero como es de suponer, no tiene el encanto y moraleja de las mejores del director (que rodó con mucha más experiencia). Esta es una película agradable de ver, con la que te destornillas de risa y gozas de unas buenas interpretaciones. Está llena de gags ingeniosos y secuencias memorables.
Vale la pena verla, sobretodo para observar cómo es el comienzo de un genio.
La carrera per se del Woody Allen director comienza con esta producción del año 1969. Se trata de la primera película en que se hace con el control absoluto de las operaciones: aparte de firmar por primera vez el guión de la película, Allen se reserva el papel protagonista. Aspecto que el director norteamericano convertirá en costumbre a lo largo de su carrera, tal vez por aquello de que si alguien tiene que destrozar un chiste, nadie mejor para hacerlo que el propio autor.
Con muy poco dinero, con unos medios francamente limitados, pero con un entusiasmo del que sabe que realiza su ópera prima, Allen se lanza en solitario a la gran pantalla con una cinta realizada entre amigos (es en Toma el dinero y corre cuando Allen conoce al que será durante muchos años su operador de montaje, Ralph Rosenblum) De una manera casi artesanal, Allen levanta contra viento y marea su primer proyecto cinematográfico, para lo cual, a falta de la experiencia que otorga una carrera avanzada, echa mano de los clásicos para dar vida a la trama.
En el inicio del cine de Allen se impone lo visual, con homenajes explícitos al modo de hacer de Chaplin, de Keaton, pero sin arrinconar para nada a la palabra. Al contrario, la acción en Toma el dinero y corre se encuentra acompañada ya de esos diálogos que harán famosa la filmografía de Allen.
Toma el dinero y corre supone todavía una fase de formación, pero sin dejar de observar ya claros indicios de la mano de Allen en cada fotograma de la película. Muchos de esos aspectos anuncian al Allen posterior. Toma el dinero y corre sólo ha sido el comienzo de un buen augurio.
De lo primerísimo de Woody Allen, nada despreciable pero sí, un film acusado de las neuras que luego el director norteamericano repartirá con mucho mayor criterio, madurez y sedimento en sus posteriores obras. Queda claro que las padece desde el principio.
En Toma el dinero y corre , Allen se atropella a sí mismo. Tales ansias por contar tantas cosas y en tan poquito tiempo menoscaban, al igual que lo hace la voz en off, una narración desenfrenada. De permutar esta película por una made in Spain, los directores y actores protagonistas serían aquí Josema Yuste y Millán Salcedo aka Martes y 13. Para que se hagan ustedes una idea.
Genial el guiño a La leyenda del indomable el que se permite el director lunático de Manhattan en su ópera prima.
Incisivo en esta cinta, por ende, con crítica social que Allen le cuela a Nixon, a los rabinos, a los banqueros, a la institución matrimonial y a todo lo que no le vaya bien pero, con su mordaz peculiaridad, ya tan temprano y cínico – peli para todos los públicos, por supuesto- que pasa por ser de lo más inocentona. Uno que sabe de malabares.
Ninguna peli de Woody Allen se queda sin moraleja. Su ingenio le permite esquivar censuras desde que empezó en el cine. Algo digno de mención llevando este señor 40 años de carrerón como director y actor sin haber sido acusado aún de maldito. Un culebrilla, vamos.
Al fin y al cabo… ¿Quién va a reprocharle a Allen sus neuras cuando ya de niño…? :
– ¡Mamá! ¡Mamá! ¡El universo se expande!
– ¡Calla niño! Esto es Brooklyn y Brooklyn no se expande! .
Cosas de un genio en ciernes.
Virgil era un joven tímido, agradable y culto, pero que se sentía agraviado por la autoridad que ejercen sobre él. Pronto comienza una vida de fechorías, robando máquinas vendedoras de chicle.
Y es que ser ladrón no es fácil, tras una infancia traumática e incomprendida, Virgil no tiene más remedio que verse impulsado a robar maquinas de chicle, un delito penado en por lo menos… un par de estados. Ahí da comienzo una vida de delincuencia y en permanente huida. Tras fracasar en varios trabajos (tocando el violonchelo en una orquesta cargando con el instrumento, por ejemplo) entendió que lo suyo era robar… o no?
Entre el falso documental (genial las declaraciones de los padres con máscaras de gafas y bigotes para que no los reconozcan), la ficción y la sucesión de sketches, el genial Woody Allen, firma una más que notable ópera prima. Con medios artesanales, y sin apenas experiencia, se vale de referentes en el cine como Chaplin, Keaton o Billy Wilder para combinarlos con diálogos destornillantes y abstractos que más tarde le harían famoso y sería un sello inconfundible de su estilo. Un estilo que también se hace evidente en el apartado visual, dotando a cada fotograma un aspecto casi personal, que más tarde también desarrollaría con más madurez.
Si bien, en contra tiene que su trama padece de una carencia total de dramatismo y/o trascendicia, quedando ante nosotros sencillamente una hora y media de risas, plagadas de situaciones graciosas o simpáticas, que no pasaran a la historia. Aunque quizás ese no era el objetivo del director, cuando (inevitablemente) lo comparamos con otras comedias posteriores, nos encontramos que con el tiempo supo desarrollar tramas muy bien logradas con diálogos y situaciones irrisorias (Veáse Misterioso asesinato en Manhattan ).
Y es que el genio se estaba entrenando a la espera de lo que serían grandes obras maestras y que lo convertirían en uno de los mejores cineastas de la historia (por lo menos para mí). Porque cuando uno es un ladrón fracasado, lo única esperanza es correr, correr, correr… y aver qué pasa.
Le pusieron de nombre Virgil y de sexo, varón. Fue criado sin amor y creció entre golfos. Se refugió en la música, pero se topó con la incomprensión de su profesor de violoncelo y de sus compañeros de banda. Dejó la escuela, entró en una pandilla juvenil e intentó robar un furgón blindado. Fue encarcelado. Salió en libertad provisional y encontró el amor de una mujer, pero las circunstancias le obligaron a delinquir para ser un hombre honrado. Volvió a la cárcel. Tras varios intentos frustrados de fuga, logró huir de la prisión. Virgil sería, a partir de entonces, uno de los criminales más buscados y peligrosos de los Estados Unidos de América.
Montado como un falso documental (técnica que retomaría después en Zelig) en la que padres astutamente disfrazados, profesores, ex-convictos o agentes del FBI desgranan sus recuerdos del temible bandido Virgil Starkwell, el debut de Woody Allen tras las cámaras es una parodia de los dramas criminales, que, pese a tratarse de una obra de aprendizaje, muestra ya algunas de las que serán las constantes de su cine. Ahí están el psiquiatra, la opresiva y cargante familia, el rabino, los paseos por Central Park o la música ragtime. Sólo faltan, de hecho, los austeros títulos de crédito en blanco y negro para hablar de una clásica película de Woody Allen.
El comienzo de la peli es potentísimo, impropio de un director novel. Los chistes funcionan, las frases y situaciones echan chispas, el ritmo es ágil. Los primeros veinte minutos pasan volando. Cuando aparece la chica (una adorable Janet Margolin), el ritmo, de pronto, decae y se ralentiza y, por desgracia, ya no vuelve a recuperarse. A partir de aquí, la peli se convierte en una irregular sucesión de gags, algunos de ellos realmente afortunados (la reata de presos encadenados) y otros demasiado obvios o que se estiran demasiado (el atraco al banco frustrado por la mala caligrafía de Virgil). La peli es traviesa y vivaz, pero las costuras del guión están mal cosidas y se echa en falta un hilo conductor más sólido y que dé más de sí. La consecuencia es que la eficacia acaba quedando en manos de la vis cómica de Allen, que unas veces basta y otras no.
Como ocurre con todas sus películas hasta Annie Hall, el humor aún se sustenta más en las situaciones absurdas en las que se mete el patoso y enternecedor personaje de Allen (el desfile, la partida de billar, los atracos, la máquina plegadora) y que remite al slapstick y a los clásicos de Chaplin, Keaton o Lloyd, que en el humor verbal o en las alusiones cultas, la clase de intelectualismos que, con razón o no, tanto molestan a sus detractores. Aquí no hay amores contrariados ni dilemas morales, sólo ganas de hacer reír. Es precisamente esa falta de pretensiones lo que sigue haciéndola, pasados tanto años, tan simpática y entrañable, lo que consigue, por muchas veces que la haya visto, arrancarme muchas risas y más de una carcajada. Y tal como está el mundo, amigos, eso es sencillamente impagable.