Todas las canciones hablan de mí
Sinopsis de la película
Ésta es la difícil historia de un chico que trata de olvidar a una chica, sobre todo porque ella, de la que se acaba de separar, vuelve a su memoria una y otra vez asociada a todos los recuerdos de su vida. Esta situación llega a tal punto que el chico tiene la sensación de que todas las canciones de amor hablan de ella.
Detalles de la película
- Titulo Original: Todas las canciones hablan de mí
- Año: 2010
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
5.9
96 valoraciones en total
Fresca , insólita , irónica , valiente e incluso lírica . Son algunos de los adjetivos que podrán leerse referidos a la ópera prima de Jonás Trueba, Todas las canciones hablan de mí , si bien en el fondo lo que vemos en el film es un intento (fallido) de recoger los códigos de la nouvelle vague y adaptarlos a la actualidad, fracasando por completo. El problema de Todas las canciones… es que parece haber nacido muerta, sin alma, siendo tan consciente de su objetivo (parecer culta, para que quienes no lo son crean serlo al disfrutarla ) que no termina por ser nada menos que una pomposa y artificial réplica de un tipo de cine que ya no encaja en estos tiempos. Y que por supuesto, no puede copiarse ni mimetizarse, porque era único: Vivre sa vie no era buena -exclusivamente- por sus diálogos, había algo más. Y ese algo, se llama talento.
Trueba construye algún secundario decente y lo rodea de protagonistas tirando a sosos. Y eso que el tema empieza bien, con valentía, apostando por un estilo de dirección no original pero al menos diferente para lo que viene a ser el cine español: primeros planos, cámara fija, algún movimiento elegante. Los actores no son terribles en casi ningún caso, pero sus personajes están mal escritos. Todo es tan artificial, está tan impostado, que al final funciona más como parodia que como un retrato generacional (…) de la última generación que se comunicó por carta escrita , según Trueba. Pese a ser bastante floja, no aburre y como comedia involuntaria tiene un pase. Eso sí, las referencias a Rohmer, Godard e incluso Woody Allen (resuenan ecos a Manhattan) más valdría ahorrárselas. Pretenciosa, bastante pedante y, por encima de todo, fallida. Pudo ser buena: sólo falló sintetizar la morfología impúdica de la melodía inerte. Y por surrealista que parezca esa frase, podría haberla sacado -al 100%- del guión de Trueba y Gascón. Que además se dedique a dar el coñazo con una voz en off, recalcando cada situación, no ayuda. Lo que se dice una joya, vaya.
Me gusta que la ópera prima de un director trate sobre personajes de su misma generación, en los que quede reflejado el propio director, que en este caso además firma el guión. El protagonista es Ramiro, un hombre de unos 29 años (la edad de Jonás Trueba) que ya acabó su carrera de filología pero aún no se ha instalado en un trabajo de futuro. Además, lleva consigo el lastre de haber roto con su pareja tras seis años juntos, con la que tendrá varios encuentros a lo largo de la película.
Como espectador he visto al protagonista como un tipo que me cae bien, pero sin meterme en su piel. Tal vez porque no tiene un objetivo claro y acepta su futuro tal como le llegue, como si él también se viera desde fuera. La historia está contada según el punto de vista de Ramiro, y su condición de filólogo es excusa para colar varias frases literarias, y para que Jonás no tenga miedo de filmar la palabra. De hecho, hay voz en off en momentos puntuales, en los que a veces desconecté, pero volví pronto porque la historia en general mantiene el interés y la suficiente dosis de realidad que suele faltar en las películas que hablan de amor. Las referencias a otros autores de diversas ramas son muchas, por ejemplo me encantó el momento en que se juntan Milan Kundera y Franco Battiato, cuya canción La estación de los amores justifica de algún modo el título de la película. Es cine de autor y Jonás se permite ambientar una escena de discoteca con una canción de Nacho Vegas ( Crujidos ), y le queda bien.
En cuanto a la dirección, opta por planos largos y encuadrados con mucha intención, en los que deja a sus personajes hablar y ser ellos mismos, consiguiendo unas interpretaciones muy buenas y naturales. Un punto fuerte de la película son los personajes secundarios, que se utilizan como contrapunto humorístico, y es que el humor se deja caer constantemente a pesar de la sensibilidad de la historia principal.
A las claras puede verse que a Jonás Trueba le gusta escribir, le gusta el cine y le gusta dirigirlo, por lo que creo que esta es una notable ópera prima que augura el inicio de una bonita y personal filmografía.
Todas las canciones hablan de mí tiene un director que con el tiempo hará magníficas películas. Jonás Trueba (olvídense del apellido) ha dirigido un ensayo fílmico que cuenta con bastantes imperfecciones y tiempos muertos, pero a cambio, es una película a la que nada le sobra. Es la película que quería hacer. Le ha salido tal cual. Tiene unas influencias harto elocuentes (Truffaut, Rohmer y Demy) de la forma de hacer cine francés, influencias que me gusta observar en la película. Tiene una banda sonora excelente (Perico Sambeat, jazz, canciones que hablan de amor) y un final emocionante, diferente, con también alguna influencia de Billy Wilder. En Francia habrían hecho un musical de esta película.
Oriol Vila y Bárbara Lennie acaban de cortar pero él no se olvida de ella, como no haríamos ninguno con dos dedos de frente. Es lo primero que vemos, él y ella habiendo roto en una cafetería, como amigos. En casi todas las películas románticas las parejas están enamoradas o en vías de. En el transcurso de esas películas también pueden romper, pero lo que pasa aquí es que han roto y a pesar de eso se siguen viendo. No es como en las películas americanas donde siempre quieren dar ñoñas y estúpidas vueltas de tuerca en el típico chico busca chica. Aquí se muestra el lado oscuro del corazón abatido (al protagonista no le gustan los lugares comunes ni los tópicos en el amor y a pesar de eso sigue cayendo en ellos). Se muestra el desamor después de muerto aquél. Oriol Vila, Ramiro Lastra en la película, un joven librero que trabaja en la tienda de su tío, se ve con su ex, pero también con otras ex o pretendientes a ex. Ramiro vive en la contradicción, en el recuerdo, en medio de entre lo que pasó y lo que está por llegar. De esas cosas hablan las canciones de la película.
Jonás Trueba (olvídense del apellido) se hace invisible en la película. Tiene mérito que un director novel lo consiga ya en su primera cinta. Sin dejar de que se note en ningún momento su sello. No faltan frases afectadas, un tanto pomposas y sentenciosas. Primeros planos recurrentes, frecuentes. Algún ejercicio de estilo. O las influencias francesas. No quiere decir que ello cante en todo momento. Algunos instantes (la relación Vila-Lennie, sus diálogos) lo exigen y lo requieren. Y en otros muchos da la sensación de que nos están contando la película sin luces ni taquígrafos, de que más que lo que vemos supiéramos lo que pasa por la mente de los personajes. Una película que no veríamos en un primer montaje.
La banda sonora, además, no supone un uso indiscriminado ni embriagador de canciones, sino más bien lo contrario. Algunas se integran perfectamente en la acción y otras ni te enteras de que adquieren el protagonismo justo. Mención especial para la partitura de Perico Sambeat, el saxo valenciano.
Y apunten el final de la película. Formal, estética y cinematográficamente hablando. Ahí, en esas ocasiones es donde se vislumbran las esperanzas de un futuro cinematográfico.
Jugando a dos bandas, entre la abigarrada verborrea y la morosa contemplación, la peli aburre, eso es así. Jonás Trueba se mira en las gafas de su tío David, e incluso le invita a la función. Me parece bien, pero chico, deberías de fijarte más en tu padre, que para eso es tu padre, y, además, es más sabio y menos gafapasta. Bueno, en fin, quién soy yo… haz lo que mejor estimes.
Jonás tiene muy bien desarrollado el sentido de la plástica en el cine. Encuadra bonito. Consigue exprimir la belleza de cada escenario, que no es otra que la de esta ciudad, tan inspiradora como venida a menos, que es Madrid. Pero a nivel narrativo, Jonás es un pelmazo cursi y pedante, como su tío.
En este cochambroso mundo, en el que la grosería y la zafiedad lo impregnan todo, que alguien quiera hacer algo distinto, más bonito y sensible, a mí me parece de perlas. El problema es que resulta muy complicado hacer algo así sin que salga forzado. Jonás nos habla de amor, literatura y arquitectura, desde un prisma afectadamente intelectual, lastrando la narración con su propia inmadurez emocional y con la impostura manifiesta de sus personajes.
Buen intento Jonás, otra vez será.
Da gusto ver que no todo está perdido, que no todos nos quieren contar la misma historia de siempre. Ver que queda gente joven que te quiere dar su visión de la vida, como si toda esta epidemia de asesinos librepensadores que ha contagiado a la mayoría del planeta obligandonos a pensar de una determinada manera, no le hubiera afectado lo más mínimo. Afortunadamente queda gente que se ha mantenido al margen y con su propio criterio. Dónde su objetivo no es el de convencernos de nada, si no simplemente reflexionar sobre algo que parece haberse perdido e el mundo del cine: la melancolía. La nostalgia que se sufre cuando se mira para atrás y no para adelante.
Es una película honesta y llena de frescura, que conmueve por una sinceridad a la que lamentablemente no estamos acostumbrados. Y que, por tanto, choca con los tiempos que corren.
Que su padre se acordara del maestro B. Wilder nada más recoger el Oscar aquel día, quizás no sea casualidad, si no el fruto de una gran cultura cinematográfica desde niño.
Y salí pensando si los jóvenes de hoy sabrán quién es B.Wilder… o si por el contrario se han criado con Superheroes, Vampiros y con Nolan como referente.