Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas
Sinopsis de la película
El Tío Boonmee sufre una insuficiencia renal aguda y decide acabar sus días entre los suyos en el campo. Sorprendentemente, los fantasmas de su mujer muerta y de su hijo desaparecido se le aparecen y lo toman bajo sus alas. Mientras medita sobre los motivos de su enfermedad, Boonmee atraviesa la jungla con su familia hasta llegar a una cueva en la cima de una colina, el lugar donde vino por primera vez al mundo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Lung Boonmee raluek chat (Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives) aka
- Año: 2010
- Duración: 113
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Opinión de la crítica
Película
6
93 valoraciones en total
Yo diría que más que el tío Boonmee, el que está muriendo es el cine conocido. Que por otro lado ya era hora. Más que nada porque con más de ciento veinte años de historia, lleva cien sin cambiar un ápice, exceptuando sobresalientes esfuerzos por parte de algunos directores. Parece que con la llegada del siglo XXI, algunos realizadores a base de insistir, nos dejan el arte sin estructura narrativa.
Digo yo que lo veo bien aunque aún me embriague el sopor de estos ejercicios. Lo veo bien por eso de evolucionar, vamos, que después cada uno tendrá sus preferencias, y por mucho arte en movimiento siempre habrá quien prefiera un Rafael a un Mondrian.
Pero hay movimiento, vaya. Aunque sea minoritario, produzca vértigo, y las salpicaduras sean poco beneficiosas. El cómo separar el grano de la paja ya es otro cantar. Yo creo que no lo tienen claro ni los propios realizadores. Todo sea porque empiecen a tirarse pullas. A ver que pasa entonces.
Que ahora me dejen el cine sin un hilo narrativo molesta, para que engañarse. Pero pasa un poco también con la pintura de abstracción. Que si lo difícil es la estructura y se la meriendan, pues cualquiera puede coger una cámara y ponerse a ello. Sí, claro, como los Pollock y los niños. A eso vamos. Así que creo que el problema es de mentalizarse. Bueno, hay un problema más grave. Y es que el cine en lugar de evolucionar como arte, ha evolucionado como espectáculo, y claro, que de buenas a primeras, nos planten una desnudez tan extrema, sin que el público haya pasado siquiera por bisagras sacrosantas como Bresson u Ozu es cuando menos, escandaloso. Pero es que ni pasando por ellas puedo aún disfrutar de ciertas propuestas donde por mucho que busque, no encuentro lírica.
Y ando en eso, no se crean. Que sudores no me faltan y ojeras tampoco. Porque voy como preocupado, pendiente de que no se escape nada cuando en el fondo, queda claro que no hay nada que se pueda escapar. Hombre que sí, que en literatura uno ya está como acostumbrado, y si no que se lean a Faulkner, que al principio molesta, pero raro es que no repitas.
Creo que en este caso, sólo unos pocos minutos están macerados en lírica (aquellos de la búsqueda de la cuna carnal) por lo que por mucho fuste que tengan esos minutos, son escasos para redondear un trabajo. Y que yo, todo sea dicho, prefiero las bisagras sacrosantas a ejercicios tan abstractos, aunque dejo la puerta abierta a posibles consumos de material cinematográfico psicotrópico (por eso de llevarme la contraria y no reconocerme en el ayer).
Visto que la lírica es subjetiva, y que entiendo que pueda despertar intensos sentimientos el visionado de esta obra de Weerasethakul, también me pregunto cuanta sugestión (de sugestionar, aclaro) estamos dispuestos a aceptar por el movimiento del arte. Y esto si me quita el sueño, a pesar de tener puesta la película.
Puede considerarse que esta crítica está llena de spoilers, pues es más una interpretación. Esta película merece ser interpretada, y eso implica que se cuenten distintos aspectos de la historia.
Antes que nada, que quede claro que Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives es una de las (si no la más) extrañas películas que jamás he visto. La reacción que encuentro en los usuarios de internet es una que nunca había visto. En Filmaffinity.com, la película ha recibido prácticamente la misma cantidad de 1s que de 10s. Y es que Uncle Boonmee… del impronunciable director tailandés Apichatpong Weerasethakul es, ante todo, una película difícil.
La ganadora este año de la Palme d’Or, el premio mayor en el festival de cine de Cannes, uno de los más prestigiosos del mundo, es, como la define Weerasethakul (a quienes los medios han bautizado, por economía de lenguaje, como Joe), una muestra de open cinema, cine abierto a todo tipo de interpretaciones, con ideas difusas y con una marea de símbolos y sucesos de la que el espectador puede sacar los elementos que considere relevantes para construir sus propios significados acerca del largometraje.
Eso hice yo. No lo relacioné, como lo han hecho ciertas personas, con la situación política de Tailandia (empezando porque no tengo conocimiento sobre el asunto) pero de eso se trata Uncle Boonmee…, de que cada quien enmarque en su propia mente lo que vio.
Yo vi en Uncle Boonmee… tres temas íntimamente ligados: la pérdida de la sacralidad que rodea las tradiciones tailandesas, una transformación en la relación con la naturaleza tan característica de quienes creen en la transmigración del alma y una desvalorización de lo propio en una sociedad que se está occidentalizando cada día más.
La pérdida de la sacralidad está impregnada en todo el largometraje e incluso podría argumentarse que la parte cómica de la película, con el mico-hombre que ha surgido de una espiritualidad de un humano que se ha encontrado con la naturaleza, se ha hecho intencionalmente para que el espectador en vez de admirar al personaje se ría de él. Pero tal vez donde se vea más claro es en una de las escenas finales, cuando un personaje que quiere ser monje entra a escondidas al cuarto de su mamá, se quita su túnica, se baña y se pone una camiseta, unos jeans y tenis, y sale a comer. El agua con el que se baña remueve su pasado, su religión, su pueblo y lo prepara para estar inmerso en otra realidad, la que está afuera del templo, donde la gente se come sus hamburguesas al lado de gasolinerías donde paran carros cada minuto.
Bienvenidos a Boonmee, una cinta que, al modo de ciertas narraciones orientales, contiene varias cintas.
1) Costumbrismo tailandés rural y lento. Lentísimo. Nos sitúa al límite del sueño o del sopor. Planos largos, personajes estáticos, inacción. Palabra intrascendente. Para resistir el peso de los párpados, se recomienda contemplar composiciones y paisajes, líneas verticales y cortes de factura magistral.
¿Aún estáis despiertos?
2) Fantasmagoría familiar, hombres-bestia. Un espectro viene a visitarnos, anuncia el fin. Desaparece la frontera (si la hubo) entre ser humano y animal. Fantasmas en ingenua transparencia, hombres mono que bordean lo irrisorio. Diálogos desconcertantes:
– Esto es producto de mi karma.
– ¿A qué te refieres?
– A mi enfermedad. Tal vez he matado demasiados comunistas.
– No importa, lo que cuenta es la intención.
– También he matado infinidad de bichos en mis plantaciones.
La cabezada nos acecha. No arranca la película y ya ha pasado más de media hora.
Aguantad.
3) Cuento del pez y la princesa. Interesante, con aires frescos de mitología. Un bagre –rezan los subtítulos (yo dudo que lo fuera en esas latitudes)– posee a una princesa. La fotografía nos ofrece tonos fríos y cascada al fondo. Planos subjetivos y cercanos.
Algo se mueve, mordemos el anzuelo.
1) La antesala.
Peli tailandesa, con garantía de gafapastada absoluta, Palma de Oro incluida y con la crítica especializada lanzando sentencias iluminadas (lo que intuyo que es un perfecto ejemplo de texto que plasma la atmósfera de una película: si yo no me entero de nada, tú menos).
Con todo esto, había curiosidad, pero mis ojos, por prevención, iban preparándose para esfuerzos titánicos ante el ejercicio de masoquismo cultureta que se avecinaba.
2) La confirmación.
El arranque no defrauda: planos fijos peleándose por ver cuál dura más, trama confusa, personajes, diálogos y situaciones absurdos, ausencia de una atmósfera envolvente y monos sin colirio, la nada como elemento primordial.
La pantalla permanece hermética, imposibilitando cualquier tipo de acceso a la película. Forma educada de decir que esto es un coñazo.
3) El clímax.
Sigo sin encontrar la manera de meterme en la película, el ritmo permanece intacto, es decir, no aparece, con lo que ya llevo un rato procurando reírme para pasar el rato (a lo que ayudan diálogos como el de los comunistas y los bichos).
Y así llega el punto álgido.
Aparece una especie de fábula sin conexión aparente con lo mostrado hasta ahora (ya inconexo de por sí), en la que una princesa pide como deseo recobrar la juventud a un pez, empleando sus joyas como ofrenda. A continuación, el pez ejerce de consolador. En esto, Servadac se gira y suelta la frase más adecuada en el momento preciso:
¡Que te folle un pez!
Esto me pasa por querer ir de guay, de versátil en cuanto a gustos, por querer dármelas de cinéfilo sin prejuicios que no le hace ascos a nada y que cree que cada creador puede fascinarte si uno va predispuesto.
El caso es que el título de la película ya avisaba de que esto no iba a ser normal. La carátula aseguraba que lo convencional estaba apagado o fuera de cobertura. Macho, si hasta el nombre del director ya era indicio de que algo raro pasaba aquí. No pienso escribirlo, así que como soy gaditano, le llamaré Apishita, que se me hace más común.
Pues Apishita ha hecho una peli sobre la muerte (y no lo puedo asegurar, si alguien me dice que era un documental o un anuncio de colonia para tailandeses me lo creo) y entre fantasmas y monos se pone a disertar a base de planos largos en los que no pasa nada y no se habla de nada. Mentira, seguro que sí pasa y sí se habla, pero Apishita me ha metido en tal pozo de sopor, que no he hecho el más mínimo esfuerzo en intentar pillar las metáforas y simbolismos que propone. Quizás hasta sea buenísima, no lo niego, pero el estupor que me ha dejado no merece mayor puntuación.
Pues entre que el Tio Boonmee decide si palmar o no, Apishita nos cuela cosas tales como una fábula sobre una princesita que entendió mal la expresión que te f… un pez y el PowerPoint que hizo el Yeti cuando fue a visitar a las fuerzas armadas tailandesas.
Encima Apishita antes de cada toma inyectaba valeriana en vena a sus actores y si hacían algún movimiento o gesto brusco, les amenazaba con obligarles a ver la peli una vez la acabaran.
Algunos planos son muy bonitos, no lo niego. Pero en Youtube hay un puñado de videos de paisajes buenísimos y a ninguno le han dado la Palma de Oro. Tim Burton, presidente del jurado de Cannes, al terminar de verla (o al despertarse quizás) pensaría que como no premiara esta cinta, se le tacharía de normal y eso no puede ser. No encuentro otra explicación.
Y para colmo, le tengo que dar la razón a Carlos Boyero, lo que me irrita más todavía. Recomiendo ver Mr. Nobody, que es rara también y va de lo mismo (o no, yo que sé) pero no te obliga a echarle el candado a tus párpados.
En fin, yo aviso, es una paranoia soporífera, pero no te fíes de mí, no soy un cinéfilo sin prejuicios que no le hace ascos a nada y no cree que cada creador pueda fascinarte si uno va predispuesto.