Timbuktu
Sinopsis de la película
Año 2012, la ciudad maliense de Tombuctú ha caído en manos de extremistas religiosos. Kidane vive tranquilamente en las dunas con su esposa Satima, su hija Toya e Issam, un niño pastor de 12 años. Pero en la ciudad los habitantes padecen el régimen de terror impuesto por los yihadistas: prohibido escuchar música, reír, fumar e incluso jugar al fútbol. Las mujeres se han convertido en sombras que intentan resistir con dignidad. Cada día, unos tribunales islamistas improvisados lanzan sentencias tan absurdas como trágicas. El caos que reina en Tombuctú no parece afectar a Kidane hasta el día en que accidentalmente mata a Amadou, un pescador que ha acabado con la vida de su vaca favorita. Ahora debe enfrentarse a las leyes impuestas por los ocupantes extranjeros.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le chagrin des oiseaux (Timbuktu)
- Año: 2014
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
6.6
96 valoraciones en total
Mauritania o Mali – indefinido ámbito geográfico que deviene en lugar simbólico. Y aunque nos quede lejos, sin embargo qué cercano nos resulta el retrato del integrismo religioso, de la dictadura de unos zangolotinos prepotentes, violentos y bellacos que imponen su monolítica visión de la religión a un pueblo afanoso y confiado que había vivido hasta el fatídico advenimiento de esos desalmados su fe con rústica perseverancia y bondad, buscando la compasión, la inclusión, la protección y el amparo de su dios, pero no necesitando de un arbitrario catálogo de prohibiciones, ni de una ofuscada y añosa aplicación de la ley que hiede a rancia y abusiva, ni de una policía que espíe el día a día de sus habitantes con el objetivo de perseguir a los infieles que incumplen las innumerables normas dictadas por los camorristas inquisidores de turno.
Es una película serena y de habilidosos contrastes. Pocas veces se ha reflejado tan bien y tan hermosamente la sensualidad implícita que hay entre un matrimonio de rústicos ganaderos. Basta con verles hablar, mirarse, relacionarse sin casi tocarse, esperarse y desesperarse para entender que tienen la dicha inefable del amor. También pocas veces se ha visto tan bien reflejado – y con tan pocos medios – la sinrazón de la opresión de una dictadura de integristas religiosos: basta con ver a una brusca y servil policía perseguir los sones de una música nocturna para comprender que hay algo enfermo y tétrico en ese afán por controlarlo todo, por asfixiar cualquier expresión espontánea de humanidad y relajación. Y contiene otras dos escenas memorables. Una de ellas es una brevísima y atroz lapidación que sobrecoge y repugna por igual. Si Alá es todopoderoso, ya les castigará a su debido tiempo… ¿para qué afanarse en la tierra con adelantar la supuesta ira divina?
Pero sobre todo perdura una escena luminosa, conmovedora y de una profunda desolación trágica en su sencillez: unos chavales juegan al fútbol – que naturalmente ha sido declarado impío y proscrito – con un balón de fútbol imaginario… Emociona hasta casi las lágrimas ver el ansia de libertad de los jóvenes, de cómo se refugian en la imaginación y la creatividad para escaparse de esa cárcel sin sentido, de cómo se amparan en la espontaneidad de lo fabulado para encontrar una rendija de luz y aire fresco que les permita seguir adelante. Chapó.
Película sencilla, de una hermosa y delicada dirección que ofrece una mirada serena y cariñosa hacia todos sus sufridos protagonistas, toda empatía y conmiseración. Y resaltar la fuerza y valentía de los personajes femeninos, tan alejados del estereotipo de sumisa mujer musulmana a la que estamos acostumbrados en occidente. Tan imprescindible ver como necesaria recomendar.
Timbuktu (2014), de una cinematografía tan exótica y desconocida como es la mauritana, se abre con la imagen de unas figuras de artesanía local colocadas sobre la arena del desierto, sirviendo como blanco para las pruebas de tiro de un puñado de hombres armados. Esta secuencia sirve como perfecta síntesis de lo que vendría a decirnos Abderrahmane Sissako con su película, donde la fuerza (armada) de unos pocos erosiona poco a poco las vidas de quienes antes vivían en relativa paz, armonía y equilibrio. Al igual que las figuras, las gentes de la región de Tombuctú conviven penosamente con la mutilación de sus libertades, de sus formas de vida, expresión y evasión, en definitiva, con un mundo en creciente oscuridad por culpa de aquellos que se autoproclaman gobernantes apoyados en una ley divina y suprema inventada, haciéndose adalides de una verdad absoluta que no es tal, definiendo el Islam como guerra, cuando significa Amor. No parece casualidad que, en el contexto de un mundo (occidental y, también, oriental, no lo olvidemos) bajo la constante amenaza del yihadismo y tras la tragedia de Charlie Hebdo como punto de inflexión, esta película haya sido nominada al Oscar a la mejor película extranjera por delante de Fuerza mayor (2014), a priori más favorita. Parece un grito, una llamada tanto a la denuncia inclemente contra la intolerancia y el terrorismo como, a su vez, un retrato a favor de la religión musulmana que tan mala fama está adquiriendo en el presente. Es prioridad de este film el diferenciar claramente yihadista de musulmán, que tanta gente y, lo que es peor, tantos medios confunden y tratan, manipuladora y falsamente, como un mismo ser.
Sissako ha confeccionado con suma sencillez y humildad una historia central a la que se suman otras narraciones que, demasiado a menudo, asaltan la narración sin un orden cierto, algo caprichosamente y de manera abrupta y nada cadenciosa. Es, quizá, la sensación de que más que una película de tono uniforme y narración pausada nos encontramos ante una suma de escenas inconexas que acaso aciertan a vislumbrar un retrato sutil y nada estridente sobre el miedo y la opresión extremista (religiosa o no), pero nunca a conformar un relato unitario sólido y carismático. La fuerza y decisión de los primeros compases da pie a un desarrollo entre moroso y levemente taciturno que no ayuda a introducirse en la historia, sino que mantiene al espectador en una lucha interna que le empuja a entrar y salir de la película con fatigosa intermitencia. Son loables las intenciones, y la fuerza de algunos momentos (el guía espiritual hablando del Islam frente al líder yihadista o esa mujer arrancándose en la noche a cantar con una voz que hipnotiza) eleva el conjunto puntualmente hacia lo sobresaliente, pero este cronista opina que no le habría venido mal un mayor control tonal y narrativo, que en sus peores momentos parece desbocado, precipitando acontecimientos que exigían otro tratamiento. Tampoco ayuda, y esto es un gancho de izquierdas directo a la mandíbula de productores y distribuidoras, que las sinopsis de la película sean un spoiler descarado, descubriendo hechos que suceden en el último tercio del metraje. Algo lamentable que priva al espectador del efecto sorpresa, sencillamente intolerable, que entra a la sala sabiéndose (casi) toda la trama.
Para concluir, a modo de reflexión final surgida a raíz del visionado de Timbuktu (quizá la peor de las nominadas), que nadie olvide que la yihad, primero, asesina y mutila la libertad de los musulmanes. Por si los xenófobos e individuos de semejante calaña aprovechan la coyuntura para desatar su ignorante beligerancia y sembrar el odio hacia el otro, cuando es éste la primera víctima. Sin duda, una película mejorable, pero coyunturalmente necesaria.
http://www.asgeeks.es/movies/critica-de-timbuktu-guerra-a-la-vida/
No da tiempo a aprender todo lo que uno quisiera y se vive siendo un gran desconocedor, prácticamente en todos los campos. Por ejemplo, la geografía, los continentes que uno ni siquiera logra pisar. Como África, un concepto inabarcable, del que apenas se oían nada más que alusiones a hambrunas y misioneros. Del que fueron llegando noticias de aventureros extasiados por la vida salvaje y los consiguientes safaris, o civilizaciones milenarias, como la ciudad de Tombuctú.
Ya para comenzar el milenio, se extendió la denominación de Sahel para definir el área inmediatamente al sur del Sahara y los países mediterráneos. La constituirían Mauritania, Malí, Níger, Chad, Sudán… Países desconocidos para los medios de comunicación, de los que apenas llegaban imágenes cuando los atravesaba el rally París – Dakar. Una prueba que se desplazó a Suramérica por seguridad, se oyó decir. Sin que quedara muy claro cuál era el peligro allí establecido.
«Timbuktu», el tercer largo del mauritano Abderrahmane Sissako lo aclara con encomiable capacidad de entretenimiento, con afán político y con sentido lírico.
Sissako ha rodado en Oualata, una población de su propio país limítrofe con Malí, donde transcurre el argumento en la ficción. Concretamente la historia nos sitúa en el área de Timbuktu, cuyo centro neurálgico es la ciudad milenaria de Tombuctú, patrimonio de la humanidad.
Del film destaca la belleza de las imágenes, sumamente poéticas en un entorno que no se presta necesariamente a ello y la contundencia del mensaje acerca de la actualidad que están sufriendo sus pobladores. Contado todo ello en un guión que invita a identificarse con los personajes y guardarlos en la memoria con gran aprecio. Así, será difícil olvidar la serena mirada de Samira, una de las protagonistas de la cinta.
Como el encanto de las jaimas en las dunas, y como ese gran angular del oasis que contiene en sí mismo toda la riqueza del área y toda la actividad posible de sus moradores. Quienes bien pescan, bien alimentan allí a su ganado. Y donde sucede el momento fundamental de la trama que nos ocupa, rodado en un plano fijo sensacional. Sin duda, la belleza de un lugar gana en intensidad cuanto mayor esfuerzo se requiere para llegar a él.
El objetivo de la obra es denunciar la locura de unos preceptos caprichosos impuestos por unos invasores extranjeros sobre la población tuareg, los habitantes históricos que practican el islamismo, pero se horrorizan ante la violencia de los advenedizos yihadistas.
La distancia mental entre todos ellos está maravillosamente reflejada en una secuencia fantástica donde se mezclan el inglés, distintos dialectos del árabe y Tamasheq, la variante de los tuaregs de Timbuktu. A lo largo del metraje, escucharemos otras lenguas practicadas en Malí: francés, bambara y songhay.
Los mandamientos infligidos, nos dice Sissako, acaban con los colores para imponer el gris. Acallan la música y la bellísima voz de Fatoumata Diawava -¡Qué descubrimiento!- exigiendo el silencio. Desprecian el arte y exilian la imaginación. Afean la vida y la acortan. La cortan y han sido impuestos por una superioridad lograda a base de todoterrenos, móviles de última generación y armamento. Tecnología para el mal.
En ocasiones, la didáctica que aporta el cine es incomparable a la de otras artes o incluso a la propia información. Los que nos dedicamos al periodismo todavía estamos algo conmocionados por lo sucedido en París. Pero también nos preguntamos… ¿Realmente era tan imprevisible que sucediera algo así? El avance del fanatismo religioso, agarrado de la mano del terrorismo, es un hecho cristalino desde aquella mañana del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, hay gente con poca consciencia o con ansias de sacar réditos político-económicos que ve todo esto como una lucha Occidente vs. Oriente, cuando la gente que realmente puede vivir todo este fenómeno de cerca sabe que en el entorno de los grupos terroristas se encuentran los primeros perjudicados por esta actividad.
Un buen ejemplo sobre este tema lo tenemos en Timbuktu, película dirigida y escrita por el mauritano Abderrahmane Sissako. Como su nombre indica, la obra tiene lugar en la ciudad de Tombuctú, situada en Mali, uno de esos países africanos a los que el Islam ha llamado a la puerta. Tal y como nos muestra el filme, basado en hechos reales, durante el año 2012 acaecieron diversos sucesos en la ciudad que tenían por protagonistas a grupos yihadistas y a los habitantes de la ciudad. Los primeros se mostraban tajantes respecto a cómo los segundos amenizaban su tiempo libre tocando música o jugando al fútbol, dos artes que precisamente en África ayudan bastante a arrojar algo de luz sobre la perpetua pobreza. Precisamente hace poco tuvimos la desgracia de conocer cómo el Estado Islámico ejecutó a 13 jóvenes en Irak simplemente por ver un partido de fútbol. De nuevo, el poder de anticipación del cine.
Profundizando un poco más en la película, Sissako pretende narrar varias historias sueltas y aparentemente sin conexión entre sí más que ese choque de intenciones entre terroristas y ciudadanos. Una apuesta ciertamente arriesgada, ya que al principio resulta difícil seguir la pista a los personajes y en algún momento deja al espectador un poco perdido si éste esperaba encontrarse con un argumento más al uso. Pero al final, la película queda despojada de esta sensación. Sea con la historia de la familia feliz de ganaderos, con la del joven que reniega de su pasado frente a la cámara o con la de los amantes de la música, la obra ofrece la posibilidad de agarrarse a tramas sueltas que se cobijan bajo ese elemento vehicular como es la imposición de la sharía.
Al estar Timbuktu irremediablemente conectada con la realidad actual, también parece imposible que la obra de Sissako se desprenda de un cierto aire a documental, un regusto de no ficción que sin embargo no se torna explícito en su aspecto formal. El director mauritano no se corta a la hora de filmar escenas duras, especialmente una que ya ha sido destripada hasta la saciedad en varias sinopsis y que deja claro que la historia que cuenta no es precisamente un cuento de hadas. Aun así, durante los 100 minutos de metraje podemos ver momentos de auténtica belleza cinematográfica, como una hermosa toma del estanque (que tampoco es gratuita, tiene bastante peso argumental) o esa escena en la que un grupo de niños juegan al fútbol sin balón.
No debe extrañar el reconocimiento cosechado por Timbuktu a nivel internacional. La fuerza de su mensaje, muy en consonancia con temas de actualidad, es su principal estandarte. Pero debajo de esa piel se encuentra una obra con vida propia que, si bien a un servidor no le ha parecido redonda, tampoco se puede negar que impacta por momentos. Se nota que Sissako sabe de lo que habla y, afortunadamente, será imposible malinterpretar sus intenciones: en todo momento resulta cristalino que una cosa es la actividad terrorista y otra muy diferente es la religión en la que se escudan para cometer sus actos. Es otra de las razones por las que, más allá de su mayor o menor valía cinematográfica, merece la pena concederle unos minutos de nuestra vida a esta película.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Se le reconocen bellos momentos, estupendos planos, alguna idea brillante y, sobre todo, la denuncia necesaria de tanto cafre con ínfulas de cutre sátrapa.
Y se agradece que venga de tan lejos y que nos muestre un mundo poco visto por nuestros cansados ojos europeos.
Ahora bien, como película, seamos sinceros, es poca cosa.
Redundante, pesada y desequilibrada. Plantea una situación, la llegada ominosa de unos bárbaros para destruir la idílica (quizás demasiado) vida maliense, observamos la burricie y maldad de esa gente durante un buen rato (con variedad y detenimiento), y el resto es repetición, relleno, con muchos hechos prescindibles que no añaden nada, que cansan, con escenas plúmbeas, áridas, alargadas sin motivo.
Plana, simplona y primaria. Como argumentación política, religiosa o ideológica es muy básica, demasiado. Hay un par de charlas entre el religioso bueno (personaje que sirve para aclarar que se puede vivir en el Islam sin necesidad de ser un majadero, que puede ser una religión luminosa y fértil) y los patanes invasores, y ya, nada nos dicen de esa gente abominable, de dónde vienen o a qué (además de a silenciar la música), solo nos muestran sus ridículas leyes, sus juicios sumarísimos y sus repugnantes ejecuciones.
Tiene el encanto de la sencillez, de lo original y primitivo, sin contaminar. Pero le falta todo lo demás, la hondura, la sutileza y la madurez intelectual.
Tiene gracia y pericia, es inocente y sincera, pero agota su mirada rudimentaria, obvia, de corto vuelo.
No aporta nada nuevo a lo que ya sabíamos. Confirma nuestros prejuicios. Quizás la novedad respecto a otras propuestas similares que muestran a matarifes parecidos es que aquí pagan los dos sexos por igual, con la misma injusticia arbitraria y espantosa.