Tiempos duros para Drácula
Sinopsis de la película
Drácula no está pasando una buena época. Los años ya no pasan en balde, tiene problemas de salud, económicos, e incluso ahora su propio castillo queda abierto al público excursionista, negándole así la calidad y el descanso diurno que este personaje se merece.
Detalles de la película
- Titulo Original: Tiempos duros para Drácula
- Año: 1976
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
4.2
34 valoraciones en total
Desconocía la existencia de esta película, un día la vi tirada en una tienda dentro de un container a 1 euro. A pesar de no saber nada de ella y de que la información obtenida era para no gastarse ni siquiera ese precio, decidí cogerla.
El visionado fue sorprendente, eso sí, que no te cuenten mucho de ella porque te la destriparían bastante. Simplemente, me limitaré a decir que es un perfecto retrato de la soledad y decadencia de un personaje, y que en muchos momentos te provocará carcajadas, en otros vivirás una intensificación dramática bastante fuerte e incluso el terror no faltará.
Excelente José Lifante, actor secundario que nunca ha parado de trabajar. Dale una oportunidad a la película
Es chocante ver la pobre puntuación que le dan a esta película. Pocas veces una película cómica de vampiros está grabada con tanta espontaneidad y frescura como ésta. Es de agradecer, pues es lo que las hace diferentes a las demás. Quien busque una buena película para echar unas risas, no dude en verla. Es muy divertida.
En una de las brillantísimas canciones de Hora De Aventuras Marceline (la sexy vampira) justificaba con un certero no me juzguéis, tengo mil años y mi código moral se ha quedado anticuado el que se la tachara de terrible e irracional poco antes en la canción. Ese sucinto resumen de una de las principales claves que rigen el mundo de los vampiros -y que a la vez menos se han tenido en cuenta en las innumerables ficciones que han protagonizado- es en gran medida lo que vertebra Tiempos Duros Para Drácula, una insólita coproducción hispano argentina que resulta extrañísima por cómo se desenvuelve dentro de un terreno ambiguo, pues en apariencia es una comedia a lo Mel Brooks cuando en realidad resulta ser un dramón bastante importante.
De hecho –y pese a las abismales distancias para con la obra maestra de Billy Wilder- tiene más parecido con La Vida Secreta De Sherlock Holmes que con El Jovencito Frankenstein o cualquier otra parodia al uso. Y eso es porque ambas usan el eficaz mecanismo de la desmitificación de un personaje de ficción ya mitificado a través de la exhibición de sus miserias para conseguir con dicha maniobra humanizar a la creación ficticia. Si en la obra de Wilder Watson había de esconderle la droja a Sherlock sólo para terminar dejándole tirar de ella para paliar el duro varapalo emocional que se llevaba al final, aquí lo primero que se oye en todo el film es a Drácula pedir una transfusión de sangre a un desconocido en medio de la noche. Que hace mucha risa, sí, pero que con ese final que se gasta la peli, igual ya menos: el deseo de un excluido por no quedar totalmente al margen de la sociedad contemporánea y los esfuerzos que hace para ello -luchando incluso contra su propia fisiología- terminarán
por llevarle a un manicomio. O lo que es lo mismo, apartado ya del todo y sin posibilidad de levantar dicha exclusión.
Aquí Drácula viene dado en lo físico por José Lifante representando esa imagen ya casi arquetípica del Conde -al menos a finales de los años setenta en Occidente- en la que más que pensar en un grabado de un noble
amanerado de hace siglos la gente ya asocia directamente al sorbeglóbulos con Christopher Lee. Es un Drácula que cuentas sus cosis en retrospectiva en un diván a un psicoanalista, que no falte nunca esa presencia en una película medio argentina. Para entender sus circunstancias no basta sólo plantearse en que en cuatro décadas -o ni siquiera la mitad de tiempo- a cualquiera de vosotros os resultará incomprensible la música que escuchan los jóvenes, intolerables las pintas que llevan e ininteligibles los emojis que se mandan. No. Eso ya lo permitía vislumbrar Bram Stoker en su magnífica novela, si bien en aras de resaltar la paradoja de cuán solitario estaba Drácula pese a las mejoras en las posibilidades de comunicación y transporte. Aquí Jorge Darnell introduce los cambios paradigmáticos en las costumbres y éticas de un siglo tan propicio para ellos como fue el XX, de tal manera que Drácula sufre no sólo la ruptura connatural a ser otro tipo de ente, sino que a ella se le suma la propia a quien pretende integrarse, a quien hace por ser un ciudadano de su tiempo, y con ello no puede conseguir otra cosa que marginarse y alejarse conforme lo intenta. Ya sea porque es de natural patoso o porque cuando vives siglos te es imposible reciclarte y adaptarte de continuo, máxime si estás inmerso en una contemporaneidad en la que las costumbres, la moda y la moral, lejos de mantenerse inamovibles durante décadas, más que variar a menudo parece que algún hijo de puta les aplica la obsolescencia programada a cada instante. Y en esas está Drácula aquí, siempre tarde, siempre mal, siempre haciendo el ridi, siempre cagándose en no poder ni cagarse en su puta sombra, pues ni siquiera la proyecta.