Thérèse D.
Sinopsis de la película
Adaptación de la novela homónima de François Mauriac (1927). Principios del XIX. La joven Thérèse contrae un matrimonio de conveniencia con Bernard Desqueyroux, un hombre anodino, aburrido e insensible a los placeres de la carne. Su insatisfacción es tal que, en un arrebato absurdo y desesperado, intenta envenenar a su marido. Una vez desenmascarada, tendrá que enfrentarse a la justicia, pero mucho peor será tener que afrontar el castigo que le impone su familia.
Detalles de la película
- Titulo Original: Thérèse Desqueyroux
- Año: 2012
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
Película
5.3
98 valoraciones en total
El gusano de la duda y el absurdo devora el espíritu de una niña burguesa de provincias, transformándola en una mujer fría, desconcertada y cruel. Se casa con un terrateniente, un hombre carnal y banal, bruto y estúpido, y forman un matrimonio no precisamente feliz.
El existencialismo como pulverizador de todas las verdades inmutables: desde Dios hasta la maternidad, pasando por el matrimonio y la amistad. Dios ha muerto y la vida no tiene sentido. La consecuencia es la abulia, la indiferencia y el aislamiento.
A través de la protagonista (Tautou excelente en su contenida interpretación) se hace una doble crítica a la clase acomodada provinciana:
– Superficial: burguesía asfixiante en su ramplonería e hipocresía, desoladora en su pobreza intelectual y humana.
– Profunda: se cuestiona el orden, lo establecido, las tradiciones, y se ataca a la raza implacable de los simples , los que no ven más allá de la comida, el tiempo y la caza, y no tienen más interés que la murmuración, aquellos que nunca se inquietan y que siempre tienen claro lo que hacen.
La película sería el retrato de una mujer atrapada en un mundo que detesta, un mundo de privilegios pero sin vida, una mujer angustiada que no entiende nada, que quiere escapar y no sabe cómo, rota por las contradicciones (entre lo que cree que le conviene y lo que quizás desee), que se mueve a golpe de impulsos y que causa mucho sufrimiento.
Película elegante, precisa y bellamente filmada. En su debe está una introducción pobre que casi no explica nada, que no aporta datos que luego justifiquen el comportamiento de Therese, y un academicismo excesivamente rígido que limita la riqueza de lo planteado, que simplifica y empequeñece a los personajes y sus conflictos.
Hay algo que, por exceso o por defecto, acaba con el amor. Más bien nos hace pensar que lo experimentamos, si bien no es más que un engaño y una ilusión (a veces ni eso). El deseo, tanto como sed insaciable sin ápice de entrega, como extirpado de nuestra raíz por pretenderse un amor puro (imposible de lograr), es inhumano. El exceso y el defecto de deseo son las dos caras de un mismo amor truncado, doblado sobre sí mismo, y la clave interpretativa de Thérèse Desqueyroux.
Es también la clave interpretativa de todo un periodo de pudrimiento de la conciencia y de las relaciones humanas, nacido a finales del siglo XIX e inmortalizado de forma inigualable por Proust en su monumental obra, y que vuelve a ser recuperada por François Mauriac (con todas las vinculaciones que guarda este libro con su atribulada obra y su sufrimiento vital –a pesar, o a causa, de ser católico, pero también hijo de su tiempo) en la obra homónima en la que se basa el filme.
El director, Claude Miller, vuelve a recuperar de manera póstuma para la gran pantalla (falleció en abril de 2012), tras aquella primera adaptación de 1962 del también francés George Franju, esta dramática sustitución del amor por el deseo y sus consecuencias, sentidas sobremanera en la triste y ya apagada burguesía del siglo XX en adelante, y que hoy padecemos con verdadero nihilismo vital todos los que, como los protagonistas de esta obra, guardamos silencio para refugiarnos en nuestro yo y complacerlo (sin importar los demás, excepto para mostrarles un falso amor).
No es apto para todos los públicos este remake, no solo por la densa trama intelectual, sino también por su ritmo lento, aunque, en cualquier caso, no agotador. Thérèse Desqueyroux cuenta con un reparto impecable y una fotografía más que correcta. Una Audrey Tautou que nada tiene que ver con la, creo que no muy justamente aclamada, Amelie, con un registro expresivo magistral, y un Gilles Lellouche perfecto para el papel desempeñado. Interiores geniales, marinas realmente evocadoras, y paisajes correctos en una cinta desoladora por asistir al nacimiento de la destrucción del hombre.
http://www.hombreencamino.com/category/cine/estrenos/
Claude Miller, uno de los primeros defensores de la Nouvelle Vague, colaborador, libretista y amigo de Bresson, Godard y, sobre todo, Truffaut (le terminó su film póstumo La pequeña ladrona ), poco antes de morir, en 2012, presentó en Cannes este digno legado, basado en la novela de François Mauriac, con una versión anterior de Franjou de 1962, con Emannuelle Riva, como la protagonista. Curiosamente , siendo fiel al libro (no a su estructura: hace muy poco lo leí), sea por su interpretación, sea por los condicionamientos del medio, le da un enfoque distinto, más audaz y nada trascendente (algo que en Mauriac siempre está presente). Thérèse Dasqueryoux es casi un ejemplo del Existencialismo. Por supuesto la sombra de Raskolnikov está por encima de ésta y otras dos novelas contemporáneas suyas (entre 1925 y 1927), Bajo el sol de Satán , de Bernanos y Adrienne Messurat , de Julien Green, las novelas de la aventura humana , como bien las denomina R.-M. Albérès (en lugar de utilizar el adjetivo psicológicas , que hoy ya no significa nada). La película de la aventura humana de una mujer. Una aventura que incluye características que ya están en esos libros, por supuesto: aspirar a suprimirse (Charles Möeller), cometer un acting para ser ella misma (el per se ), el desconocer consciente de la motivación de sus actos, incluso el asfixiante provincialismo (no muy marcado en el film), y el trascendental silencio divino ante el mal (que aquí desaparece totalmente), pero Miller, adaptador y libretista, al llevarlo a la pantalla manipula expresivamente todo de tal forma que transforma a Tatou en alguien indiferente, frío, extranjero que actúa (vive) automáticamente. Una Thérèse a la que no afecta nada: boda, marido, sexo, hija…, una Thérèse a la que ni ella ni el espectador entienden. Un genial trastueque entre el silencio de Dios y el absurdo existencial. Un técnica fílmica apropiada y correcta como debe ser, funcional, unos actores más que adecuados (Tatou tenía miedo de no dar con el psique du rol –se equivocaba-), Lelloucch y Demoustier, dan como resultado una buena película que no alcanza a ser excelente, tal vez, porque al cambiar la estructura (no es lineal, como dije), presentar a Thérèse y a su futura cuñada Anne cuando aún son adolescentes, el ser maduro de la protagonista parece salir de la nada. Pero nada es óbice para que no nos encontremos ante una película interesante, algo minoritaria, con un toque de clasicismo que tanto se agradece, en definitiva, inteligente, seria, sólida (¿qué esperar de Miller sino?) y muy apreciable.
Solemos analizar cualquier tipo de obra artística desde una posición dicotómica, desde un punto de partida en el que solo caben dos adjetivos: bueno o malo. En realidad esto es lo que suele esperarse de cualquier crítica o reflexión acerca de una pieza determinada: un conjunto de razones y/o argumentos que justifiquen nuestro decantamiento hacia uno de los dos lados de la balanza (esto es, el positivo u el negativo). En parte esto es debido a que nuestro punto de vista tiende a simplificar lo complejo, a reducir al mínimo exponente todo el conjunto de sensaciones y emociones que pueda producir el trabajo objeto de nuestra reflexión. Pero también es resultado, no nos engañemos, de cierto miedo a aceptar la ambigüedad, a reconocer que, en ocasiones, uno puede sorprenderse a si mismo no sabiendo encontrar respuesta a la simple pregunta te ha gustado o no?. El caso es que escribir sobre la obra póstuma de Claude Miller me obliga a replantear este punto de partida, puesto que al recordarla encuentro prácticamente tantos argumentos para defenderla como para tacharla de obra mediocre.
Por una parte y técnicamente hablando, Thérèse D. es una película rodada con suma maestría. Cada plano se presenta ante nosotros como un hermoso cuadro, todos ellos cuidadosamente estudiados y poseedores de una perfecta harmonía entre la imagen expuesta y el aspecto sensorial al que pretende llegar el director. Algo sin duda relacionado con la exquisita fotografía de Gérard de Battista, que sumada a la bien escogida planificación de Claude Miller logra trasladar al espectador al escenario adecuado. Gracias a ello, todos los acontecimientos que presenciamos se muestran de forma nada exagerada sino conscientemente contenida, con un tempo elegante que consigue este difícil equilibrio entre devenir pausado a la vez que decidido. En resumen, un elegante control de la narrativa al que contribuyen de forma notable la interpretación de los actores, tan natural como distante, tan creíble como artística (es decir, un tipo de actuación que, a pesar de natural, no deja de mostrar su cara teatral con el objetivo de conectar con el aspecto artístico de la fotografía y la planificación). Algo que da a la película un posicionamiento distante que transmite al espectador cierta frialdad…
Una frialdad que en un principio podríamos pensar que está en acorde con la historia planteada, puesto que lo que se nos expone es un crudo retrato de una sociedad burguesa desprovista de humanidad y capaz de anteponer sus intereses a todo tipo de emoción o sentimiento. La misma sociedad con la que choca la personalidad Thérèse, una mujer muy conectada a sus emociones que espera encontrar su propio equilibrio aceptando las condiciones del mundo que la rodea. Pero es esta misma frialdad la que, desde mi punto de vista, impide que el personaje despierte la empatía necesaria para conectar con sus sentimientos, para comprender su s acciones e interesarnos por sus vivencias. Pues el planteamiento clásico de la película sí que logra plasmar el comportamiento mecánico de la sociedad retratada, pero también parece convertir a la protagonista en un títere más del sistema cuyo desencaje con el mismo no acaba de comprenderse. Como si el director esperase que por el simple comportamiento autómata de Thérèse ya quedaran plasmados en la película sus sentimientos y pensamientos libres, algo que nunca llega a aflorar del todo en esta historia.
Estamos ante una película cuyo manierismo acaba dotándola de cierta plasticidad, que impide que el espectador se sienta identificado con los sucesos que presencia. Un tipo de narrativa que choca con la pretensión del director de convertir su trabajo en una experiencia a veces realista y a veces onírica, pues dicho tratamiento es el mismo en todo momento. Algo que a un servidor dejó con la sensación de haber visto una película a medias, pues en ocasiones da la impresión de estar contemplando una obra admirablemente planteada y en otras de ver únicamente un conjunto de fotografías estéticamente muy elegante pero de contenido algo dudoso. Una lástima que una película cuidada a tantos niveles no logre abarcar tanto como el director pretende. O dicho de otra forma, una lástima que las contradicciones mencionadas de la película me impidan decantar la balanza hacía uno de sus dos lados.
http://cinemaspotting.net/2013/09/16/therese-d-de-claude-miller/
Thérèse D. es la obra póstuma de Claude Miller, que falleció el 4 de Abril de 2012 a causa de un cáncer y siquiera vio su estreno en Cannes como clausura del festival.
Miller fue un firme defensor del cine europeo, siendo el presidente de la gran cadena Europa Cinemas y partícipe del Club de los 13 (formado en 2008), grupo formado por trece personalidades de la cinematografía francesa (entre los que destacan Jacques Audiard y Pascale Ferran entre otros) que denuncian la dificultad para la distribución del cine del medio que llaman ellos, refiriéndose a películas dirigidas tanto al gran público como a las pretensiones artísticas, que no están creadas únicamente para fines comerciales ni sujetas a pequeños presupuestos.
Defensor de la nouvelle vague, de ella aprendió el oficio trabajando con Carné, Godard o quien fuera su gran tutor, Truffaut. De hecho, en 1984 recogió el testigo cuando Truffaut murió dejando La pequeña ladrona en la preproducción, la cual finalmente fue la película que más fama dio a Miller.
Como era común en él, para despedirse adaptó una vez más una novela, ésta vez la famosa Thérèse Desqueyroux de François Mauriac, la cual ya fue llevada a la gran pantalla por Georges Franju (Relato íntimo, 1962) e interpretada por Emmanuelle Riva y Phillipe Noiret. La obra, relata a modo de flash-back, los hechos que llevan a Thérèse Desqueyroux a envenenar a su marido (casada por obligación de joven) con arsénico.
Claude Miller y Nathalie Carter optaron por no seguir de forma lineal la historia de la novela, sin dejar de ser fieles al espíritu de la misma. Así pues, la película no es un flash-back sino que transcurre tal cual pasan los hechos, para ahondar en la psique de Thérère y la desidia que le causa la sociedad burguesa a su temperamento liberal. Un personaje dibujado de forma misteriosa, con un rico mundo interior que apenas florece al exterior a base de sueños o tras la melancólica mirada de una soberbia Audrey Tautou, alejada de sus característicos personajes dulces y oníricos.
Miller nos muestra un sobrio drama de época que quizás peque de falta de catarsis emocional, de la chispa dramática que impacte al espectador, pero es un director inteligente que juega a no mostrar todas las cartas de sus personajes para que el espectador sea el que complete mentalmente el mundo interior que se oculta por la hipócrita apariencia formal de la burguesía y la importancia de las apariencias frente a la sociedad. Sus personajes ocultan más de lo que hablan (las conversaciones suelen tratar temas triviales como el tiempo o la caza) y la fuerza de la película reside en llegar a descubrir, mediante el buen trabajo actoral, aquello que no se nos muestra del todo pero se atisba en los gestos y miradas. Así, ni el personaje de Thérèse es la heroína ni Bernard un villano, sino que ambos son esclavos de su entorno.
También es cierto que la excesiva frialdad con la que se retrata la historia y la falta de esa chispa emocional que comentaba, hace que cueste empatizar muchas veces con los personajes y deje un regusto amargo, disfrutando el buen cine pero sin emocionarnos con él
Gérard de Battista (que ya había trabajado en dos ocasiones con Claude Miller) aporta un buen trabajo como director de fotografía, aportando un bello contraste entre la viveza (el personaje de Jean Azevedo, su barco, la playa…) con la tristeza que emana la reclusión de Thérèse en su casa.
En definitiva, podemos hablar de un muy decente epitafio de un director que nos tiene acostumbrados a obras de climas íntimos y Thérèse D. no iba a ser la excepción, aunque se note la mirada melancólica de un hombre sabedor de su futuro próximo.