The Lunchbox
Sinopsis de la película
En Mumbai, cada día, miles de amas de casa envían la comida a sus maridos a su lugar de trabajo a través de un eficiente y específico sistema de transporte. Un error en una de estas entregas pone en contacto a una joven con un hombre anodino. Juntos van construyendo un mundo de fantasía a través de notas que acompañan a la comida, lo que supone una amenaza para la vida real de cada uno. Esta película habla de la diferencia entre la vida que soñamos y la que vivimos, y del coraje que hace falta para convertir en realidad nuestras fantasías.
Detalles de la película
- Titulo Original: Dabba (The Lunchbox)
- Año: 2013
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
6.7
75 valoraciones en total
Entre superhéroes con efectos visuales y comedias hilarantes, esta temporada apenas deja sitio a pequeños y bellos films como The lunchbox , sobre dos personas que se conocen a raíz de un error en el servicio de entrega de comida indio. Así es como la comida de una mujer (bella y natural Nimrat Kaur) ansiosa por conseguir la atención de su marido (atractivo Nakul Vaid al que apenas vemos de frente) llega a la persona equivocada: un vídeo amargado a punto de jubilarse. Dicha papel está interpretado por el actor indio más internacional, Irrfan Khan, habitual de casi todas las películas relacionadas con la India: Viaje a Darjeeling (2007), Sllumdog Millionaire (2008), La vida de Pi (2012)… Su interpretación es, como siempre, correcta, aunque quizá su edad (51 años) le hace difícil pasar por un hombre al borde de la jubilación.
El casting lo completan Nawazuddin Siddique como el joven entusiasta de clase pobre que enseña al protagonista a ver la vida con otros ojos (clásico personaje masculino indio que no teme emocionarse, en contraste a los machos americanos y europeos), Bharati Achrekar como la madre de la protagonista, a quien enseña a no limitar su vida a los hombres, y Denzil Smith como el amable pero exigente jefe, símbolo de la vida estable y aburrida de la que ambos protagonistas tratan de escapar. No hay que olvidarse de los trenes, que actúan como otros protagonistas, siempre abarrotados, siempre recordándonos que vamos con prisa, pero, a la vez, uniendo lugares, uniendo vidas: A veces el tren equivocado te lleva a la estación correcta es la frase que marca los destinos de los personajes.
Entre suculentas escenas de alimentos que recuerdan a la taiwanese Comer, beber, amar (1994), del cineasta internacional Ang Lee, destacan otras que reflejan la realidad de la India: su pobreza, por supuesto, pero también la belleza que reside en sus costumbres. Ritesh Batra logra, con su primer película, crear una obra atrayente para el público occidental con la que cualquier persona, viva donde viva, puede identificarse. Por desgracia, su decisión de agradar a todos (que, a su vez, contrasta con la lentitud del ritmo y la exagerada apertura del final) hace que el resultado sea menos original e impactante de lo esperado, pero toda la historia está dotada de tal humanidad que es difícil no rendirse ante ella.
Juan Roures # La estación del fotograma perdido
A veces una sencilla historia de amor te puede conmover… hasta el infinito.
A veces el destino puede parecer adverso, y resulta que está de tu parte.
A veces la felicidad está en algo tan simple como una fiambrera perdida.
A veces una nota hallada dentro de una fiambrera puede significar todo.
A veces la fiambrera perdida puede encontrar el estómago adecuado.
A veces el tren equivocado te puede llevar a la estación adecuada.
A veces tus peores errores terminan siendo tus mayores aciertos.
A veces lo que buscas lo encuentras en un simple desencuentro.
A veces tropiezas con un Ritesh Batra y sencillamente… flipas.
Amable cinta india que ofrece el relato de dos personas disímiles – un gris amanuense viudo a punto de prejubilarse y una ama de casa joven y bella atrapada en un matrimonio estancado – que convergen de forma fortuita debido a una arbitraria equivocación y desencadena una relación epistolar que transformará sus vidas (¿o no?). Tras un arranque prometedor lleno de encanto, buenas intenciones y felices hallazgos narrativos – esa India sobrepoblada, meticulosa, concienzuda, impenetrable y organizada – acaba derivando en un relato convencional, en exceso impostado y con premisas no del todo verosímiles y requiebros narrativos convencionales que deja una malograda sensación de relato fallido, de impostura henchida y fabricación insatisfactoria.
Se deja ver con agrado y durante su metraje parece que estamos asistiendo a una hermosa historia que mezcla amor en ciernes, talento culinario y filigrana social en sutil equilibrio y gozosa satisfacción para un espectador occidental presto a abrazar una amable narración que parece desvelar las dificultades y sinsabores de un país que es un fascinante subcontinente lleno de contradicciones, luminosidad, encanto y promesas – pero que desemboca en un desarrollo demasiado deudor de las convenciones amorosas y los desencuentros abusivos de un guionista demasiado satisfecho con su premisa y como obsesionado por llevarse al espectador al huerto de la falacia impostada desde la descarada manipulación y el miedo a proponer un relato en verdad original y satisfactorio.
Porque hay algo que no funciona desde el inicio y que durante el desarrollo se agrava y acaba lastrando el resultado: el supuesto viudo a punto de jubilarse es demasiado joven (el actor tiene 46 años y apenas han tratado de disimular esa notoria realidad) y sus reacciones demasiado inmotivadas como para conmover en su inhóspito deambular entre la duda, la ilusión, la promesa incipiente y la posibilidad de enderezar un destino quebrado por el guionista en demasía. Y la insatisfecha esposa es demasiado bella, joven y ondulante como para hacer creíble cómo es que no se permite una actitud más enérgica y vigorosa ante un destino que no por mundano y adocenado encierra nada de singular ni digno de lamentación.
El resultado se deja ver con cierta simpatía y con sinceras ganas de que remonte el vuelo en cualquier momento, porque todo está realizado con mimo, atención al detalle y meticulosa premeditación, pero no supera lo exclusivamente convencional ni deja ninguna marca significativa o indeleble porque se ha optado por proponer como como incipiente relato amoroso lo que no es sino una mera transformación necesaria (por largamente pospuesta) de unos corazones que merecen un cambio pero no se merecen la descarnada falsificación por parte de un guionista (a su vez director) que parece alérgico al riesgo y demasiado deudor de unos tópicos manidos que parecía querer censurar al inicio.
Estudiadamente bella, enquistadamente plana y engañosamente ambigua. Deja un regusto frustrante de lo que pudo ser y no es. Decepcionante.
La película The Lunchbox , a la que se ha tenido la sensatez de no traducir el título —ya que La Tartera no es el más indicado para los cánones románticos—, es deliciosa, minimalista en la acción, pero contenedora de una gran sabiduría sobre el ser humano.
Su argumento se podría resumir en muy pocas palabras: El azar hace que dos personas desengañadas del amor vuelvan a sentir el chispazo de los primeros síntomas del enamoramiento.
Si esta película hubiera tenido la nacionalidad de un país occidental, hubiera tenido más recorrido emocional, pero para ser india, y tener en la India su principal mercado, bastante ha hecho su Director, Ritesh Batra, en llegar hasta donde ha llegado. La India ha pasado históricamente del Kamasutra a la censura sexual más mojigata. ¿Quién la ha visto y quién la ve? ¡Qué le vamos a hacer!
Los personajes son contradictorios, pero ésa es una característica muy humana. Ila, el personaje central femenino, parece una convencional ama de casa, muy recluida en la cocina y obediente a las indicaciones y sugerencias de su tía —gran hallazgo el hacerla vivir en el piso de arriba del de su sobrina, con la que se comunica a través de una cesta que hace las veces de montacargas— pero, en realidad, sin saberlo, es una mujer muy feminista, con gran coraje, dispuesta a hacer todo lo que esté en su mano para que no le malogren la vida. Saajan, el personaje principal masculino, es un viudo, aparentemente sin hijos, que no ha podido superar la muerte de su mujer, pero al que veremos florecer muy verosímilmente, dulcificándose su carácter en el transcurso de la proyección. Shaikh es el típico compañero-plasta al que redime su ingenuidad, su vitalismo y su tenacidad. El cuarto protagonista es la India. Esa India milenaria, espiritual, misteriosa, colorista, abigarrada, ruidosa y pobre, aunque ésta es una historia de personajes relativamente acomodados, para los parámetros nacionales.
¿Cómo se suscita el interés por una persona que no se conoce?
En nuestros clásicos hay una respuesta de libro. El libro: La Tragicomedia de Calisto y Melibea , más conocido popularmente como La Celestina . Cuando Calisto recurre a los servicios de la vieja alcahueta para lograr los favores de su amada Melibea, que ni tan siquiera le conoce, ¿qué hace la genial enredadora? Le pide a Melibea un cordón para curar a Calisto del que le cuenta, falsamente, que está aquejado de una grave enfermedad. Ese conocimiento indirecto de la persona de Calisto, a quien Melibea presta socorro, hace estragos en ella, ya que se empieza, entonces, a interesar por él, hasta llegar a obsesionarse. En la película una tartera hace las veces de alcahueta, con notable éxito.
La curiosa y enrevesada manera de distribuir la comida en las oficinas indias, que choca con nuestro pragmatismo economicista, da lugar a un equívoco, al que Batra exprime hasta sus últimas consecuencias con una imaginación desbordante. El in crescendo de la correspondencia entre nuestros dos protagonistas está muy bien dosificado. Del tenía demasiada sal de Saajan —seguramente la que le faltaba a él— a decisiones importantes que precisan una profunda complicidad de pareja.
Me sobra la niña. Sin ella, su madre, Ila, estaría más ligera de equipaje, y sería más verosímil su ruptura con un mundo que —intuye— le va a amargar. Las dudas de Saajan pueden también ser discutibles, pero ya se sabe que una película romántica sin idas y venidas resulta de una linealidad anodina, sin las especias tan presentes en la película.
El final es abierto. ¡Qué cada uno lo ruede como quiera!, pero la lección magistral sobre la naturaleza humana está ya impartida, e incluye una enseñanza importante. Al menos, así me lo parece.
A veces sucede que uno lee críticas diversas y uno tiene la impresión de haber contemplado una película diferente.
Peor aún, que muchos espectadores se han quedado en la cáscara de una historia.
De manera recurrente encuentro asociaciones entre este film y Sleepless in Seattle (conocida en España como Algo para recordar ). Ciertamente hay concomitancias evidentes. Un hombre viudo tiene la posibilidad de comenzar de nuevo. La casualidad en la cinta americana es una llamada telefónica realizada por el hijo de Tom Hanks a un programa de radio. A partir de esta premisa, y con intersexualidad incluida de An Affair to Remember , el espectador sigue la evolución de los hilos del azar en un sí es no es donde parece que chico y chica están casi a punto de encontrarse… o casi.
Aquí el suspense es el mismo. Sin embargo, la propuesta de Ritesh Batra tiene lo que Nora Ephron no supo darle a la historia.
En primer lugar está Bombay. Para mí fue un retrato muy fiel de la ciudad. Un retrato donde, después de mucho tiempo, el director evita caer en el exotismo. Aquí no hay gente saltando, exuberancia de colores… No, señores. Batra nos trae un Bombay melancólico, dominado por los efectos de la occidentalización. Un Bombay que empieza a parecerse a Tokyo.
Y aquí es donde está la clave para mí: el supuesto romance no es el meollo del asunto. El meollo del asunto está en la lectura que del aislamiento de la humanidad realiza la película. La cinta nos conduce a una reflexión mucho más profunda que la estúpida síntesis que he tenido la desgracia de leer. Cito: esta película nos habla de la diferencia entre la vida que soñamos y la que vivimos, y del coraje que hace falta para convertir en realidad nuestras fantasías . Para una película así no hacía falta haber invertido dinero. El crítico que escribió esto no dio en la tecla (o como dicen en estos lares, he absolutely missed the point).
Y es que aquí lo importante es la pérdida del contacto humano. Hace falta un acto de azar para que de repente dos personas solas descubran que hay otra forma de vivir. Una forma de vivir donde hay sorpresa. Donde se escriben y reciben cartas. Donde se crean ilusiones, sin conocer los rostros, como durante siglos lo hicieron hombres y mujeres.
Hace falta un error en ese sistema de transporte de comestibles perfeccionado irónicamente por un tipo de Harvard para que, de esa grieta, pueda nacer la vida.
Igual ustedes tienen suerte: yo llevo años comienzo sandwiches delante de un ordenador. Son los tiempos, dicen. Vivimos en entornos donde comemos sin saber qué hemos comido, si hemos masticado o no. No existen tiempos para saborear el aquí y ahora, de un nosotros y unos otros. Esos modestos taperwares a la hindú que pasan de las manos de Ila a las manos de Saajan, nos hablan de otra forma de establecer contacto con el otro, una manera sensitiva que nos revela los tesoros más elementales: una buena comida, una amistad, una conversación que nos haga sentir menos solos.
Los críticos hablan hoy día de la sociofuga, esa tendencia actual que nos lleva a buscar artificios con los que no estar con el otro o con nosotros mismos. Piensen en su teléfono móvil y les vale. Piensen en su trayecto en el metro de Madrid o de cualquier ciudad. Miren los rostros que tienen alrededor. Con su auriculares. Sus videojuegos. Sus libros de pasta gruesa que uno casi no puede concebir en tan incómodo rincón.
Y ahora imaginen que son el protagonista. Una oficina llena de papeles. Un despacho dominado por el cálculo y el número. Allí es donde invierten el 80% de su vida. Como cada día. Ignorados. Después no hay mucho más. Un retorno penoso en el autobús, en el coche, en el metro. Imaginen que llegan a casa cada noche para prácticamente irse a la cama y esa es su vida. Un día y otro.
Imaginen que un día ( por los años bisiestos puede venir decía Pedro Salinas ), que un día les llega una modesta bolsita de comida. Imaginen cómo sabe esa comida tras días de microwave, comida rápida, de comida para llevar del restaurante de la esquina. Imaginen un sabor donde se percibe una dimensión humana, donde se siente un alguien. Una persona consagrada a la tarea invisible de hacer buena comida. Un sabor donde se puede percibir cuidado, ternura. Imaginen que de repente empiezan a existir para alguien. Que ese alguien les hace mejores personas. Que de repente se sienten llevados a dejar de fumar, a ser más amables con los niños-coñazo que juegan a la pelota en la calle. Imaginen que ese momento del almuerzo se convierte en lo único que les redime. Ese diálogo de náufragos. Esos mensajes de una isla a otra en una pequeña botella. Como una diminuta ancla de calor en medio de la soledad.
Bueno, pues ahora vuelvan a las críticas que hablan de Nora Ephron. No me comparen una Estados Unidos para turistas con una Bombay de pequeñas callejuelas, paredes que huelen a moho. No me comparen a los sobresalientes Irrfan Kahn y Nimrat Kaur con la imagen pulida de Hanks o Ryan. No comparen el humor sin ingenio, con esos deliciosos diálogos entre Ila y su tía invisible a través de la ventana (no hace mucho, así eran aún las conversaciones entre vecinas en mi Cádiz natal).
The Lunchbox exhibe una honestidad emocional de la que Hollywood carece. ¡Y se agradece tanto!
Así que no esperen una película encaminada a satisfacer a los fanáticos de historias románticas. No esperen recompensas. A lo mejor la recompensa fue poner en solfa el adormecimiento en que se funda nuestra sociedad. Ver que otra forma de vivir es posible.