Te querré siempre
Sinopsis de la película
Un matrimonio inglés viaja a Italia para vender una villa que ha heredado cerca de Nápoles. Al alejarse del ambiente londinense y encontrarse en un paisaje y en un mundo ajenos, la pareja experimenta sentimientos olvidados, como los celos y el resentimiento.
Detalles de la película
- Titulo Original: Viaggio in Italiaaka
- Año: 1954
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
7.4
50 valoraciones en total
Rossellini filmó esta cáustica fábula sobre el reencuentro con el amor y la ilusión perdidos unos pocos años después de contraer matrimonio con su musa Ingrid Bergman. Fue su tercera película juntos (llegarían a trabajar en cinco) y en ella Rossellini volcó todo su esfuerzo cinematográfico en filmar y transmitir toda la experiencia interior de una mujer decepcionada. El director quiso hablar del amor sintiéndose enamorado, pero paradójicamente disertó sobre su fragilidad, su evanescente realidad, su precaria existencia y las circunstancias terrenales que limitan su supervivencia, aspectos que, en el tiempo, conducen las relaciones sentimentales humanas a un abismo de desidia, monotonía y desilusión. Rossellini encontró su inspiración en su esposa y también en la magia mediterránea de los paisajes y monumentos del sur de Italia, sin lugar a dudas el personaje protagonista más influyente y decisivo de la película. Te querré siempre aborda un viaje literal para el reencuentro consigo mismo, un paseo interior por la sabiduría natural y la condición humana, las reflexiones íntimas de una mujer que se enfrenta a una vida de insatisfacción, mentiras y conformismos hipócritas.
¿Es Viaggio in Italia una película moderna? Esta es la cuestión principal que emerge tras disfrutar de este magnífico film del maestro Rossellini. Si preguntan al cineasta francés Rivette, éste les hará una exposición memorable en la que el trabajo del italiano quedará, hablando en grados de modernidad, por encima de guggenhaims o ambiciosos proyectos de Foster o Calatrava. Sin embargo, también encontrarán a algún indocumentado o neófito de tres al cuarto que se atreverá (porque no es delito, lamentablemente) a decir que no tiene trascendencia, que no profundiza, que es cansina…a saber.
Para mí la cuestión se descifra fácilmente. Miren. Como la gran cinta de Capra, todo It Happened One Night de verano. Disfrutando de una cerveza, de dos, de tres, de cuatro…llaman mi atención hacia un joven matrimonio que cena en la mesa de al lado: Jóder ésos, llevan ahí sentados dos horas y no se han intercambiado palabra, ¿será posible?, ¿ya se les acabaron?. Evidentemente no pude dar explicación a un hecho inexplicable, al menos desde mi punto de vista romántico e idealista. Ahora, y unos meses después del suceso, Viaggio in Italia completa esta historia. Cincuenta años más tarde. Porque les aseguro, que la conversación que tuvo ese joven matrimonio antes de salir de casa, en su esencia, tuvo que ser algo muy parecido a esto:
Alex (George Sanders): ¿Quieres tomar algo?
Katherine (Ingrid Bergman): Sí, pero en el bar. Al menos veremos gente.
Alex: Porque sería muy aburrido estar solos, ¿verdad?
Katherine: Lo digo por ti. Cuando estamos solos no pareces muy feliz.
Alex: ¿Estás segura de saber cuándo soy feliz?
Katherine: Desde que salimos no estoy segura de nada. Me he dado cuenta de que somos dos extraños.
Alex: Es verdad. En ocho años de matrimonio no nos conocemos.
Katherine: En casa todo parecía perfecto…
Alex: Sí, hemos hecho un gran descubrimiento. Ya que somos dos extraños, empecemos de nuevo. Puede ser divertido ¿no crees?
Katherine: Vayamos al bar.
¿Ven? Esto es lo que muchos entendemos por modernidad: vigencia. Situaciones, conversaciones, actitudes o sensaciones que se repiten una y otra vez sin importar el entorno (Pompeya, Nápoles, Sevilla) ni la época (79 d.C., mediados del siglo XX, actualidad). Naturaleza humana en el más amplio sentido de la expresión y que solo los más grandes han sabido captar con su cámara. Sí, Rossellini entre ellos. Chapeau.
En actitud rutinaria, los señores Joyce, una pareja británica, viajan en su Rolls descapotable al sur de Italia para liquidar una herencia, la villa de un pariente cerca de Nápoles y el Vesubio.
Al alejarse de su habitual vida inglesa se va poniendo de manifiesto que, tras ocho años casados, el amor está bastante extinguido. Se relacionan con frialdad de extraños.
Él es desdeñoso, indiferente.
Ella, desatendida, a solas se desahoga y murmura cómo le detesta, por presuntuoso.
Empecemos de nuevo, se dicen sin convicción.
La comprobación del desencuentro crónico les conduce a plantearse flemáticamente el divorcio.
El contacto con la Antigüedad viva en el yacimiento arqueológico de Pompeya, con la naturaleza salvaje del volcán y la luz de la bahía de Capri, y con la sociedad callejera de Nápoles, apasionada y latina, agudiza la crisis y empuja a una catarsis de grandes proporciones.
Rossellini se aparta de los presupuestos neorrealistas: no hay drama social sino intimista. Prescinde del recurso a actores no profesionales, con el que se buscaba espontaneidad, y cuenta con dos rutilantes estrellas de Hollywood, Ingrid Bergman y George Sanders, que ofrecen interpretaciones complejas y elaboradas, pero también concisas y sin retóricas.
El tema de la incomunicación es manejado con radical despojamiento de lo superfluo, para llevarlo a la abstracción. Lo real, tratado con estilo documental, más que acumular datos potencia la hondura buscada.
La contemplación de unos cuerpos milenarios recién desenterrados en Pompeya proporciona de golpe una perturbadora visión de la fugacidad de la vida.
Por encima del contexto social, Rossellini abre un marco cósmico donde el ciclo de nacimientos y muertes resuena conmovedoramente.
La combinación de este sentir profundo con las melancólicas napolitanas cantadas por Rondinella tiene un fuerte efecto estético, que es parte de lo novedoso.
El guión, cuyos diálogos son escuetos y banales, como la apariencia de los acontecimientos diseñados, prescinde de la reflexión como objetivo para centrarse en sentimientos íntimos.
Rossellini, que no era marxista sino católico de izquierdas, independiente y buscador, evolucionaba desde los planteamientos neorrealistas hacia un realismo interior, emocional.
En Italia estuvo siempre envuelto en controversia, hostigado por buena parte de la crítica. Esta película fue considerada traición al Neorrealismo, muy negativamente, pero abrió camino a Antonioni y su arquitectónico cine de la incomunicación, y a Fellini y a Pasolini.
En Francia tuvo defensores devotos. A través del teórico Bazin, alma de la Nouvelle Vague que se estaba gestando en revistas y ‘cahiers’, ejerció decisiva influencia en los futuros directores, sobre todo en Godard.
Rivette dijo que la película abría una grieta en el cine.
Para muchos críticos, Viaggio in Italia, llena de rasgos incipientes, es la primera película moderna.
‘Viaggio in Italia’ es para mí la película más honda de Roberto Rossellini. Al tiempo que la relación entre los Joyce se descompone, la vida rebosa alrededor, a la italiana. El contraste entre la flema inglesa –encarnada por un desapasionado e indolente George Sanders–, la frialdad triste y calculada de Ingrid Bergman y la algarabía de los napolitanos, con sus tópicos chillidos, gestos y canciones, conmueve y enamora.
Los paisajes no decorativos, las ruinas y museos, el Rolls-Royce como tumba emocional de Katherine y Alex. La pronunciación de Sanders, tan sumamente british, la de Bergman, tan nórdica y correcta… frente a la dicción caótica y alegre del napolitano de la calle.
Y cómo se disfrutan las omnipresentes melodías, surgidas de entre las paredes, en contrapunto y concierto con los cuerpos sepultados en las lavas del Vesubio.
Una película así invita a una vivencia intensa del presente, sin servidumbres ni ataduras. Invita a recorrer el mundo a lomos de una cámara de cine.
Incluso el proverbial desenfado (o desaliño) de Rossellini al dirigir, es aquí virtud. La falta absoluta de química entre George e Ingrid le va a la cinta como un guante. El director romano, casado con la actriz, echa el resto al retratar a su mujer, no es un retrato ideal ni edulcorado, sino severo y lleno de matices, rodado siempre desde el interior.
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Son tantos los detalles. El matrimonio Joyce hablando, en el coche, de los hijos que no llegaron a tener. Y mientras, en segundo término, como fuera de su alcance, los niños italianos. El homenaje al autor de Dublineses, tanto en el apellido de los esposos como en el maravilloso personaje ausente, aquel poeta fallecido que evoca inequívocamente al Michael Furey de ‘Los muertos’. La secuencia de las ruinas pompeyanas…
O el final (que no desvelo pero que contiene un detalle, al margen de la trama, que quiero señalar).
Alex y Katherine salen del coche. Asisten a una procesión. Tras ver el hermoso rostro de la Madonna, un nuevo corte nos devuelve al matrimonio. Han transcurrido ochenta y tres minutos desde el inicio de la cinta. La cámara, en una grúa fascinante, se eleva por encima de la multitud. De pronto, la sombra de la grúa se advierte en la pantalla. ¿Un descuido?
Que cada uno lo interprete a su manera.
En el siguiente plano, abruptamente, Alex, le dice a su mujer:
– ¿Cómo pueden creer en este tipo de cosas? Parecen una pandilla de niños.
[Se refiere, claro, al fervor religioso de los pueblos.]
Y ella le contesta:
– Los niños son felices.
No me resisto a ver en esa escena un mensaje en clave metacinematográfica. Rossellini, por boca de George Sanders, y después del obvio error que supone haber visto la sombra de la grúa y de la cámara recortarse en la pantalla, se pregunta cómo podemos creer en algo tan artificioso como el cine.
La respuesta es tan evidente como hermosa: los niños son felices. Y viven el presente. Igual que tú, cinéfilo lector.
Poco después, vienen las últimas palabras de la cinta, que no revelaré. Pero tras ser pronunciadas, la misma grúa se aleja de los personajes. Aunque, esta vez, se corta el plano antes de que podamos atisbar siquiera la sombra de una duda.
PD1: El título español no sólo es un disparate por las razones ya expuestas en numerosos textos, sino por la torpeza en la elección del tiempo verbal: el futuro es impensable en un viaje como éste. El traductor, al parecer, no asimiló la escena de Pompeya.
PD2: La explicación más obvia del detalle de la grúa sería la imposibilidad de repetir, por motivos de producción, una toma tan larga y tan compleja.
Tercer largometraje de Rossellini (1906-77) protagonizado por Ingrid Bergman. Escriben el guión Vitaliano Bracanti, Antonio Pietrangeli y R. Rossellini. Se rueda en escenarios naturales de Campania y en los platós de Titanus Studios (Roma). Producido por Adolfo Fossataro, Alfredo Guarini y R. Rossellini para Sveva Films e Italia Films (Roma) y Les Films d’Ariane y Francinex (Paris), se estrena el 7-IX-1954 (Italia).
La acción dramática tiene lugar a lo largo de 3 o 4 días del invierno de 1954, en Nápoles, Capri, Pompeya y alrededores. Alexander Alex Joyce (Sanders), armador londinense, y su esposa Katherine (Bergman), casados desde hace 8 años, viajan en coche desde Londres a Nápoles para gestionar la venta de una villa en el campo que han heredado del tío Mitchel. Ambos son ingleses, gozan de una posición económica acomodada, son cultos y refinados. Ella, de unos 40 años, desea visitar los museos, monumentos, catacumbas y lugares históricos. También desea recorrer el paisaje y conocer de cerca el Vesubio. Él, próximo a los 50 años, prefiere pasar unos días de descanso en Capri junto a unos amigos, flirtear con una antigua conocida, salir de noche y entretenerse con una chica de pago (Proclemer).
El film es un drama con elementos de comedia y de documental. Es una obra singular e innovadora, que se separa del movimiento neorrealista impulsado por Rossellini, para focalizar la atención en el análisis del mundo interior de los personajes, de sus emociones íntimas, sus sentimientos, deseos e impulsos. A Rossellini le sigue preocupando la exploración de la realidad, sigue siendo un autor realista, pero su maduración como cineasta ha propiciado una evolución que le ha desplazado el foco de atención a la realidad interior del ser humano. La nueva etapa del autor prepara el camino de lo que será la nouvelle vague, se adelanta a Al final de la escapada (Godard, 1960) y prefigura el advenimiento del cine moderno.
Opta por un cine sencillo, sobrio e intimista, en el que lo más importante es la mirada del espectador. La imagen ocupa espacios reservados en trabajos anteriores a la palabra, el diálogo, la banda sonora, el sonido ambiental. A través de la imagen explica el estado de ánimo de los protagonistas: los gestos exteriorizan la intimidad de los personajes, el entorno cumple funciones de descripción de sentimientos y deseos, etc.
La imagen adquiere una nueva centralidad y gran trascendencia dentro del conjunto de los recursos expresivos. Con imágenes sugiere la distancia que separa a Alex de Katherine, la gran turbación emocional que afecta a Katherine (visita al Museo Arqueológico de Nápoles), los pensamientos que la embargan durante su paseo en coche por la ciudad, la frustración que siente por su rechazo de la maternidad, etc. La breve aventura de Alex en Capri se salda en fracaso, soledad y desolación (bar de copas, prostituta…).
(Sigue en el spoiler sin desvelar partes del argumento)