Stray Cat Rock: Sex Hunter
Sinopsis de la película
Tercera y más popular entrega de la saga Stray Cat Rock (segunda dirigida por Hasebe), producida por Nikkatsu entre los años 1970 y 1971. En esta entrega una banda racista bajo el nombre de Eagles, cuyo líder (Tatsuya Fuji) alberga prejuicios raciales después de que un soldado americano negro violara a su hermana, inicia una cruzada para apalizar y expulsar de la ciudad a varios jóvenes mestizos. Sin embargo, se encontrarán con la feroz resistencia de un mestizo llamado Kazuma (Rikiya Yasuoka), a quien Mako (Meiko Kaji) y su banda de chicas delincuentes ayudarán.
Detalles de la película
- Titulo Original: Nora-neko rokku: Sekkusu hanta (Stray Cat Rock: Sex Hunter)
- Año: 1970
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
5.8
41 valoraciones en total
Vuelven las pandillas de mujeres peligrosas e independientes. Al otro lado unos indeseables que se creen gángsters imponen su propia ley contra todo ciudadano no japonés. En esta guerra sin cuartel no puede haber ganadores…
Así llega el tercer asalto de una de las sagas más exitosas y conocidas de Nikkatsu: Stray Cat Rock .
Siguiendo la línea de estas producciones tan en boga en aquellos años de rebeldía y salvajismo y con el propósito de hacerle la competencia a la Toei, los asesinos indeseables y las mujeres pandilleras enredados en situaciones de lo más truculentas causó furor en el momento para el joven público, que era el sector al cual se destinaban precisamente estos títulos. Onna Bancho se hizo con unos beneficios altísimos, y a no mucho tardar se empezó a poner en circulación la creación de una saga. Sin embargo no fue el hábil Yasuharu Hasebe quien tomó el mando para la secuela ( Wild Jumbo ).
Fue Toshiya Fujita, un director bien formado pero sin mucha experiencia cuyos resultados fueron de lo más reprochables en comparación con la película original. Para ahorrar tiempo y gastos, típico de la compañía, la 3.ª parte se decidió rodar al mismo tiempo manteniendo casi el mismo equipo artístico y técnico, Sex Hunter tiene de nuevo a Hasebe tras la cámara, ofreciendo un enfoque diametralmente opuesto al de su compañero/competidor. Se olvida de las playas y el escenario hippie antes expuesto y de nuevo pone su cámara en mitad de las calles, de ese entorno urbano que esboza cómicamente áspero, grotesco y colmado de toda la influencia llegada de EE.UU..
Regresan con ello los grupos de mujeres, liderados por la renacida Meiko Kaji bajo el nombre de Mako, ya asumiendo el protagonismo en comparación con las entregas previas. Y las heroínas de Hasebe no son tan heroínas como en Onna Bancho , ahora éste, junto a Atsushi Yamatoya ( Marcado para Matar , Violent Virgin ), se esfuerza en presentarlas más violentas, más rebeldes…y sí, más repulsivas. Porque poco respeto se pueden ganar de mi persona estas individuas que se dedican a vagabundear, chantajear y robar a quien les venga en gana, pero lo verdaderamente importante no surge de la inseguridad ciudadana (es más, no aparecerá un policía en toda la historia), sino de dos tramas que empiezan y desarrollan en paralelo para luego converger…
Aunque luego se separen otra vez y vuelvan a juntarse como el que no quiere la cosa, es este uno de los principales inconvenientes de la muy mal titulada Sex Hunter : la incoherencia argumental. Por un lado tenemos a Mari, amiga de Mako, que se enamora de un chico negro (y por si no lo habíamos visto ya, aquí retorna Ken Sanders en un papel muy digno, todo sea dicho), dejando un poco en ridículo a uno de los miembros de los Eagles, una banda organizada como yakuzas pero no se sabe muy lo que hacen o a qué se dedican. La paz existente entre el líder de éstos (Baron) y Mako se rompe y el director se atreve a abordar un tema controvertido y peliagudo, a la orden del día en aquel 1.970: el recalcitrante racismo en terreno japonés.
Erigidos en justicieros de la era Showa, lo más terrorífico de Baron y sus hombres recae en su falta de inteligencia para generar el caos y la muerte a su paso. Esta escalada de violencia contra los mestizos y las minorías hace daño por su brutalidad y asfixiante persecución (en un alarde de su frescura visual, se filma en el bar que frecuentan esos inmigrantes usando un formato de pantalla estrecho para subrayar la agobiante alienación sufrida). Podría ser este el grueso de la trama, pero se nos introduce otro personaje, Kazuma, un mestizo (muy conveniente) que va en busca de su hermana Megumi.
Estos dos hombres, el primero por presentarse como un villano mucho más complejo de lo que se podía creer y el segundo por valiente y carismático, resultan más interesantes que la propia protagonista. Mako, al igual que los demás, y como es característico de los personajes de Hasebe, se guía únicamente por sus impulsos, su violencia y su tremenda idiotez, porque como iremos viendo esta parece ser la cualidad principal imperante, la estupidez condiciona los actos y las decisiones de todos (esto causa sin duda una incoherencia narrativa de lo más incómoda, y no sólo lo ejemplifica el por qué querría Mako convertirse en amante del chiflado Baron, sino también el acto final de Kazuma, que dejará a todos con la boca abierta).
De ahí que nadie se gane nuestra simpatía. En última instancia aquí no hay ni buenos ni malos y todos se tienen bien merecido su dolor y sufrimiento (tanto hombres como mujeres), y para rematar, el director se permite olvidar a un personaje, hacer que regrese otro o centrarse de repente en el menos apasionante. Aun con tal carencia de sentido argumental, éste no defrauda en su destreza tras la cámara, en exponer la violencia áspera y amargamente, en atraparnos en su atmósfera masoquista, sangrienta y sudorosa, si bien su imaginativo despliegue visual es menor en esta ocasión (en ese sentido sólo destaca el flashback sobre el pasado de Baron o los incontables y coloridos números musicales).
Mientras, no reniega por supuesto de sus influencias americanas, en un momento dado, Baron y Kazuma desean que la historia se convierta en un western , y debido a esto el director nos brinda un clímax muy cercano al género (y al de su Massacre Gun ). Tatsuya Fuji regresa repulsivo pero más interesante que otras veces, Meiko Kaji lo hace implacable y adoptando un atractivo look que después popularizaría en la famosa saga Sasori , y un jovencísimo Rikiya Yasuoka en uno de sus primeros papeles se curte para sus futuros y duros yakuzas, el resto sólo decente.
Más oscura, seca, salvaje e intrincada que Wild Jumbo , esta 3.ª parte, pese a su inmenso éxito en cines, también se ve lastrada por su sinsentido, su ilógica narrativa y sus personajes tan odiosos.
La original, ni que decir tiene, sigue siendo la mejor…
Me ha parecido muy sugestiva e interesante esta película, cuyo título en inglés podría traducirse como El rock de las gatas salvajes:cazador sexual . Que sea un film producido por Nikkatsu para un público joven, y por tanto, un film tendente a dar las emociones fuertes que ese público pedía (sexo y violencia, fundamentalmente) no quita que sea una estupenda película, pues su argumento es interesante, los temas que se plantean también, el guión y la puesta en escena son más que aceptables, y las interpretaciones y el reparto son también muy interesantes.
En este film hay, desde luego, ganas de transgredir, de saltarse las normas: Meiko Kaji es Mako, una mujer fuerte y violenta, que no para en barras a la hora de vengar a sus compañeras de banda, y es, por qué no, una heroína transgresora, que rompe con la habitual y tradicional pasividad de la mujer japonesa. Es también una heroína moralmente ambigua, que oscila entre dos hombres antitéticos, Baron (Tatsuya Fuji), el racista, el depredador psicópata, el impotente, y Kazuma (Rikiya Yasuoka), el mestizo, el vagabundo cantante, el buscador de hermanas perdidas. El sombrero negro de ala ancha caracteriza a esta mujer, un poco a la manera en que el manga o cómic japonés singularizaba y singulariza visualmente a sus personajes.
El subtexto sobre el racismo es también muy interesante, y yo diría que poco frecuente en el cine japonés, al menos tal como lo plantea la película: los mestizos, que, como Kazuma, son hijos de japonesa y soldado negro americano, son mitad japoneses y mitad negros, y son víctimas de los ataques de la banda de los Eagles , cuyo líder, Baron, lleva el racismo hasta lo enfermizo y lo psicopático. La película recicla en espectáculo los traumas y el desgarro de la ocupación americana, los recuerdos oscuros de una aún reciente posguerra que marcó a toda una generación. La forma en la que Yasuharu Hasebe integra espectáculo y reflexión es lo que define a una gran película como ésta.