Sonrisas de una noche de verano
Sinopsis de la película
El abogado Fredrik Egerman (Gunnar Björnstrand) es un hombre maduro que vive una relación platónica con Anne (Ulla Jacobsson), su joven y virginal esposa. Henrik, hijo de un matrimonio anterior, persigue a Petra (Harriet Andersson), la doncella de la familia. Una actriz llamada Desiree (Eva Dahlbeck), antigua amante de Fredrik, está en la ciudad y él la visita, pero ahora ella tiene un nuevo amante, el Conde Malcom, casado con Charlotte. Todos estan invitados a una fiesta durante un fin de semana en la propiedad de la madre de Desiree. Charlotte intenta seducir a Fredrik para vengarse de Desiree. Mientras tanto, Anne, la casta esposa de Fredrik, se da cuenta de lo mucho que le atrae su hijastro.
Detalles de la película
- Titulo Original: Sommarnattens leende
- Año: 1955
- Duración: 109
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Opinión de la crítica
7.4
57 valoraciones en total
Con inspiración muy libre en El sueño de una noche de verano de Shakespeare, Bergman plantea una comedia bufa de enredos amorosos que satiriza la infidelidad y el adulterio. En uno de sus raros paréntesis en los que deja aparcado el asfixiante drama psicológico, el insigne sueco nos obsequia unos diálogos muy sagaces y afilados, cayendo en algunas secuencias en un sarcasmo bastante corrosivo y sin perder la profundidad de análisis, dudas, tormentos, celos y maquinaciones en un juego de aparente frivolidad. Sólo aparente, los personajes de Bergman jamás son mera fachada. Se adivina de fondo un hastío vital que obliga a los contendientes veteranos a apuntarse a la escuela del cinismo y de la hipocresía, ya curtidos en las escurridizas lides del amor. Los jóvenes, aún expectantes y sin resignarse a morder plenamente el polvo del desencanto, prefieren seguir las inclinaciones de la pura diversión (la lujuriosa doncella Petra), la honestidad y la seriedad (el atormentado Henrik), y del romanticismo (Anne, la adolescente virgen casada con un hombre mucho mayor que ella). Devaneos a varias bandas con el nexo del libertinaje de los mayores de buena posición (el abogado, la actriz famosa y el conde), la ligereza de cascos de la servidumbre, la relajación moral indulgente con los pecadillos, y la generación de jóvenes honrados que trata de contrarrestar la malicia del ambiente con su búsqueda del amor verdadero.
El viejo verde que tiene una esposa a la que saca tanta diferencia que más bien es una relación paternofilial sin sexo (da grima acostarse con alguien que te recuerda a tu padre), se desahoga fuera de casa con una voluptuosa artista que presume de una cola de amantes, entre los que merodea un conde poco deseoso de compartirla, y cuya mujer anda encabronada por los cuernos que no tiene más remedio que lucir. Por otro lado Anne y su hijastro Henrik (que son casi de la misma edad) sufren de desamores y frustraciones, y una corriente invisible fluye entre ambos.
La única que disfruta de la vida sin complicaciones es Petra. Qué más le da si se lía con el señorito o con un fornido campesino, si al llegar la mañana ha contemplado las tres sonrisas de la noche y sabe que cada nuevo día le traerá varias sonrisas más.
Cínicos o ingenuos, libertinos o decentes, en realidad ninguno quiere dejar escapar la oportunidad de vivir el goce de amar, por muy gastado que esté.
Una película bastante atípica e inesperada en la filmografía bergmaniana, nada menos que una comedia de época, llena de flirteos, aventuras amorosas, adulterios y demás ingredientes del vodevil clásico. Pues bien, lo que convierte, sin embargo, a esta película en toda una obra maestra es que dentro de su tono de pillería y picaresca, de su reguero de dormitorios e infidelidades, se esconden unos brillantes diálogos, a la par que la espléndida mixtura entre frugalidad, carnalidad, sensualidad y melodrama que transpira, envuelta en una fotografía maravillosa del operador Gunnar Fischer. Y además es un film muy divertido, dónde todos los personajes encuentran, dentro de la sempiterna imperfección del mundo que plantea Bergman, lo que más se aproxima a su felicidad perfecta y temporal.
Bergman es una magnífico conocedor de la naturaleza humana. Profundo, oscuro, sensible, considerablemente masculino, sus filmes están empapados de él. En Sonrisas de una noche de verano obtiene un filme notable: bien realizado, con buen argumento, todo muy cuidado, etc., aunque, sin duda, es en esos momentos en los que profundiza en la esencia humana cuando alcanza el zenit emocional y reflexivo. Material suficiente para generarnos la reflexión posterior.
Pese a tratarse de una exquisita y muy divertida comedia, esta obra no está tan lejos en espíritu y esencia del resto de la filmografía del gran maestro sueco. Su sentimiento hedonista, su reflexión sobre el paso del tiempo, la tentación de la carne sobre el espítritu, o la perdida de la inocencia son algunos de los complejos temas que la obra aborda con la complejidad que siempre ha caracterizado la coherente obra de su autor..
Excelentes diálogos, una espléndida fotografía, una atmósfera onírica y sensual, y un humanismo tan personal como intransferible hacen que esta sea una de mis obras favoritas de Bergman, que convence sin aleccionar y conquista sin atacar, llevando ese hermoso espíritu de gozo, libertad y belleza a través de unos personajes inteligentes y complejos, y, sobre todo, obviando en muchos aspectos su clase social, lo que la convierte en una obra innovadora y transgresora para su fecha de realización.
Una nueva forma de Igmar Bergman para llegar por otros caminos a las mismas conclusiones a que pueden llevar obras quizás mas reconocidas y reputadas de su autor como El sèptimo sello, El silencio ó Fresas salvajes, pero transitando el terreno de la comedia agridulce y de la ensoñación romántica sensual.
Una auténtica delicia, un film preciosista lleno de sentimientos y toda una lección del mejor cine del autor sueco.
Cuando nos encontramos ante una obra cinematográfica de la calidad y envergadura de la de Bergman, si uno de sus títulos no termina de convencernos, debemos dejar paso a la prudencia y pensar con cierta humildad: el problema no es de la película sino de quien la ve. En este caso, yo. Además, el autor no habla demasiado de ella en su libro autobiográfico. Tan solo dice que al terminar de rodarla se quedó literalmente en los huesos y tuvo que ser hospitalizado.
No sé. No entiendo exactamente el tono, la temperatura del humor, los cambios de registros. Hay momentos en que todo se ennegrece, y aparecen los personajes complejos y atormentados a que nos tiene acostumbrados el director. Son los mejores, con los primeros planos introspectivos, con ese buceo por el interior. Pero hay otros en los que el tono de parodia, de comedia ligera, no termina de ser convincente. Tanto en la situación en sí misma, como en el dibujo de los personajes, que no terminan de ser creíbles, a pesar del excepcional trabajo de los actores.
Y de la excepcional fotografía, del guión, de la puesta en escena. Todo ello, marca de la casa.
Sé que la película proviene de un montaje teatral de gran éxito que Bergman hizo, y que su propuesta es conseguir en la pantalla un resultado artístico similar. Conozco bien el texto de Shakespeare del que todo procede, y estas razones me despistan todavía más. Este Shakespeare a la sueca me resulta un poco lejano, lleno de lagunas y de puntos irreconocibles.
Con momentos memorables, como no podía ser de otra manera. Para mí es brillante el ejercicio durante los últimos treinta minutos, cuando ese aire incierto de inmoralidad y desenfreno impele a los personajes a precipitarse en su propio destino, en el que las piezas del puzzle comienzan a encajar: la fuga de la joven esposa, el brindis de la señora mayor, la ruleta rusa, con su final tragicómico, etc. Entonces hay teatro, puro teatro, dramatismo. Hasta esos momentos no sé exactamente lo que hay, además de minutos. En el Séptimo sello esas mezclas funcionaron a la perfección. Aquí, me atrevo a decir que no tanto.
Pero por si fuera poco, Woody Allen le rinde un bello homenaje, que me instala, todavía más, en la convicción de que el equivocado soy yo.