Sleepy Eyes of Death 10: Hell Is a Woman
Sinopsis de la película
Décima aventura del astuto, implacable e impasible samurái sin señor Kyoshiro Nemuri. Esta vez se ve atrapado en una encarnizada batalla que dos miembros de la familia Saeki libran para determinar quién será el sucesor de Echigo-no-Kami, actual jefe del clan, afectado por una enfermedad. Kyoshiro, evadiendo los ataques de los secuaces de ambos, también será víctima de las artimañas de varios personajes femeninos y de la compasión que le inspira la princesa Saya, hija de Echigo, quien desea que la guerra por la sucesión del clan termine.
Detalles de la película
- Titulo Original: Nemuri Kyôshirô 10: Onna Jigokuaka
- Año: 1968
- Duración: 85
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Si investigamos en la cinematografía japonesa descubriremos que, como en cualquier otra, hay infinitas sagas que terminan formando parte de la cultura pop del país.
Si a comienzos del 2.000 primarían las del j-horror iniciadas a partir de los éxitos The Ring , Kairo y Ju-on , también podemos hallar muchas que darían comienzo en los años 60 o 70, en especial dentro del género del chambara , y buen ejemplo de ello son las de Zatoichi , Shinobi no Mono o Kozure Okami . Pero fueron sobre todo dos actores los que se encontraban en directa rivalidad en la época: Shintaro Katsu y Raizo Ichikawa. Nacidos en el mismo año, descendientes de actores y ambos bajo el auspicio de la compañía Daiei.
El primero tardó más tiempo en encontrar la fama que su competidor, pero lo logró al protagonizar dos grandes sagas, la del samurái ciego y la del soldado Kisaburo en Hoodlum Soldier , el mismo año en que se estrenaba la tercera entrega de las peripecias de Zatoichi, Daiei daría el pistoletazo de salida a las de otro Kyoshiro Nemuri, personaje creado por Renzaburo Shibata en 1.956 y sobre el cual escribiría largo y tendido. Empezó una corta saga con Koji Tsuruta de protagonista, y luego una nueva con Ichikawa al mando de Tokuzo Tanaka, dando así comienzo una serie de catorce títulos que se prolongaría hasta 1.969.
Cinco años después aquél volvería a encontrarse dirigiendo al actor tras haberlo hecho cineastas como Kenji Misumi, Kimiyoshi Yasuda o Kazuo Ikehiro entre otros, la historia de Onna Jigoku está escrita por Hajime Takaiwa, también guionista de la anterior entrega y colaborador asiduo en la saga Shinobi no Mono , y comienza sin necesidad de innecesarios prólogos, en plena batalla entre samuráis, que Tanaka, sirviéndose de su destreza para plantear la acción visual, sitúa en mitad de un paisaje deprimente y solitario. Un hombre muere (Genjiro Tadakoro, samurái emisario) y otro jura encontrarse con Kyoshiro (Tatsuma Naruse).
Dos individuos clave en una trama que no cesará de usar trampas varias para confundir al protagonista y al mismo espectador. Ahora el amargo y nihilista ronin se ve envuelto sin desearlo en una lucha sin cuartel entre los súbditos del convaleciente Echigo-no-Kami, señor del clan Saeki: Geki Inada y Unemenosho Hori, ambos deseosos de lograr el poder tras la muerte del jefe, en esta rastrera batalla, disfrazada con la hipocresía, la ambición y la crueldad de los miembros de cada familia, se verán envueltos otros personajes que iremos conociendo, de forma aleatoria al principio, pero poco a poco cruzando sus caminos y confluyendo en el mismo conflicto.
Algunos serán un ronin oportunista y mentiroso llamado Jinnai y la joven princesa Saya, hija de Echigo-no-Kami, todos ellos se encontrarán en el viaje de Kyoshiro, quien se ve forzado a unirse a alguna de las dos facciones, lo que no desea, aunque como ya se ha demostrado antes, su destino es el de vivir rodeado de violencia, muertes y venganzas, pues ello es lo único que atrae su frío y negro espíritu. Pero si algo cobra importancia en esta historia, y ello bien lo refleja el título de la misma, es cómo las mujeres determinarán cada uno de los sucesos que irán aconteciendo y cómo, en mayor o menor medida, marcarán el camino del protagonista.
Desde la princesa Saya y Osono, alegre camarera de un bar enamorada de él, pasando por todas las que interrumpen su marcha para intentar matarle hasta la inocente Ochika, hija de Unemenosho que expirará en sus brazos, primer punto de inflexión que determina la misión esencial de Kyoshiro: hallar al hermano de ésta, a quien invade el deseo de acabar con su progenitor. A una melancólica tragedia heredada una vez más del Yojimbo de Kurosawa, en la cual se desgarran las ansias de poder político del Japón feudal y la injusticia que los inocentes sufren por su culpa, se une la capacidad de Tanaka como perfecto narrador de historias y su habilidad única para plasmar los hechos en imágenes.
Porque si algo caracteriza al cineasta, más allá de los correctos trabajos de Misumi o Yasuda, es la muy cuidada puesta en escena de sus obras, manejando atmósferas envolventes y tenebrosas pero no exentas de crudo realismo y ese gusto por la violencia más directa, los combates que filma el nipón haciendo uso de los escenarios naturales y sus elementos (la nieve, el agua, el viento, los árboles) son tan viscerales como cautivadores. Ciertos momentos, como la trampa de la mujer crucificada o la seducción de la cortesana ciega (que casi remite al cine de corte fantástico de Tanaka) exhalan una gran sensación de macabro lirismo.
Tras esto, significativos reflejos que se van sucediendo (Saya y Ochika, Tatsuma y Kyoshiro, cuyas madres sufrieron un destino parecido) y los esquemas propios de las aventuras del samurái, incluyendo su duelo final, la legendaria táctica de su espada y la desgracia asaltando a todos los que se acaban cruzando con él. Ichikawa vuelve a meterse en la piel de su personaje fetiche, un tanto desvirtuado pero sin cambiar su carácter duro, agrio, ingenioso y misógino (algo que se acrecentó en la saga), aun siendo una mujer la que guía sus actos hasta el final, enfrentando su laconismo con grandes actores como Takahiro Tamura, Eitaro Ozawa, Yunosuke Ito y las bellas Miwa Takada, Yaeko Mizutani y Kayo Mikimoto.
Su primera parte, en la que no dejan de aparecer personajes sin orden ni concierto, y esa estructura repetitiva y casi episódica que muestra la travesía del ronin (conoce a una mujer, ella le traiciona y muere, luego llegan los samuráis, conoce a otra mujer…) crea cierta confusión y por tanto la estructura merece una revisión.
No obstante la técnica y nervio de Tanaka y los buenos actores, en especial Ichikawa, compensan el flojo guión de Takaiwa, dejando Onna Jigoku a un buen nivel dentro de la saga y como un chambara intenso, poético y entretenido con el que se deleitarán los fans del género.