Rodin
Sinopsis de la película
Auguste Rodin (1840-1917), a sus 42 años, conoce a Camille Claudel, una mujer joven desesperada por convertirse en su ayudante. Él rápidamente se da cuenta de su potencial y la trata como una igual en términos creativos. Después de más de una década de trabajo y de relación apasionada, Camille se separa de él, una separación de la que nunca se recuperará y de la que Rodin saldrá profundamente herido. La película también muestra algunos de sus romances con asistentes y modelos así como su larga relación con Rose Beuret.
Detalles de la película
- Titulo Original: Rodin
- Año: 2017
- Duración: 119
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Opinión de la crítica
4.7
28 valoraciones en total
Rodin comparte su vida con Rose Beuret (Séverine Caneele), su amor de toda la vida, pero todo cambia cuando conoce a Camille con la que mantendrá una intensa relación profesor-alumna. Rodin no solo se queda prendado de su belleza sino que también se ve atraído porque ella verdaderamente comprende su arte y puede ver la vida que contienen sus esculturas.
Camille, que adora el trabajo de Rodin y la pasión con la que trabaja cada una de sus obras, irá acercándose cada vez más a su maestro y pronto dejará de ser no solo su alumna y amante, sino una escultora tan buena como él y le exigirá un compromiso más férreo en su relación.
Sin embargo, a pesar de amar con locura a Camille, Rodin, temeroso de su soledad, es reacio a dejar a Rose ya que aunque no entiende ni vive su arte tan de cerca como Camille, ha compartido con ella muchos años y se siente seguro a su lado. Ambos mantienen una extraña relación basada en una especie de servidumbre de esta para la realización de las tareas de la casa, siendo más que su adorada compañera, una simple ama de llaves. Además, a pesar ser conocedora de la frenética vida del artista en su taller con los numerosos escarceos que tiene con sus ayudantes y modelos, ella siempre ha permanecido a su lado.
Rodin se nos muestra como un perfeccionista, un trabajador incansable para el que la realización de una escultura no solo se basa en darle forma sino en dotarla de vida. Es tan meticuloso que parece no quedar nunca completamente satisfecho con sus trabajos. Muchas de sus obras serán criticadas y puestas en duda, pero será su representación de Balzac la que más problemas y detractores acumule.
Jacques Doillon nos muestra a un Rodin taciturno, cabizbajo y melancólico, al que las continuas críticas y rechazos a sus obras ciertamente le afectan, pero que sigue trabajando duramente día a día en lo que cree y le apasiona porque considera que solo así podrá encontrar la belleza. Además, tiene el consuelo de aquellos que sí entienden sus obras como sus colegas impresionistas Monet y Cézanne, los ayudantes y alumnos de su taller de trabajo, y como no, su querida Camille, a la que agradece su sinceridad y no duda en pedir consejo.
Cuando Camille está ausente, Rodin apenas puede trabajar. La ama con tanto fervor que roto y desolado no se puede concentrar. Sin embargo, sigue aferrándose a la seguridad Rose. En cierto modo, la pasión y el coraje de Camille le aturde, y sabe que caer completamente en sus garras supondría quedarse atrapado allí: en el deseo constante de poseerla dejando que la lujuria le aprisione.
Como si de una diosa del Olimpo se tratara, para Rodin Camille es una especie de deidad malvada que apenas puede manejar y que le arrastra al pozo de la amargura a su antojo. En ocasiones se muestra fría, quiere tener el control sobre Rodin y no entiende por qué si la ama tanto sigue estando con Rose. Además, no soporta que todo su trabajo sea considerado como una sombra del de Rodin. Él admira el trabajo de Camille y entiende que quiera buscar su propio camino ya que es una excelente escultora.
Vincent Lindon consigue a través de su tranquilidad, que en ocasiones roza la parsimonia, reflejar un Rodin ciertamente frágil. Una expresividad decaída solo rota por la felicidad que le proporcionan los momentos con Camille. Por su parte, Izïa Higelin consigue con su Camille mostrar la energía y entusiasmo propio de su juventud, aunque eso desemboque en muchas ocasiones en una actitud caprichosa y pueril.
La obra de Rodin supuso el punto de partida de la escultura moderna, y su vida estuvo impregnada por la pasión y la lucha entre aquellos que supieron admirar su arte y quienes rechazaban la sensualidad de su escultura (según nota de prensa de Caramel Films).
Dado el desenfrenado gusto por la belleza del cuerpo femenino de Rodin, la película muestra ese erotismo y lujuria propio de sus obras. Además, incorpora el componente de una relación tóxica y pasional tan beneficiosa como perjudicial, algo muy común que refleja el amor destructivo en el arte. Sin embargo, lejos de convulsionar y arrastrarnos por una tortuosa espiral de emociones, se trata de un amor que resulta más bien apático por la actitud narcisista de cada uno de los escultores que buscan principalmente su propio reconocimiento.
Un film donde las conversaciones y pensamientos se desarrollan entre largos silencios para tratar de advertir la pasión latente entre los amantes o en un vago intento por centrar al espectador en la admiración de las esculturas, pero que producen una sensación contraria de pesadez y lentitud. Una película que deja una sensación extraña por la que se podría haber sacado más partido dada la categoría del artista.
Escrito por Manuel Lara Rodríguez
https://cinemagavia.es/critica-pelicula-rodin-jacques-doillon/
Siempre he pensado que en el caso de los biopics, sobre todo si se trata de algún personaje histórico del que apenas conoces detalles de su vida y de su obra, lo interesante es que te despierten las ganas y la curiosidad por adentrarte en la vida del retratado. A veces una buena película puede descubrir a un artista cuyos trabajos te pueden cambiar la vida o al menos proporcionarte buenos momentos de disfrute. No sé si esta era la intención de Jacques Doillon a la hora de sumergirse en el mundo de Auguste Rodin, pero en cualquier caso se queda lejos de conseguir que nazca el interés por el arte del padre de El pensador.
Centrada en dos de las obsesiones que lo persiguieron en un momento concreto de su vida, la creación de la estatua dedicada al escritor Honoré de Balzac y su relación amorosa, llena de subidas y bajadas, con la también escultora Camille Claudel, la película de Doillon avanza a trompicones, sin una clara línea de continuidad narrativa, disimulando a golpe de artificiosa puesta en escena, su falta de nervio y pasión. Y esa ausencia de garra, a pesar del esforzado trabajo interpretativo de Vincent Lindon, a la hora de transmitir los pedazos de vida que Rodin dejaba en sus obras y en sus encuentros con Claudel, condena la película a la mediocridad del simple relato de unos acontecimientos a los que se ha sido incapaz de sacar todo su jugo. Al esbozo de arcilla por moldear.
Lo mejor: su parte didáctica.
Lo peor: la dimensión del personaje queda muy por encima del de la película.
Si mal no recuerdo, ésta ha sido la quinta película que he visto de Jacques Doillon. No se trata de un director que me apasione y su obra, aunque significativa y personal, no conecta conmigo. Quizá son sus desafueros líricos, su guiones escritos con perfumes de Truffaut o esos trazos de Bresson demasiado crudo. Para narrar la vida de Rodin parece que ha modificado ligeramente su estilo y por eso me sorprendo viendo con agrado una película mayormente denostada. Es como si hubiese comprendido que para abordar la vida de un escultor hay que aproximarse a sus procedimientos, ofrecer esas viñetas de su vida de forma que el espectador pueda observarlo con detenimiento y construir su perfil cincelando con paciencia y detalle, con largos planos y dilatadas escenas que recreen la materialidad, que permitan presenciarlo con relieve y desde diferentes ángulos.
Estos mimbres biográficos se ofrecen óptimos para construir la millonésima historia sobre el artista atormentado, sin embargo Doillon impone una mirada sobria y contenida, una representación sumamente naturista y busca contextualizarlo para mejor entenderlo. Efectivamente, vemos a un señor muy seguro de sí mismo y de su arte, algo brusco y seco en el trato, y cierto aire taciturno. Mas cuando por ejemplo se le pone al lado de Victor Hugo, homérico entre los homéricos, que no tolera que el artista que le ha de inmortalizar le tome medidas y apenas se molesta en tratarlo, vemos que el león no es tan fiero.
El recorrido que emprende Doillon ha mantenido todo mi interés. Las dos líneas maestras que predominan en el flujo de imágenes, su relación con Camille Claudel y la creación de su estatua de Balzac, permiten despiezarlo con naturalidad y comprender hasta qué punto la materia sólida era importante para un hombre que aprendió su arte de las nubes, los árboles y la catedral de Chartres, un artista que hizo del barro una materia de primer orden y relegó al oro como la última. Y ennobleció las piedras. Ahí está el valor del artista: ser capaz de exponer a la vista las cosas ocultas y conseguirlo sin respetar las convenciones, con las que no se viaja demasiado lejos.
Aparte de las cualidades intrínsecas de este título, también lo encuentro particularmente interesante al compararlo con el Camille Claudel 1914 de Bruno Dumont, que expone el otro lado de la historia entre los dos artistas. Dumont adopta el punto de vista subjetivo de ella y por eso culpabiliza a Rodin, se le expone como un ogro abusón y aprovechado. Hasta cierto punto Doillon coincide con él. Al final de la cinta, por boca de un representante de Claudel, se le lanza esas acusaciones de plagio que retumbaron en la torturada cabeza de la escultora. Doillon no parece otorgarle demasiado crédito a esas acusaciones y en cambio apunta que el origen del conflicto quizá se ubique en el voraz apetito mujeriego de Rodin.
Doillon, por su lado, intenta excusar a Rodin sin demonizar a Camille. El gran desencuentro entre ambos surge por varios motivos. Por un lado Rodin era más apolíneo, más sereno y regular, Camille era más dionisíaca, temperamental y bulliciosa. Difícil compatibilizar temperamentos tan dispares. También está el machismo rampante de la época, cuando se criticaba y no se toleraba que una artista representara un cuerpo desnudo y además se la anulaba públicamente al citarla siempre en relación con el famoso escultor y no por ella misma. Rodin no parece comprender esto. En cierta escena él intenta animarla, alaba su obra, Camille le reprocha su éxito y ninguno de los parece entender que la culpa no es de ninguno de ellos dos, sino de los valores y un punto de vista discriminatorio e injusto.
En resumidas cuentas, me ha parecido una obra sumamente enriquecedora por su acurada visión histórica, por las atmosféricas escenas y por la honestidad con la que se nos muestra a Rodin, sin abundar en tópicos o paños calientes que lo desdibujen y lo hagan más convencional y neutro. En vista de la acogida recibida, no es exagerado afirmar que, como a Rodin le pasó con su estatua de Balzac, hay que pagar un precio por salirse de las fórmulas y recibir incomprensión y reproches no siempre justos.
Rodada en Meudon, el verdadero hogar de Rodin en el que se puede apreciar el taller de esculturas, el comedor o su habitación y cumpliendo en 2017 100 años de su muerte, Jacques Doillon hace un retrato de este insólito escultor, que anteriormente ya fue interpretado en 1987 por Gerard Depardieu en el film Camille Claudel .
Para encarnar a Rodin está Vincent Lindon (La ley del mercado, Cruzando el límite) un actor muy polifacético francés que luce una enorme barba y pronuncia eternos diálogos con muy poca coherencia de los que apenas se entiende nada. Para Camille Claudel esta Izia Higelin vista en Samba que con la viveza que tiene esta actriz, queda totalmente apagada por hablar continuamente en susurros. Nada que ver con el papel que compuso Isabelle Adjani en el film de 1987.
Película aburrida hasta decir basta, sin enfoque ninguno al personaje y la obra de Rodin, limitándose a un guión que recita textos sin parar pero sin ninguna aportación a la historia. Toda una decepción ya que tenía curiosidad por conocer algo más de la vida de este artista, pero la falta de interés hace que sea un logro aguantar hasta el final.
Destino Arrakis.com
El número de obras cinematográficas (y literarias) dedicadas a las vivencias de personalidades destacadas (por cuestiones artísticas, políticas, científicas o activistas) es inmenso. A día de hoy, podríamos reunir una colección de tópicos secretamente aceptados como rasgos imprescindibles en cualquier pieza artística de este tipo. Desde el autor de obras de arte condenado a la incomprensión de su propia época hasta el cascarrabias intransigente y visceral que esconde una profunda sensibilidad artística, pasando por el manido receptor de inspiración artística femenina, clásico caso de la musa, habitualmente asociado a una historia de amor malsana y posesiva. Podemos encontrar unos cuantos de ellos en la película que nos ocupa, Rodin, nuevo trabajo del reputado director Jacques Diollin, respaldado por la sólida interpretación del no menos aclamado Vincent Lindon. En ella, el autor de Mis escenas de lucha nos habla del escultor Auguste Rodin, a quien a finales del siglo XIX se le encargara un grupo escultórico que, posteriormente, sería conocido como La puerta del infierno. Fue su fue primer encargo estatal y también su primera co-creación con Camille Claudel.
Diollin se propone construir un relato sensorial, de ahí su especial atención a aspectos técnicos como la fotografía y el sonido, la primera con un claro predominio del blanco en todos los encuadres y el segundo con una evidente predilección por los silencios, casi siempre acompañados por los ecos lejanos de actividades ajenas. Pero en realidad, no se trata únicamente de una cuestión estética. Porque lo sensorial forma parte del propio relato: lo percibimos en la relación que el director establece entre el tacto de los dedos de Rodin al esculpir sus obras y el contacto de su piel con la de Camille. Los dos amantes se abrazan entre las sábanas, manifiestan su amor en un cuerpo a cuerpo que sugiere una suerte de creación artística, tan apasionada como las esculturas del artista. Como si una actividad estimulara la otra, quedando finalmente olvidada cuál de los dos es el auténtico objetivo. El Auguste Rodin que nos presenta Diollin es un personaje obsesionado (como él mismo confiesa) con la sinceridad, hecho que se traduce en una constante obsesión por la absorción de estímulos reales, ya sea mediante los actos carnales mencionados o el palpo de los rugosos pliegues de un anciano árbol.
El problema está en que todo lo mencionado queda en un segundo plano frente al interés que muestra Diollin por los aspectos más telenovelescos de su historia. De hecho, casi parece que el director se haya propuesto ejecutar la lista de tópicos comentada unas lineas más arriba. Porque, a decir verdad, no hay absolutamente nada en toda la película que no responda a alguno de ellos. Todo aspecto interesante que pudiera sustraerse de la lectura que nos ofrece queda entendido en los diez minutos iniciales. Lo que sigue, no es más que un conglomerado de conflictos reconocibles en cualquier culebrón: riñas de pareja, infidelidades, aventuras poli-amorosas prohibidas, llanto por el abandono del ser amado… Y finalmente, la cuidada puesta en escena de la película, sus elaborados planos secuencia y su medida planificación no hacen más que convertir Rodin en una obra absolutamente plástica. Más que el retrato de la vida de una persona real, Rodin parece el ejercicio de un director que ha escogido a un personaje aleatorio para reunir una serie de tópicos que podrían haberse usado en cualquier otro contexto.