Río Grande
Sinopsis de la película
El Coronel York combate a los apaches desde su fuerte cercano a la frontera con México. Su hijo, que ha fracasado en West Pont, se alista a su regimiento. Dispuesta a sacarlo de allí, también llega al fuerte la esposa de York. Es el reencuentro del matrimonio tras muchos años de separación. En medio de un agrio conflicto familiar, la lucha contra los indios se recrudece.
Detalles de la película
- Titulo Original: Rio Grande
- Año: 1950
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
7.3
53 valoraciones en total
Completa Ford su trilogía sobre la caballaría americana ( Fort Apache y La Legión Invencible ) con una lección de lírica y poesía trasladada a la gran pantalla. Una música evocadora unida a los lienzos que es capaz de pintar el maestro alrededor de un B&N inigualable, regalan al espectador momentos inolvidables repletos de escenas que le quedarán grabadas por siempre en la memoria.
Río Grande además posee todos esos elementos tan personales del director y que elevaron su cine al un nivel nunca alcanzado por nadie. Rehusa frecuentemente de la acción para embarcarse en el silencio de los personajes, solo interrumpido por esa preciosa música contumbrista americana, y mostrarlos en sus soledades, en sus pensamientos y rodeados por unos parajes inigualables. Además, a los numerosos encuentros con la genialidad cinematográfica, hay que sumar el descubrimiento de una pareja fantástica como son John Wayne y Maureen O´Hara, sin duda, su encuetro supuso un perfecto preámbulo a lo que vendría después ( El Hombre Tranquilo ). La presencia de otros habituales de Ford (McLagen, Johnson) completó un reparto no muy espectacular para la época, pero increiblemente bueno en las manos del director.
Así pues esta obra costumbrista, patriótica y conservadora, lejos de terminar enfocada en estos últimos términos, se convierte en un ejercicio magnífico de cine donde la importancia de la acción queda claramente en un segundo plano y convierte a la guerra en la culpable de que todo ese romanticismo quede contenido y haya impedido, antes con la guerra de Secesión y ahora con la guerra con los indios, la felicidad de una familia a la que el coronel Kirby sacrificó por su deber militar. Ford construye con esto una interminable sucesión de escenas y cuadros dignos del mejor museo y que constituyen sin duda otra de sus grandes obras maestras que despiertan esa cálida sensación que acompaña a cada uno de los The End del director americano: puro Ford, pura poesía.
Mi nombre es John Ford y hago westerns . Una frase incompleta como tantas frases lapidarias, pero muy ilustrativa de por donde van los tiros . Porque John Ford es un director genio entre los genios. Con obras mayúsculas y geniales como Las uvas de la ira o Que verde era mi valle. Pero si jugamos a asociar palabras, Ford se asocia con western. Y entre los westerns, por descontado La diligencia. Y también la trilogía de la caballería: Ford Apache, La legión invencible y Rio Grande. 3 películas y un estilo. El estilo de un maestro.
Probablemente hasta aquí la unanimidad sea completa. A partir de aquí comienzan las comparaciones, la búsqueda de las 7 diferencias que no errores, etc. Por mi parte soy de los que prefieren Fort Apache. Y es que debo confesarles que uno de los juguetes preferidos de mi infancia fue un fuerte, construido palo a palo por mi padre en aquellos tiempos donde la tele todavía no marcaba las horas. Apostados en sus empalizadas situaba estratégicamente los americanos tan buenos ellos disparando sin errar un tiro contra los emplumados sioux. Seguro que la sombra de Ford ya era por aquel entonces alargada y la idea de tal bricolaje debió ocurrírsele a mi progenitor viendo alguna película suya.
Bueno, dejo ya de hablar de la edad de piedra y me centro en Rio Grande. Y sin desdecirme de mis preferencias, quiero romper una lanza en su favor porque entiendo que, sin ser una película magistral es un trabajo muy fordiano, donde sus constantes nos visitan de nuevo.
Ford nos ofrece una visión épica del western, evidentemente desde el lado de las barras y estrellas, pero revistiendo la épica de humanidad. Sobrecoge el inicio del film donde las mujeres buscan a sus hombres entre los soldados de la patrulla que regresa. El Oeste salvaje es menos salvaje con Ford. Más humano. Y en ese sentido son comparables los westerns de Jacques Tourneur y John Ford. Sin embargo Ford es único en cuanto a acción, a galopadas a toque de corneta, a diligencias, a carromatos. Y aquí hay de todo eso. Pero se le va la mano en cuanto a dosis de familia unida , otro tema muy querido de Ford. La presencia del hijo y la mujer del coronel (John Wayne) desvían la atención del conflicto que no es otro que las contiendas fronterizas con los indios y las limitaciones políticas al cruce del Rio Grande. Puestos a prescindir, el personaje de la esposa interpretado por Maureen O,Hara, podría haberse suprimido perfectamente en los papeles. Alguien dijo que estarían entrenando para El hombre tranquilo. Seguro.
Insisto la película es excelente sin llegar a la condición de magistral. En la escena de la serenata en honor de la señora York observen como la cámara no retrata rostros sino sentimientos. Puro Ford. Los planos fotográficos supliendo a las palabras. A eso, evidentemente, no podía jugar de chico. La vida me lo enseñó después…
Con esa sabiduría a la hora de contar historias, es difícil encontrar una mala película en la filmografía de Ford. En esta ocasión yo habría reducido el número de canciones (aunque son clásicos yanquis bastante bonitos y se aderezan con detalles cómicos o emotivos, entre guitarras y presentaciones de los cantores del regimiento se van más de 10 minutos, que parecen pocos pero se notan), habría trabajado mejor la parte final del guión, pues resulta algo convencional la captura de los niños y el rescate, pero el resto sigue siendo tan bueno como de costumbre.
Los primeros 20 minutos, justo hasta antes de llegar la mujer del Coronel York, son mis favoritos. Me pareció cojonuda la escena en que el coronel escucha el nombre de su hijo mientras están pasando lista.
El típico gazapo lo encontramos en este western hacia el minuto 60, cuando después de la cena los comensales desaparecen súbitamente de la imagen mientras se retiran a sus aposentos . Posiblemente lo hayan cortado en algún proceso de restauración (o de censura), porque me parece demasiado cutre como para ser resultado de un montaje original.
Por todos es sabido que los indios eran unos cabronazos sin escrúpulos cuyo único propósito en la vida era cortar la cabellera de los intachables ciudadanos norteamericanos que sólo querían vivir pacíficamente en tierras que no estaban habitadas previamente. Cuando uno ve un western clásico sabe que es muy probable que se enfrente con este panorama y, en este sentido, Ford no era de los peores. No hay que olvidar que este hombre también dirigió El gran combate . Pero al fin y al cabo esto es cine y uno está dispuesto a asumir esta visión parcial y maniquea del asunto a condición de que se nos cuente una buena historia. Con Ford esto es ir casi sobre seguro.
Pero aquí no encuentro al mejor Ford. Al menos el que más me gusta. A la tara ya dicha del falseo histórico descarado yo le añado la del patriotismo exacervado, el homenaje a la sufrida vida militar, el sentido del honor por encima de todo (de lazos familiares, del uso de la violencia…). Y también puedo pasar por encima de todo eso, pero en este caso la historia que cuenta Ford me interesa menos de la habitual. No se le puede poner peros a la narración, como siempre excelente, pero la historia no me atrapa, los personajes no son tan complejos como en otras ocasiones (valgan como ejemplo Centauros del desierto , El hombre que mató a Liberty Valance o Dos cabalgan juntos ). El sentido del humor habitual en Ford está ahí y eso se agradece, pero a veces es simpático (el personaje interpretado por Victor McLaglen) y otras veces un tanto ridículo y fuera de lugar (el corneta tartamudeando, el disparo en el culo). También se agradece que las canciones no molestan demasiado (cosa infrecuente) y que la niña repelente salga poco. El recurso del secuestro de los niños para buscar la compasión del espectador y el odio hacia esos desalmados indios me parece muy recurrente y facilón.
Sin embargo Ford es Ford, y siempre hay donde rascar: las escenas de indudable interés y la narración fluida son sus mayores virtudes, pero no evitan que por momentos llegue el tedio. El Ford militroncho y patriotero no es el que más prefiero pero siempre es disfrutable, aunque el hecho de que me aburriese por momentos hace que no le llegue a dar un siete. John Wayne está sobrio como siempre, perfecto en su papel, y Maureen OHara es incapaz de estar mal nunca. También de no salir guapa. Aunque la cámara de Ford siempre ha estado enamorado de ella.
Hay que ser masoquista. Imaginemos a alguien a quien, cosa no del todo rara, no le gusta comer hormigas. Las encuentra feas, asquerosas y sucias. Si es racista, las verá además negras, y eso le pondrá aún más de los nervios. Imaginemos que a ese alguien, con el objetivo de demostrar al resto de la humanidad lo feas, asquerosas, sucias y negras que son las hormigas, se dedicara, un día sí y el otro también, a zampárselas a bocados, tostadas y fritas, en carpaccio, metidas entre dos rebanadas de pan untado con mayonesa, asaditas a fuego lento o al horno y bien crujientitas, picoteándolas, regaditas con cerveza, mientras ve una peli, no sé, digamos que de John Ford. Más que masoquista, hay que ser zopenco, diréis algunos. No es así, hombres de poca fe: los mediocres nunca hemos sido capaces de comprender a quienes, en un momento u otro de sus vidas, vieron la luz, corrieron hacia ella y bajaron después a la Tierra a traernos la Buena Nueva. Confieso avergonzado que con la cerveza lo a mí me gustan son las pipas.
En FA hay montones de comedores de hormigas, pero en vez de zamparse bichejos, se zampan obras enteras de directores a los que detestan, con el único fin de que el mundo sepa lo equivocado que está, lo lejos que se halla de la Luz que ellos y no cuatro generaciones de espectadores sí fueron capaces de ver. Los hay especializados en Hitchcock (un tahúr), Wilder (no tiene puta gracia), Capra (una monjita) o Ford (buscad Hitler en la Wikipedia e id anotando adjetivos), pero todos tienen en común el ímpetu guerrero con que luchan contra los falsos ídolos y pregonan sus bajezas, no sea que a los niños de teta se nos pasen por alto. En el caso de Ford, son de lo más tiquismiquis y puristas. Claro, como somos pequeñitos, no distinguimos aún la línea que separa la historia de la ficción y corremos el riesgo de que nos confundan y manipulen. Tenemos tanto que aprender de ellos.
Su lucidez y su pureza, además, no tienen fronteras. Ser colombiano, por poner un ejemplo al azar, no le impide a uno poner a parir a Ford por no mostrar en sus pelis los atropellos que él no cometió sino ficticiamente sobre los indios, aun corriendo el riesgo de que un descendiente de esos españolitos crueles y mostachudos de las pelis de piratas de Michael Curtiz le pueda recordar a su vez que en Colombia, hasta muy avanzado el siglo XX, era moneda corriente la estupenda práctica del enganche, mediante el cual se mantenía a los indígenas esclavizados de por vida en caucherías y plantaciones de coca, en pago de una deuda que nunca podían devolver y contribuyendo de este modo a engrandecer (¿semilla a semilla? ¿ladrillo a ladrillo? ¿con sudor y lágrimas?) la hermosa nación que él habita ahora, y que no hay, que el españolito recuerde, ninguna película comparable a las que firmó Ford que hable de ese tema, ni para denunciarlo ni para glorificarlo. Claro que la culpa es del españolito, por preferir las pipas a las hormigas.
(Queda un párrafo en el spoiler. Ánimo)