Rififi
Sinopsis de la película
Después de cumplir cinco años de condena, Tony Le Stephanois sale de prisión con la intención de cambiar de vida, pero se encuentra con que su amante está con un conocido gángster. Como carece de recursos económicos, no le queda más remedio que volver a su vida pasada y reunirse con sus viejos compinches. Durante semanas prepara minuciosamente con ellos un golpe perfecto: el atraco a una inaccesible joyería de París.
Detalles de la película
- Titulo Original: Du rififi chez les hommes
- Año: 1955
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
Película
8.1
94 valoraciones en total
Basado en las obras del autodidacta escritor francés, Auguste Le Breton, sobre el detective Mike Cappolano que iniciara con el título de Rififi en el año 1953 en la forma de un romance ambientado en el parisino barrio de Montmartre, y que diera pie a toda una saga de novelas posteriores con el título de Rififi en tal o cual sitio…
El cineasta norteamericano Jules Dassin, hijo de un barbero judío de nacionalidad rusa, fue uno de los perjudicados durante la famosa caza de brujas que diezmó el talento creativo de Holywood de 1947 a 1960 por obra y gracia de correveidiles comandados por el nefasto McCarthy…
Dassin emigró a Francia e ideó este proyecto con el beneplácito de una crítica francesa que llegó a considerar la cinta como una obra maestra del género azabache…
De hecho, Francois Truffaut dijo de ella que era la mejor muestra de cine negro que jamás hubiera visto…
Una de las llamadas heist films o películas sobre robos que junto con (las ya citadas por anteriores críticas de filmaffinity) obras tales como La jungla del asfalto de Huston o Atraco perfecto de Kubrick forman el olimpo de este género cinematográfico…
Con música de M.Phillipe y George Auric, el mismo que firmara la ambientación sonora del Moulin Rouge de Huston y con el tema principal Le Rififi de Jacques LaRue quien también colaborara en Mouling Rouge con el tema Its April Again … y una espléndida fotografía en blanco y negro a cargo de Philippe Agostini, la película es una memorable obra del film noir universal, narrada de manera inteligente y con una ambientación y puesta en escena realmente brutales… con unas actuaciones solventes, como la del efímero Jean Servais interpretando el papel de Tony le Stéphanois(Tony El Estefanés) ó la del también breve Carl Möhner como su compinche Jo le Suedois…
Un inolvidable paseo azabache por la ciudad de la luz, tomándonos sosegadamente un vermuth de la marca italiana Cinzano, y en su versión original en francés, con un final genuinamente noir y una escena sacada de la manga por Dassin de 32 minutos de auténtica tensión nuclear durante el robo a una joyería…
A la espera del estreno del remake en el 2007 del cineasta de Melodía de seducción Harold Becker con Al Pacino como protagonista me despido no sin antes referir que me parece casi inmejorable por su…Véala y júzguela ud mismo.
M E M O R A B L E.
Película de Jules Dassin, realizada durante los años de exilio en Europa a causa de la Caza de brujas en EEUU. Basada en la novela de Auguste Le Bretron, contó con un presupuesto exíguo. Obtuvo el premio al mejor director del Festival de Cannes.
La acción tiene lugar en París en 1954. Narra la historia de un expresidiario, Tony Le Stephanois (Jean Servais). Tras cinco años de presidio se encuentra abandonado por su amante, Mado (Marie Sabounet), se topa con grandes dificultades para conseguir empleo, agota sus recursos económicos y decide retomar las actividades delictivas. La película habla de amistad, venganza, trabajo riguroso, violencia de género, delación, infancia, reinserción social de exreclusos. Es destacable el nivel de detalle y precisión con el que es descrito el atraco a la joyería, en una escena de 32 minutos, en la que el silencio, la ausencia de música, la escasez de luz y la narración visual, crean un clima de tensión, que atrapa al espectador hasta convertirlo en partícipe de la acción. Se condena sin paliativos la violencia contra la mujer en una secuencia escalofriante, cuyo punto culminante se narra en fuera de campo. Las secuelas en la espalda y hombros de Malo se muestran en una escena posterior. El trabajo bien preparado, hecho a conciencia y realizado con atención, es garantía de éxito, incluso cuando el objetivo es un atraco, siempre que nadie incurra en una ligereza por exceso de confianza. La perfecta realización de la operación da paso a un giro dramático, que gradualmente se eleva a trágico. El autor añadió una escena que condena la delación, en clara referencia al daño terrible que causaron las que arrancó el Comité de Actividades Antiamericanas. La maldad de los delincuentes, contrastada con la deliciosa inocencia de un niño de 5 años, en algunos casos se combina con respuestas heroicas, que denuncian la pobreza de medidas de reinserción del sistema penitenciario.
La música se basa en una partitura de melodías jazzísticas, de ecos dramáticos y fatalistas. Se incluyen fragmentos de bandas sonoras: El salario del miedo , Moulin Rouge (1952) y otras. La fotografía acentúa la iluminación sombría de las escenas. El director se negó a rodar exteriores en días de sol. La obra comienza con el plano de una mesa de póquer, que anticipa la aventura y los riesgos de la acción. Contiene travellings, movimientos de cámara y una capadidad de inventiva cinematográfica, que evidencian un excelente montaje y una soberbia dirección. La entrada en París de Tony con el niño es antológica. El guión, con diálogos de Auguste Le Breton, desarrolla una historia fascinante. La interpretación, a cargo de actores olvidados o poco apreciados, es acertadísima. La dirección aporta una enorme riqueza de detalles y matices e imprime a la acción un ritmo absorbente.
Película que transformó el panorama del cine negro y le dio impulso. Obra cumbre del género, de obligada referencia.
La palabra francesa rififí significa rifirrafe, riff raff en inglés, refriega, pelea barriobajera a cara de perro, tangana de ratero… Un acertado y metafórico título para una película que esencialmente trata sobre eso, sobre cómo la carne de cañón, con el signo del fracaso escrito en la cara, lucha como gato panza arriba en su rutina delictiva. Clásico indiscutible del género noir, Rififi contiene todos los elementos, tan identitarios como imprecisos, que caracterizan al cine negro: hampa, realismo, reflexión social, mujeres fáciles pero de fatales consecuencias, claroscuros… Aunque el ingrediente por el que Rififi se ha convertido en modelo y referente ha sido sin duda la escena del robo, más de media hora que muestra hipnóticamente cómo la cuadrilla de hampones protagonistas ejecuta un grandioso hurto en una joyería, en completo silencio, sin música ni diálogos. Creedme, no resulta exagerado decir que sólo por esta escena merece la pena ver la película.
Padre, Hijo o Espíritu Santo. Qué más da. El caso es que Rififí, desde ayer mismo, ha logrado completar —junto a La jungla de asfalto y Atraco perfecto— mi particular Santísima Trinidad de pelis sobre atracos de visión imprescindible. Una Santísima Trinidad de la que no soy el único devoto (¿verdad, Normelvis?) y que, a partir de hoy mismo, me comprometo a ensalzar, alabar y glorificar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
¿Exagerado? Para nada. Ni un pelo. Es más, yo diría que Rififí podría, incluso, formar parte de otra Santísima Trinidad: la del cine francés. En este caso, junto a La evasión y El salario del miedo.
Las razones son muchas y variadas. Ya no se trata de que me encanten los thrillers o las pelis de cine negro de toda la vida. Ni de que adore las pelis protagonizadas por losers adustos de moral ambigua. Ni tan sólo de que me pirren las pelis que logran mantenerme enchufado hasta el último minuto. Lo que realmente destacaría aquí y ahora es que la peli de Dassin está muy bien contada. Y ésa es, a mi juicio, la principal virtud de Rififí. Una peli cuyo guión funciona con la precisión de un reloj suizo, cuyo ritmo no decae en ningún momento y cuya lógica interna resulta tan inquebrantable que no observo, por mucho que me esfuerce, ninguna secuencia remotamente gratuita, aleatoria o de puro relleno.
Pero si por algo ha pasado Rififí a la historia del cine es, sin lugar a dudas, por la célebre secuencia del atraco. Treinta y dos minutos de tensión y sudor a raudales en la que ninguno de los cuatro atracadores abre la puta boca. Treinta y dos minutos que inspiraron a Becker en su última obra (La evasión) y que constituyen, en definitiva, un ejercicio de estilo absolutamente prodigioso.
Otro factor que no quisiera pasar por alto es el de su tremenda carga erótica. Y no lo digo por la secuencia en la que se le transparentan los pezones a la novia de Mario. Me refiero, concretamente, a la secuencia en la que Césare, el milanés, cae bajo el fatídico influjo de una morena de rompe y rasga que canta una canción muy pero que muy sensual. ¿Su título? Como no: Rififí.
Antes de que las pelis de atracos perfectos fueran poco menos que elegantes y asépticos desfiles de modelos de exquisitos modales y cuya idea de drama parece ser quedarse sin muesli para desayunar, había quien intentaba recordarnos que tras aquellos hombres que trataban de reventar joyerías, hipódromos o bancos había, tal vez, alguna cosa que los asemejaba al resto de los mortales, una historia personal que permitía entender sus motivaciones, un código de honor, un atisbo de humanidad entre la podredumbre, moral y social, que les rodeaba: sentimientos que no nos eran extraños, deseos sencillos y entendibles, una familia tal vez. Vale, de acuerdo, aceptemos que Heat intentaba algo parecido y que no pocas pelis han intentado mostrar a los ladrones profesionales como algo más que simples canallas incapaces de sentir afecto por nada o nadie, pero no nos engañemos, la Santísima Trinidad la siguen conformando Atraco perfecto, La jungla de asfalto y Rififí.
Se hace difícil hablar de esta peli sin recurrir al spoiler, porque todo en ella parece pensado desde su desenlace, que supera la concepción fatalista de la vida criminal propia del thriller americano y que, tras una catarata de muertes a cual más dramática e imaginativa (alguna de ellas explícita y brutal, otras elípticas e incluso ribeteadas de poesía) llega, finalmente, bordeando el puro nihilismo vital, un nihilismo que se adivina ya, desde los primeros minutos del metraje, en el rostro adusto y desesperanzado de Jean Servais, tan inseparable de esta película como ese París bellamente fotografiado en un áspero y desabrido blanco y negro en que tiene lugar el grueso de la acción.
Intentaré no reventarle nada a nadie que no la haya visto, pero tampoco voy a ser nada original: las escenas de las idas y venidas de la casa de campo y del regreso final a París me parecen extraordinarias, el modo que tiene Dassin de modular de manera creciente la tensión, de dar vueltas y vueltas de tuerca hasta crear un clima cada vez más angustioso y casi irrespirable es propio solo de los grandes maestros del género. Y qué decir de la antológica escena del robo, un prodigio de concisión narrativa y de pureza cinematográfica, esa media hora en completo silencio en la que Dassin logra convertirnos en atracadores y consigue que sudemos y suframos con ellos como si nos fuera la vida en que no hubiera ruido alguno.
Esta escena, además, no es solo ejemplar desde el punto de vista cinematográfico, sino que funciona, en mi opinión, como metáfora o ilustración de la idea que subyace en el fondo de la peli. Tras toda la meticulosa preparación que exige el robo, tras la angustia y el padecimiento y los sudores de su ejecución, un simple gesto, humano y, por tanto, gratuito, inútil e inevitable, echa abajo la frágil arquitectura teórica del plan y pone en marcha la maquinaria del destino que, como llevábamos rato sospechando, les espera ineluctiblemente a los protagonistas. Y es que no somos nada, amigos.