Raíces profundas
Sinopsis de la película
Estado de Wyoming, a finales del siglo XIX. Shane, un hastiado pistolero, llega a la granja de los Starretts, un matrimonio con un hijo que, al igual que los demás campesinos del valle, se encuentra en graves dificultades, pues el poderoso ganadero Rufus Ryker pretende apoderarse de sus tierras. Cuando Ryker se entera de que Shane es un hábil pistolero, le propone que trabaje para él. Ante su negativa, contrata a Jack Wilson, un peligroso asesino a sueldo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Shane
- Año: 1953
- Duración: 118
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Opinión de la crítica
Película
7.7
39 valoraciones en total
Producida y dirigida por George Stevens, se basa en la novela Shane (1949), de Jack Schaefer. Se rodó en Big Bear Lake e Inverson Ranch (California), Grand Teton National Park y Jackson Hole (Wyoming) y en los estudios Paramount (Hollywood). Nominada a 6 Oscar, ganó 1 (fotografía color). Obtuvo otro premio y otras 3 nominaciones.
La acción tiene lugar en un valle de Wyoming, en la década de 1870-80, a lo largo de varias semanas. Narra la historia de Shane (Alan Ladd), un pistolero de pasado tormentoso y oscuro, que ha decidido llevar una vida pacífica en un lugar retirado. A su paso por Jackson Hole (Wyoming) se detiene a beber agua en la granja de Joe Starret (Van Heflin), donde es testigo del propósito del ganadero Rufus Ryker (Emile Meyer) de echar del lugar a Starret y a los otros campesinos, para convertir todo el valle en tierra de pastos para el ganado. Shane, enamorado secretamente de Marian (Jean Arthur), esposa de Joe, decide defender a los campesinos amenazados.
La película muestra la lucha que enfrentó a ganaderos y agricultores de granjas agrícolas de riego y cultivo intensivo. Los ganaderos se sentían incómodos ante la pérdida de terrenos para pastos y la reducción del agua disponible para el ganado. La ausencia de servidores de la ley ( no hay un sheriff en 100 millas a la redonda ) impide la prevención y represión de conductas violentas. Por otro lado, la película glosa el ocaso de la época de los pistoleros a sueldo y de los aventureros dedicados al robo y asesinato, introduciendo la figura del pistolero que defiende a los débiles frente a los poderosos. Shane es un pistolero enigmático, que acrecienta su secreto a lo largo del relato. ¿Por qué viste primorosamente? ¿Por qué, enamorado de Marian, no la corteja y se va? ¿Por qué exhibe una apariencia de debilidad que envalentona a sus enemigos? ¿Qué heridas lleva marcadas en el alma? Eastwood dedicó a la obra un homenaje en El jinete pálido (1985).
La música, grabada en sonido estereofónico, se basa en un tema central en torno al cual crea variaciones que evocan nostalgia, melancolía, incerdidumbre y heroismo. Añade canciones tradicionales como Abide With Me . La fotografía, rodada en Vistavisión , confiere grandeza al relato. Combina planos breves y planos de mayor duración, al objeto de alterar el ritmo visual y enriquecer la narración. Ofrece escenas fuera de campo. El guión desarrolla una historia con varios niveles de lectura: lucha de granjeros y agricultores, triángulo amoroso, personalidad oscura del protagonista. Usa el diálogo en mayor medida que otros westerns. La interpretación de Ladd es sobria, acertada e intrigante. Jean Arthur se despide del cine con una intervención más que correcta. Jack Palance borda, casi sin palabras, el papel de malo temible y cruel. La dirección construye una obra que se erige en canto a la libertad y la solidaridad.
Western clásico y memorable, poblado de personajes arquetípicos inolvidables.
Raíces profundas, la legendaria y espléndida versión realizada por el aplaudido director George Stevens (poseedor de dos estatuillas) de la novela de Jack Schaefer Shane, consiguió seis nominaciones al Oscar, convirtiéndola en un clásico del cine norteamericano. George Stevens juntamente con la magnífica fotografía de Loyal Griggs y la espléndida música de Victor Young (que obtuvo el único Oscar, que se llevó a la película) consiguieron que la misma se convirtiera en mítica.
Hay que destacar el trabajo soberbio de todos los actores, desde un Alan Ladd (que realizó el mejor trabajo que se le puede recordar), Van Heflyn, Jean Arthur (en su última actuación en el cine), Jack Palance, el entonces joven Brandon De Wilde, Emile Meyer, Ben Johnson, etc.
La historia lleva a un hombre desconocido y sin hogar, a salir en defensa de una familia de granjeros que viven aterrorizados por el cacique de la zona y por un pistolero contratado por el. Aparte de los hermosos paisajes naturales, del excelente tema musical, hay escenas magistrales, que hacen que la película sea un film que no debe perderse ningún cinéfilo.
Western emblemático, perfecto en su faceta de retratar al héroe solitario y mítico, a los ojos de un niño. Shane es también una historia de crecimiento, con un niño que representa el puente de entendimiento entre una sociedad violenta como la que exponen los ganaderos y la más pacífica y democrática, representada por los granjeros.
Hay muchos westerns en la historia del cine, muchos de ellos son legendarios, los de Ford son verdadera poesía visual unida a maestría argumental… pero Shane sigue siendo especial y uno de los mejores.
El western es un gran invento hollywoodiano. Consiste en coger un drama, una comedia una tragedia o lo que apetezca y ubicarlo en un tiempo y un espacio con una iconografía muy precisa en la que convergen, llevados al límite, los valores fundamentales de nuestra sociedad occidental y su código ético. Los que tenemos más de treinta y cinco años creemos que nos educaron en las escuelas cristianas del final del franquismo y de la transición, pero en realidad fueron los westerns los que nos proporcionaron nuestro código de valores. Sí, es cierto, exagero un rato. ¿O no tanto?
Es solo una teoría.
En esta ocasión, tenemos un drama. La historia es sencilla, podría ubicarse en nuestros días, y tener por protagonista a un drogadicto, o a un corruptor de menores, o a un político corrupto. El efecto no sería el mismo. La transparencia y la solidez de los estereotipos en las películas del oeste, su caracter mítico, añejo, les convierte en símbolos reconocibles, exentos de matices. Sus actos son predecibles, los de los buenos y los de los malos. Son cartas de un poker descubierto. Hoy eso puede parecer catastrófico, posiblemente por eso el western sea hoy un genero pasado de moda. Ese código de valores hoy está en crisis, y con él, aquellos personajes que lo encarnaron.
Simplicidad y transparencia. Esas eran las claves del western. No hacía falta más cuando el honor, la dignidad, la decencia, la lealtad, el orgullo, etc. eran todavía palabras creíbles, que no provocaban la risa. Hoy nos mola más el sarcasmo, preferimos la parodia, pero solo como tapadera, porque en el fondo, los grandes valores, los héroes, son lo que nos sigue emocionando. Solo que hay que dar un gran rodeo para llegar a ellos, hay que disfrazarlos.
Shane hace un recorrido inverso al que vemos en las películas actuales. Es una película simple y transparente. Las cartas con las que juega están a la vista. Utiliza toda la iconografía del género. Un jinete solitario que llega por la pradera. Un conflicto entre ganaderos y agricultores. Un pueblo. Un saloon. Los malos y los buenos. Y Shane, el hombre que no puede huir de su pasado, de su naturaleza. En este caso no es un corruptor de menores, sino un pistolero, un asesino a sueldo. Debajo de esa simplicidad, de esa iconografía trillada, está el drama. El de los parias, el de los antisistema, el de los que no encajan. El retrato de una sociedad compleja y racista que se vale de lo más rastrero para eliminar lo podrido que hay en ella, para mantener sus valores de decencia y dignidad.
El cine de hoy utiliza el drama para alcanzar los viejos valores.
El western se valía de los viejos valores para alcanzar el drama.
¿En cuál de los dos está la hipocresía?
Es en la primera secuencia, donde Alan Ladd llega a casa de los Starrett, cuando rápidamente se da cuenta de que son gente honrada, buena gente que quieren vivir creando un espacio propio que les dará víveres suficientes como para crecer. Shane quiere formar parte de eso y dejar de lado su pasado de pistolero justiciero. Por esa razón ayudará a Joe Starrett (el padre de familia) a rebanar ese tronco que muerto yace allí como símbolo de las dificultades que uno tiene al venir de fuera para crearse un sitio, sin que el poso que dejan los odios de los hombres que antes han estado allí vuelva a aparecer. El tronco, pese a que les cuesta el trabajo de prácticamente un día, sale de la tierra y en ese mismo instante se da el pistoletazo de salida hacia la esperanza. Una esperanza truncada por los hermanos Ryker, que atemorizan a todos los convecinos de esas tierras para que las abandonen, ya que, afirman que les pertenecen por ser ellos los que de algún modo acabaron con los indios autóctonos que habitaban esas tierras. Starrett, como es lógico en cualquier hombre de a pie, responde a Ryker que esa no es una razón precisamente para estar orgulloso y sentirse amo de ese territorio, cosa que ya acaba de ahondar en la yaga del Ryker jefe. Éste, contratará a un pistolero temible como Jack Wilson y comenzará a hacer uso de las armas con los habitantes de esas tierras, matando de forma justa para la ley al pobre e inconsciente vecino Torrey. Esa será la gota que colmará la paciencia de Shane, y muy a su pesar volverá a ponerse el traje de pistolero. La sangre volverá a correr, y sus esperanzas de poder adoptar el papel de un hombre pacífico y no profundo, como las raíces de árbol, se verán truncadas. Eso sí, sin más revólveres en el valle.
Lo realmente bello de todo esto es como Shane se introduce en el seno de la familia Starrett. La grandiosidad que para él supone llegar, en parte, a formar parte, valga la redundancia, de una familia. Es más, ver cómo se ha ganado al pequeño Joey, cómo se ha ganado parte del corazón de Marian y la amistad de Joe padre. Y sobretodo poder llegar a observar cómo alguien ajeno a la familia puede formar parte de ella siendo capaz de salir, de llegar a tener ese tacto que sólo los grandes son capaces de tener para salir, para abandonar la casa, la guarida, en los momentos en los que indiscutiblemente Joey y Marian demuestran amar a Shane casi como a un semi-dios, dejando a un lado el incondicional esfuerzo que Joe padre está haciendo por mantener unidos a los vecinos, y en consecuencia a la familia.
Cinematográficamente hablando me parece que esas escenas en las que Shane abandona la casa dándose cuenta de que ha sobrepasado el límite de la norma familiar convirtiéndose en incómodo para su conciencia el sentimiento hacia su persona (como padre-amigo en el caso de Joey y como hombre en el caso de Marian) son de una fuerza pocas veces vista en la historia del cine. Por no hablar del final, claro.
Si me preguntaran por el primer western que recuerdo haber visto desde que tengo uso de razón me resultaría prácticamente imposible concretar un título. Como mucho me atrevería a conjeturar si ese primigenio descubrimiento se podría haber producido entre los siete y los diez años bajo los efectos de La diligencia, Solo ante el peligro, Rio Bravo o la peli que nos ocupa en estos momentos. En cualquier caso siempre he querido pensar que fue el western de Stevens, en efecto, el responsable de mi iniciación al género.
Raíces profundas me conduce, además, a revivir la profunda y sincera amistad que aquellos lejanos años me acercó a Jeremías, un niño tan peculiar y atípico como su propio nombre. Jeremías, o Jerry, no era un niño del todo corriente. Acérrimo seguidor del Real Madrid, Elvis Presley y el Comandante Jacques Cousteau a partes iguales, mi amiguete también era un verdadero cinéfilo en ciernes. ¿Su película? Raíces profundas, claro.
Jeremías y yo fuimos uña y carne durante ocho años, pero jamás consiguió inculcarme su desatada pasión merengue ni su impagable entusiasmo por la oceanografía. Afortunadamente solo contribuyó a fortalecer mi devoción por Elvis y mi vocación cinéfila. El destino y diferentes formas de ver la vida acabaron por distanciarnos, pero siempre evocaré con cariño aquellas largas tardes de verano en las que los juegos infantiles cedían cada vez más terreno a esas interminables conversaciones mediante las que Jerry y yo fuimos madurando a ritmo de blues.
Cada vez que se me aparece Shane y su pelliza de flecos, alejándose a caballo, lentamente, mientras Joey vocifera su nombre, la niñez retorna a mi con insolente desparpajo. Y el bueno de Jeremías sigue ahí. Sonriéndome. Con la insobornable complicidad que siempre unió a dos almas gemelas.