Quesos y besos
Sinopsis de la película
Stan y Ollie son dos vendedores de ratoneras que viajan a Suiza, el país del queso, esperando hacerse ricos. Tras ser engañados para malvender su negocio, se verán forzados a trabajar en el hotel donde se alojan con tal de saldar su deuda. Allí, Ollie se enamora de una camarera que en realidad es una célebre cantante de ópera que trata de espiar a su marido, compositor. Entre sus tareas en el hotel habrá encargos tan sorprendentes como transportar un piano por un puente colgante.
Detalles de la película
- Titulo Original: Swiss Miss
- Año: 1938
- Duración: 72
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Opinión de la crítica
Película
6.2
23 valoraciones en total
Nuestros amigos nunca cayeron tan bajo. Vendiendo ratoneras para poder vivir. Ni por esas salen adelante y se tienen que ganar la vida lavando platos. Mal negocio si por cada plato que rompes tienes que trabajar un día. Dice la pareja que eso de los platos no estaba en el contratato. El amigo Stan se le jugó al San Bernardo y su ron. Y los ex-vendedores de ratoneras deberían tener cuidado con el oso. Hay un piano igual que en The Music Box pero los resultados no son los mismos.
Buena ambientación para esa peculiar pareja formada por los espléndidos Stan Laurel y Oliver Hardy, una pareja que contagia ternura y carcajada con solo verles aparecer en pantalla. Un remoto rincón de suiza es el marco donde los dos busca-vidas se han trasladado con una peculiar idea del más flaco de la pareja para hacer una gran fortuna: vender trampas para cazar ratones en esa parte de Europa.
Luis Guillermo Cardona deja una espléndida crítica en esta misma página sobre el buen equipo de guionistas (Negulesco, Rogers, etc.) que preparó algunos gags realmente inolvidables para la pareja, incluyendo una surrealista secuencia en un puente quebradizo con un gran simio.
John G. Blystone era un director con gran experiencia, sabiendo aprovechar los escenarios navideños para dar ambiente al film. No obstante, la historia de la cantante vienesa (Della Lind) y su marido, ambos personajes bastantes sobrados de ego, entorpece bastante y no llega a confluir de una manera emotiva con los protagonistas. Es quizás el punto donde estos formidables cómicos nunca pudieron competir con la genialidad de Chaplin, capaz de dar alma a sus historias. Aquí había potencial para algo más.
Stan y Oliver dejan alguna hilarante situación en la cocina, mientras se ven obligados a fregar los platos para pagar sus deudas en un refinado hotel.
Solamente por verlos a ellos ya merece la pena.
Laurel & Hardy son muy inteligentes… se han ido a Suiza -la tierra de los más famosos y provocativos quesos-, a vender trampas para ratones. Claro es para ellos: Donde hay quesos hay ratones y ante la escasez de gente que compre sus milagrosas trampas, irán a la fuente buscando hoteles y empresas donde fabriquen queso. Si hay mucho queso, habrá muchas ratas, razonan los muchachos. Y en el mismo sitio en el que consiguen hacer su primer negocio, los destructivos Laurel & Hardy, son pagados con billetes que ya no tienen lugar. Y ellos se van felices a celebrar… no tienen más dinero con qué pagar… y terminarán lavando platos y sirviendo mesas hasta cubrir la suma que ahora adeudan. ¡Ah! Y por cada plato que rompan, deberán trabajar un día más… y ya ustedes saben lo buenos que son ellos para las torpezas.
Este es el comienzo de una estupenda comedia que abunda en atractivos por donde se la mire y que sorprenderá con algunos momentos de una brillantez muy especial. En la elaboración del guión, basado en una historia de Jean Negulesco (quien no tardaría en hacerse famoso como director) y Charles Rogers, estuvieron frecuentes colaboradores de Laurel & Hardy como James Parrot y Felix Adler, quienes se unieron a Charles Melson para añadir gags y divertidas situaciones. Y de esta combinación de talentos, sumada la valiosa labor del veterano director John G. Blystone, surge una estupenda comedia musical que se mantiene en alto la mayor parte del tiempo, incluso cuando Grete Natzler (Della Lind) la actriz y cantante vienesa, canta The cricket song.
Me da la impresión de que es a Negulesco, el único nuevo en este equipo, a quien le debemos ese toque surrealista de algunas escenas: la campana que no suena porque la obstaculiza una pequeña pluma, las pompas de jabón que salen del órgano, las plumas de gallina para simular una lluvia de nieve, y entre otras, la secuencia del traslado del piano magistralmente rodada por el director Blystone. También para el más grato recuerdo -y segura obra de Rogers, Adler… y hasta del mismo Stan Laurel- la escena en que el gordo y el flaco tratan de borrar las señales en el tablero que indican los días que todavía adeudan, aquella en que Laurel se empeña en engatusar a un perro San Bernardo para quitarle el pequeño tonel cargado con licor… o aquella otra en que, el iluso Ollie, creyendo que la linda Anna está enamorada de él, se deja convencer de Stanley para que le lleve una serenata.
La fotografía es también muy precisa, con una cuidadosa elección de ángulos y algunas tomas muy bien elaboradas. La edición no deja más plano muerto que el que pueda considerarse en alguna de las canciones. Los efectos visuales, aunque sencillos, están muy bien logrados, y en conjunto, QUESOS Y BESOS se convierte en un original filme, sumamente divertido, clasificable en alguna medida como comedia surrealista, y junto a Cabezas de chorlito (que también dirigiría John G. Blystone), Laurel & Hardy cierran con broche de oro su colaboración con el productor Hal Roach. Lo que viene después es otra historia.