Plumas de caballo
Sinopsis de la película
En esta ocasión, los hermanos Marx siembran el caos y el disparate en el mundo del deporte universitario americano. El nuevo director del prestigioso colegio Huxley (Groucho Marx) ficha por error a dos patosos jugadores, en lugar de las dos estrellas con las que pretendía ganar la final a su gran rival. Corrosiva crítica contra el orden institucional reflejada en el himno Sea lo que sea, me opongo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Horse Feathers
- Año: 1932
- Duración: 65
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Opinión de la crítica
Película
7.1
51 valoraciones en total
Ligero agotamiento, sobre todo en los diálogos de Groucho. Pero, bueno, algún chiste memorable siempre se escapa, y ahí están Harpo y Chico con las suyas.
Si yo fuera mandamás, sacaría una nueva colección con todas las obras de los Marx pero con un nuevo montaje en el que se eliminaran los números musicales más aburridos. Seguro que los detractores, que los hay, se aficionaban rápido a estos genios que Carlos catalogó, muy acertadamente bajo mi punto de vista, como los mejores espíritus libertarios del siglo XX .
No puedo evitar hacer la típica recopilación de frases.
Groucho: ¿Qué sería de este centro sin deporte? ¿Tenemos un estadio?
Decanos: Sí.
Groucho: ¿Tenemos una facultad?
Decanos: Sí.
Groucho: Pues no podemos mantener las dos cosas: hay que demoler la facultad.
Decanos: Pero, profesor, ¿dónde dormirán los alumnos?
Groucho: Donde duermen siempre: en las aulas.
Secretaria: Señor, el decano de ciencias pregunta cuándo puede recibirle. Dice que está harto de esperar ahí fuera.
Groucho: Pues dígale que yo estoy harto de esperar aquí dentro.
La secretaria sale. Vuelve a entrar.
Secretaria: ¿Pero qué le digo? No está conforme.
Groucho: ¿Forme no está con él? Pues vaya a buscarle.
Chico: Le propongo lo siguiente… haremos una cosa: usted nos paga doscientos dólares, y pelillos a la mar.
Groucho: Eso no es mala idea. Ya veremos, lo consultaré con mi abogado… y si me aconseja que le pague, contrataré a otro abogado.
¿Es usted la Srta. Bailey? –la mujer no responde-. Pues uno de los dos tiene que ser la Srta. Bailey, y no soy yo. (Groucho Marx)
Zeppo: Te has equivocado, papá, Baravelli y Pinky no son jugadores de rugby.
Groucho (padre de Zeppo): Tienen que serlo, los encontré en una taberna.
Groucho (dirigiéndose a su hijo, Zeppo): Eres la deshonra del apellido Wagstaff, si tal cosa es posible. ¿Qué es eso que me han dicho de tus andanzas con una mujer? No me extraña que no acabes tus estudios. ¡Doce años en la misma facultad! Yo fui a tres en 12 años, y anduve con 3 mujeres. Cuando yo tenía tu edad, me iba a la cama después de cenar, a veces me iba a la cama antes de cenar, y otras veces no me iba a la cama ni antes ni después.
Zeppo: Entre esa mujer y yo, todo es limpio.
Groucho: Entonces eres más idiota de lo que pensaba.
De los cinco hermanos Marx, hubo dos que pensaron alguna vez en el futuro, y fueron, curiosamente, los dos más jóvenes. A Gummo no le gustaba actuar, nunca llegó a participar en ninguna película y se dedicó a la moda y a la representación de artistas. Zeppo sí apareció en las cinco primeras pelis de los Marx, siempre como el soso contrapunto de sus tres hermanos mayores. Tras el fracaso comercial de Sopa de ganso, sin embargo, les echó en cara que su humor estaba agotado y que no iban a ninguna parte. Saltó también del barco. Fue socio de Gummo y dedicó parte de su tiempo a la invención de múltiples e ingeniosos aparatos que hicieron más fácil la vida de sus conciudadanos, como las utilísimas argollas que sujetaban la bomba atómica que arrojó el Enola Gay sobre Hiroshima. Como el cerdito sensato del cuento, ambos construyeron sus casas con ladrillos y cemento.
En las catorce películas que rodaron, Groucho, Chico y Harpo siempre fueron ellos mismos, invariablemente ceñidos a los personajes que habían creado. Nunca dejaron de ser artistas de variedades, los cómicos de vodevil que antes de entrar en el mundo del cine se habían pateado toda América, actuando en villorrios en los que, en palabras del propio Groucho, no aceptaría ser enterrado aunque el sepelio fuera gratis e incluyera una lápida de regalo. No hay un solo atisbo de evolución, nada parecido a la exploración de sus posibilidades artísticas. No parece haber en ellos el deseo de pasar a la posteridad con una obra maestra. No tienen, como Chaplin, ninguna farsa antifascista coronada por un solemne discurso de paz y amor. No hay, como en Keaton, emoción y melancolía bajo la máscara del payaso. Hay una fórmula. Los Marx hacían siempre la misma peli. Como los dos cerditos tarambanas del cuento, vivían al día. Construían sus películas con paja y maderas viejas, amontonando chistes, canciones y situaciones absurdas, y echaban a bailar y a cantar y a correr detrás de rubias platino sin dar demasiada importancia a lo que pudieran decir de ellos el día de mañana. Y eso es precisamente lo que los hace grandes, lo que hace sus películas únicas, inimitables e irreemplazables. Son pura alegría.
Eso ocurre sobre todo en su primera época, la más salvaje y desbocada. Películas como Plumas de caballo, con su argumento descosido y todas las taras que os apetezca recontar, son un irresistible chute de veneno que disuelve los grises contornos de la realidad cotidiana y la convierte en una fiesta, por su falta absoluta de trascendencia, su vitalidad, su irreverencia, su sana e incendiaria capacidad para poner el mundo patas arriba y revelar lo absurdo y ridículo de las convenciones sociales sin darse sin embargo ninguna importancia. Sea lo que sea, me opongo, canta aquí Groucho. Ahí está todo, amigos. Entended esta frase y amaréis a los hermanos Marx por encima de casi todas las cosas. Y sobre todo, lobitos, tened clara una cosa: soplaréis, soplaréis y la casa no derribaréis.
Horse feathers tiene todo lo que se espera de cada uno de los Hermanos Marx, a saber, Groucho, un tipo lógico y caótico, un sinvergüenza que adora codearse con la alta sociedad, Chico, un tipo pícaro y simplón, aficionado a los juegos de palabras, Harpo, un tipo cándido y destructivo, abonado a la fantasía más surrealista, y Zeppo, un tipo corriente y moliente. Como en todas sus películas, todo gira en torno a las acusadas personalidades de los tres primeros. El problema con Zeppo es que su personalidad artística no funciona en el armazón cómico de los Marx. Groucho es el caos verbal, Harpo el caos visual, Chico es la réplica de ambos y Zeppo no tiene lugar en la función, su personaje, sencillamente, sobra.
Horse feathers acusa un argumento mínimamente elaborado que coarta livianamente la libertad creativa de sus protagonistas. Sin embargo, cuenta con inolvidables momentos. Como el de Harpo tomando el pelo al guardia municipal. O como el plano de Groucho advirtiendo directamente al objetivo de la cámara que, aunque él se tiene que quedar, los espectadores pueden salir al vestíbulo para no oír la monserga, un recurso más para alimentar el caos y la confusión. Sin olvidar las cuatro interpretaciones de la canción Everyone says I love you, que cada hermano dedica a la misma mujer. ¿Quién la llevará finalmente al altar…?
Es infalible. No tengo más que ponerme una de los Marx cuando no me encuentro en uno de mis mejores momentos anímicos, y las carcajadas me brotan espontáneamente, alegres, puras, limpias, sin rastro de adulteraciones. Los sinsabores se diluyen durante ese rato en el que estos hermanos, a los que considero amigos leales, me evaden de mi realidad y me conducen hacia su particular mundo incoherente en el que las penas se conjuran con tragos de alegría e irreverencia.
Porque los Marx poseen la virtud de desatar la risa más sana. Sacan al exterior los restos de nuestra infancia y nos hacen regresar a ella, y hasta los niños pueden desternillarse disfrutando de los delirantes gags dirigidos también a ellos. Estos hermanos cómicos respetan a todas las audiencias y siempre esconden ases que deleitan a todo aquel que se deje deleitar, ya tenga diez años u ochenta.
Aunque la estructura de todas sus películas es similar, lo que cuenta es el derroche de humor siempre fresco e ingenioso, esas frases mordaces, esa forma de saltarse a la torera las convenciones y las normas de etiqueta más elementales, y esos mareantes momentos de desbordada acción, de entradas y salidas, puertas que se abren y se cierran constantemente, habitaciones desmanteladas y convertidas en un caos absoluto, mujeres guapas manoseadas y personas maquiavélicas que acaban con tres palmos de narices…
E, invariablemente, el triunfo del amor y de la amistad y de todas las cosas que en el fondo merecen la pena.
No entiendo el porqué del desconocimiento general de esta magnífica comedia. Una divertidísima sucesión de situaciones hilarantes, que al producirse en un metraje no demasiado prolongado, no dejan margen al aburrimiento. Tal vez sea una de sus obras más disparatadas (que ya es decir), donde Groucho se emplea a fondo en su empeño de destruir toda lógica lingüística y harpo está totalmente desbocado. Si los Marx fueron tan grandes, es porque cimentaron su reinado con títulos como este que les permitieron realizar posteriormente sus filmes más celebrados. En definitiva, que vale demasiado la pena para que sea tan maltratada por el olvido.