Palomita blanca
Sinopsis de la película
María es una joven estudiante, de una familia de clase trabajadora, que vive en una población santiaguina durante el gobierno de Salvador Allende. En medio de ese álgido ambiente, se enamora de Juan Carlos, un joven de clase alta. Los obstáculos y las diferencias de clase aflorarán, todo acentuado en un contexto clave de la historia de Chile… El filme no alcanzó a estrenarse a tiempo en 1973 debido al golpe. Esperó 19 años para ser estrenada, gracias a que se encontraron unos negativos embodegados que se encontraban intactos. Basada en la novela homónima de Enrique Lafourcade, es considerado una de los films más importantes del cine chileno.
Detalles de la película
- Titulo Original: Palomita blanca
- Año: 1973
- Duración: 125
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Opinión de la crítica
6.9
46 valoraciones en total
Se ha dado la poco frecuente oportunidad de ver Palomita Blanca remasterizada y en una sala de cine de primer nivel, y así este año 2017 a 44 años de su estreno, la veo por primera vez. Las expectativas vienen de distintas direcciones al enfrentarse a esta película, ya que su mística es probablemente la más grande que ostenta alguna cinta nacional.
El texto en que se basa es una novela escrita por Enrique Lafourcade que retrata la juventud santiaguina de finales de los sesentas, con Salvador Allende postulando a la presidencia en un momento de particular relevancia histórica. Es una de las novelas chilenas más vendidas de todos los tiempos. Quien lleva a cabo su libre adaptación cinematográfica es nada más ni nada menos que Raúl Ruiz, ampliamente considerado uno de los cineastas locales más importantes (sino derechamente el más importante), acompañado en la dirección de fotografía con un trabajo sobresaliente por otro que se convertiría a la postre en referente fundamental del cine chileno: Silvio Caiozzi. La notable banda sonora está a cargo de Los Jaivas, quienes no solo son hasta el día de hoy una de las bandas más populares del país, sino también una de las más virtuosas, complejas e innovadoras que han salido de este lado del planeta.
Pero si estos nombres no fueran suficientes para crear un mito en torno a este largometraje, está también su accidentado estreno interrumpido por el golpe militar de Augusto Pinochet en 1973 ocurrido solo días después de que la película fuera terminada, pudiendo ser vista recién en el año 1992.
Al ser una obra de Ruiz, no es de esperar una narrativa clásica o condescendiente con la novela. El juego constante y la exploración del lenguaje cinematográfico están presentes a lo largo de todo el metraje. Las escenas son caóticas y los diálogos se superponen, el montaje es impredecible, las tomas son largas y privilegian la puesta en escena, entregando algunos barridos y planos secuencia inolvidables. La voz del Gato Alquinta desgarra la pantalla cada vez que hace irrumpe, la música es una protagonista más de la historia. La película adquiere tono de comedia en varios segmentos, entregando gags de antología que rozan el surrealismo y dejan a la sala envuelta en carcajadas, suavizando lo que para muchos, sobre todo no iniciados en el estilo del cineasta nacido en Puerto Montt, sería un desarrollo algo denso e inconexo de la historia. Porque cada fotograma está lleno de detalles e intenciones múltiples que no se agotan en un único visionado y esperan del espectador una actitud activa y reflexiva.
Palomita Blanca es por lo tanto una amalgama cultural única en la historia de Chile, que hoy es posible ver en plenitud gracias a un proceso magnífico de restauración. No es solo Raúl Ruiz detrás de las cámaras, no es solo el contexto histórico de la obra, es la oportunidad de ver un cine que por diversos motivos es muy escaso, realizado hace más de cuarenta años y que muestra de primera mano un Chile del que se puede leer, pero que cobra una vida única en una pantalla. Son sonidos, texturas y colores que forman parte de la identidad de un pueblo, y que solo pueden ser provistos por la magia del séptimo arte.
Criticar el film nacional Palomita Blanca no es juzgar la obra y el legado cinéfilo de una figura consagrada como Raúl Ruiz, fallecido en Francia el 2011. No obstante, el paralelo innecesario pero inevitable es comparar su visión en la pantalla grande con la prosa original de Enrique Lafourcade inmortalizada en el icónico libro homónimo.
Con todas las limitaciones de una época diferente y de un país alejado de los grandes avances como Chile, esto sumado al natural estilo más espeso y cargado de simbolismos por sobre las explicitudes de Ruiz, da como suma una película romántica por su entorno no así por su generalidad dramática.
En una práctica habitual de otras décadas, las distancias entre actores profesionales y novatos o debutantes es abismal, y al margen del nombre de Bélgica Castro y Luis Alarcón, las diferencias son abismales y le dan cierto toque casi documental, rústico a la película.
Como una consecuencia más de lo nefasto de un gobierno autoimpuesto sobre áreas como las artes, el film estuvo perdido en bodegas y almacenado sin cuidado alguno desde 1973 hasta llegada la democracia en 1990. Sólo en 1992 se pudo restaurar y ejecutar la post producción de la obra emblemática de Raúl Ruiz, que aún con todas sus limitaciones y carencias frente a la pieza literaria, fue un aporte robado a la cultura nacional y a la imagen de al menos dos generaciones que se perdieron de un referente propio. Un atentado a las artes, a la expresión cultural, al corazón de un país y su juventud inmortalizada en el cine.
Para 1992 la cinta no pasó de ser una curiosidad. Las falencias sonoras, espesura propia del sello Ruiz y falta de contemporaneidad de las temáticas post dictadura la hicieron debutar con éxito en las salas y posteriormente perderse en el más triste, magro e ingrato de los olvidos. Algo diametralmente diferente a lo que hubiera ocurrido si en el país hubiese primado la normalidad, porque tiene pasta para erigirse como referente de una época.
Silvio Caiozzi en la fotografía de este film de más de dos horas de duración y un montaje a ratos desencantadoramente artesano completan el producto final donde sin duda quienes se roban la película son Los Jaivas, quienes musicalizan la película de punta a cabo y cuando no suenan se extraña. Son el punto alto por su calidad comprobada y mezcla folk rock, latiendo con la entrañable voz del fallecido Gato Alquinta.
Palomita Blanca es una pieza icono del cine chileno, despreciada injustamente por razones políticas tanto dentro como fuera del guión, con escenas queribles, nuestras y otras inentendibles. Un producto diferente a la novela de Enrique Lafourcade que no admite comparaciones. No es fácil de sopesar junto al cine actual, más bien es necesario apreciarlo como documento y legado invaluable de Raúl Ruiz y por qué no, de los mismos Jaivas.
Recomendación:
Aceptable. Un ícono difícil de digerir y comprender, pero los clásicos no se juzgan.