El gigante de Metrópolis
Sinopsis de la película
Hace más de 20.000 años, en el misterioso continente de la Atlántida, el rey Yotar de Metrópolis manipula las fuerzas de la naturaleza para gobernar el planeta. Obro, enviado para advertir a Yotar de las catastróficas consecuencias de sus viles experimentos, es apresado por el monarca que lo utiliza para ensayar con él sus investigaciones sobre la inmortalidad. Salvado por la reina Texear, y acompañado por la princesa meceda, Obro, sin embargo, se ve incapaz de detener la fuerza destructiva de la naturaleza.
Detalles de la película
- Titulo Original: Il gigante di Metropolis (The Giant of Metropolis)
- Año: 1961
- Duración: 98
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Opinión de la crítica
Película
5.3
57 valoraciones en total
Como ocurrió con la estimulante Seddok, lerede di satana a principios de 1960, en Italia continuaron surgiendo films híbridos de distintos géneros que involuntariamente anticipaban, o acaso ya gestaban, un futuro movimiento relacionado con la plasmación al cine de un nuevo concepto de cómic en el país.
Uno de los ejemplos más representativos fue sin duda Il Gigante di Metropolis a finales de 1961, película maldita donde las haya que apenas funcionó en su día y se proyectaba básicamente en sesiones dobles de género , junto a producciones harto inferiores como El gladiador invencible (Il gladiatore invincibile, 1961) o similares.
Lo cierto es que debido a su extraña heterogeneidad, mezcla imposible entre Péplum (o cine de sandalias) y ciencia ficción kitsch, resulta comprensible que se la etiquetara como tal, pues a buen seguro desconcertó de tal modo que pasó comprensiblemente inadvertida y fue relegada al ostracismo.
Con nuestra mirada actual, el cariño suficiente y sabiendo contextualizar de manera adecuada la propuesta, El Gigante de Metrópolis (también conocida como ¡Alerta Metrópolis! ) se muestra a día de hoy como una joya a reivindicar con celeridad, que opta, sino acaricia, la categoría de obra maestra.
El responsable de dicha gesta no es otro que Umberto Scarpelli (1904-1980), un cineasta eventual que casi siempre trabajó como segunda unidad o incluso jefe de producción (en el clásico El Ladrón de bicicletas , nada menos), pero que se prodigó bien poco como autor, con apenas 4 títulos menores en su haber. Sin embargo, el trabajo de Scarpelli no tendría mayor relevancia si no se hubiese rodeado de un equipo técnico y artístico de primer orden, con muchísima experiencia y que elevaron, sin el menor género de dudas, todos los aspectos realmente importantes del film, sobre todo la fotografía y todo el apartado conceptual.
Situar la acción hace más de 20.000 años en una metrópolis futurista (la Atlántida) liderada por un tirano obcecado con ganar la partida al orden de la Naturaleza gracias a los avances tecnológicos, y con un ejército de zombis a su merced (aquí usan el eufemismo vida artificial ), resulta cuanto menos llamativo.
Si a esto le añadimos a Obro, el hércules de segunda con una misión (el limitado Gordon Mitchell), las obligadas bellezas luciendo escote, conflictos dinásticos, bailes rituales, trampas magnéticas desintegradoras de carne o el inevitable romance exprés, el film se vuelve completamente irresistible. Lo que a priori pueda sonar estereotipado y tópico, acaba siendo todo lo contrario cuando observamos los derroteros por donde transita el film. Nada tiene desperdicio en este inaudito cóctel, experimentos insólitos por surrealistas (el rey maldito Yotar busca trasplantar el cerebro sabio de su padre, vivo aunque momificado, a su pequeño descendiente Elmos, para así crear el discípulo perfecto), orgías de mentes ausentes precedidas de extrañas danzas de cortejo los días de luna llena, guerreros trogloditas, enanos de las cavernas, torturas con rayos de luz e incluso discursos acerca del cambio climático, el daño de los avances tecnológicos hacia la vida humana y sus repercusiones en el entorno (con final dramático marca de la casa), convierten a esta El Gigante de Metrópolis en una absoluta rareza digna de un serio estudio sociológico.
Acorde con la propuesta, destaca por encima de todo su excelente fotografía de cromatismos magentas y juegos en claroscuro, al más puro estilo Mario Bava, un acertado tono de viñeta en su puesta en escena (de nuevo, acercándose a los futuros fumettos, sólo hay que ver el refugio a lo Diabolik del fornido protagonista), una banda sonora minimalista e inclasificable (obra de Trovajoli, al igual que Seddok ), o unos decorados que, aunque baratos y de singular desfachatez, consiguen crear una atmósfera de irrealidad formidable, como de paraíso atemporal.
Hay quien incluso ha visto en el film la antesala de la serie Star Trek , de 1966, por las similitudes con las puertas de palacio, la estética del entorno, las vestimentas y uniformes de los mandatarios o sus instrumentales tecnológicos, además de ciertas armas en pinza bastante inolvidables.
Lo que sí podemos asegurar es que recoge el testigo de films previos como la citada Seddok , películas valientes que unen géneros de naturaleza bien distante (péplum, sci-fi, épico, aventuras o incluso horror), creando una mixtura entre fantasía y surrealismo teñida de romántica heroicidad. Todo un acontecimiento para el cine de los 60, por su originalidad, asumida ingenuidad y poderío visual, y con una irresistible moraleja donde el Amor, es la verdadera fuente de vida.
SOSPECHOSOS CINÉFAGOS