Nosotros no envejeceremos juntos
Sinopsis de la película
Crónica despiadada de la degradación de una pareja. A partir de los avatares amorosos de Jean (Jean Yanne), un cineasta colérico y violento, y Catherine (Marlene Jobert), amante infantil y neurótica, Pialat traza el retrato implacable de una historia de amor que se resiste a su disolución. De manera fragmentaria y crispada, Pialat pone en escena los vaivenes emocionales de los protagonistas -grotescos e imprevisibles-, su fragilidad emocional, sus arrebatos de odio y violencia, sus precarias y efímeras reconciliaciones, y sus promesas incumplidas…
Detalles de la película
- Titulo Original: Nous ne vieillirons pas ensemble
- Año: 1972
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
7.2
93 valoraciones en total
Que nadie se confunda, lo dice hasta el título para no conducir a engaño. Nosotros no envejeceremos juntos no tiene nada que ver con el amor, sino con todo lo que se le opone o lo destruye en incontables ocasiones: la inseguridad, la dependencia, la infidelidad… el desprecio.
Debería estar prohibido por ley ver este filme sin haber disfrutado antes de la joya de Rossellini Te querré siempre , de la que es inevitable contrapunto, innegable alterego. Rossellini sabe que nunca es tarde para la reconciliación, Pialat descubre que sí que lo es para comenzar a amar. En una escena cuasi calcada, pero de sentimientos opuestos y enfrentados, al final de su obra, el maestro italiano nos muestra a la pareja buscándose, en medio de una multitud ajena, partiendo de él y decidiendo que no quieren volver a perderse, Pialat prácticamente inicia su película con el rechazo, el repudio de Jean que aleja a Catherine de su lado sin querer remediarlo. Dos mujeres bellas al lado de hombres comunes, hasta cierto punto tan vulgares que tan sólo pretenden decidir cuando casi es tarde y siempre en virtud de una ajena esperanza que les lleva a la salvación o a la condenación que ella les conceda. Dos películas en las que nada sucede en el exterior de los personajes principales, de sentimientos arrastrados dentro del Gran Teatro del Mundo que diría Lope, de su propia Comedia de la Vida, cuya historia no tiene ningún guión escrito aparte de lo que sucede a cada paso dentro de ellos mismos. Neorrealismo, naturalismo… Chute de realidad tal vez, simplemente.
El error de Pialat, impensable en Rossellini, es que Jean es en muchos momentos despreciable, ruin y despiado, injustificable en sus defectos y patético en sus virtudes, algo que no sucede con el Sanders de Te querré siempre. Este hecho, que transforma en Rossellini el dolor en comprensión ante nuestra imperfecta naturaleza, se convierte en la película de Pialat en una pesada carga que impide la simbiosis con el protagonista (tal vez he sido en exceso afortunado en mis relaciones, pero podría jurar que no ha sido así).
Para terminar he de recordar la extraña y desconcertante Copie Conforme (2010), de Abbas Kiarostami, que también bebe del clásico de Rossellini, hace eco al loco vaivén de las emociones pasajeras aun sin nada importante que contar a nuestro alrededor, en ocasiones de manera muy similar al filme de Pialat. Más sorprendente, original e… insufrible, digamos, casi tanto como Jean.
Jean y Catherine se aman, se odian, se clavan hirientes dagas por la espalda:
Catherine.
Hoy me dispongo a atravesar lo nuestro, y a dejar de erigir monumentos en tu nombre.
(También a revolcarme sobre lo sucio y a no suplicarte).
Detesto las cansadas letanías de tu sexo, ese animal asfixiado que, sin vigor, se te va muriendo.
(Desafortunados dedos de insecto, que han ido arañando lo que alguna vez fue tierno).
¡Que fatigoso nuestro aniquilamiento!
Desesperadas y absurdas, no se consideran ni se respetan las pupilas cenicientas, que van ganando nada de nada con el amor con perecer y con quedarse a quererse.
(Para lastimarte, no me hace falta más que estar vivo).
Gran película.
Unos cuantos directores han abordado sin tapujos la escabrosa odisea de las relaciones sentimentales. En Francia, los hubo notables, en las décadas de los sesenta-setenta, cuando la revolución de la liberación sexual femenina modificaba esquemas que quedaban anquilosados. El maestro, Eric Rohmer, colocó cimientos sólidos en la cinematografía, y otros supieron mantenerse en la línea de ese cine cuasi-documental y minimalista, íntimo, con roles de personalidad compleja y el vaivén constante de los ciclos vitales.
Para mí, los que más brillantemente han deshojado un tema tan complicado, han sido el francés Rohmer y el sueco Bergman. Otros siguen su estela de lejos, pero alguna figura destacable hay, como la de Maurice Pialat. Si a uno le viene bien de cuando en cuando mirarse al espejo de los incomprensibles y cambiantes absurdos humanos, no está nada mal echar un vistazo a pequeñas curiosidades como esta película rodada en ese estilo técnicamente sencillo, sin alardes ni grandes pretensiones, pero con el punto álgido de un guión incisivo, desasosegante en todos sus recodos de identificación con el espectador medio.
Seguir los desafortunados y fatigados coletazos de una relación de amor-odio como la de Jean y Catherine, es asomarse a algo que se conoce mejor de lo que a uno le agradaría. La destrucción recíproca del afecto no es nada novedoso. La presencia de la violencia verbal y física, la desconfianza, los celos, el orgullo desmesurado, la incomunicación, la inmadurez afectiva, el egocentrismo, la pusilanimidad y la debilidad que impiden tomar una resolución drástica de acabar de una vez con tanta tortura…
Por alguna razón, la mayoría somos una panda de sádicos-masocas. Sádicos que tienen la manía de tratar como mercancías y posesiones a sus iguales, y la costumbre de empezar a repeler el amor cuando éste se tiene en las manos, de estropear y rechazar lo cosechado. Masocas que soportan mil vejaciones, discusiones y peleas humillantes, a saber si por amor o por pánico a quedarse solo. Y a empezar de nuevo, una y otra vez, a pasar por lo mismo, conscientes de que nadie cambia para mejor, de que cada vez será peor.
Un círculo vicioso y agobiante muy bien reflejado en esos actores que podrían ser los vecinos de enfrente. Esos vecinos que todo el mundo tiene, que se pelean y se reconcilian y se vuelven a pelear, y ahora él vuelve trayendo rosas o cartas de disculpa y ella vuelve a caer como una tonta. Metidos en una carrera de desgaste que una duda bastante de que merezca tanto derroche inútil de tiempo y energía, en esta única vida que tenemos.
Buena narración de una pareja encerrada en su propio círculo de autodestrucción. No se aman, pero están juntos, quieren separarse, pero vuelven a intentarlo.
Se trata, aparentemente, de una película sincera, por eso quizás se deje ver con fluidez, a diferencia de otros filmes del autor. La pareja intérprete desarrolla un buen papel, y el director, gracias a ciertos elementos, como el coche, mantiene un buen ritmo narrativo.
Lo que vemos son fragmentos diferentes de la relación, que desde el comienzo, se ve que no puede llegar lejos.
A la media hora del filme podemos ver lo despiadado que se muestra el hombre y lo posesivo ante su pareja. Es el plano donde chequea si ella ha estado con alguien esa noche o no. Las interpretaciones, como he dicho, están a la altura de la situación en todo momento del filme.
Pialat no volverá a conseguir en su filmografía la crudeza narrativa e interpretativa de la relación entre un hombre y una mujer como aquí lo hace.
Lo que sí repetirá son los descuidos de iluminación, de reflejos de jirafa o cámara en vehículos o la falta de importancia ante el hecho de que la gente de la calle se quede mirando lo que hace el equipo técnico. No puede pasarse por alto este detalle cuando se pretende conseguir mayor dramatismo ante determinados planos.
La película viene sin partitura musical, salvo en los créditos, como es costumbre en el director. Un toque de azul a lo largo de la película impregna la mayoría de los planos, los baños en el mar, el coche, elementos del hogar, diferentes prendas de vestir,…
Recomendable película para los amantes de las buenas interpretaciones.
Él realiza una interpetación maravillosa, es verdad, pero no menos cierto es que poco a poco se convierte en un pesado de tomo y lomo. En media hora todos tenemos claro de qué va, el resto es una prolongación indiscriminada e innecesaria. Hay pasión, es cierto, cuestión que tanto echo de menos en muchos otros dramas románticos. Él no tiene nada que hacer, está perdido desde el primero minuto y lucha contra sí mismo para controlarse: es un querer y no poder. Nada que reprochar en ese sentido, todos conocemos lo que duele el amor cuando se mezcla con desamor, ira, dolor de cabeza, nervios y alguna bofetada indefendible que se escapa porque ya no todo es descontrol. Pero es un cansino.
Los largos tentáculos de la violencia de género agarran y manipulan a un hombre desquiciado que ejerce una violencia psicológica detestable sobre ella, pobre mujer que no sabe muy bien qué hacer para no verlo más. Es una pena la ausencia de banda sonora, al espectador facilón como yo es más posible venderle un producto así con una seleción de buena música. En realidad iba a suspenderla y dejar en cuatro las estrellitas en la escala FA, porque relaciones con pasión y mejor retratadas las hay a patadas en el cine. Para mí está lejos de ser una destacable.