No quiero ser un hombre
Sinopsis de la película
Ossi Oswalda interpreta a una joven que, cansada de que le reprochen todos sus actos, decide disfrazarse de hombre. De este modo descubre la insolidaridad entre los hombres… y también sus amistades equivocadas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ich möchte kein Mann sein
- Año: 1918
- Duración: 45
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Opinión de la crítica
Película
6.4
80 valoraciones en total
Mediometraje de Lubitsch. El guión es de éste y de Hanns Kräly. Se rueda en los talleres de la compañía productora en Berlín-Tempelhof. Producido por Paul Davidson para Projektions-AG Union (PAGU), se estrena el 1-X-1918 (Berlín).
La acción tiene lugar en Alemania en 1917/18. Ossi (Ossi Oswalda) es una muchacha huérfana que vive con su tutor (F. Sikla), un economista afamado que es llamado a trabajar en EEUU. Su sustituto, el Dr. Kersten (K. Goetz), y la gobernanta de la casa (M. Kupfer) la mantienen sometida. Para poder sentirse libre decide vestirse de hombre.
El film es una comedia de humor irónico, crítico y sarcástico. El realizador critica los prejuicios sociales, la definición caprichosa y rígida de los esteretipos de género, la hipocresía social, la doble moral y la educación de los jóvenes basada en prohibiciones. Apuesta por los aires de liberación de la mujer que en la Posguerra de la IGM dan lugar al reconocimiento de su derecho al voto (1919 en Alemania).
Contra los estereotipos moralistas del pasado, el realizador muestra que jugar al póker, fumar y beber, ocasionalmente, una copa de licor, no son prácticas censurables para la mujer ni contrarias a la condición femenina. Apoya las propuestas a favor de la redefinición de los roles masculinos y femeninos. Dicho de otro modo, Lubitsch subvierte los estereotipos, proponiendo con humor la revisión de los mismos. La cinta se sirve, además, de otra fuente de comicidad: la confusión de identidades. De la mano de este recurso, el realizador explica, con humor y ejemplos, que las diferencias de comportamiento, personal y de grupo, entre hombres y mujeres, no existen o son irrelevantes. La rudeza de los hombres tiene su réplica entre las mujeres. El mimetismo de grupo de los hombres, también se manifiesta entre las mujeres. La curiosidad de las mujeres, también se hace presente entre los hombres. La facilidad de éstas para el mareo es similar a la del economista ilustre durante su viaje en barco. No faltan en la obra sugerencias llenas de picardía y atrevimiento, referidas a la homosexualidad y a la homofobia. Las presenta con delicadeza, claridad y franqueza.
Destaca el fuerte ritmo de la acción, la brevedad del lenguaje y la economía de medios de la que hace uso la cinta. El realizador aporta ingenio, inventiva y una notable capacidad narrativa. El relato se aproxima al nivel de densidad de obras posteriores del autor. Pone de manifiesto la acidez y la agudeza de su humor, su capacidad de observación y la riqueza de su espíritu crítico. Lubitsch contaba, durante el rodaje de la obra, 26 años de edad.
La fotografía, de Theodor Sparkuhl, ofrece una narración visual de ritmo rápido e intenso, que eleva el interés del relato. No hay tiempos muertos, ni tiempos desaprovechados. La música de la edición remasterizada por la W. F. Murnau Stiftung, de Neil Brand, hace uso predominante del piano. La partitura es rápida, rítmica y burlona. La interpretación de Ossi Oswalda es notable.
En plena Guerra Mundial, hay espacio para crear comedias en Alemania. Es curiosa, ya que se mete en el mundo de las desigualdades de la mujer con el hombre. Aunque al final parece que no le gusta ser un hombre porque es chungo (tal como desvela el título de la película). Y eso vuelve de nuevo a un punto machista.
Gracia, lo que se dice gracia, no hace mucha, al menos vista ahora. Hay comedias de esta época que me ha despertado más la gracia e incluso alguna risa. Pero esta no.
La finalidad de esta película no sé cual es, si solo es hacer reír o algo más.
Comedia en tres actos de corte ligero en el que predomina el dinamismo y la soltura narrativa, la claridad de conceptos y un notable sentido de ritmo que se concreta en una brillante administración del tiempo de filmación.
E. Lubitsch construye su película con solidez formal, con una pulcritud relevante y adornada siempre por su axiomática elegancia.
La cámara es limpia, observa el detalle de cada situación y lo muestra en pantalla con finura descriptiva.
O. Oswalda, musa del director berlinés, realiza un trabajo admirable que denota su dominio de la escena.
Juguete cómico, ameno y guasón.
Reconozco que mi inclinación hacia el cine de Lubitsch es mayor que la de la Torre de Pisa. Ruego no obstante que no se confunda eso con la ceguera. Las innumerables pruebas de buen hacer dadas por el cineasta alemán (To be or not to be, El príncipe estudiante, Ninotchka, etc. y muchos etcéteras) no me nublan la vista ni me impiden encontrar algunas pajas dentro del trigo. Que hasta los vinos más acreditados tienen cosechas normalitas. Malas es imposible.
Y esta añada del 18 con No quiero ser un hombre deja en nuestros ojos (órganos del paladeo cinematográfico) un sabor afrutado Lubitsch inigualable pero con escasa consistencia. No es un vino duradero en ojos. No. El aroma y el sabor pasan rápido y aquí lo bueno si breve no es precisamente doblemente bueno, pero eso si es Lubitsch. También como en territorio ecológico, un Lubitsch joven embotellado en roble alemán, berlinés por más señas y Weimar por más políticas.
Film breve en tono de comedia, donde Lubitsch juega pícaramente con los espectadores. Más que con los de ahora que las cosas que hemos visto, sir John… con los de una época donde la mujer alemana ni siquiera tenía derecho al voto. Fíjense ustedes, los germanos tan avanzados y demócratas ellos en la actualidad, también tuvieron sus pecadillos y esas hipocresías donde las señoritas recibían una esmerada educación cercenante de sus más inconfesables deseos, digamos el juego, el tabaco, la juerga a lo Lola-Lola, ángel azul y por supuestísimo el sexo.
Y Lubitsch nos dibuja a la mujer inconformista a la par que vital, envidiosa del rol social masculino, libre y sin atadura. Esa vitalidad es la que lleva a Ossi (nombre real y de ficción de la actriz Ossi Oswaldo, considerada la Mary Pickford alemana) a probarlo todo para así poder hablar y tomar decisiones con propiedad. Probando, probando, y con el licor dando, que tal parece que la vida masculina es puro desmadre y francachela, acaba hasta de picos con aliento etílico con el rigurosísimo tutor encargado de su correcta educación. ¡ Y vaya si la educa!.
Al final Lubitsch se rinde, o tal parece, y sacando su varita mágica reconvierte a la chica-muchacho en una señoritinga de largos vestidos y corsés apretados enamorada del mismo tutor que besaba especimenes afeminados en estado de embriaguez, y diciendo, mientras se derrumba en sus brazos: No quiero ser un hombre.
Menos mal, porque aunque suponga un frenazo a la investigación genética, uno se pregunta: ¿Los hubiese excomulgado la iglesia en caso contrario?.
En pleno auge de las teorías queer y otros cuestionamientos acerca del género, acercarse a este film de casi 100 años de antigüedad es un descubrimiento y una auténtica sorpresa. No quiero ser un hombre es una película visionaria y revolucionaria. Desde luego, se trata de una comedia divertida y llena de gags y situaciones alocadas, pero también es gamberra e iconoclasta. Arroja aspectos interesantes acerca de la concepción del género por parte de la sociedad, como un rol impuesto. El binomio hombre-mujer quizás es dinamitado bajo esta sutil comedia de situaciones. Inteligente en la concepción y ágil en el desarrollo, la película entretiene y al mismo tiempo permite la reflexión acerca de los cánones y convencionalismos sociales contra los que determinados espíritus rebeldes se alzan con valentía. Los besos que se suceden la noche del baile y en el coche de caballos harán tambalear los cimientos de las morales más tradicionales.