Mi vida con Amanda
Sinopsis de la película
David es un joven de 20 años de París que se dedica a vivir el presente. Se gana la vida con pequeños trabajos, y evita tomar decisiones que le comprometan. Es solitario y soñador. Un día se enamora de Lena, una vecina que acaba de llegar. Pero el tranquilo transcurso de su vida estalla de pronto cuando su hermana mayor muere brutalmente en un atentado. David es la única persona que se puede hacer cargo de Amanda, su sobrina de siete años.
Detalles de la película
- Titulo Original: Amanda
- Año: 2018
- Duración: 107
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Opinión de la crítica
Película
6.4
58 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Bakary Sangaré
- Carole Rochet
- Christopher Koderisch
- Claire Tran
- David Olivier Fischer
- Elli Medeiros
- Greta Scacchi
- Isaure Multrier
- Jeanne Candel
- Jonathan Cohen
- Lawrence Valin
- Leah Lapiower
- Lennart Zynga
- Lily Bensliman
- Lisa Wisznia
- Luke Haines
- Marianne Basler
- Missia Piccoli
- Nabiha Akkari
- Ophélia Kolb Kasapoglu
- Raphaël Thierry
- Stacy Martin
- Vincent Lacoste
- Zoe Bruneau
Un antes y un después. Dos momentos diferenciados por un golpe terrorista perpetuado en un Parque de París.
En el antes, Amanda, una pequeña niña de unos 7 años, mimosa e inteligente, magníficamente interpretada por Isaura Multrier, comienza a ir al colegio. Su madre, Sandrine y su Tio Vincent se turnan para esperarla a la salida del colegio coordinando los horarios disponibles en función de sus obligaciones laborales. El film describe la vida cotidiana de tres personas comunes, simples cuyas rutinas transcurren sin demasiadas emociones, donde el hecho más importante sobrevivir día a día y ver crecer a esa niña cuyos padres están separados.
Sandrine es traductora y maestra de inglés en una academia. Para ganar unos francos más, hace traducciones en su casa. Vincent trabaja para la Municipalidad de Paris podando árboles y arreglando canteros. En sus momentos libres, ayuda en una inmobiliaria. Su vida carece de mayores responsabilidades. Es un hombre joven en busca de aventuras.
De golpe, un fin de semana en un parque, la tragedia se cierne en torno a ellos. La madre de la niña muere, su padre no aparece, y su Tio Vincent se debe hacer cargo de su crianza no sin antes pensar en un internado.
En el después, la película se concentra en la recomposición de los sobrevivientes donde la asumir nuevas responsabilidades y recolocar los afectos estará en primer lugar. Es una descripción minuciosa de pequeños momentos que intentan volver a unir todo aquello que se ha roto, que se ha modificado en esas almas que han sobrevivido a la tragedia, pero que les ha cambiado brusca y definitivamente toda su vida.
Ya nadie puede ni vuelve a ser el mismo. Volver a encontrarse aparece como una prioridad. Habrá una serie de reencuentros. El primero, el de Vincent consigo mismo. Debe hacerse cargo de la pequeña Amanda. Esta solo y carece de medios pero toma conciencia que lo peor ya ha pasado. Ahora es un momento necesario de la reconstrucción de lo que ha quedado. Los sentimientos hechos añicos y vivir con la ausencia de los seres perdidos es lo que hay que aprender.
El film es minucioso y está construido de pequeños momentos. Es un film íntimo, donde lo que ocurre es una catarata de sentimientos encontrados donde no queda lugar para ir hacia atrás sino solo para adelante. Volver a ser y hacerse cargo. Muestra la necesidad de madurar aceleradamente, de asumir la realidad aunque lo cambios sean dolorosos. De buscar y reunir a la familia como apoyo de toda la estructura social.
No solo es admirable el trabajo de los autores del guion (el propio director y Maud Ameline), que han logado una estructura muy sólida que sostiene una avalancha de sentimientos encontrados narrados a partir de la necesidad de reconstruir la vida cotidiana. Pero lo más interesante, es que la película es capaz de transmitir el espectador esos sentimientos a través de pequeños gestos, una palabra, una sonrisa, una lagrima, una canción que suena, el reencuentro con alguien lejano que hace mucho que no se ve, un simple recuerdo que aparece. Es el otro lado de un drama contemporáneo.
La actuación de la niña Isaure Multrier es fundamental en la transmisión de esos sentimientos que a veces se esconden para ocultar la tristeza que sentimos. La película guarda en todo momento un gran equilibrio narrativo, pero ante todo descuella en mostrar sutilmente todo aquello que está oculto en el alma y no es visible a los ojos.
Tal vez haya sido por el magnetismo que siempre tienen las calles de París. O por la humanidad que se desprende de cada uno de sus personajes. O por las grandes interpretaciones de Vicent Lacoste e Isaure Multrier. O por todo eso junto. Pero la verdad es que, pese a mis moderadas expectativas, Amanda me conmovió bastante.
Puede que no hay demasiada originalidad en esta película. Tampoco creo que Amanda pretenda hacer gala de tal cosa. En cambio, sí hay una historia sencilla y enternecedora. Con el mérito extra de que consigue tocar fibras emocionales en el espectador, sin caer en el melodrama desenfrenado, ni recurrir a golpes bajos gratuitos. Se siente la pérdida de la madre sin necesidad de mostrar demasiado acerca del atentado, gracias a ese primer tramo en el que se nos presenta el núcleo familiar con mucha precisión y simpatía.
El gran motivo para ver Amanda es su dúo protagónico. Tanto David como Amanda son dos personajes entrañables, con los que no cuesta nada empatizar, incluso antes de que la tragedia les caiga encima. El eje de la narración está centrado en cómo sobrellevan el duelo, mientras van reconstruyendo su vida entre idas y vueltas, silencios incómodos, inevitables reproches y lágrimas a escondidas. El rostro cansado de David, su andar apesadumbrado, y los llantos repentinos de Amanda sacuden cualquier cimiento. Y ese abrazo en el departamento de la tía, cargado de ternura y afecto, conmueve hasta al más frío espectador. El desarrollo de esa relación (a través de las muchas escenas que comparten) es sin dudas el mérito más destacado de esta emotiva historia.
A pesar de que en muchos momentos no encuentra el foco de la historia y se desorienta, en conjunto nos interesa la cotidianidad de una niña que ha perdido a su madre y debe enfrentarse a una nueva realidad, acompañada de su tío de 24 años.
Cuanto más cercana resulta, es en los tiempos que ofrece sus escenas de menor complejidad. Vivir la realidad desde su referente, no parece sencillo, y es ahí en ese espacio, cuando se muestra profundamente, la crudeza de la trama.
Auxiliada por una banda sonora sencilla y adecuada. Aprueba.
*Cambio de vida
El terrorismo se ha convertido en uno de los temas más controvertidos de la última década. El auge de este tipo de ataques ha provocado que sea uno de los problemas que más preocupación ha creado en la población. Mikhaël Hers aborda la visión de las víctimas en Mi vida con Amanda, en especial, en las personas que deben afrontar la pérdida de un ser querido. En primer lugar, la construcción de la primera parte se realiza desde un prisma contextual, pero con un sentido narrativo y emocional. Gracias a esta perspectiva, el espectador entra dentro de este universo familiar y cotidiano. Es más, ofrece un punto de vista que, pese a ya estar en el imaginario del público, tiene frescura y sabe llegar a los espectadores. Sin embargo, no sucede lo mismo con la creación del conflicto y es donde se produce un dilema creativo.
Mientras que en la primera parte se posiciona en un punto más puro, en el conflicto cae en abusar extremadamente del detalle de situación. Por ello, aunque dure en escena apenas unos segundos, va a terminar marcando el film al no haber sabido tejer un relato más sutil, más sensible. Al contrario, hay un corte abrupto que puede llegar a conmocionar o molestar a parte del público. Por suerte, en los últimos puntos sabe equilibrarlo, aunque debe hacer uso de ciertas analogías algo forzadas. Aun así, es interesante ver el desarrollo del duelo, mostrando esa vorágine de sentimientos que se sucede. Incluso, con ese desgarro tan silencioso y sin buscar marcar cátedra, explica la gran dificultad que supone una situación así. Es lo que levanta el resultado global de la cinta.
*La mirada de Vincent Lacoste
Vincent Lacoste se ha convertido en el enfant terrible predilecto del cine francés. El actor acumula una larga lista de películas muy interesantes, donde ha podido mostrar su versatilidad interpretativa. Junto con su talento, en Mi vida con Amanda cambia de un registro más cómico hacia uno totalmente dramático. Por un lado, sigue teniendo esa energía vital, lleno de luminosidad y juego, que equilibra con secuencias realmente desgarradoras. Es posible que haya alguna pequeña parte que no termina de llegar al nivel sensitivo que requiere. Aun así, se aleja de caer en una tragedia expresiva, que podría desembocar en lo lacrimógeno y apuesta por dar rienda suelta a un realismo certero. Por esta razón, seguramente, el peso dramático recae sobre todo en él, aunque sabe combinarlo con Isaure Multrier a la perfección.
Isaure Multrier, por su parte, regala a los espectadores una actuación llena de luz y con una ternura intrínseca. A su vez, sabe plasmar todo el sentimiento que se encuentra en su interior, lo que hace que adquiera cierta madurez interpretativa. Lo único, es que hay ciertas secuencias que se escapan de su ejecución y puede mostrarse en un plano más exterior, por lo que se denota una extracción no tan satisfactoria. No obstante, forma una sinergia afectiva intensa con Lacoste. Luego, Ophélia Kolb realiza una labor llena de humanidad, con un control de la energía en su punto y un equilibrio de la ligereza apropiado. Por ende, se convierte en una de las piezas vertebrales de este relato. Por último, destacar la labor de Stacy Martin, que tiene una singularidad muy especial, acompañada de una personalidad magnética.
*El silencio
La manera en la que Mi vida con Amanda afronta el despliegue técnico se formula desde una luminosidad que busca la reflexión en la imagen. Por un lado, se cuidan mucho los detalles cotidianos, en los que emerge un brillo que transmite la positividad que examina durante la película. Junto a ello, hay una proliferación de colores suaves, en especial, azules y marrones, que reflejan ese camino introspectivo entre la acción. Lo mismo ocurre con la dirección artística, que sabe llevar al espectador ante ese París tan personal. Después, la dirección fotográfica encumbra esos momentos con unos grandes planos generales, invitando al público a sumergirse por la ciudad. Sin embargo, no le da el golpe de efecto necesario para entrar hasta las vísceras de lo emocional. Por lo tanto, se queda en un retrato algo vacío en alguna que otra secuencia.
Luego, el montaje dibuja una línea emotiva, con parsimonia, dejando a la audiencia que mastique su propio pensamiento. Gracias a ello, hay un acompañamiento bien pensado, aunque no siempre obtenga el fin que se planteé. Por otra parte, la banda sonora sabe colocar el tono en partes muy concretas, haciendo que sea un buen tejido musical y con una elegancia plausible, aunque podría sobresalir más. También sería conveniente subrayar el cuidado que hay en las metáforas visuales, en aquellas imágenes en donde el silencio es el que habla. Sin embargo, contrariamente a lo que podría haber sido, su capítulo final no termina de encontrar esa poesía visual. Mientras que en otros momentos no hace falta del diálogo y hay una contemplación escénica necesaria, en la última secuencia no encuentra ese desahogo sensitivo y se queda algo incompleto. Por lo cual, se echa en falta más verosimilitud expresiva.
*Conclusión
Mi vida con Amanda es una película que busca mostrar los sentimientos tan difíciles en las personas cercanas a víctimas del terrorismo. Sin embargo, la forma de abordar ciertos hechos vitales del film, hace que su construcción narrativa sea irregular. Por suerte, durante el último tercio de la película, hay un dibujo más verosímil, con un humanismo certero, aunque no suficiente como para equilibrar ciertos errores del libreto. Luego, Vincent Lacoste e Isaure Multrier realizan unas interpretaciones llenas de matices. Son el alma de la película, junto con Ophélia Kolb. Es una realidad que busca la sensibilidad en su metáfora visual que, aún así, se esparce en un golpe emocional efímero.
Escrito por Diego Da Costa
La rutina como lugar de descanso, apacible, confiable, si uno repite sagradamente los pasos de la semana anterior, parecerá que todo está calmo, que la vida continúa sin sobresaltos.
Sucede un evento violento a la media hora del metraje y la vida de los protagonistas no volverá a su curso anterior. Amanda es el lado principal del triángulo. No se trata de un asunto pasional, Amanda es una niña de siete años, hija de Sandrine. David es su tío y cuida de Amanda cuando su hermana está ocupada e incluso la busca a la salida del colegio.
David se mantiene atareado desempeñando múltiples oficios, nada que requiera un gran esfuerzo, pero indudablemente no le sobra el tiempo. Todo ocurre casualmente, su actitud es abierta y confía en lo que le depara la vida. Asiste a Sandrine y mantiene una relación muy cercana con ella. La influencia de David en la vida de Amanda no es determinante, hasta que Sandrine desaparece abruptamente.
El director no presta especial atención al evento dramático. Simplemente ocurre y la rutina será el soporte para desde esa plataforma reconstruir las vidas de los otros dos lados del triángulo.
Las calles de París se han transformado. Antes bullían los transeúntes, pero luego del suceso trágico las calles vacías parecen observar los sentimientos de los personajes que se mantienen en escena. Las vías observan desde la distancia y la película adquiere un cierto tono neutro que en vez de volver todo más frío, hace resaltar el mundo interior de David y Amanda. Son pequeños detalles de la cotidianidad los que irán reconstruyendo sus personalidades, de pronto unas instantáneas que se mantienen en el encuadre el tiempo preciso, expresan lo desolador de un evento fortuito que ha cambiado para siempre sus destinos.
Recordé una bellísima película de Win Wenders. Alicia en las Ciudades (1974) constituía una visión sobria entre un adulto y una niña, ante la atenta mirada de las ciudades, en blanco y negro, sin sensiblerías ni recursos melodramáticos. Amanda toma prestados esos elementos y también se enfoca en la estrecha relación que entablan los protagonistas, con naturalidad, sin prisas, con momentos tensos donde David irá descubriendo que Amanda ha quedado sola, que depende de él, y en cada momento reacciona con una humanidad que antes no había expresado.
El desarrollo de esa relación es sin dudas el mérito de esta historia, que tal como en la cinta de Wenders, no recurre en ningún momento a escenas lacrimógenas, ni recursos bajos para conmover al espectador. En las actividades cotidianas es donde se expresa el real afecto entre los dos protagonistas y en pequeños gestos que transparentan su bondad.
Es admirable el detalle minimalista del guion (del propio director y Maud Ameline), logrando un entramado robusto que sostiene las emociones de los personajes. La película transmite el espectador esos sentimientos. Pequeños gestos, una palabra de afecto o una sonrisa nos hacen cómplices de la intimidad de estos personajes entrañables.