Ménilmontant
Sinopsis de la película
Muestra la terrible vida de dos hermanas huérfanas en el París de los años 20. Considerado como uno de los filmes precursores del realismo poético francés y del neorrealismo italiano, prescinde de los diálogos y narra toda la historia mediante imágenes y sin recurrir al uso de intertítulos explicativos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ménilmontant
- Año: 1926
- Duración: 38
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Opinión de la crítica
Película
7.6
39 valoraciones en total
Sin rótulos explicativos y una duración de escasos 40 minutos, Ménilmontant (nombre de un barrio de París) es un envolvente ejercicio de estilo.
Si las superposiciones de imágenes son brillantes aunque no novedosas, la belleza de cada plano, encuadres, los abundantes movimientos de cámara, el premonitorio uso del flashback, pueden llenar de gozo al cinéfilo más exigente.
La arriesgada y adelantada artesanía es empleada para una historia de desesperanza con localizaciones miserables y dramatismo pleno, sacando gran expresividad de los contenidos actores, especialmente Nadia Sibirskaia con su arrebatadora mirada. El agresivo comienzo, las secuencias de seducción o la enternecedora escena con el hombre mayor que come junto a la chica, evidencian la inmensa creatividad de Kirsanoff que, sin embargo, es una figura hoy olvidada y poco reconocida.
1926.
Parece mentira viéndola que esa sea su fecha de realización. El polifacético Kirsanoff escribe, dirige, encuadra, graba, monta y produce Ménilmontant.
La historia comienza asaltando al más previsor, con una realización rápida y directa, con poderosas imágenes y encuadres, mostrando el asesinato que dejará a las protagonistas huérfanas.
El mediometraje dura 40 minutos y no incluye ningún cartel de interludios, simplemente se apoya en su imaginería visual para componer esta obra de realismo poético que subyuga e irradia magnetismo. Los ojos de Nadia Sibirskaïa transmiten tantas emociones que tendrás desviar alguna vez la mirada para no cruzarte con ellos.
Nunca pensé ver poesía en una joven comiendo un trozo de pan y una rodaja de salchichón.
Poesía de la que desgarra el alma.
El ruso Dimitri Kirsanoff plasmó en treinta y siete minutos de celuloide una lección magistral de cine, expresionismo y tragedia.
La imagen habla por sí sola con un virtuosismo delirante, rechinante en su capacidad para contagiar impresiones, sensaciones, estados de ánimo, sentimientos y emociones. Los dramas humanos se perfilan con toda su crudeza, en un juego de planos truculentos y muy inquietos que destacan los gestos, la expresión de los rostros y la percepción subjetiva y móvil del entorno. Además, realizan un uso muy hábil de las elipsis, tanto narrativas como visuales. No hay necesidad de ver explícitamente cómo un hacha o una piedra caen sobre un cuerpo, para notar el escalofrío en la espalda. Tampoco necesitamos que el director nos ofrezca la narración mascada y minuciosamente explicada. Lo que no se muestra es una llamada a la imaginación y al sobreentendido, y es tan importante o más que lo que se nos pone delante.
Se nos introduce de golpe y sin preludios en la desgraciada fortuna de dos hermanas de origen rural, que se quedan brutalmente solas, sin nadie que las guíe y las proteja.
Las escenas no precisan de palabras para comunicarse con plena locuacidad. Los recursos visuales son abundantes y cargados de simbolismo. El tremendo comienzo, reflejo de la mezquindad de nuestra esencia, las bucólicas instantáneas de las niñas jugando felices en el campo, pura inocencia al estilo más romántico, el estrés y el ajetreo de París, las multitudes nerviosas, el tráfico en aumento, la mareante variedad de comercios, hoteles, luces, la ciudad agresiva y voraz, imágenes evanescentes, superposiciones y profusión de planos, perspectivas y encuadres en los que cada chispazo de imagen deja una impresión en la retina, despertando ecos de tristeza, crispación y desesperanza.
Unos ojos claros que emplean ese lenguaje especial de las miradas, que pasan de la alegría expansiva de la niñez despreocupada, a la melancolía y el miedo de la adultez precoz y desventurada.
Dos hermanas que, como dos corderitos sin pastor, se encaminan a las redes del depredador que es la gran urbe parisina, y que son tragadas por la vorágine inmisericorde del corazón pétreo de la ciudad, que mira con indiferencia y descuido mientras muchos de sus habitantes, ávidos de carne joven y tierna, engullen a las pobres presas.
El modo de contar esta historia, la manera en que la cámara llora, grita y se deja arrastrar por el paroxismo del temor, la pena, el abandono y la locura, es lo que hace de este mediometraje mudo una obra de sorprendente potencia y lirismo que continúa derramando las lágrimas heladas de una muchacha en esa tarde gélida de invierno, en la que ella creyó ver el final.
El desamparo en un fuego ardiendo.
La felicidad inconsciente en la risa de dos muchachas.
El dolor en un abrazo conjunto.
La tranquilidad rutinaria en un toque de reloj.
La pobreza en un trozo de calendario arrancado.
La ilusión en un trozo de papel bajo la puerta.
La magia en un juego de ser perseguido.
El coqueteo en un movimiento de cabeza.
El deseo en un ligero apretón de una mano en un brazo.
La indefensión en una caída de ojos.
La triste incertidumbre escrita en la pared.
La miseria en una mujer contemplando el río.
La desesperación en los ojos de Nadia Sibirskaïa mientras come un trozo de salchichón.
Y todo ello en el rostro de una mujer que se muerde una uña.
Ménilmontant no sólo es una obra adelantada a su tiempo. Es imperecedera.
Hoy es uno de los días en el que más he apreciado tener intacto el sentido de la vista. Poder ver, sí, una imagen que vale más que mil palabras.
Porque Ménilmontant es caviar, señores. Es un ejercicio artístico descomunal, un cursillo de corta duración para aquellos que quieran vivir de esto o por lo menos dejar huella. Pura poesía, elaborada y digirida por un talento infinito, con fundidos estratosféricos, con movimientos de cámara excelentes y habilidosos. Consiguiendo que las mismas imágenes narren una historia humana y bella que te atrapa y te absorben hasta decir basta.
Con la mirada penetrante e inocente de Nadia Sibirskaïa, que te apuñala el corazón y te llena el alma.
Sobran las únicas letras que aprecen en el film, FIN, eso sobra, y faltan más minutos de gozo de un cine que difícilmente vuelva a ver jamás.