Madre
Sinopsis de la película
Ryosuke trabaja duramente día y noche para reconstruir su negocio de tintorería, destruido durante un bombardeo. Su esposa Masako y sus dos hijas, Toshiko, enamorada de un panadero de ideas progresistas, e Hishako, hacen todo lo que pueden para ayudarle, sacrificándose constantemente por el bien de la familia.
Detalles de la película
- Titulo Original: Okaasan
- Año: 1952
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
Película
7.7
95 valoraciones en total
Afortunado ejemplo del cine de género shomingeki , caracterizado por intentar plasmar la realidad cotidiana de la gente corriente desde una perspectiva dramática, Madre destaca por su sencillez narrativa (que no simpleza) y por su eficacia a la hora de generar en el espectador una sincera emoción.
Como es común en este género, que ya existía antes de la Segunda Guerra Mundial, se insiste en el retrato comprometido de las clases populares japonesas, obligadas a rehacer sus vidas tras el conflicto, y aunque las secuelas de la guerra no se muestran directamente, sí existe una constante alusión a las mismas a través de las situaciones familiares (familias separadas) o socioeconómicas (negocios desaparecidos, privaciones, etc). En este marco se desarrolla la película, cuyo guión, escrito por Yoko Mizuki y basado en una redacción juvenil, aporta el tono íntimo de rememoración sentimental que tan bien se materializa en la voz en off que narra (pero sin abusar) la historia.
En realidad, el argumento se centra en el sacrificio al que se vieron obligadas las clases populares japonesas de posguerra, sacrificio que encuentra expresión en todos los miembros de la familia Fukuhara, pero muy singularmente en las mujeres, y principalmente en la madre, símbolo de abnegación, amor y tenacidad. A lo largo del filme todos los personajes sacrifican algo, ya sean sus vidas (el caso del padre y el hijo mayor) o sus modos de vida (la hija mayor poniéndose a trabajar, la pequeña marchándose, la tía estudiando para prosperar, etc), pero es la madre la que encarna mejor el sacrificio que comporta vivir en permanente dificultad, renunciando constantemente (tanto en lo material como en lo sentimental), con el único objetivo de salir adelante (casi se podría decir que la madre se identifica con el nuevo Japón que resurge de sus cenizas).
Este tipo de películas, altamente codificadas en lo argumental, también presentan rasgos formales generalizables, suelen ambientarse en el seno de familias humildes que habitan en suburbios de las ciudades, y la mayor parte de la acción transcurre en espacios íntimos, destacando el interior de las viviendas. Ello propicia que predominen los planos fijos, siendo de capital importancia la puesta en escena, que se impone en todo momento. Ozu es el reconocido maestro en estas lides, pero aquí Naruse muestra también su evidente talento, y si al igual que el primero suele optar por no mover la cámara, en cambio la duración de sus planos es menor, logrando que la continuidad visual resulte más ágil y natural. Las interpretaciones son en general buenas, siendo los papeles más agradecidos los de las mujeres, sobre todo en el caso de Toshiko (Kyoko Kagawa), la joven narradora, y en el de Masako, su madre, soberbiamente interpretada por Kinuyo Tanaka, seguramente una de las más grandes actrices de la historia del cine japonés.
A modo de conclusión apuntar que una gran virtud de la película es centrar su mensaje en una figura universal, como es la aquí encarnada por la madre, seguramente muchos usuarios de cierta edad puedan reconocer en la mirada amable de Masako la misma luz que algún día advirtieron en las de sus propias madres, y tal vez entonces afirmen, con Toshiko, que madres como esas merecen, sin duda, ser felices.
Es interesante contrastar las elipsis y la naturalidad desenfadada y casi cómica de la presentación de escenas, ambos elementos narrativamente de primer orden, con el recurso al atajo (si se me permite el calificativo) de la voz en off para hacer avanzar la historia.
No hablaré del afinadísimo efecto dramático y evocador que el uso de la elipsis ofrece en esta peli, es algo obvio, sino que defenderé la también evidencia, creo, de que las frases en off cumplen el objetivo de presentar situaciones y personajes (perogrullada), pero también tienen la misión de robustecer un clima de recapitulación nostálgica removiéndonos, por medio de ese reflexivo narrador, nuestros propios recuerdos, remembranzas y ensoñaciones. De hecho, eso mismo podemos afirmar de un pequeño flashback que tiene también intenciones conmovedoras, que no descriptivas.
La naturalidad de la imagen del japonés, en absoluto simplicidad aunque sí economía, consiste en la presentación de numerosos planos cortos ensamblados con destreza (el mismísimo Kurosawa alabó con entusiasmo ese efecto narusiano ), provocando una sensación de continuidad realmente digna de ser escrutada con detenimiento. Tampoco se debe olvidar en este sentido el recurso a miradas y breves gestos para definir las intenciones y pensamientos de los personajes.
La banda sonora, un susurro casi fantasmal, deja bien a las claras el carácter de compendio sobre el latido de la vida que ofrece la película. Y el hallazgo de Naruse, autor que encaja fantásticamente en la línea del melodrama de la Toho, es conseguir presentar ese efecto con una argamasa que contiene drama y optimismo a partes iguales, ofreciéndonos así un cuento agridulce sobre la austera realidad de la posguerra en Japón.
Naruse es un director que inexplicablemente no tiene el reconocimiento que tienen la trinidad del cine japonés. Necesidad no tengo de mencionarlos. El cine de Naruse se caracteriza por su ritmo pausado, su representación de la mujer en la sociedad japonesa y la importancia de las imágenes por encima del diálogo.
En Madre se presenta la historia de una mujer japonesa quien tras la muerte de hijo y esposo, tiene que salir adelante para sobrevivir ella y sus hijas. Tiene una puesta en escena sobria y cuidada y es un filme con imágenes de gran belleza.
Por medio de un ritmo contemplativo el espectador observa la vida de esta familia y como la madre tiene que enfrentarse a la dificultades impuestas por la sociedad japonesa debido a su condición de mujer y viuda. La película está bien dirigida por Naruse.
Al igual que Mizoguchi y Ozu este director le dan gran importancia al detalle y a los movimientos de los personajes.Todo esto dirige la atención del espectador a ciertos aspectos que el director quiere recalcar y lograr así conceptos diferentes de la historia y los personajes. Con este filme Naruse quiere recordar a la madre, cuyas batallas suelen ser olvidas, y darle el lugar que merece.
Naruse, como Ozu, filma las afueras de las ciudades, los barrios con calles sin asfaltar, los trenes de cercanías, las torres de cables eléctricos y los pequeños negocios mientras la magnífica música de Ichiro Saito describe certeramente los estados de ánimo y los silencios de esta turbadora película. La dulce Kinuyo Tanaka interpreta, en un prodigioso trabajo, a una madre que con digna entereza se sostiene frente a las tragedias aniquiladoras que se van sucediendo, primero su hijo, luego su marido. Su hija, la pizpireta Kyoko Kawaga que nos sirve de cicerone para este relato emocionante, nos muestra la dura postguerra y Naruse, con sensible ojo, con unas maravillosas elipsis y un admirable uso de la profundidad de plano –hasta tres acciones en el mismo plano llega a haber- alcanza esos momentos de inefable belleza tan difíciles de explicar, hechos de pequeños gestos y de imperceptibles detalles. A pesar de todos los problemas y desgracias la vida sigue allá donde haya un resquicio para la esperanza y el humor. Qué bien refleja Naruse el mundo íntimo de la mujer, su heroicidad callada y cotidiana – ¿con qué propósito nacen los hombres? se preguntará Toshiko-, qué bien refleja las ausencias, la calma cuando los hijos duermen y todavía hay labores por hacer, qué sencilla sensibilidad en las miradas y los actos –como cuando el niño le entrega como regalo a su hermana la caja que siempre le negó- en un pausado crescendo de emociones en el que toda la parte final de la película, desde que la hija se marcha, es puro cine, cumbre de nostalgia y de poesía que, sumados, componen los ingredientes de otra obra maestra de este maravilloso director japonés.