Los restos del naufragio
Sinopsis de la película
Mateo, un joven que acaba de sufrir un desengaño amoroso, encuentra trabajo como jardinero en una residencia de ancianos. Allí hace amistad con El Maestro, un interno absolutamente enloquecido y genial con quien emprende fantásticos proyectos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Los restos del naufragio
- Año: 1978
- Duración: 98
Opciones de descarga disponibles
Si quieres puedes obtener una copia la película en formato 4K y HD. A continuación te añadimos un listado de opciones de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
5.3
24 valoraciones en total
Ricardo Franco nos ofrece su película más personal y autobiográfica, que él mismo quiso interpretar, junto a la genialidad, una vez más del gran Fernán Gómez en un papel a su medida. Una película llena de nostalgia y lirismo. Una película febril que requiere una predisposición por parte del espectador, una complicidad que te transporta a un mundo de sueños, de aventuras y una cierta melancolía. Según parece Los restos del naufragio era originalmente una recopilación de poemas no publicados, fruto de las experiencias personales del cineasta. En la película, el naufragio existencial del protagonista se concreta en un conjunto de objetos que han tenido un significado emotivo: discos, libros, posters, fotos, ahora los rompe y abandona en su apartamento, todo lo que ha rodeado su vida, ya no significan nada, aunque se guarda una, Cuadernos escolares.
Mateo y Pombo se han conocido en un asilo para pobres, dos espíritus paradójicamente complementarios a pesar de las diferencias de edad. El joven y desorientado Mateo (Ricardo Franco), ha sufrido una decepción sentimental y desea retirarse, huir y esconderse en un asilo – donde se hace pasar por jardinero sin serlo – para evitar el sufrimiento de un vacío interior. A Pombal (Fernando Fernán Gómez), un anciano rebelde, un genio loco al que llaman El maestro, en cambio, le ocurre lo contrario. Él está ya en el asilo y lo que desea es salir, no tanto al mundo de la calle como al de los sueños, hacer realidad su imaginación. Encontrar el tesoro escondido y recuperar el amor de Adelaida, su adorada Adelaida, en efecto, la pasión de vivir.
En Los restos del naufragio, como en la vida misma, la historia es doble. Al desencanto cotidiano que sufre Mateo se opone el universo imaginativo de Pombal. Las dos historias transcurren paralelas pero coincidentes en un punto: ella, María/Adelaida (interpretada en los dos papeles por Ángela Molina). Aunque Mateo acaba de perder a la una y Pombal pretende ir hacia la otra, la situación es la misma: los dos la han perdido. Lo que varía es la posición en que ellos se encuentran. El anciano enseña al joven a superar una realidad poco estimulante con grandes dosis de imaginación. No importa que el objetivo sea inexistente o imposible, lo importante es creérselo.
Otro error del joven fue pensar que en el asilo todo sería tranquilo, pero pronto descubre que aquello es un microcosmos, donde conviven sentimientos amorosos, que un romance de amor puede ser vivido por tres ancianos (Luis Ciges, Felicidad Blanc y Alfredo Mayo) con la misma intensidad que tres adolescentes. ¿Por qué no? Los restos del nufragio es también el título de la obra que Pombal pretende representar ante sus compañeros del asilo, una especie de diario personal sublimado de romanticismo barroco. Una obra que resume y unifica los dos relatos que la película ha ido desarrollando. Lo real y lo fantástico acaban superponiéndose y formando una sola historia. Una estupenda película por descubrir, llena de matices y bellas imágenes de un director poco conocido que merece más atención.
Marciana película. Delicadeza y sensibilidad.
De propuesta extrema y de intenciones evidentes, llena de buen gusto, elegancia y sutileza.
El deseo de transformar la realidad con imaginación, de rebelarse ante ella convirtiendo los golpes en belleza.
Melancólica y con tendencia a la aventura infantil, supondría el anhelo de escapar de lo feo refugiándose en el mundo de los sueños y el arte (la música, la literatura, el teatro, el viaje en todas sus formas).
De su languidez, que coquetea con el teatro por momentos y que no tiene tiempo ni ganas para la convención y el tópico, emerge una fina, hermosa, humilde narración. Como un poema en voz baja, nada nuevo ni especialmente brillante, pero sincero, sin poses ni histrión.
P.D.: Está muy bien la pareja protagonista. Fernán Gómez, con su habitual fuerza y saber hacer, y Franco, perfecto en su timidez dolida y medrosa. Pero llama la atención más Felicidad Blanc, la famosa madre Panero , detenida en su gélida distancia y madura belleza. Y Molina, guapísima. Pero canta como pato ronco.
Decir de una cinta de Ricardo Franco que se trata de una obra muy personal —o de su obra más personal— constituye, en términos de lógica proposicional, una tautología. Porque alienta en todas ellas un hondo lirismo, hecho de melancolía y dignidad en la derrota, cuya hermosura llega a estremecer.
Esta, insisto que bellísima, Los restos del naufragio —comparte título, por cierto, con el poemario que el propio Ricardo Franco firmara un año después— explota el sugestivo contraste que se produce entre ese viejo prematuro interpretado por él mismo, cuya frágil figura entronca directamente con el Antoine Doinel de las películas de Truffaut, y el niño anciano, cínico y nietzscheano, que compone un, como siempre, espléndido Fernando Fernán Gómez en un papel, el del volcánico Enrique Pombal, que —sonará manido— parece escrito para él, y sólo para él.
Los restos del naufragio puede causar cierta extrañeza al espectador menos predispuesto —miento, dicho espectador correrá a ver la entrega más reciente de Los Vengadores (o similares) apenas empezada la película, llegando si acaso a la impagable escena inicial, en la que el apocado protagonista pide permiso a la Madre Superiora para quedarse en el asilo, a pesar de, según le confiesa, tener sólo 26 años—, lo cual se debe a que abundan en ella —y sobre todo a partir de su último tercio— los elementos oníricos, aunque no tanto de raíz surrealista, o pretendidamente freudiana, como suele ser el caso, sino más bien nacidos de una fantasía infantil de otra época, alimentada con cuentos de aventuras como, qué duda cabe, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Aquéllos, como dije, van adueñándose de la historia y del lánguido espíritu del joven Mateo hasta estallar en una gloriosa confusión de realidad e ilusión, ésa de la que sólo los niños y los locos son capaces. Bendita locura, por cierto. La pena es que se cure con los años. Quizá el naufragio sea precisamente ése.