Las hermanas de Gion
Sinopsis de la película
Las hermanas Omocha y Umekichi son dos geishas que viven en el barrio de Gion, en Kioto. Encarnan dos polos opuestos de la mujer japonesa: mientras Omocha es una chica moderna, Umekichi sigue siendo una tradicional mujer japonesa. Este contraste se agudiza cuando el negocio del mercader Furusawa, su protector y cliente habitual, quiebra.
Detalles de la película
- Titulo Original: Gion no shimai (Sisters of the Gion)
- Año: 1936
- Duración: 69
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Opinión de la crítica
Película
7.2
79 valoraciones en total
Mizoguchi nos acerca a la vida de dos hermanas geishas, cada una con una visión muy diferente de la humanidad, y más exactamente de los hombres, con sus propias características personales y emociones bien diferenciadas, que por circunstancias del. momento elegirán sus propios caminos, pero todo para acabar…
Como siempre, y a su ritmo, Mizoguchi se entretiene en todo eso que parece irrelevante, pero tiene su importancia, consiguiendo hacer atractivo lo estéril, y metiéndonos cada vez más y más en la historia para hacernos participes de la misma.
Actuaciones muy buenas de forma general, y sobre todo y lo mejor la ambientación, algo que Mizoguchi en sus diferentes películas no falta, es ese realismo, el acercar a los ojos, lo que otros no quieren ver.
Disfrútenla, porque se disfruta, y es que las dos hermanas dan más que juego.
Película sencilla que sorprende por la naturalidad de sus diálogos, sus actuaciones y, sobre todo, por las ideas que transmite para ser una película japonesa de los años 30.
Sin entrar en el uso de la luz, las composiciones o demás cuestiones técnicas, de las que no soy ningún experto, la película me ha resultado especialmente interesante por la relación entre las dos hermanas protagonistas. Sus maneras de ser, pensar y actuar evidencian la lucha entre el pasado y el presente (o, más bien, el futuro) en una sociedad que estaba llegando a un momento clave de cambio y evolución.
A través de su relación se observa la lucha entre dos mentalidades que chocan prácticamente en todo: a la mayor le preocupa lo que piensen los demás, hace siempre lo que tiene que hacer, o lo que la sociedad dice que hay que hacer, la menor, por el contrario, percibe esa misma sociedad como un enemigo, un todo con el que se tiene que enfrentar para dejar de ser poco más que un objeto que se alquila al hombre con más dinero. La mayor es conformista, la menor protesta. La mayor es ingenua y confiada al tratar con los hombres, la menor es inteligente y se aprovecha de ellos.
Esta dicotomía casi total en la manera de ser de las dos hermanas las llevará a dos finales distintos, pero en realidad muy similares. Ambos, sin destripar la película, reivindican un cambio. Ambos critican al hombre y a los marcados roles de género, pero también al poder, al dinero, a la prostitución, a los ricos y a toda una sociedad que consiente injusticias y se niega a evolucionar.
En definitiva, película notable que sorprende en sus temas, ideas y actuaciones, pero que además, aunque salvando obviamente las distancias, continúa estando vigente en la actualidad.
Nota final: 7.7
La acción de esta película sucede en la misma época en que se rueda, 1936. Barrio de Gion, en Kioto, tradicional rincón de esa gran ciudad japonesa conocido por acoger a la mayoría de los artistas y artesanos clásicos de esa población, así como a un buen número de geishas. Umekichi (Yôko Umemura) y Omocha (Isuzu Yamada) son dos hermanas dedicadas a ese citado oficio, ellas no son ricas, ni trabajan para un gran patrón, ni siquiera tienen uno, aunque quisieran. Ante la quiebra del negocio de un cliente, el señor Furusawa, la mayor de las hermanas, Umekichi, se apiada de él y le da cobijo en su casa, algo que enfurece a su joven hermana, quien, con una mentalidad muy adelantada para aquella época, se ve a sí misma, y a las demás compañeras de profesión, como meros juguetes en manos de los hombres, a quienes considera enemigos y, por tanto, objetivos lícitos de toda clase de represalias y engaños por parte de ellas.
Segunda película sonora de Kenji Mizoguchi, y segundo gran fracaso comercial, hasta tal punto que la productora Dai1chi Egia, fundada por el propio director y Masaichi Nagata, quebró. Se puede decir que este gran cineasta no entró con buen pie en el cine sonoro en cuanto a éxito en taquilla, de crítica si lo obtuvo, tanto en este caso como en el anterior, con el filme, estrenado en el mismo año, Elegía de Naniwa.
Mizoguchi escoge de nuevo, como lo haría en muchos de sus trabajos posteriores, el universo femenino como sujeto, en este caso el contenido en el mundo de las geishas, en una época en que su significación originaria se encontraba ya bastante desvirtuada, cada vez más cerca de la simple prostitución. Mundo, por otra parte, que el director conocía muy bien, su propia hermana fue geisha, obligada por su padre, convivió con ella, y bajo su auxilio económico logró salir adelante en su primera época profesional, más tarde ya tuvo con ese colectivo relaciones de otro tipo, a causa de alguna de ellas llegó a salir muy malparado. En realidad fue todo un gesto de valentía, escoger tal argumento, como ya hizo con su obra anterior, dar voz a unas mujeres más marginadas aún de lo que ya lo estaban por el simple hecho de ser mujeres dentro de un mundo muy machista. Para exponer todo ello se basa en un relato de Aleksandr Kuprin sacado de su extensa obra El burdel, en la que el escritor ruso entraba en el sórdido ambiente de la prostitución en su país.
La realidad, una vez más, se terminará mostrando tozuda ante las dos hermanas, dando la razón más a una que a otra, eso sí. Se podrá decir que existe un tono melodramático en toda la historia, mayor aún al final, pero también se puede ver desde otro prisma, que todo sucede en 1936, todavía faltaba mucho para Ladrón de bicicletas, para todo neorrealismo en el cine, y ahí estaba ya Mizoguchi con esta crítica social, con una cierta distancia (real, no hay primeros planos) para tratar de no personalizar el drama que cuenta. En la forma de plasmarlo, de nuevo nos encontramos en la antesala de quien sería un maestro, ese plano secuencia en travelling para comenzar, sus picados, el uso de grandes angulares, la profundidad de campo, el juego de la luz con las sombras, para acentuar lo anterior, todo ello era innovador en un cine que en ese momento se dirigía todavía como si se mostrara una obra de teatro. Mizoguchi continuaría depurando su estilo y, sin tardar mucho, llegaría a la maestría absoluta.
Están saliendo en DVD algunas películas de directores como Nomura, Oshima o Mizoguchi que hasta ahora eran difíciles de ver. Aunque seguramente los aficionados al cine japonés estarán ya enterados. Las hermanas de Gion es la película más antigua que he visto de Mizoguchi, y sorprende en cierto modo por su crudeza a la hora de exponer temas que más adelante, con distintos matices, se repetirían a lo largo de su filmografía. La calidad de la copia en blanco y negro se resiente del paso del tiempo. El sonido no es demasiado bueno, y algunas imágenes no son perfectamente nítidas, pero salvando estos inconvenientes es una película que merece ser vista. En Japón está considerado uno de los mejores trabajos de este director.
La historia está ambienta en un barrio de Kioto que no es de los más elegantes, y la vida de sus protagonistas, las dos hermanas del título, sirve para ilustrar o captar un cuadro de los usos y costumbres de cierta época y de ciertas mujeres, que en la lucha por la supervivencia, no siempre encontraban el premio a sus esfuerzos o sacrificios.
En las películas de Mizoguchi el dinero está siempre muy presente. La lucha por obtenerlo, el poder que supone poseerlo, o el juego con los sentimientos de los hombres para lograr una posición social o para comprar un vestuario lujoso.
Es una mirada dura sobre la realidad de su tiempo la que se nos muestra aquí.
De las aproximadamente 80 películas que rodó Mizoguchi, sólo han llegado hasta nosotros unas 30 -en 1923 un terremoto destruyó Tokio, y luego vino la guerra-, por eso en cierto modo ésta es una joya arqueológica, y al mismo tiempo nos podemos identificar con los problemas que plantea sin ninguna dificultad, pues son cuestiones que continuan sucediendo hoy en día aunque el escenario haya cambiado.
En 1.936, con 38 años de edad y dedicado durante más de una década al oficio de cineasta, Kenji Mizoguchi se encuentra artísticamente en un callejón sin salida y sin poder abordar los temas que le obsesionan por culpa de la situación política de su país…
Tras abandonar la Nikkatsu y asociarse con el productor Masaichi Nagata en una nueva compañía, la Daiichi Eiga, aprovecha su independencia para ambientar sus films en la época contemporánea y abandonar las historias de la era Meiji a las que tanto se aficionó y el naturalismo para alcanzar un realismo más duro, que ante todo pretende mostrar la verdad interior de los personajes a la manera de la Nueva Objetividad alemana, mientras experimenta en el cine sonoro. Con Elegía de Naniwa por fin consigue tratar aquello que siempre deseó y que se convertirá progresivamente en seña de identidad de su obra.
Y no sería otra cosa salvo la expresión de una mirada lúcida y desesperada sobre la alienación de las mujeres, lo que remite a sus traumas más profundos y personales (tanto más cuanto que de pequeño tuvo que asistir a la venta de su hermana Suzu como geisha a causa de la situación de pobreza que atravesaba su familia). Su deseo de continuar por esta senda reivindicativa le lleva a preparar, junto al guionista Yoshikata Yoda, con quien colaborará en innumerables ocasiones, un drama similar con influencias de una de las más famosas novelas del autor ruso Aleksandr Kuprin: Yama . Para ello Mizoguchi vuelve a centrar la acción dramática en Gion, barrio rojo de Kyoto que tantas y tantas veces frecuentó en su juventud.
El discurso que será el tema central de esta historia no tarda en aparecer proferido por la protagonista de la misma. Una joven geisha llamada Omocha lanza su desprecio contra todos los hombres acusándolos de ser los responsables directos de la miseria de las mujeres, subyugadas a su control (el ejercido por el patrón o el esposo), tratadas como objetos y, sobre todo, atadas por el dinero, objeto de opresión (idea reforzada en esa apertura donde se anuncia la compra-venta de mercancía como principal motor de las relaciones humanas). Sin embargo, su opinión choca con la de su hermana Umekichi.
De este modo el director, como hará en el futuro, enfrenta a través de ellas las dos posturas en la sociedad del momento: la tradicional sumisión y el gusto por salvar las apariencias quedará representado en Umekichi, obediente, resignada a las decisiones y deseos de otros, mientras que Omocha es la rebelde moderna que se niega a arrodillarse ante los caprichos de los hombres, a quienes considera apropiado castigar por la denigrante profesión que ejerce, y cuyas ambiciones lleva a cabo por medio del engaño y la manipulación.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Minoru Miki hace el resto con su fotografía, que cubre el escenario, el exterior y el interior, de un negro profundo que poco a poco se come casi todo el espacio de los planos y la mitad de los rostros de los protagonistas, a quienes se aisla en una oscuridad permanente donde la escapatoria es del todo imposible, entre éstos cabe mencionarse las interpretaciones de Benkei Shiganoya y Fumio Okura, aunque la que por supuesto acapara toda la atención es esa Isuzu Yamada (cuyo personaje está inspirado en una prostituta real) tan carismática como detestable (su odio heterofóbico, misándrico, con el que en absoluto simpatizo, llega a resultar de lo más tedioso y molesto).
Aun aplaudidas por la crítica, Elegía de Naniwa y Las Hermanas de Gion fueron grandes fracasos de taquilla, tanto que llevarían a la Daiichi Eiga a la bancarrota, pero no para Mizoguchi, quien las consideró sus primeras obras auténticas, con las que por fin pudo poner de manifiesto un discurso que durante tanto tiempo estaba deseando expresar…
Y que haría a través de su protagonista, por la cual se inclina sin dudarlo, en una última secuencia que se revela como una declaración de intenciones en toda regla: las mujeres no pueden ganar en una sociedad hecha por los hombres y para los hombres.