La vida manda
Sinopsis de la película
Retrato de la clase media británica narrado a través del discurrir de la vida de los miembros de una familia londinense, Frank y Ethel Gibbons y sus tres hijos, cuyas historias ejemplifican los cambios sociales que tienen lugar a lo largo del periodo de entreguerras.
Detalles de la película
- Titulo Original: This Happy Breed
- Año: 1944
- Duración: 106
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Opinión de la crítica
Película
6.9
60 valoraciones en total
Sangre, sudor y lágrimas, la primera intervención de David Lean como director, era la historia de un barco. LA VIDA MANDA, su segunda película y ahora como director en solitario, es la historia de una familia. La obra fue escrita por su codirector en la primera, Noël Coward, y curiosamente, el guión fue redactado a tres manos por el director (Lean), el cinematografista Ronald Neame y el productor Anthony HavelocK-Allan.
Los Gibbons son una familia del sur de Londres en cuyo hogar, además de sus tres hijos, Reg, Vi y Queenie, vive también la viuda madre de la esposa y la viuda hermana del marido, a la cual hay que aguantarse porque ya se aguantaron a la primera… y entre estas dos, las cosas son más o menos como perro y gato juntos. Los papás son gente del común. Viven cada día lo mejor que pueden (Frank haciendo de jardinero y Ethel de ama de casa) y los hijos son muy parecidos a los muchachos de cualquier familia: Reg comienza a interesarse por las ideas socialistas, Vi no da que hacer y se acomoda perfectamente al ambiente, y la linda Queenie siente, cada día, que aquello que le toca vivir no está acorde para nada con lo que ella sueña.
Así comienza esta historia que está ambientada entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de la Segunda, y en la cual accederemos a una historia llena de situaciones comunes, mientras que Inglaterra se remueve cada tanto por un paro obrero, la muerte de su rey o cualquier otro evento que haya marcado su historia.
Filmada en un cálido technicolor, LA VIDA MANDA hace, sin embargo, que se enfríen poco a poco nuestras esperanzas, porque se mueve entre situaciones tan cotidianas, tan simples y de tan poco enganche emocional o racional, que a ratos nos da la impresión de estar viendo un vídeo de una semana cualquiera de nuestra propia familia. Los diálogos son además demasiado convencionales, y en definitiva, no pasa absolutamente nada que amerite preservar en la memoria.
Las actuaciones también nos dejan haciendo agua, porque a Robert Newton (Frank Gibbons) se le nota un terrible desgano (¿o incompetencia?) en su interpretación, pues no consigue conmovernos ni cuando habla en serio con su hijo Reg, ni cuando se reencuentra con su hija Queenie, escenas claves que resultan bastante desaprovechadas. Por su parte, Celia Johnson (36 años) resulta demasiado joven para ser la madre de Kay Walsh (30 años), demasiado madura para hacer de hija adolescente… pero ésta estaba casada con el director David Lean y bueno, el que manda, impone.
Mejores resultan Stanley Holloway como el vecino y amigo Bob Mitchell, y el siempre efectivo John Mills como su hijo Billy… aunque también éste luce bastante mayorcito (36 años) para cuando le vemos empezando en la marina. El lío radica en que, como se iban a mostrar veinte años en la vida de los personajes, se los eligió como lucirían ya mayores, pero no se cayó en cuenta de que, es en estos años, cuando menos presencia tienen Queenie y Billy. Mejor resultado se hubiera logrado con actores más jóvenes, maquillándolos luego para la escena en que ya son mayores.
Como anécdota curiosa, valga mencionar que John Mills y Kay Walsh, pareja en los dos primeros filmes de David Lean, fallecieron con solo siete días de diferencia. Ella primero, el 16 de abril de 2005, y él enseguida, el 23 de abril del mismo año.
La vida manda (This Happy Breed, 1944) supuso el debut en solitario de un genio del cine, David lean, una agridulce crónica sobre las vicisitudes de una humilde familia inglesa en el periodo de tiempo que media entre 1919 y 1939, una película basada en una obra de teatro de su amigo Noel Coward, otro de los grandes entre los grandes, y que supondría la segunda colaboración entre ambos después de Sangre, sudor y lágrimas, colaboración que luego se repetiría en joyas como Breve encuentro (1945) y Un espíritu burlón (1945).
El film quizás tenga un aire excesivamente teatral, sin embargo, muchos de los problemas que conlleva la adaptación de la obra teatral de Coward se solucionan con la meticulosa dirección de Lean, que, por un lado, convierte a la casa adosada en la que sucede la acción en un personaje más de la trama, y, por otro, saca la acción de sus cuatro paredes siempre que puede, incluyendo diversas secuencias en exteriores que ayudan a hacer respirar a la película. La película, además, está llena de momentos que demuestran que nos encontramos ante un gran director en ciernes, como la secuencia en la que los Gibbons se enteran de la noticia de la muerte de su hijo y su nuera, rodada en off, es una gran utilización de la elipsis, una secuencia absolutamente hermosa y conmovedora.
Mención aparte merecen las fantásticas interpretaciones de un grupo de actores en estado de gracia. El padre, padrazo de la familia, Frank Gibbons, fue interpretado por Robert Newton, uno de los actores ingleses más famosos de la época, por cierto, en un giro radical a su carrera ya que tanto antes como después de La vida manda se especializaría en papeles de villano, Newton está magnífico en el papel del jocoso, optimista y bonachón Gibbons, y sabe canalizar con maestría los cambios físicos y psicológicos que el tiempo y los traumas personales causan en un hombre de mediana edad. Después tenemos a la maravillosa Celia Johnson, poseedora de una de las miradas más intensas que jamás ha dado el cine, que aporta su innata sutileza y humanidad a su interpretación de Ethel Gibbons. La humanidad también es el rasgo distintivo de Stanley Holloway, uno de los grandes actores de carácter de la escena y el cine británicos, que interpreta a Bob Mitchell, el vecino y antiguo compañero de armas de Gibbons. También merecen una especial mención un jovencísimo John Mills, en su papel de Billy, el enamoradizo e idealista hijo de Bob, así como Kay Walsh, entonces mujer de Lean, que interpreta a Queenie, la excéntrica y alocada hija de los Gibbons.
Está claro que David Lean no es Vittorio de Sica o Rosellini ni el Londres de entreguerras que retrata la película es el industrial Milán o la paupérrima Roma, pero es común a todas las filmografías de los años cuarenta representar la vida con como mínimo cercanía. Eso no quiere decir que para dibujar una postal verídica haya que bajar la cámara a ras de suelo de la calle. En el caso de David Lean más bien sobrevuela Londres para quedarse bien guarnecida en la casa de una luchadora familia inglesa de clase media. Y se podrán poner todos los peros a este realismo teatral, pero efectos parecidos los encontramos en por ejemplo Los mejores años de nuestra vida de Wyler por los mismos años, otro film que elude el escapismo.
Y con ese marco, lo que vemos dentro del cuadro se apodera poco a poco de nosotros llegándonos a emocionar. Las relaciones paternofiliales, las diferentes posturas ante la vida de las diversas generaciones representadas, las costumbres y hábitos de cualquier familia inglesa del momento, el devenir político de Inglaterra, con la aparición del comunismo, las huelgas, el fascismo, la política de no confrontación… siempre eso sí sin caer en el estudio sociológico o en la épica histórica ya que lo que a Lean le interesa son los seres humanos y las relaciones entre ellos.
Si a este último punto colabora con éxito el genial texto de, una vez más, su maestro Coward, el principal sostén serán los actores. Una magnífica Celia Johnson que respira vida en cada milímetro de su rostro, un sereno y efectivo Robert Newton y unos secundarios que superan el estereotipo aunque partan de él.
Al final, la película es mucho más que el Cuentame inglés de los años cuarenta, es toda una reivindicación de talento y un buen cimiento para lo que más tarde dará de sí el cine de Lean.
Ambientada en el Reino Unido, la acción se enmarca entre los años 1919 y 1939, ofreciéndonos un buen retrato de costumbres de una típica familia inglesa de clase media. Una vez terminada la Primera Guerra Mundial, Los Gibbson se instalan en su nuevo hogar en los suburbios del sur de Londres. Será en esta casa donde vivirán, junto con sus hijos las alegrías y desdichas que les deparará su dia a dia, que también serán por otra parte, las de la sociedad de la época.
Adaptación de una obra teatral de Noel Coward, supuso uno de los primeros trabajos de David Lean como director. Aunque el filme es una obra drámatica tiene excelentes toques humorísticos a cargo de la actríz que interpreta el personaje de la abuela. Llama la atención el uso del Technicolor que retrata el paisaje y paisanaje de Londres con unos brillantes, saturados y vivos colores, lo que quizás se pueda interpretar por aligerar la trama de dramatismo para transmitir al espectador que, aún con sus problemas, merece la pena disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
El debut en solitario de David Lean como cineasta ya muestra evidentes signos de su talento y sensibilidad, que lo convierten en uno de los títulos más injustamente subvalorados de su filmografía, y eso que él mismo lo consideraba uno de sus favoritos. La crónica de las alegrías y dolores de una familia londinense durante los veinte años que separan las dos guerras mundiales, tiene ineludibles parentescos con otras elogiadas y premiadas producciones de la época, particularmente dos emblemáticas cintas de William Wyler que ganaron el Oscar: La señora Miniver (1942) y Los mejores años de nuestras vidas (1946). Y la verdad es que La vida manda iguala e incluso supera a la primera, y en determinados momentos casi alcanza el nivel de esa obra maestra que es la segunda.
Y si llega tan lejos no es precisamente por los orígenes teatrales de la eficaz pero convencional pieza original de Noel Coward, sino por los méritos personales de Lean, como queda demostrado en sus muchos detalles de puesta en escena y el sentido cíclico con el cual se va desenvolviendo la historia desde su espléndida secuencia inicial hasta el desenlace. Lo que pudo ser un simple instrumento manipulador en tiempos de guerra, excesivamente patriotero y propagandístico, se convierte en manos del cineasta en un entrañable retrato familiar que no excluye críticas al sistema y la sociedad británica, conducido con un ritmo ágil y una envidiable precisión narrativa, lleno de viñetas hogareñas sobre las cuales planea siempre la sombra del conflicto bélico, marcando el compás de la historia y a la vez permitiendo apreciar detalles y personajes secundarios como los de la abuela y la tía, cuyas afiladas discusiones son particularmente divertidas.
No nos gusta ir rápido en este país, reflexiona en un momento el señor Gibbons junto a su esposa (aunque en esta pieza de conjunto todo el reparto es muy sólido, destacan las notables actuaciones de Robert Newton y Celia Johnson), agregando que es como la jardinería: alguien una vez dijo que éramos una nación de jardineros, y no estaba equivocado. Nos gusta plantar cosas y verlas crecer, mirar los cambios en el tiempo. Esas palabras reflejan a la perfección la esencia de La vida manda , que tan bien supo captar Lean: por sobre los ineludibles estereotipos, en las conversaciones entre padres e hijos, en los pequeños momentos cotidianos que revelan la felicidad y la tristeza, mientras en la historia avanzan los años se siente la realidad, la vida misma desfila frente al espectador.