La luna y seis peniques
Sinopsis de la película
Charles Strickland es un agente de bolsa, casado, con dos hijos, y sin conflicto visible con su familia. Un día cualquiera, la esposa encuentra una nota donde su esposo le anuncia que se ha separado y que se ha marchado para siempre a París. Cuando todo el mundo presupone que lo ha hecho por otra mujer, Geoffrey Wolfe, un escritor que se ha acaba de hacer amigo de la familia Strickland, comprueba que el motivo de su huida es otro muy especial. Pasión y vocación de un personaje inspirado en la vida del polémico pintor Paul Gauguin.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Moon and Sixpence aka
- Año: 1943
- Duración: 89
Opciones de descarga disponibles
Si deseas puedes descargar una copia la película en formato HD y 4K. A continuación te citamos un listado de fuentes de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
6.2
56 valoraciones en total
Charles Strickland es un hombre casado que vive con aparente normalidad en Londres hasta que abandona a su mujer llamado por la poderosa voz de la pintura. De este modo se dedica de manera exclusiva a pintar, primero en París y después en Tahití donde finalmente encontrará lo que había buscado con empeño: la belleza.
Soberbia de Albert Lewin es una obra maestra que a uno le provoca una sensación de plenitud redentora de indescriptible alcance. El despliegue de rescursos técnicos (uso de la elipsis, movimientos de cámara, encadenamiento de las escenas, utilización de objetos con función dramática, planificación, composición de los encuadres…), intelectuales (extremadamente brillante guión que muestra a la perfección cómo debe construirse una biografía y que con suma delicadeza y matización capta la sensibilidad inherente al tema abordado) e interpretativos (un trabajo excelente de todos los actores) abruman al analista que intenta descifrar el filme haciéndole olvidar instantáneamante cualquier fallo (a mi juicio se produce un uso excesivo de la voz en off a pesar de su brillante concepción).
Existe, entre otros, un momento especialmente intenso y mágico. Es un momento en el que la esposa de un pintor (Dirk) sin demasiado talento pero abundantes ventas se mofa de la calidad de los cuadros de Charles Strickland, a lo que él responde:
<< Dirk: (quitándose las gafas) ¿Por qué te empeñas en pensar que todos pueden apreciar la belleza? La belleza es algo maravilloso y extraño que un artista crea en el caos cuando está atormentado. No es fácil reconocerla al principio. Hay que tener conocimientos, sensibilidad e imaginación. >>
Es necesario reseñar que, al margen del enjundioso contenido de la frase, el parlamento de Dirk tiene lugar mientras se quita las gafas (sin las cuales no puede ver, resaltando de este modo el plano metafísico) Albert Lewin realiza un suave zoom sobre él (recurso que intensifica la escena), viéndose al fondo del encuadre una pintura propia (señalando el amor al arte de Dirk), e introduciendo un contraplano del personaje encarnado por Herbert Marshall (de infinito significado).
Como en otras obras del director (ver mi reseña de Pandora y el Holandés errante), la cantidad de matices y observaciones a realizar sobre Soberbia desborda claramente el espacio y la función de esta reseña, quedando pues pendiente su análisis pormenorizado en otro espacio y hora más adecuados.
¡En cuantas ocasiones, la sabiduría de un hombre ha sido asumida como locura!, ¡Con cuán lamentable frecuencia, el ver más allá de lo que ven nuestros limitados ojos, genera repulsa y discriminación!, ¡Y cuántas veces, el afán de un hombre de seguir un fuerte y sagrado impulso que lo lleva por un rumbo mágico y nuevo, es entendido como un acto de soberbia!
Al seguir con firmeza la estrella que te guía, causarás dolor, porque este camino implica desprendimiento, despertarás malestar, porque estás obligado al abandono, y generarás ira y agresiones, porque muchos pensarán que, lo que haces, es un acto de egoísmo y de locura. Pero, cuando tu único objetivo es el Ser, no hay nunca en tu intención el hacer mal y, bien que sabes, que los que quedan atrás tendrán ocasión de resarcirse.
No sé cuanto de verdad y de ficción, sobre la vida del pintor francés Paul Gauguin, haya en la novela LA LUNA Y SEIS PENIQUES de William Somerset Maugham, pero el personaje que éste recrea, Charles Strikland -pese a ser un bocazas misógino como el resto de los personajes masculinos, y por supuesto, como el mismo autor, éste de inclinación homosexual-, me llega al alma y me remueve fibras muy recónditas, pues es evidente que está posicionado mucho más allá de los hombres comunes y de los cinco sentidos. Cuando lo leí, hace unos 30 años, y quizás comprendiendo muy poco, me sentí no obstante revolcado, pues presentía que algo grande había en el carácter, el desprendimiento, la definición y la sensibilidad de aquel artista. Desde entonces, conservé el libro como una de mis pequeñas joyas literarias. Por una motivación desconocida, pero luego entendida como necesaria a mi proceso vivencial, acabo de releerlo y siento que es una de las reflexiones más valiosas a las que un hombre pueda acceder en su vida, sobre todo, si consigue penetrar sin prejuicios, las acciones y sentimientos más allá de las palabras. Además, la misoginia verbal se diluirá sutilmente, cuando se vea como, contra los sarcasmos y agresiones verbales de Strickland, éste no consigue vivir sin ellas, y hace que ellas no puedan vivir sin él.
Poco que decir de esta adaptación cinematográfica, hecha por el debutante Albert Lewin, quien no va más allá de ilustrar, muy pobremente, los textos –que no las esenciales emociones- de manera casi literal, añadiendo conductistamente la palabra amor en boca de Strickland, y rotulando el filme con una salvedad al principio (No es nuestro propósito defenderle) y con una condena, al final, que deja en claro que no entendió para nada al personaje, a la vez que deniega al espectador el derecho a formarse su propio criterio.
Y titular el libro y la película, en España, como Soberbia es un desatino de aquí a la Cochinchina.
Título para Latinoamérica: LA LUNA Y SEIS PENIQUES
The moon and sixpence (La luna y seis peniques) es una película dirigida y guionizada por Albert Lewin en 1942, director básicamente situado en el drama y el romance nos ha ofrecido títulos tan emblemáticos como El retrato de Dorian Gray (1945), Pandora y el holandés errante (1951) o El ídolo viviente (1957), pero antes de esos interesantes metrajes, Lewin guionizó The moon and sixpence basándose en la novela de William Somerset Maugham, circunscribiendo la historia en dos fases claramente diferenciadas: el despertar a la imparable necesidad de manifestase artísticamente, y la asunción posterior de las consecuencias.
En ocasiones sucede que la vocación por la pintura, se presenta de forma salvaje, sin apenas llamar, rompiendo estereotipos, arrasando, cambiando radicalmente el modo de vida de quien se siente irremediablemente atraído por la creación, el color, la composición y la representación del entorno. Charles Strickland (George Sanders) corredor de bolsa, es uno de esos seres que rehuyendo de su acomodada vida social y familiar, decide, como si de un impacto emocional se tratase, dedicar su tiempo a la pintura posicionándose sin ningún género de duda.
A su alrededor todo es prescindible, el desapego por las relaciones sociales es su defensa contra los curiosos. Desligarse de obligaciones morales como la familia, los hijos, incluso los amigos que creen en él como el bondadoso Dirk Stroeve (Steven Geray) o el que se convertirá en amigo y narrador del artista Geoffrey Wolfe (Herbert Marshall), admiten, no sin cierto disgusto, su temperamental forma de actuar ante los problemas cotidianos.
Un artista que decide, dejándose llevar por el primitivismo y la fortaleza arrebatadora de una lejana cultura, vivir su proceso creativo basándose en el modo de vida del lugar. La comunión de Strickland con el nuevo entorno en el que ha decidido vivir le colma de satisfacciones de las que participan, entre otros, la hermosa Ata (Elena Verdugo) y la genial secundaria Tiare Johnson (Florence Bates), contrastado con la fotografía de John F. Seitz y la cautivadora música del experimentado Dimitri Tiomkin, facilitándonos así asumir la evolución de los acontecimientos (como no podía ser menos en este tipo de películas) de Charles Strickland.