La isla desnuda
Sinopsis de la película
Al este de Japón, en la zona que posee el paisaje más bello del país, en un pequeño islote vive una familia: los padres y sus dos hijos. Llevan una vida sencilla y austera debido a la escasez de agua y víveres. A pesar de ello son felices. Pero, un día, la desgracia llega a la isla y afecta duramente a la familia, que luchará silenciosa y resignadamente contra los elementos de la naturaleza. Un drama sin diálogos, en el que la imagen adopta el papel de narrador absoluto.
Detalles de la película
- Titulo Original: Hadaka no shima
- Año: 1960
- Duración: 98
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Opinión de la crítica
Película
7.6
64 valoraciones en total
La paradoja que se extrae de la película es evidente: en una isla rodeada de agua lo que más falta hace es… agua. La rigurosa mirada con que Shindo registra las idas y venidas de los patriarcas, cubos de agua en mano, es fundamental: su vida se resume en la circulación del líquido elemento (ya de por sí símbolo de vida: siempre fluye, como el tiempo). Sencilla, pero dura, La isla desnuda se vuelca en la detallada descripción de la forma de vida de una familia que, por lo leído, está muy inspirada en la del propio director. La opción más polémica de la película -la ausencia de diálogos- resulta eficaz y comprensible, pero lo que puede deparar más de un bostezo es la obsesión por reiterar, con o sin fundamento, algunas de las actividades que marcan el día a día de los protagonistas.
Por muy bellamente que se filme el ascenso de los padres con el agua, sus viajes al pueblo o su actividad agrícola, si se insiste en ello nos vamos a aburrir. Yo me aburrí, vaya. ¿Qué pasa en veinte minutos de película? Suben agua, van a por más agua. Y luego suben agua y van a por más agua. No creo que hiciera falta ser tan exhaustivos (o tan insistentes). La partitura de Hikaru Hayashi, hermosa, puntea las imágenes, pero no siempre logra esquilmarles la sensación de hastío que emana de ellas por el simple hecho de estar repetidas . Y hasta aquí lo negativo. Me ha costado soltarlo, pero era de rigor. Olvidada esta cuestión narrativa (no digo equivocada, pero sí discutible), hay que reconecerle a Shindo su sabia mano para filmar a los personajes y a la propia isla (un personajes más), a la que estos alimentan diariamente. Su capacidad simbólica es innegable, pero como sencillo retrato social, íntimo, funciona con suma perfección.
La isla del título está arropada por una familia entrañable. Está regada con el sudor de su trabajo y su sufrimiento, con el agua pura de una lluvia que no promete nada: que cae, simplemente cae. Ahora, mañana, siempre. En el bellísimo tramo final, que reconcilia a cualquiera que se haya aburrido con ella en los minutos anteriores, se ofrece una verdadera lección vital, en términos cinematográficos, también se ofrece poesía. Lo de esta pieza de cámara nipona iba muy en serio: viéndola, damos alimento al alma. Viéndola, sabemos que vivir consiste en seguir regando las plantas día a día, para que no se mueran. Porque esto continúa.
Vivir es siempre un eterno aprendizaje.
Lo mejor: el tramo final, conmovedor.
Lo peor: hay que tener paciencia para no huir durante los primeros 45 minutos.
Al conocer el planteamiento de la película de Shindo, serena y contemplativa donde las haya, una objeción bastante recurrente parece ser la de preguntarse ¿qué interés tiene? . Es decir, ¿qué interés tiene ver una película donde no pasa nada? No pasa nada o no pasa gran cosa, recordemos, en el sentido narrativo convencional, pues la emoción, esa que no va ligada a los hechos concretos sino a las sensaciones, a los aromas, a lo invisible, no se somete a las estrecheces de guión alguno. ¿Qué interés tiene una película que nos muestra un puñado de vidas absolutamente monótonas, rutinarias, cuyo mecanismo se repite (en principio) sin variaciones relevantes?
Mi respuesta a sendas preguntas es la siguiente: tiene todo el interés del mundo . Es más, formulo yo la pregunta en sentido contrario: ¿por qué no habría de interesar?
Al margen del aliciente que supone deleitarse con la belleza plástica y estética de La isla desnuda, acicate objetivo que trasciende análisis alguno… ¿por qué presuponemos que de los pliegues de lo cotidiano no puede surgir una emoción elevada? ¿Por qué cuesta admitir que lo mecánico, lo tedioso, son mecanismos indisociables de la maquinaria que rige nuestra existencia? Si concebimos el Cine como Arte destinado a ahondar en el espectro de la vida humana, y no como entretenimiento ligero y desintegrador, ¿cómo podemos negarle que explore estas dimensiones, incómodas pero troncales, de la misma? Estas vidas, las que retrata la película, son hermanas nuestras, hermanas mías. Aun siendo yo estudiante en una ciudad de población elevada y ellos campesinos en un lugar remoto del último confín del mundo, estamos afectados por la misma naturaleza, todos acabamos conociendo la languidez, el trabajo y el llanto.
A raíz de esto, creo llegar a una suerte de conclusión… El público parece digerir mejor los retratos de vidas apasionantes, las que difieren, en la superficie, de sus propias vidas. Una película sobre un paleontólogo que asalta tumbas látigo en ristre parece ser más atractiva, por irreal, por imposible, que una película protagonizada por un profesor jubilado que vegeta en su solitario apartamento, lo cual es catalogado, de primeras, como insustancial o fútil. Podría incluso estimarse que el Cine más popularmente aceptado parece ser el que funciona por adición, es decir, por incorporación de elementos épicos, externos, ficticios o fabulados, a la vida normal, con el fin de potenciarla, de aportarle una dimensión extra… En cambio, el que funciona por reducción a lo esencial, es decir, por eliminación de lo distractorio parece tener peor acogida por intuirse, en suma, más aburrido. No quiero dejar entrever con esta distinción que una de ambas concepciones sea superior, o más meritoria que la otra, pero creo que hay una diferencia de naturaleza (no necesariamente jerárquica), como la que puede haber entre, por un lado, la épica de Orson Welles, Akira Kurosawa, John Ford y la narración rica en incidentes de, por ejemplo, Uno de los nuestros de Scorsese, y, por otro lado, la austeridad de Bresson, Ozu, Kaurismäki, Angelopoulos, Una vida humilde, Los comulgantes o la parsimoniosidad de La isla desnuda. [Nota: entendamos la épica aquí de forma Shakesperiana u Homérica, no de la forma idiota, infantil y hueca en que pueden ofrecerla las películas de Spielberg o de Michael Bay]
No estoy en el predicamento de elegir entre una categoría u otra, pues ambas tienen capacidad de captar y transmitir la emoción, pero no está de más recordar que, a veces, la vida ha de ser contemplada desde esta disposición de ánimo, desde esta quieta mirada, a fin de atisbar realidades sustanciales de la misma vida.
La isla desnuda contiene todo lo indispensable, no hay nada ajeno al ser humano en ella, no hay nada que no nos incumba, como seres en el mundo.
…
La ironía. De lado a lado rodeados de agua, mas toda la película en busca de ella, procurando no verterla accidentalmente.
El único sonido humano que se escucha en toda la película es un llanto.
Los fuegos artificiales que suceden a la tragedia. Festivos, joviales, coloridos… tan lejanos como haber vivido otra vida diferente.
La rutina. La carga y descarga eterna de cubos de agua. ¿Hasta cuándo?, ¿para qué? Nadie podría decirlo, nadie puede asegurar que tenga sentido, pero, recordemos: hay que imaginar a Sísifo feliz.
…
Por último, respecto a la decisión tomada por Shindô, oportuna y valiente, de suprimir los diálogos, y suponiendo que esto pueda resultar un hándicap para según qué espectadores (irónico, pues la esencia del Cine es muda), me atrevo a recordar estas palabras que escribiera Cioran en En las cimas de la desesperación: Llegar a no apreciar más que el silencio equivale a realizar la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundas de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos. La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías, los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenúa, toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad. Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o impresionar a alguien, el ruido al que hemos renunciado se suma al tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras haber (…) afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el silencio la única realidad, la única forma de expresión .
Gracias.
Al leer esa sinopsis lo normal es esperar ver a una familia y su vida en la isla, y no pienso engañar a nadie, es exactamente eso lo que ocurre. Cuando uno se decide por ver esta, o este tipo de películas lo suyo es, como digo yo, ponerse el chip adecuado. No se puede esperar más de lo que da, así que lo que hay que hacer es proponerse ver la película, sin querer nada especial, solo lo que dice la sinopsis. Pero, ¿como decirlo? eso es simplemente lo que la hace especial. Fui a verla pensando en un rollo potencial o tal vez algo sobrellevadero que poder comentar haber visto al finalizar y me dio mucho más.
Empieza con una presentación de lo que es la película, pero, ¡espera! si casi toda la película va a ser así. Eso no es una presentación normal, la película ya ha empezado, ya puedes ver como coge forma ella sola. Miras los personajes que salen, miras la isla (que es una birria), miras el mar, miras la costa y no hay más para ver. Aunque eso sí, te queda observar, dejar de mirar solo con un movimiento vacío de ojos y empezar a sentir con la vista y con los oídos, con estos más ligeramente, recordando que la película es sin diálogos, sólo unas palabras sueltas de niños en una escuela o gritos y risas.
Estos personajes que aparecen transportan alimento a su isla, tarea de la que no hay preocupación al perderse algo, pues es repetida varias veces y, extraña pero mágicamente, sin llegar a cansar. Ese es el medio de vida, coger la barcucha y trasladarse de la isla más grande, ya con un pueblo, a su islote, donde habita nuestra familia, con a penas una casa, pero eso sí, bien aprovechada en cuanto a conreo. En nuestra familia (nuestra por llamarlos cariñosamente) encontramos a un padre y una madre encargados de la mayoría de quehaceres y unos chiquillos de apenas digamos 6 y 8 años, tan serviciales y eficientes personajes como los que más.
Y la película sigue y sigue mostrándonos sus vidas, o más bien su vida, ya que existen prácticamente al unísono, con sus idas y venidas, sus tratos con el pueblo y su convivencia, divertida a ratos, más dura a otros, sin mediar palabra, ¿para qué? ya se ve todo, no le tiene que decir al hijo si ha ido bien la búsqueda de agua porque lo ve al venir. Eso me ha abierto otro punto: el llevar el agua puede convertirse en una tarea de tensión absoluta a manos del director Kaneto Shindô, pues el subir hasta su casa con los barriles, uno a cada lado, llenos de agua, resulta un conjunto de escenas largas e increíblemente llamativas, estremecedoras al saber que si se derrama, habrá que volver a la isla grande a por más.
Sigo en Spoiler por falta de espacio, no hay peligro.
A veces en la sencillez de los planos y en la repetición de las secuencias se encuentran auténticas obras maestras. Una película sin diálogos y sin una historia rebuscada consiguió enamorarme simplemente narrando con imágenes los dos días más amargos en la vida de una familia japonesa que cultiva su pequeña producción de arroz en una isla.
No se la recomendaría a cualquiera pero tengo que reconocer que me quedó un gran recuerdo de ella.
El longevo director y guionista (falleció en 2012 a los cien años) tuvo una prolífica carrera. Estuvo fuertemente influido por su mentor, Kenji Mizoguchi, y se mantuvo en activo hasta su muerte.
La actriz Nobuko Otowa, la esforzada y sacrificada mujer de la familia en La isla desnuda , era amante de Shindô y posteriormente su esposa. Fue una de las actrices más prominentes de Japón junto con otras estrellas como Setsuko Hara.
Este film, cuya localización es la isla de Sukune, cerca de Hiroshima, podría ser una variante del neorrealismo mezclada con el cine mudo. El rodaje parece tan desnudo como la misma isla, austero, testimonial, neutral, tan sólo la vida que pasa ante el objetivo. El actor principal debía de padecer síndrome de abstinencia, pues era alcohólico y mientras duró la filmación tuvo que permanecer sobrio. Quizás eso contribuye a hacer más realista la adustez de sus rasgos, la severidad de su rictus marcado por esa isla tan hermosa como ingrata.
No son necesarias las conversaciones porque todo lo demás habla. El paisaje, el agua salada que les rodea, la preciosa agua potable que tanto cuesta conseguir, el viento, la vegetación, los rostros, los objetos. Se siente ese cansancio crónico pero tenaz de estar día tras día remando de isla a isla para buscar el agua, llevar al hijo mayor a la escuela y transportar pescado y arroz que vender. La rutina no da apenas para el descanso, aparte de los cortos intervalos para comer, bañarse y dormir. Los niños también trabajan sin parar pescando, preparando la comida y ocupados con tareas domésticas mientras sus padres dan constantes viajes en la barca de remo para traer el agua y regar los cultivos. Muy rara vez, se toman un día de vacaciones en familia y hacen un poco de turismo aprovechando que tienen que ir a vender algo a las islas vecinas.
Y tanto deslomarse de sol a sol para que el infortunio te robe tu sencilla felicidad que es lo que te da energías para continuar remando, cargando con esos pesados cubos y cuidando la cosecha.
En Sukune sigue amaneciendo con esa despiadada constancia del sol indiferente al sufrimiento.