La fe
Sinopsis de la película
El padre Luis Lastra es un joven cura que cumple con su oficio en el pueblo de Peñascosa. Allí conoce a Marta, una bella feligresa muy interesada en cuestiones religiosas, tanto es así que convence al cura para que la acompañe al convento para ingresar como monja de clausura. En el camino, tienen que parar en una posada para pasar la noche y allí es donde el padre Luis deberá poner a prueba su fe.
Detalles de la película
- Titulo Original: La fe
- Año: 1947
- Duración: 102
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Opinión de la crítica
Película
6
99 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Amparo Rivelles
- Ángel de Andrés
- Angel Martínez de la Fuente
- Arturo Marín
- Camino Garrigó
- Cándida Losada
- Carmen Sánchez
- Félix Fernández
- Fernando Aguirre
- Fernando Fernández de Córdoba
- Guillermo Marín
- Irene Caba Alba
- Joaquín Roa
- José Prada
- Juan Espantaleón
- Juan Vázquez
- Julia Lajos
- Luisa Sala
- Manuel Guitián
- Rafael Durán
- Ricardo Calvo
Pues esperemos que no. Claro que lo que hay detrás es aún peor. Sea como fuere, La fe , película basada en la novela homónima de Armando Palacio Valdés, publicada en 1892, trata básicamente sobre la fe, como su nombre indica, con dos tramas más o menos paralelas en el pequeño pueblo de Lancia, que tienen como protagonista al Padre Luis Lastra (Rafael Durán). La primera con el ateo impenitente, Álvaro Montesinos (Guillermo Marín), y la otra, con una bella feligresa, Marta Osuna (Amparo Rivelles, que está muy guapa), que se quiere meter a monja. Así a bote pronto, guarda un notable parecido con La Regenta (1884-85), del también asturiano, aunque sólo a medias, Leopoldo Alas Clarín . A medias, porque aunque sus padres eran de Asturias y él vivió desde los siete años en esa región, nació en Zamora.
En la primera historia, se entra de lleno en el debate religioso. Ahora bien, Álvaro le da un repaso al joven sacerdote hasta el punto de hacerle dudar de su propia fe. ¿Cómo soluciona el entuerto? Pues a la fuerza e in extremis. Obviamente no se aportan argumentos para convencer al incrédulo pues el hecho de que haya una persona extraordinariamente buena no es prueba de la existencia de Dios. De hecho, resulta muy difícil demostrar este extremo. Por eso hablamos de fe y creencias, que están más allá de la racionalidad. Pero la guinda (podrida) llega con la segunda trama. Percibo cierta misoginia en este relato, por Marta y la mujer de Álvaro. Sí, que está un poco tontina, se le va la olla y le hace una jugarreta. ¿Pero es para tanto? Diría que casi es culpa del resto, que no se dan cuenta de nada: SPOILER.
Excelente y prolijo director, hombre católico y practicante, últimamente olvidado por razones políticas, Rafael Gil tiene un puñado de películas excepcionales que nada tienen que envidiar a otros cineastas con pedigrí político e intelectual reconocidos. Adaptó junto a su guionista Antonio Abad, la obra La fe de Armando Palacio Valdés, que ya tuvo sus problemas porque trataba de inquietudes religiosas con valentía. El film permanece como uno de los títulos más conocidos y polémicos de nuestro cine, sencillamente porque se atrevió a plasmar en imágenes el enamoramiento de una chica por un sacerdote y las dudas morales e intelectuales de este joven clérigo ante su fe, aunque lo hacía de forma elegante y respetuosa, amparándose en la cuartada cultural que le daba su origen literario, causando un escándalo en la puritana sociedad española de 1947, educada en el nacional catolicismo imperante que no podía aceptar determinados comportamientos humanos sobre el amor y la fe.
Una superproducción importante, de unos decorados estupendos del gran Enrique Alarcón, un excelente casting de actores: Rafael Durán (el sacerdote Luis Lastra) y Marta, la bella feligresa (Amparo Rivelles), que ya habían trabajado juntos en El clavo, otra excelente película de Rafael Gil, acompañados por el inefable Juan Espantaleón como sacerdote maduro y gruñón, con gran experiencia y humanidad, así como Guillermo Marín que encarna a ese intelectual ateo que cuestiona, remueve y agita la conciencia de nuestro protagonista, Camino Garrigó como esa entrañable y fiel ama de llaves que todos hemos añorado. Una historia audaz y muy atrevida para la época, creando una gama de interesantes sugerencias y cuestiones que cualquier ser humano se ha planteado en algún momento de su vida: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi camino para sentirme bien conmigo mismo?.
La película de Rafael Gil que no había tenido ocasión de ver hasta ayer, me ha parecido muy digna y honesta, tratando un tema tan serio y profundo sin estridencias y sensiblerías, quizás hoy tendría que presentarse en otro formato y estilo pero lo que permanece es el concepto sobre la conciencia del ser humano, siempre navegando en aguas procelosas, mediatizados por la sociedad que nos rodea. Cuentan que el Papa Pío XII, alabando el cine de Rafael Gil, le comentó: Con tus películas, has hecho más por la fe que muchos sacerdotes desde el púlpito.
Y es que en su filmografía también figuran films como: La señora de Fátima (1951), sobre las apariciones de la Virgen María en la pequeña localidad portuguesa. Continúa con títulos importantes como La guerra de Dios (1953), en la que un sacerdote que ha de ejercer su misión en un pueblo minero lleno de odios y conflicto social. Hay que destacar también El beso de Judas (1954), con Rafael Rivelles, donde la Pasión de Cristo es vista desde el prisma de Judas Iscariote, una autentica superproducción. Luego Sor Intrépida (1952), los avatares de una monja misionera en África. Y, finalmente, El canto del gallo (1956), con Francisco Rabal y Gerard Tichy: un sacerdote prisionero de una dictadura comunista que ha proscrito la fe y el mismo nombre de Dios. Años después, en 1977, Gil firmó La boda del señor cura , adaptación de la novela de Fernando Vizcaíno Casas sobre la caída moral y vital de un sacerdote en la confusa década de los setenta del siglo pasado.
Digna película de Suevia Films de la década de los cuarenta españolas, cuando el cine de corte patriotero y/o religioso nacional-católico imperaba en la cinematografía patria.
Algunas eran burdas, otras de descojono, esta, sin embargo, no está nada mal, no conservándose muy bien, el tiempo es mal enemigo para casi todo, pero al menos observamos un cine bien hecho desde el punto de vista técnico, con excelentes intérpretes, algunos algo histriónicos, pero narrado todo con agilidad expositiva, sin tiempos muertos, con muy dignos diálogos (está basado en una novela de Armando Palacio Valdés, y el guión es del propio Rafael Gil).
Lo único que rechina, pero no es fallo de la cinta, es el personaje de Amparo Rivelles, aquí no tan bella como pasados los años sin duda ninguna fue (uno de mis amores platónicos, recuerdo que siendo muy jovencito ella, que ya tenía una edad, me parecía súper sexy y muy apetecible). Y es que encarna a una mujer inaguantable, insufrible, voluble, ambigua, estremecedora en sus delirios, y muy muy peligrosa y dañina llegado el caso. Lo cierto es que según pasan los minutos se va haciendo más y más insoportable (el personaje, no ella, que lo hace muy bien).
En definitiva, una cinta que sigue siendo muy digna y honesta con la época en la que se filmó, con excelentes momentos, como cada vez que conversan, cada uno defendiendo su punto de vista y creencias, el protagonista y el no creyente y descreído, encarnado con maestría por ese soberbio actor que siempre fue Guillermo Marín.
Ahora se debe ver con respeto, aunque algunas cosas dan un poquito de grima, como el que, por cojones, debía vencer la batalla la existencia de Dios, etc, etc.
http://filmsencajatonta.blogspot.com.es
Aunque ahora es poco leído, Palacio Valdés era un buen novelista y tramaba bien. Con esa base, Rafael Gil, que de cine sabía, ha hecho una buena película, que se sigue con interés, también desde el sentido de la planificación, de la creciente intriga y del nada convencional final.
Muy bien documentada, por ejemplo, cuando el cura empieza a leer libros anticristianos. Los elegidos eran los clásicos.
Muy bien también cómo están dibujados algunos los personajes: el del cura mayor, un siempre profesional Espantaleón, la criada, otra gran secundaria, Camino Garrigó, y sobre todo la de Amparo Rivelles. Es Camino, doña Josefa, la que hace una justa crítica al beatería.
Quizá el que menos convence, aunque era un buen actor, es Rafael Durán, por culpa de lo que tiene que decir, un poco almibarado yclerical. Para verlo basta compararlo con el cura de La guerra de Dios, también de Rafael Gil.
La fe del joven Padre Luis Lastra corre el peligro de la duda. La duda ha llegado por una doble vertiente: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento de los hombres siendo Él infinitamente bueno? ¿Y por qué una bella mujer ve en este ministro de Dios en la Tierra antes al hombre de carne y hueso?
Sólo la fe puede salvarlos a todos ellos.