La cuestión humana
Sinopsis de la película
Simon tiene cuarenta años, es psicólogo en el departamento de recursos humanos de SC Farb, un complejo petroquímico que es la filial en Francia de una gran multinacional alemana. Su trabajo consiste fundamentalmente en entrevistar a posibles trabajadores Un día recibe un encargo especial: Karl Rose, codirector de la empresa con Mathias Just, le pide que le haga a éste una evaluación psiquiátrica. Simon se siente atrapado, pero intenta hacer el trabajo de la forma más objetiva y aséptica posible. Sin embargo, delante de Just no consigue permanecer neutral.
Detalles de la película
- Titulo Original: La Question humaine
- Año: 2007
- Duración: 144
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Opinión de la crítica
6.2
89 valoraciones en total
Perplejo acabo de quedarme tras ver esta película. Es uno de los relatos más complejos y enriquecedores que el cine europeo ha dado en los últimos años.
Constituye un punto de partida extraordinario, en el que nos introduce en la dinámica de grupo empresarial y más concretamente en la función que desempeña el personaje de Simon.
Lo que en un principio parece ser una simple misión de espionaje encomendada al psicológo del departamento, deriva en una búsqueda de la identidad de sí mismo, de los fantasmas que surgen por un pasado culpable y eximible al mismo tiempo y, lo que es más importante, de la memoria.
Rodada de una forma hermética y fría, con una narración austera, vendría a significar la deshumanización del mundo empresarial y por lo tanto, de las relaciones humanas.
El paralelismo que la película establece entre los viejos fantasmas europeos ideológicos de la primera mitad del siglo XX y la cultura de las empresas es aterrador.
La utilización de la música de forma certera, como contrapunto al estado emocional del personaje interpretado por Amalric.
El lenguaje en todas sus formas, pero sobre todo ese lenguaje tecnicista, inhumano, enmarcado en una situación detestable, que se erige en la voz principal de aquellos que marcan el curso de nuestro tiempo.
Empieza como un thriller policíaco, un trabajador de recursos humanos de una empresa química es designado para investigar al jefazo de la misma, porque todos los indicios apuntan a que se ha vuelto loco. Poco a poco se van destapando los entresijos de la trama y la película va mutando el matiz policíaco hacia un cine que explora la crueldad y la deshumanización del hombre, reflejado en los diversos desórdenes de sus protagonistas en el amor, el trabajo… todo esto contado haciendo un paralelismo con el sistema capitalista. Entretenidísima al principio y desoladora luego, con momentos en que uno sufre y se agarra a la silla, una virtud más de la película: logró hacérmelo pasar mal.
La película se ciñe al título: el factor humano en la nueva empresa. Por el sueldo ya no sólo se exige fuerza de trabajo sino identificación servil con la firma, entrega total del ser.
La compleja trama y su filosófico tratamiento fijan una correspondencia entre nuevas formas de codicia capitalista y el sistema nazi de exterminio metódico.
El argumento mira un caso particular, la filial francesa de una multinacional alemana. El laborioso enfoque sugiere que es ejemplo generalizable, que más allá de la metáfora, la evolución de las empresas poderosas es un modo de supervivencia del nazismo por otros medios. Comparten el método: clasificación de la población para mejor explotarla, y eliminación de grupos débiles o conflictivos, estorbo para la máxima plusvalía.
Desde el Tercer Reich sólo han pasado al fin y al cabo un par de generaciones. A partir de la investigación encargada al director de recursos humanos las conexiones van saliendo. No son trabajo político organizado (la fachada democrática se mantiene sin agrietarse) sino modo de obrar que va en la sangre y que en la frialdad de lo técnico encuentra campo idóneo.
Así, la tarea del psicólogo, que aplica su pericia a la selección de empleados idóneos y al despido de media plantilla, se presenta como la del oficial que ejecuta la ‘solución final’ para exterminio del débil y mejora de la raza.
La paleta cromática es de una austeridad absoluta: ocres, grises, pardos. La iluminación, tenebrista: nocturnos, crepúsculos, interiores.
No hay paisaje, salvo la fábrica humeante y construcciones abandonadas. Ni animales ni vegetación, tampoco niños. Los amores son crispados, sin desnudos.
Entre escenas, transiciones sin fundidos, para enfriar el ritmo.
El veterano Lonsdale, habitual de Chabrol, con su impresionante interpretación del personaje investigado crea un potente foco de atención. Por su parte, Amalric, representa bien con qué estupor el psicólogo se va enterando tanto de las consecuencias reales de su labor como del mecanismo despiadado que las rige.
Pasada la mitad, la interesante trama en torno al pasado tenebroso de los directivos cede paso al discurso intelectual que se venía desarrollando a la vez. No es sólo la denuncia del sistema de exclusión de los desheredados y la pauperización de la clase trabajadora a través de las reestructuraciones, sino un pesimismo más existencial. La queja profunda del flamenco (Poveda, desgarradora toná), seguida de un melancólico fado, expresan esa línea.
Al final, un alegato filosófico excesivamente verbal, sobre la colonización del lenguaje por el poder. Importante, pero cinematográficamente disfuncional. La película se descompensa. Una pantalla negra mientras una voz reflexiona es muestra de ese erróneo sacrificio de lo visual y lo narrativo.
Pese a la dureza estética y lo insatisfactorio de varias soluciones la película, con muchos pasajes absorbentes, merece la pena por la seriedad y alcance del análisis que propone.
(7,5)
Klots esta ahí, agazapado, parece una fiera al acecho. Cada plano, cada molécula de aire, cada rostro borroso, la inercia, la estática. La cuestión…es una película estática, dura como ladrillo desde la fluidez de una narración áspera: ¿que hay realmente de humano en estas cuestiones? Si a cada escena contemplamos taciturnos, a eso nos lleva esa atmósfera, el circo romano silencioso de una naturaleza muerta. Los sentimientos parecen vedados, imposible escuchar cualquier sonido conmovedor, que a estas siluetas del día se le erizan los pelos.
Quizás esa misma parsimonia que desprende la peli, como si avanzar con la trama significara moverse por un sendero pantanoso, hace difícil su digestión. La cuestión humana es tan ríspida que por momentos paga su monumental puesta en escena, su estilo tan peculiar, con una abulia por parte de un espectador que no quiere caer tan bajo, pero que no sabe como remontarse ante semejante paisaje cubista: es que a veces la frialdad fragmenta todo fluir vital de una obra, y en este caso el objetivo está tan logrado que termina por devorarse a sí mismo.
Los créditos finales ascienden bajo una música casi funebre, ligeramente presente trás unas últimas palabras en negro y en off del narrador de la historia que no es otro que Simon (Mathieu Amalric) y uno tiene la sensación gratificante de haberle dado a las neuronas un repaso memorable, de haber experimentado confusión, dolor y otras muchas sensaciones para nada complacientes ante La question humaine . Sin duda estamos ante una película compleja, que desgrana poco a poco la esencia de su complejidad y su necesario lenguaje en torno precisamente a la existencia de ese lenguaje muerto del que se habla al final de la película. Me detengo un instante e intuyo que esta crítica va a ser dificil de comprender sin haber visto el largometraje y puede que tal vez hasta después. Con aires de film de investigación, con ritmo de cine negro, trazando espeluznantes paralelismos entre el Nazismo y la actualidad empresarial, Klotz y evidentemente Emmanuel y Perceval que son los que andan detrás de la historia, nos dan una lección de como acceder mediante las luces del cinematógrafo a la oscuridad de la cuestión humana. No es de extrañar que por momentos nos sintamos perdidos como cuando contemplamos por primera vez (o por segunda, o por tercera) El sueño eterno de Hawks, su trazo es tan cortante como intermitente, sus rostros tan fatigados, asomándose a los fantasmas de su pasado, su presente y su recóndito futuro.
En este escenario de desolación casi no hay tiempo para el amor, para detenerse a escuchar a quien está pidiendo ser escuchado, casi no hay voluntad sin intereses y sí hay hueco para el desprecio y la rabia. Sus cuerpos se derraman como esos otros cuerpos de los que al final se hablan en las urbes de nuestros días, en el nauseabundo suelo donde duermen estos ricos borrachos inconscientes del mecanismo que los rodea. Y entre medio la música como salvación y pesadilla, como puerta abierta al gratificante desconsuelo, como medio solemne de soltar las verdades al viento, ya sea en la voz de Miguel Poveda en flamenco, con fado portugués o esa misma música penitente que nos deja su desgarrador desenlace moral.