La colina de los diablos de acero
Sinopsis de la película
Durante la Guerra de Corea (1950-1953), un teniente norteamericano curtido en cien batallas intenta reunir a los supervivientes de su batallón y llevarlos al cuartel general. Por otra parte, un hostil y poco respetuoso sargento de otra compañía quiere conducir a su coronel, agotado por el combate, a un sitio seguro.
Detalles de la película
- Titulo Original: Men in War
- Año: 1957
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
7.1
100 valoraciones en total
Film de Anthony Mann ( Cimarrón , 1960). Se basa en la novela Day Without End (Combat) (1949), de Van Van Praag, que sitúa la acción en Normandía, en la IIGM. Se rodó en Bronson Caves (Griffith Park, LA), con un presupuesto de serie B. Los productores fueron Sidney Harmon y Anthony Mann (sin acreditar) y el estreno tuvo lugar el 19-III-1957 (EEUU).
La acción tiene lugar a lo largo de un día (6-IX-1950) de la Guerra de Corea. Narra la historia del teniente Benson (Robert Ryan), al mando del 2º pelotón de la compañía D del Ejército americano. Quedan aislado entre enemigos, sin comunicación con el mando. Benson ordena recorrer los 40 km que les separan de la colina 465, que debe estar ocupada por su compañía. En el camino encuentran al sargento Montana (Joseph R. Willomet) (Aldo Ray), que huye en un jepp con un coronel en estado catatónico (Robert Keith), al que quiere llevar a Virginia. Las diferencias entre Benson y Montana complican las dificutades de la operación.
La película es un drama bélico, de aires documentalistas, apoyado en un relato crudo y desgarrador. La acción evita artificiosidades, adornos y concesiones. Hace uso de una estética realista, que presta atención a los momentos de temor, miedo, terror y pánico de los soldados, sus reacciones naturales, su fatiga y extenuación, la camaradería y el coraje que demuestran, sus momentos de aturdimiento, desconcierto y descontrol, la muerte que les amenaza, la tensión que provoca un enemigo sanguinario, sigiloso, invisible y próximo. El teniente se irrita por la precipitación con la que el sargento Montana mata a presuntos enemigos, sin las debidas cautelas. En repetidas ocasiones ha de recordarle que los enemigos, también, son personas humanas. No se habla de ideales, no se justifica ni condena la guerra y no se enardecen los ánimos con patrioterismos. La jornada transcurre como un retazo de la vida de unos protagonistas, movidos sólo por el instinto de supervivencia, al límite de la resistencia física y emocional. El brillante realismo convierte la obra en antecedente de Platoon , La delgada linea roja , Salvar al soldado Ryan , etc.
La música, de E. Bernstein ( Los siete magníficos , 1980), suma aires heroicos, tonos dramáticos, compases militares y melodías de grata inspiración popular coreana. Se divide en 10 temas, de los que sobresalen Sounds of War , Men in War (con Flowers for Kilian ) y otros. La fotografía, de Ernest Haller ( Lo que el viento se llevó , 1939), en b/n, comienza con un espectacular barrido circular con aproximación final al radiotelegrafista. Añade planos picados y semipicados, una cuidada composición de imágenes, negros profundos en primeros términos y elementos singulares que enmarcan los encuadres, pasión por el detalle (reloj, rueda atascada, etc.). El guión trata de introducir al espectador en el mundo del relato. La interpretación es excelente, en especial las de Ryan, Ray y Keith. La dirección demuestra versatilidad y potenica narrativa.
Defiendo todas las películas del Oeste que hizo Anthony Mann, en especial las que protagonizó James Stewart. En otros géneros se columpió entre el notable y el aprobadillo. Aquí me defrauda bastante. Da la sensación de que no existe guión, de que se rueda sobre la marcha intentando inventar los próximos sucesos. Un director debe revisar varias veces su obra. Aquí parece que ni se molestó en hacerlo una vez. Sí, hay un mensaje antibélico. Nos quiere mostrar el miedo, la desesperación, el horror a la guerra, pero no lo consigue más que en algún momento puntual. Todo por un guión pobre, unos actores desaprovechados y unos personajes endebles y la mayoría estúpidos. Algunos no han visto Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo, la más dura película antibelicista de todos los tiempos.
Película muy áspera y polvorienta, en blanco y negro, con un Robert Ryan haciendo de Teniente, un Aldo Ray haciéndo de Sargento violento y matón con el enemigo pero dulce, delicado y cuidando a su coronel casi como una madre, dado que éste se halla impedido, sin poder hablar producto de haber estallado una mina cerca de él.
En gran parte de la película el protagonista principal es el clásico vehículo militar Jeep Willys , aquí en su versión CJ-3A (sin capota contra la lluvia), el que sustituyó al modelo MB participante en la II G.M. y que fue contruido específicamente para la Guerra de Corea. Por este jeep se pelean el Teniente y el Sargento que lo conduce, dado que éste transporta en el mismo a su coronel herido y considera primordial llevarlo antes que cualquier otra misión a un hospital de retaguardia.
Es una película muy gris, demasiado cruda y sobre todo pesadísima, sin chispa de esa que hace un filme agradable, pero no por ello resulta mala película, tampoco notable, dejémosla en interesante-buena.
Pero repito, para mí es una de esas películas bélicas pesadísimas que no me gustaría guardar en mi disco duro externo, pues sólo de pensar en volver a verla me entran sudores de hastío.
Sí la guerra del Vietnam y la segunda guerra mundial han sido contiendas altamente tratadas en el cine norteamericano, no se puede decir lo mismo de la guerra de Corea, un conflicto que duró tres años (1950-1953) y del que aún percibimos sus consecuencias. Seguramente la trascendencia social del conflicto no fuera tan amplia como la de las dos otras contiendas como para que el cine se involucrara en mayor medida.
Una de estas películas que se acerca al conflicto es La colina de los diablos de Acero, un título poético el que cogió la traducción al español, pues realmente se habría de traducir como Hombres en guerra (Men in War, es su título original). La película fue realizada sólo cuatro años después del acabamiento de la contienda, en el 1957, y hay que decir que es una de las mejores aproximaciones que existen sobre este triste episodio. El hombre encargado de dirigir la película es ni más ni menos que Anthony Mann, que pese a que la historiografía lo conoce casi específicamente por sus Westerns, tuvo alguna que otra incursión en el cine bélico, como esta película, así como al cine de Péplum e histórico, con una película sobre la figura mítica del Cid Campeador (El cid, 1961) y sobre el mundo romano (La caída del imperio Romano 1964).
Como ya nos anuncia un pequeño rótulo antes de que empiece la película (Cuéntame la historia de un simple soldado y os contaré la historia de todas las guerras) no nos encontramos ante la presentación de grandes batallas donde intervienen miles de extras, sino que al igual que su antecesora, Objetivo Birmania de Raoul Walsh (dirigida en el año 1945) la película se centra en la historia de un pequeño escuadrón, que se encuentra rodeado en territorio enemigo. Diversas frases y diálogos de la película hacen referencia a esta concepción de la guerra, en la que es el hombre de a Pie el que carga con todo el peso de la guerra. Es significativa una secuencia en la que una vez demostrada la brutalidad del personaje interpretado por Aldo Ryan, el teniente que encarna Robert Ryan pronuncia una frase sintomática sobre el discurso de la guerra- Si son estos los hombres que tienen que ganar la guerra…-
La historia, pese a que está basada en una novela (seguramente con intenciones comerciales) es la historia de todas las guerras. Podríamos cambiar el paisaje así como sus enemigos, que la película seguiría funcionando igual. Se presenta el conflicto bélico como un enfrentamiento absurdo entre seres humanos, en que siempre tiende a vencer el menos civilizado, pues la guerra construye hombres a su medida, que luchan de manera salvaje por la supervivencia (para ello el guión se sirve del personaje de Aldo Ryan, un hombre que antes de morir mata primero con tal de sobrevivir).
Es cierto que la película no es una crítica abierta hacia el gobierno norteamericano y sus decisiones políticas, pero hemos de tener en cuenta que aún era demasiado pronto como para que empezará a surgir películas así, además de que si encontramos ciertos aspectos que la diferencian mucho de otros filmes propagandísticos que se realizaban por la época y que siguen con vigencia hoy en día. Más que un apoyo a los soldados, se trata de un homenaje hacia la gran cantidad de cadáveres que dejo la guerra, haciendo hincapié obviamente en los muertos norteamericanos, pero con alguna reflexión sobre las víctimas coreanas. Más que una radiografía sobre la contienda o un análisis patriótico, la película se centra en demostrar las relaciones humanas, así como prestar una atención especial al agotamiento mental y físico que supone la guerra. En este sentido es muy eficaz la degradación del coronel interpretado por Robert Ryan, que acaba en un pesimismo tremendo pese a que siempre se ha mantenido firme ante sus hombres.
Pero no es el guión el que hace que la película marque las diferencias (en este sentido no se aleja mucho de un ir pasando pruebas cada vez más arriesgadas), sino que lo hace el director de la película, Anthony Mann. Sólo hay que observar la primera escena de la película, donde se nos muestra un batallón tumbado ante el sol, mientras la cámara se va deslizando y mostrándonos a los integrantes del grupo. De fondo escuchamos al operador de telecomunicaciones intentando establecer conexión con la operación de rescate, y mediante el juego de luces el espectador puede entrever la densa temperatura de la colina. En estos primeros compases se demuestra además una gran utilización de un montaje muy inteligente que dinamiza las acciones cuando es necesario (hay una secuencia en que en apenas dos segundos se cambia rápidamente de planos para mostrarnos como se disponen los soldados en el terreno de batalla) y la huella del director se podrá comprobar en diversas ocasiones a lo largo del metraje. Quizá el final es demasiado excesivo, con un juego pirotécnico que le pasa cierta factura a la película por ir a contracorriente las acciones individuales y de tensión mostradas hasta el momento.
Anthony Mann nos muestra un episodio, real o impostado, de la guerra de Corea, esa en la que se embarcó EEUU para sacar todo el excedente de guerra que se agolpaba en sus fábricas tras el lanzamiento de las bombas atómicas a Hiroshima y Nagasaki que acabaron con el Japón y con la Segunda Guerra Mundial.
Un pequeño destacamento al mando de un teniente tiene que tomar una colina olvidada en un sitio aún más olvidado en una guerra que duró tres años y cuya repercusión continúa hasta nuestros días, en esas guerras con la de Vietnam donde se embarcan los americanos enarbolando la bandera de la libertad aunque ya no engañan a casi nadie, para dar salida a su importante e influyente en sus elecciones, industria armamentística y sus intereses comerciales en el resto del mundo.
Propagandística, donde se nota esa mano del maestro Mann con un leve toque antibelicista, pero ensalzando los valores de sus soldados y de sus causas, muchas barras y estrellas, que es de lo que se trata, con una entrega de medallas póstumas en la orden del día siguiente.
Interesante, 6.