La cicatriz interior
Sinopsis de la película
Film experimental de Garrel. Una pareja camina a través del desierto. Ella parece culparle a él de su situación y grita que no puede respirar. Él la ignora. Un niño observa a un jinete detenido en el interior de un círculo de fuego. Un arquero desnudo llega a una playa en su barco y explora el territorio. Allí encuentra a una mujer y a un niño en mitad de un paisaje helado…
Detalles de la película
- Titulo Original: La cicatrice intérieure
- Año: 1972
- Duración: 60
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Opinión de la crítica
Película
6.8
56 valoraciones en total
En La cicatriz interior, film de Philippe Garrel de 1972, no es una sociedad lo que el desierto refleja. Metáfora de un vacío interior, el espacio fantasmático que habitan los personajes es un espejo de su propio estado de ánimo. Tras la resaca del 68, esa Última Gota, la generación de Garrel vio cómo sus esperanzas eran definitivamente fusiladas. Él y otros, como Antonioni y Fellini con el neorrealismo, conformarían una Nouvelle Vague sin Pub y sin París. Se verían recluidos en sí mismos, y dejarían de ser realistas y pedir lo imposible. Perderían el lenguaje y, por obligación, el marco. Filogenia de la mirada circular des-marcada: el personaje masculino, vestido como un dandi y que insiste en abandonar a Nico y avanzar solo, realiza un círculo perfecto sobre la arena, la cámara fija sobre él. Vuelve a dar al mismo sitio, con el mismo interlocutor incomprensible. Primeros filmes propiamente desérticos y sintomáticos, en ellos se pierde la narración, se pierde el hilo con el que se sujetaba el objeto como un globo de helio o un perrito faldero. Se va abriendo el espacio, y sobre él, como sobre la arena, se deposita, acumulándose, el tiempo. Cine del cuerpo, decíamos, pero también de lo que con él hace el tiempo. Cine de las heridas y las cicatrices.
Como venimos apuntando, el tránsito del (Cine)León al (Cine)Niño es análogo al cambio de la mirada cuadrangular por la circular. En ello hay un ímpetu subversivo: el paso de la imagen clásica a la imagen moderna es una ruptura no sólo gramatical. En ello no sólo aparecen las agresiones que persigue Bürch, las defecciones de la imagen de Bachelard y Barthes, sino también un programa escatológico: la deslegitimación leónida, la superación del desierto de la representación. Inserción de las categorías de producción y reproducción. Como veremos, este proceso tardomoderno es una forma de superar la desrealización (Jameson) o irrealización (Metz) características de la imagen cuadrada y capital.
En el desierto, hablando con propiedad, es imposible la mirada cuadrangular. El espacio es en sí redondo y carece de límite o pared. Justamente lo mismo ocurre con la propia mirada, cuando ésta es dejada libre: el horizonte, entonces móvil, se va plegando siempre sobre sí, provocando nuevos espacios redondos que se extienden sobre la superficie. Lo específico del desierto, amén que en él no es posible la vida, es que en él no se da ningún lenguaje o gramática. Aquí reside el punto de inflexión: al no poder desplegar el viejo lenguaje, es necesario generar uno nuevo. Al primer momento de ¡Ya no sé hablar!, le sigue el silencio. Luego, vendrá el balbuceo incipiente. Estamos pues, en plena travesía.
(continúa en Tokio Ga)
La cicatriz interior es una especie de ópera en miniatura: Nico, vestida como una sibila que anunciara el eterno retorno, combina en su música la monotonía / melancolía medieval con la del minimal (de Martín Codax a La Monte Young). Por su parte, a la manera de Pasolini en Porcile (en el episodio interpretado por Pierre Clémenti), Garrel escenifica aquí una mitología inexistente, y por tanto inexplicable. ¿Cómo traducir la palabra desconocida , lo que las imágenes, los gritos, el viento dicen sin decir?
There are no words no ears no eyes
To show them what you know
En el desierto, cuna del monoteísmo, se confunden todos los mitos: Perséfone y María, Sigmund y Prometeo (estas asociaciones son arbitrarias y podrían intercambiarse por otras: no pretenden establecer ninguna interpretación), la espada y la cruz, el cazador primitivo y el hijo del rock and roll.
Como un personaje de Verne, Garrel viaja a los paisajes volcánicos de Islandia como si confiara encontrar allí el pasaje al centro de la Tierra: con el designio del geólogo de acceder a lo interior a partir de la corteza de lo visible, de encontrar un mar proveniente de otras eras, pero no petrificado sino con olas reales, como las del armonio de Nico: All that is my own .
La película carece de continuidad, está formada por una serie de cuadros en movimiento inspirados por las canciones de Desertshore , una de las drogas más potentes de finales de los 60. Con su mezcla de distancia y narcisismo, de rigor geométrico e indeterminación conceptual, ver en cine La cicatriz interior resulta una experiencia fascinante, que revela a Garrel como el último romántico: muy antiguo / y muy moderno, audaz, cosmopolita, / con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, / y una sed de ilusiones infinita.
navegandohaciamoonfleet.wordpress.com
Lo absurdo, como manejo instrumental se da de manera continuada en una película que, de pronto pareciera que se da a sí misma la concesión de ser un constante corto, queda demostrando a cada punto una capacidad que podría parecer evasiva de recuperar el carácter incidental de la imagen y el sonido, donde, con los recursos visuales de relativo refinamiento en su simpleza se prestan, en algunas ocasiones de manera floja a un gran ritmo de polisemia del espectador, lo cual no juego como virtud ni como defecto, quedando esto a cada quien. El viaje del protagonista, en un momento dado de la generación de clímax psicológicos, devuelve de manera violenta a lo que parecería un argumento de estructura paraca y sobria, para volver a perderse en la significación de búsqueda dada por la mujer y el niño, en el caso del arquitecto, ya que en mi opinión el personaje central no parece buscar en absoluto. Por ello se cuestiona el concepto del tiempo, la causalidad y la ubicuidad desde una amalgama con una actuación exploratoria que logra construir un nuevo lenguaje con gran constancia, con el propio director/productor vuelto actor, siendo esto un carácter procesal que habla del camino y no necesariamente del resultado, en una película No-Lineal por antonomasia.
Garrel, Philipe (París-1948), firma una película de sinceridad extravagante y encriptada, sin intenciones explicativas, sino voluntad de expansión sensorial que se ofrece ajena al contenido inteligible, acción modulada a través de la inacción y no a través de la configuración expositiva de secuencias.
Vamos, el archiconocido ´no se entiende una mierda´, aunque lo que llevo peor es que su supuesta fuerza alegórico-visual no me seduzca el ojo.
Desfile de tomas laterales, avance en círculo, planos poco editados (poco corte, poco montaje, secuencias eternas). Travelling de hombre, mujer, pareja, niño… Vida, supongo.
Elementos de simbolismo psicotrópico y conceptual pululando por ahí, ya desnudos, ya vestidos: caballos blancos, barcas, fuegos, desierto, luz…
Que cada uno se busque, o no, que cada uno se encuentre o no… en la fotografía, el color y la profundidad de campo. Contar, en el sentido tradicional filmaffinitiano, no cuenta nada, y aunque parece indagar en esas piezas que forman el hombre y los elementos naturales como combinación vital de elevada trascendencia, se atisban pesados rasgos de grandilocuente, envejecida y autocomplaciente pataleta. Mesmerismo molesto y resacoso. Incomunicación y aislamiento… Existencialismo laberíntico de fin de trayecto.
Como intención, no obstante, es loable el soslayo de las estructuras puramente físicas de la imagen (en ese sentido, la cadencia y la permanencia de la atención en la insistencia del plano es esencial). Aunque este exceso alusivo a elementos intangibles, pasados por el tamiz sesentero hippy-afrancesado, la verdad, será un duro bocado para una gran mayoría de paladares.
Los 60, fúmense algo y a ver la peli. Escuchar estoicamente las canciones de Nico sin frotarse contra los cojines del sofá ya lleva premio.
Philipe Garrel… era un ´maldito´ del cine francés, pero un maldito muy especial, pues Cahiers du Cinéma se ocupaba mensualmente de su obra…
Enrique Vila-Matas
No se que es necesario para pensar que una película es una auténtica obra maestra… eso pienso a veces, pero otras tengo una respuesta muy concreta: que sea diferente a todo lo visto con anterioridad o que a partir de algo aporte más y más y más y más… y La cicatriz interior lo cumple con creces.
Cine poesía inspirado por los poemas de Rimbaud y Baudelaire (según ha dicho el mismo director) porque, como decía Robert Bresson: El cinematógrafo realiza un viaje de descubrimiento en un planeta desconocido … Sin duda, enriqueciéndose de todos los artes para llegar a ser único.